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Chesterton: Cristianismo y socialismo 5/5. La alegría del cristiano

Concluimos la serie sobre cristianismo y socialismo (, , y 4ª entradas) con la última de las virtudes que los diferencian, en opinión de Chesterton, en uno de los mejores textos proféticos de GK, en los que se ve al maestro diciéndonos qué hemos de hacer y enseñar a nuestros jóvenes:

El tercer mérito, que llamé alegría, es realmente el más importante de todos, y quizá podríamos establecer la comparación del modo siguiente: impresionará a muchas personas como cosa extraña que, en un tiempo en general tan optimista en sus creencias intelectuales como éste, en una época en que sólo una minoría no cree en el progreso social y una gran mayoría cree en una final perfección social, exista tal sentimiento de cansancio y hastío en un número considerable de jóvenes.
En nuestra opinión, esto se debe no a la falta de un ideal final, sino a la falta de un modo inmediato de trabajar por él; no de algo en qué esperar, sino de algo que hacer. Un ser humano no se satisface ni se satisfará nunca con que le digan que todo va bien; lo que le hace falta no es una predicción de lo que otra gente será dentro de centenares de años, para animarle, sino una nueva y emocionante prueba y tarea para sí, lo que indudablemente le animará.
Un caballero no se contenta con la afirmación de que su comandante trazó ya sus planes para asegurar la victoria: lo que el caballero quiere es una espada. Esta demanda de una tarea no es una mera bravata, es una parte eterna y natural del optimismo superior, tan arraigado como la prefiguración de lo perfecto.

Chesterton ha dado en el clavo: para transformar la sociedad hay que hacerlo de acuerdo a la forma primordial del ser del hombre, basada en la posesión de un ideal personal, y ese esfuerzo es esencialmente alegre. Ojalá supiéramos educar a nuestros jóvenes de esta manera y mantenerlo el ideal en los mayores.

Chesterton: Cristianismo y socialismo 4/5. La propia actividad o implicación personal

La entrada de hoy plantea la segunda diferencia entre entre las virtudes del cristianismo y el socialismo, tras la primera –la humildad-. En cierto modo, es una glosa de la crítica general al socialismo: el socialista espera el advenimiento de la utopía a través del Estado y en esa utópica espera, ya se vislumbra el pesimismo; el cristiano -por el contrario- lucha para cambiarse a sí mismo. Pero Chesterton lo dice mejor:

Con respecto al segundo mérito [del cristianismo], el de la actividad, poca duda cabe acerca de dónde se encuentra, entre el diseñador de utopías y el converso de la hermandad. El socialista moderno es un visionario, pero en esto se halla en el mismo terreno que la mitad de los grandes hombres del mundo y –hasta cierto punto- que el mismo cristiano primitivo, que se lanzaba hacia un ideal personal muy difícil de sostener.
El visionario, cuyos anhelos tienden a un ideal prácticamente imposible, no es inútil ni dañino, sino a menudo lo contrario. La persona a menudo inútil y siempre dañina es el visionario que sueña sabiendo o medio sabiendo que su ideal es imposible. El cristiano primitivo acaso se equivoca al creer que –entrando en la hermandad- en pocos años los hombres podían llegar a ser perfectos como lo era su Padre celestial, pero lo creía y obraba clara e indómitamente según su creencia: éste es el tipo del visionario superior.
Pero los insidiosos peligros de la visión –la ociosidad, la demora, el puro esteticismo mental- se presentan cuando uno se complace en la visión, como ocurre con nuestras concepciones socialistas, como si fuese un simple capricho o cuento de hadas, con la conciencia –confesada a medias- de que está fuera del alcance de la política práctica y no hay que preocuparse por su inmediato cumplimiento.
El visionario que cree en su propia frenética visión es siempre noble y útil; el visionario que no cree en su visión es el soñador, el ocioso, el utopista. Ésta es, pues, la segunda virtud moral de la escuela más vieja: una inmensa y directa sinceridad de acción, un limpiar de uno mismo –por los sudores del duro trabajo- todos esos sutiles y peligrosos instintos de la mera ética construcción de castillos en el aire que se han tejido -como ensalmos de un hada- alrededor de tantos hombres fuertes de nuestra propia época.

