Las ambivalencias del lenguaje otorgan a esta expresión un doble sentido: relativo a la justicia –en este caso, justicia social-, y a la cantidad justa de propiedad para salir adelante –que fue siempre la propuesta de Chesterton. Sus críticas a los monopolistas y capitalistas son tremendas: hay que leer el octavo capítulo de Esbozo de la cordura para darse cuenta hasta qué punto Chesterton está verdaderamente enfadado –cosa difícil de encontrar en otros escritos suyos- con la realidad de los capitalistas:
Prácticamente la mitad de los recursos aceptados mediante los cuales se forma ahora una gran empresa han sido considerados criminales en alguna comunidad del pasado, y podrían serlo en una comunidad del futuro.
GK hace dos comparaciones para los crímenes económicos: primero, ironiza con las novelas de detectives: ¿se pueden investigar los asesinatos y no los robos financieros? Segundo, considera conspiradores a los capitalistas, pues, aunque sean pocos, están alterando de hecho el orden social:
Yo hubiera juzgado todas estas conspiraciones como se juzga una conspiración para derrocar el Estado o matar al rey. […] No tendremos verdadero sentido cívico hasta que volvamos a darnos cuenta de que la conspiración de tres ciudadanos contra un ciudadano es un crimen, tanto como la conspiración de un ciudadano contra otros tres.
Con otras palabras, la propiedad privada debería estar protegida contra el crimen público, así como el orden público está protegido contra el juicio privado.
Pero la propiedad privada debería estar protegida contra cosas mucho mayores que ladrones y carteristas. Necesita protección contra las conspiraciones de toda una plutocracia.
Necesita defensa contra los ricos, que ahora son los gobernantes que deberían defenderla. Quizás no resulte difícil explicar por qué no la defienden.
Y una vez que ha dicho esto, plantea por qué la gente corriente no hace más cosas para frenar el capitalismo –de lo que da una amplia lista, que veremos otro día-. Chesterton propone dos explicaciones:
La primera, que nadie toma en serio, o ni siquiera piensa en tomar en serio, la idea de que ricos y pobres son iguales ante la ley, y por tanto, se les pueden poner cortapisas en defensa de los derechos de la pequeña propiedad: No pueden imaginar que el intento de acaparamiento o, a decir verdad, cualquier actividad de los ricos, caiga en el dominio del derecho criminal. La actual crisis económica ha despertado un interés por estas cuestiones en España, y hay varios casos de grandes empresas y bancos objeto de investigación judicial. Pero podemos apostar que cuando la crisis pase, y cierta prosperidad vuelva a nuestros bolsillos, nadie se acordará de los plutócratas. Y ésta es la segunda razón: la mayoría de la gente sigue sin hacer nada para cambiar las cosas en el capitalismo, porque está cómoda en este sistema.
Si para lograr justicia quisieran arriesgar la mitad de lo que ya han arriesgado para alcanzar la corrupción, si para hacer algo bello se afanaran la mitad de lo que se han afanado para que todo sea feo, si hubieran servido a su Dios como han servido a su rey cerdo y a su rey petróleo, el triunfo de toda nuestra democracia distributiva miraría al mundo como uno de sus llamativos anuncios y rascaría el cielo como una de sus extravagantes torres.
Estas palabras de Chesterton -que siempre defendió la sensatez de la gente corriente- resultan sorprendentes: jamás había leído en él semejante acusación de idolatría referida al público lector.