El próximo día concluiremos con la última diferencia chestertoniana entre cristianos y socialistas: la alegría.

Chesterton: Cristianismo y socialismo 3/5: La humildad en unos y otros

Magnífico huecograbado de E.C Ricart, realizado con ocasión de una de las estancias de GK en Cataluña. Recogido en 'Textos sobre G.K.Chesterton', Univ. Ramón Llull, 2005.

Huecograbado de Chesterton, por E.C. Ricart.

Había programado concluir hoy la serie sobre cristianismo y socialismo dedicada -como anunciaba el propio GK en su critica al socialismo (2ª entrada), tras mostrar las similitudes (1ª entrada)- a las tres virtudes que los diferencian. En el último momento he decidido ofrecer cada virtud en una entrada. Apenas tengo tiempo para comentarlas, pero me parecen tan ricas, que vale la pena leerlas una a una. Vamos con la primera, tomada del texto juvenil sólo recogido por Maisie Ward.

La humildad es una cosa grandiosa, emocionante. La exaltadora paradoja del cristianismo y la triste falta de ella en nuestra época es, a nuestro parecer, lo que realmente nos hace encontrar la vida aburrida –como un cínico- en vez de maravillosa –como un niño. Esto, sin embargo, no nos interesa en este momento.
Lo que nos interesa es el hecho desafortunado de que no hay personas en que falte más que entre los socialistas, sean o no cristianos. La protesta -aislada o dispersa- para un cambio completo en el orden social, el constante tocar de una sola cuerda, la contemplación necesariamente histérica de un régimen ya condenado y, sobre todo, el obsesionante murmullo pesimista de una posible desesperanza de vencer a las gigantescas fuerzas del éxito, todo ello, innegablemente, comunica al socialista moderno un tono excesivamente imperioso y amargo.
Y no podemos razonablemente censurar al público buscadinero por su impaciencia ante la monótona virulencia de hombres que lo vituperan constantemente porque no vive a lo comunista y que, después de todo, tampoco lo hacen ellos. De buen grado concedemos que estos últimos entusiastas creen imposible, en el estado presente de la sociedad, practicar su ideal. Pero este hecho, que abona su indisputable sinceridad, arroja una desafortunada indecisión y vaguedad sobre sus acusaciones contra otra gente que se halla en la misma posición.
Comparemos este tono arrogante y airado existente entre los modernos utopistas -que sólo pueden soñar con ‘la vida’- con el tono del cristiano primitivo que andaba atareado viviéndola: por lo que sabemos, los cristianos primitivos nunca consideraron asombroso que el mundo, tal como lo hallaban, fuese competitivo y falto de regeneración: al parecer creían -en su ignorancia precristiana- que no podía ser otra cosa, y todo su interés se concentraba en su propia conducta y la exhortación necesaria para convertirlo. Creían que no era ningún mérito suyo lo que les había permitido entrar en la vida antes que los romanos, sino simplemente el hecho de haber aparecido Cristo en Galilea y no en Roma. Por fin, nunca pareció que abrigaran dudas acerca de que la buena nueva convertiría al mundo con una rapidez y facilidad que no daba lugar a una severa condenación de las sociedades paganas.

Estas palabras son densas y hay que leerlas un par de veces para comprenderlas del todo. Sólo quiero insistir en un punto que enlaza con la entrada anterior: la humildad cristiana no espera la sociedad mejor, sino que directamente se pone a construirla, comenzando por un cambio en primera persona… que es lo que Chesterton echa en falta en sus amigos socialistas. Quizá muchos cristianos de hoy también han olvidado esa virtud de los primeros cristianos.

Chesterton: cristianismo y socialismo 2/5: la diferente actitud de los protagonistas

Estamos en condiciones de volver a retomar el breve estudio con el que Chesterton zanja la cuestión entre cristianismo y socialismo. Tras ver el origen común y el ideal compartido, el joven Chesterton en seguida advierte que las expectativas entre el socialista son completamente distintas de las del cristiano, como muestra en este agudísimo párrafo, que completaremos el próximo día, con las virtudes personales que definitivamente distinguen a un sistema de pensamiento de otro. Volvamos pues al famoso Cuaderno de notas:

Por mi parte, no puedo de ningún modo estar de acuerdo con los que no ven ninguna diferencia entre el socialismo cristiano y el moderno y tampoco me uno a los ataques de ciertos socialistas cristianos contra aquellas dignas personas de la clase media que no pueden ver la relación. No puedo dejar de pensar que, en cierto modo, estas personas están en lo cierto. Ningún hombre razonable puede leer el Sermón de la Montaña y pensar que su tono no es muy diferente del de la mayoría de las especulaciones colectivistas de nuestros días, y los filisteos sienten la diferencia aunque no saben expresarla distintamente. Hay una diferencia entre el programa socialista de Cristo y el de nuestro tiempo, una diferencia profunda, auténtica e importantísima, y es esta diferencia lo que deseo señalar.

Tomemos dos tipos paralelos, o mejor, el mismo tipo en los dos ambientes distintos. Tomemos al ‘joven rico’ de los Evangelios y coloquemos junto a él al joven rico de hoy, en el umbral del socialismo. Si siguiésemos las dificultades, teorías, dudas, resoluciones y conclusiones de cada uno de estos personajes, encontraríamos dos tendencias muy distintas de examen de conciencia a lo largo de las dos vidas. Y la esencia de la diferencia sería ésta: el socialista moderno dice: ‘¿Qué hará la sociedad?’, mientras que su prototipo, según leemos, dijo: ‘¿Qué haré yo?’. Adecuadamente considerada, esta última frase contiene toda la esencia del antiguo comunismo. El socialista moderno considera su teoría de regeneración como un deber de la sociedad hacia él, el cristiano primitivo la consideraba como un deber suyo hacia la sociedad; el socialista moderno se atarea trazando planes para llevarla a cabo, el cristiano primitivo se atareaba considerando si él la llevaría a cabo sobre la marcha; el ideal del socialismo moderno es una complicada utopía, hacia la cual, según espera, tenderá el mundo; el ideal del cristiano primitivo era un núcleo real que ‘vivía la nueva vida’, al que podría unirse si quería. De ahí la nota que suena constantemente en todo el Evangelio, de la importancia, dificultad y excitación de la ‘llamada’, el requerimiento individual y práctico hecho por Cristo a cada rico: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres.»

A nosotros nos viene el socialismo especulativamente, como una noble y optimista teoría de lo que podría ser remate del progreso; a Pedro, Santiago y Juan les vino en la práctica como una crisis de su propia vida cotidiana, como una agitada cuestión de conducta y de renuncia.

No convenimos, pues, en modo alguno con los que sostienen que el socialismo moderno es la exacta reproducción o cumplimiento del socialismo del cristianismo. Hallamos importante y profunda la diferencia, a pesar del terreno común de colectivismo altruista. El socialista moderno considera el comunismo como una remota panacea para la sociedad; el cristiano primitivo lo consideraba como una inmediata y difícil regeneración de sí mismo. El socialista moderno vitupera, o por lo menos censura, la sociedad, porque no lo adopta; el cristiano primitivo concentraba sus pensamientos en el problema de su propia buena o mala disposición a adoptarlo. Para el socialista moderno es una teoría; para el cristiano primitivo era una llamada. El socialismo moderno dice: «Elabora un sistema amplio, noble y práctico y somételo al intelecto progresista de la sociedad». El cristianismo primitivo dijo: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres.»

Esta distinción entre el modo social y personal de considerar el cambio tiene dos aspectos: el espiritual y el práctico a que vamos a referirnos. El aspecto espiritual, aunque de importancia menos directa y revolucionaria que el práctico, tiene sin embargo una significación filosófica profunda. A nosotros nos parece extraordinario que este aspecto cristiano del socialismo, el aspecto de la dificultad del sacrificio personal, y la paciencia, alegría y buen humor necesarios para una prolongada sumisión personal, sea tan constantemente pasado por alto. El mundo literario se ve inundado de viejos que ven visiones y jóvenes que sueñan sueños, con varias etapas de entusiasmo anticompetidor, con apocalipsis económicos, complicadas utopías y efímeros destinos de la humanidad. Y por lo que hayamos visto, en todo este torbellino de excitación teórica, no se dice una palabra de la intensa dificultad práctica de la llamada para eI individuo, la pesada cruz, sin recompensa, llevada por aquel que renuncia al mundo.

Seguramente, no se negará que no sólo será imposible el socialismo sin algún esfuerzo por parte de los individuos, sino que el socialismo, si se estableciera, quedaría rápidamente disuelto o, peor aún, enfermo, si los miembros individuales de la comunidad no hicieran un esfuerzo constante por hacer lo que, en el estado actual de la naturaleza humana, ha de significar un esfuerzo, por vivir la vida superior. Los meros regímenes de Estado no conseguirían y aún menos mantendrían un reinado del altruismo sin la alegre decisión -por parte de los miembros- de olvidar el egoísmo aun en pequeñas cosas, y Cristo proveyó a esta dificilísima y a la vez importantísima decisión personal, pero los teorizantes modernos no proveyeron de ningún modo. En realidad, algunos socialistas modernos creen que, para alcanzar la edad de oro, es necesario algo más que ingresos fijos y boletos para almacenes universales, y que las fuentes de todo mejoramiento real han de buscarse en el temperamento y el carácter humanos. Mr. William Morris, por ejemplo, en sus ‘Noticias de Ningún Sitio’, pinta un hermoso cuadro de un país regido por el Amor, y basa acertadamente el altruista compañerismo de su Estado ideal en un supuesto mejoramiento de la naturaleza humana. Pero él no nos dice cómo ha de efectuarse ese mejoramiento, mientras Cristo nos lo dijo. Del método de Cristo en esta cuestión hablaré después, al tratar del aspecto práctico; mi objeto ahora es comparar los efectos espirituales y emotivos de la llamada de Cristo con los de la visión de Mr. William Morris. Cuando comparamos las actitudes espirituales de dos pensadores –y vemos que uno está considerando si la historia social ha sido suficientemente un proceso de mejora para abonar la creencia de que culminará en altruismo universal, mientras el otro está considerando si ama bastante a los demás para presentarse el día siguiente en la plaza pública y distribuir todos sus bienes, excepto su báculo y su zurrón- no se negará la probabilidad de que éste último esté experimentando ciertas emociones profundas y agudas que serán completamente desconocidas para el primero. Y estas experiencias emotivas constituyen lo que entendemos por aspecto espiritual de la distinción. A tres características, por lo menos, provee el programa galileo: humildad, actividad, alegría, la verdadera triada de virtudes cristianas.

Cristianismo y socialismo según Chesterton, 1/5: las semejanzas y el origen común

Durante varios años, Chesterton participó en las actividades del socialismo fabiano, lo que le proporcionó un conocimiento del mismo de primera mano.

Durante varios años, Chesterton participó en las actividades del socialismo fabiano, lo que le proporcionó un conocimiento del mismo de primera mano.

Los contenidos del Cuaderno de notas de Chesterton -cuya única fuente disponible es la obra de Maisie Ward no contienen sólo poesía, como hemos visto, sino que nos ayudan a entender los avatares intelectuales y vitales del joven GK (Recordemos que recogen textos escritos con entre 20 y 24 años).

No sólo interesaba a GK el sentido de su vida, sino también -como es lógico- la organización de la sociedad. En el capitulo 6, Maisie Ward cita -sin referenciar- a Chesterton, que nos «dice que que se hizo socialista en esta época sólo porque era intolerable no ser socialista. Los socialistas parecían ser la única gente que veía las condiciones tal como eran y las encontraban insoportables. El socialismo cristiano parecía ser a primera vista, para todo el que admirase a Cristo, la forma obvia del socialismo y en un fragmento de este período, GK traza un paralelo entre el colectivismo moderno y el cristianismo primitivo»:

Los puntos en que el colectivismo cristiano y el socialista coinciden son simples y fundamentales. Sin embargo, como hay que proceder con cuidado en esta materia, podemos declarar estos puntos de semejanza bajo tres conceptos:

1º Ambos surgen de la hondura de una emoción, el sentimiento de compasión por el infortunio como tal. Éste es verdaderamente un punto importantísimo. El colectivismo no es una moda intelectual, aun en el caso de ser erróneo, sino una apasionada protesta y aspiración: surge como un secreto del corazón, un sueño de los sentimientos lastimados, mucho antes de que tome forma de propaganda concreta. Las filosofías intelectuales se alían con el éxito y predican la competencia, pero el corazón humano se alía con el infortunio y predica el comunismo.
2º Ambos encuentran la causa del mal estado de la sociedad en la ‘codicia’, el deseo competidor de acumular riqueza. Así, tanto en un caso como en el otro, la mera posesión de riquezas es en sí misma una ofensa contra el orden moral; la falta de ellas, en sí misma, una recomendación y una educación para la vida superior.
3º Ambos proponen remediar el mal de la competencia por un sistema de ‘llevarse recíprocamente las cargas’ en sentido literal, es decir, nivelar, acallar y reducir las propias probabilidades para aumentar las de los hermanos más débiles. La deseabilidad, dicen, de que un gran hombre o un hombre de talento adquiera fama es pequeña comparada con la deseabilidad de que un hombre débil y desgraciado adquiera pan. El hombre fuerte es un hombre y debería modificarse o adaptarse a las esperanzas de sus compañeros. El que quisiere ser el primero entre vosotros, sea el servidor de todos vosotros.

Estas son las tres fuentes de la pasión colectivista. No consideré necesario entrar en detallada prueba de la presencia de las tres en los Evangelios. Que la principal tendencia del carácter de Jesús era la compasión por los males humanos, que acusó no sólo la codicia sino la riqueza una y otra vez, y con un énfasis casi impaciente, y que insistió en que sus seguidores abandonasen los fines personales y compartiesen recursos y suerte totalmente, son cosas manifiestas, presentadas repetidamente y, en realidad, comúnmente aceptadas (Ward, p.73).

El joven Chesterton advierte por qué el socialismo nació en el occidente cristiano, pero -sobre un proyecto inicialmente similar- también será capaz de advertir las diferentes actitudes que cada forma de ver el mundo fomenta, como veremos en las dos próximas entradas.

Antropología de Chesterton, 5: Incluir a todos los hombres, también a los ‘respetables’

Seguimos comentando los seis puntos de Por qué soy católico, que constituyen una visión de la antropología de Chesterton. Hoy vamos con la 5ª frase. Las anteriores pueden verse aquí (pasión por la verdad, la igualdad humana, la liberación de ser hijo del tiempo, la firmeza en la posesión de la verdad):

5. Es el único cristianismo que verdaderamente incluye a todo tipo de hombre, incluso al hombre respetable.

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En el texto de hoy, Chesterton lanza cuchillos a los árboles, a imitación de los personajes de Stevenson. Imagen libre de 123rf.com

A la mayoría de las personas nos gusta pensar que estamos en lo correcto –al menos en lo más importante-, que nuestros criterios son los sanos y por tanto –aun a pesar de nuestras limitaciones y defectos- constituimos una base sobre la que la sociedad puede constituirse y funcionar. Y puede que eso sea realmente así, pero el resultado es la tendencia considerarnos ‘bienpensantes’, es decir, ciudadanos respetables, cumplidores y responsables. Como se dice hoy, ‘buena gente’.

Chesterton ironizaba continuamente sobre esa gente ‘respetable’, especialmente sobre la que goza del reconocimiento social en base a riqueza, sabiduría, posición social o inteligencia: nadie –salvo el hombre corriente- quedaba libre de sus simpáticas ironías. Eran realmente ironías para hacernos pensar, porque de hecho tenía amigos entre todos los grupos sociales. En uno de sus más sensatos ensayos –Dos policías y una moraleja, en Enormes minucias, n.27, que esperamos publicar pronto en el CB- comienza con la historia de dos policías que intentan detenerlo mientras se entretiene lanzando un cuchillo a los árboles del bosque, esa técnica tan útil con la que se asesinan unos a otros en la novelas de Stevenson. Los policías interrogan a Chesterton, que lógicamente explica sus argumentos y se defiende, con escaso éxito… hasta que dice a los policías que se halla alojado en casa del magnate local. Y en ese momento la cosa cambia: Me dejaron marchar porque demostré que estaba invitado en casa de una familia conocida. La conclusión está penosamente clara: o bien no es una prueba de delito lanzar un cuchillo en un bosque solitario o por el contrario es una prueba de inocencia conocer a un hombre rico.

Chesterton reflexiona aplicando sus argumentos al mundo inglés –que era lo que mejor conocía y lógicamente más le interesaba, pero en seguida nos daremos cuenta de que pueden aplicarse a cualquier país- y critica el hábito de respetar a los caballeros. El esnobismo tiene, como la bebida, una especie de noble poesía. Y también una cualidad peculiar y diabólica que está muy extendida entre la gente amable que nos abre su corazón y sus casas. Ése es el gran vicio inglés y deberíamos temerlo más que a la viruela. Si un hombre desea oír lo peor y más malvado de Inglaterra resumido de manera informal, no lo encontrará en ningún obsceno juramento o discusión entre maleantes. […] El poder de la riqueza en su forma más vil aumenta en el mundo moderno. Un pueblo muy bueno y justo, sin esta tentación, tal vez podría no necesitar crear normas y sistemas para protegerse contra el poder de nuestros grandes financieros. Porque un pueblo muy justo les habría fusilado hace mucho tiempo, por mera buena fe.

Este ensayo está incluido en la selección Correr tras el propio sombrero (y otros ensayos), publicada por Acantilado, 2005, traducción de Miguel Temprano, pp.624-628, de donde se han tomado los fragmentos. El último bloque de artículos –al que pertenece éste- se llama ‘El culto a los ricos’, y ofrece un elenco de textos semejantes, donde avaros, filántropos, funcionarios, políticos y otros seres respetables por el estilo son ironizados de igual manera.

Y ahora viene la paradoja: la gente respeta a estas personas por lo que tienen, no por lo que son; Chesterton se ríe justificadamente de lo que son y de lo que tienen. Pero por fin, en la frase de hoy, encontramos a un Chesterton que se admira del Dios de los católicos que –a diferencia de los protestantes, tan preocupados la decencia y las apariencias- es capaz de entrar en el fondo del corazón de todos los hombres -también de los ‘respetables’- y concederles –si lo merecen- un puesto en el Reino de los cielos. Eso sí que es asombroso.

¿Sabías cómo Tomás de Aquino desafió a toda la aristocracia de su tiempo? Chesterton narra su desconocida historia

Seguimos con la biografía de Sto. Tomás, sobre la que ya hemos hecho alguna entrada. Como siempre, GK es magistral en la contextualización de los acontecimientos, hasta el punto –y esto podría extenderse como un principio de su método intelectual- que no se pueden separar los personajes concretos que estudia de los tiempos en los que viven: me atrevería a asegurar que para Chesterton los tiempos son tan protagonistas como los individuos, y forma parte de su don especial mostrarnos cómo encajan.

Tomás puro ser Abad de Montecassino -reconstruida tras los bombardeos de la II Guerra mundial- pero prefirió ser dominico. Taringa.net

Tomás pudo ser Abad de Montecassino -reconstruida tras los bombardeos de la II Guerra mundial- pero prefirió ser un sencillo fraile dominico. Taringa.net

Tomás de Aquino era pariente de Federico II Hohenstaufen (1194-1250), Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, es decir, pertenecía a la aristocracia de la Europa de su tiempo. Una Europa que todavía recibía el nombre de Cristiandad, y en la que las contradicciones eran tan frecuentes que nuestra mente moderna y lineal ha optado por simplificar en símbolo del oscurantismo (que siempre va seguido de la palabra… medieval, claro), olvidando todas las luces que brillaron, algunas con tanta intensidad que todavía iluminan hoy:

Tomás de Aquino, de una manera extraña y algo simbólica, surgió justo en el centro del mundo civilizado de su tiempo, en el nudo central de las potencias que entonces controlaban la Cristiandad. […] Nació en la púrpura, casi literalmente en la cenefa de la púrpura imperial, porque el Sacro Emperador Romano era primo suyo. Habría podido blasonar su escudo con la mitad de los reinos de Europa, si no hubiera tirado el escudo a la basura. Era italiano, francés, alemán y europeo, en todos los sentidos. […] Pero conviene recordar que vivió en la Era Internacional en un mundo que era internacional en un sentido del que ningún libro moderno, ningún hombre moderno, pueden dar idea (02-01 y 02).

En el cap.2º, El abad fugitivo, GK nos muestra la familia de Tomás –dispuesta a secundar los deseos del Emperador- arrasando la abadía benedictina de Montecassino, por haberse mostrado ‘demasiado’ próxima al Papa, como por otra parte, era lógico. Pero una época tan compleja no veía extraño que Tomás, el benjamín del conde Landulfo de Aquino, que había expresado su deseo de dedicarse al servicio de Dios, fuera a su vez propuesto poco después –como noble que era- para ser abad del propio Montecassino. Y entonces descubrimos la fuerza de voluntad del joven Tomás:

En la medida en que podemos seguir unos hechos algo oscuros y controvertidos, parece que el joven Tomás de Aquino se presentó un buen día en el castillo de su padre y anunció con gran calma haberse hecho fraile mendicante de la nueva orden fundada por el español Domingo. Fue como si el primogénito del señor se presentara en su casa y alegremente informara a la familia de haberse casado con una gitana; como si el heredero de una casa ducal tory declarase que al día siguiente se iba a la ‘marcha del hambre’ organizada por presuntos comunistas.
Gracias a esta circunstancia –como ya se ha señalado- podemos calibrar bastante bien el abismo que separa el monacato antiguo del nuevo, y el terremoto que fue la revolución dominicana y franciscana. Había parecido que Tomás quería ser monje: silenciosamente se le abrieron las puertas, y se allanaron las largas avenidas de la abadía, se tendió hasta la alfombra –por así decirlo- para conducirle hasta el trono de abad mitrado. Pero dijo que quería ser fraile y la familia se le echó encima como una manada de fieras: sus hermanos le persiguieron por los caminos, quisieron arrancarle el hábito de los hombros, y finalmente le encerraron en un torreón como a un lunático.

No es fácil rastrear el curso de esta furiosa disputa familiar, y cómo pudo finalmente pasar contra la tenacidad del joven fraile. Según algunos relatos, la desaprobación de su madre duró poco, y ella se puso de su lado; pero no sólo sus parientes se enzarzaron. Podríamos decir que la clase central gobernante de Europa, compuesta en parte por su familia, se alborotó a cuenta del deplorable muchacho. Hasta se le pidió al Papa que interviniera con tacto y, en determinado momento se propuso que se le permitiera a Tomás vestir el hábito dominicano, siempre que actuara como abad de la abadía benedictina. Para muchos habría sido un prudente compromiso, pero a la estrecha mente medieval de Tomás de Aquino no le gustó nada. Insistió tajantemente en que quería ser dominico en la Orden Dominicana y no en un baile de disfraces, y la diplomática propuesta se abandonó.

Tomás de Aquino quería ser fraile. Fue un hecho escandaloso para sus contemporáneos, y aún para nosotros no deja de ser un hecho enigmático. Ese deseo, limitado literal y estrictamente a esa declaración, fue la única cosa práctica a la que su voluntad se aferró con diamantina obstinación hasta su muerte. No quería ser abad, no quería ser monje, no quería ser ni siquiera prior ni cabeza de su confraternidad, no quería ser fraile eminente ni importante: quería ser fraile. Es como si Napoleón se hubiera empeñado en ser soldado raso toda su vida.
Algo había dentro de aquel caballero corpulento, tranquilo, cultivado y bastante académico, que no se sentiría satisfecho hasta verse declarado y certificado mendicante por proclamación autorizada y pronunciamiento oficial irreversible. El caso era tanto más interesante porque –aunque cumpliera con su deber centuplicado- no tenía nada de mendicante ni era probable que fuera un buen mendicante. De suyo no había en su manera de ser nada de vagabundo, como en sus grandes precursores: ni había nacido con algo de ministril errante como San Francisco, ni con algo de misionero andariego como Santo Domingo.
Pero insistió en someterse a ordenanzas militares para hacer aquellas cosas al dictado de otros, llegada la ocasión. Se le puede comparar con algunos de los aristócratas más magnánimos que se han alistado en ejércitos revolucionarios, o con algunos de los mejores poetas y eruditos que se ofrecieron voluntarios como soldados rasos en la Gran Guerra.
Algo del coraje y la congruencia de Domingo y Francisco había apelado a su profundo sentido de la justicia y –aunque siguiera siendo una persona muy razonable y hasta diplomática- jamás permitió que nada quebrantase la férrea inmutabilidad de aquella única decisión de su juventud, ni se dejó apartar de su alta y encumbrada ambición de ocupar el lugar más bajo
(02, 12-14).

140 cumpleaños de Chesterton, un hombre necesario

Iglesia de St. George, en Kensington, donde Chesterton fue bautizado

Iglesia de St. George, en Kensington, donde Chesterton fue bautizado. Fotografía de Martin James. Flickr.com

Mañana, 29 de mayo, se cumplen 140 años del nacimiento en Londres de Gilbert Keith Chesterton, el autor al que está dedicado este blog. He sido invitado, a través de Twitter, a la 4ª ruta o ‘peregrinación’ anual que se viene haciendo en verano, visitando algunos lugares emblemáticos de su vida: se empieza en el templo anglicano de St. George en Kensington, donde GK fue bautizado, y se concluye en Beaconsfield, junto a su tumba. Es una buena caminata, 27 millas. No podré asistir este año -y no por falta de ganas- pero desde aquí animamos a todos a realizar esa experiencia, el día 30 de julio: incluso daríamos la oportunidad de contarla en el Chestertonblog.

Los organizadores de este evento lo denominan ‘pilgrimage’, literalmente peregrinación. Yo no sé si Chesterton es santo o no en el sentido que le da la Iglesia católica: el tiempo y los expertos lo dirán. Estoy convencido que GK fue un hombre extraordinario, de fe y de virtudes, y de un intelecto prodigioso, no simplemente un periodista más, no un escritor al uso más. Mi propia experiencia pasa por salir de un bache intelectual y anímico gracias a sus obras, al sano optimismo que destilan, que hace que los problemas adquieran su verdadera dimensión, y sepamos que el bien triunfa, no porque ‘tenga que ser así’ -como ‘creen’ sin base algunos modernos progresistas- sino porque el Espíritu, que nos ha creado, cuida de nosotros.

Decía que no sé si GK es santo o no, pero sí sé que fue algo más que ‘buena gente’, expresión usual que apenas distingue al héroe del que simplemente no es mala persona. GK fue un personaje extraordinario, porque luchó toda su vida (utilizando la conocida expresión de Bertold Brech) por difundir su ideal, arriesgando la salud y la hacienda, yendo contra corriente en empresas culturales que le sobrepasaban, pero comprendía que eran necesarias.

Hoy podría buscar citas de muchos autores, pero me voy a quedar con una del propio GK, y que conste que probablemente no le gustaría verla aplicada a él mismo. Si algo sabemos los chestertonianos es que afirmaba de otros determinadas cualidades que los lectores reconocemos como características de él mismo, empezando por la genial y paternal figura de Domingo (en El hombre que fue Jueves). El texto en cuestión se encuentra en Santo Tomás de Aquino:

El santo es medicina porque es antídoto. Por eso el santo es mártir con frecuencia: equivocadamente se le considera veneno porque es antídoto. Generalmente se le encuentra devolviendo la salud al mundo por el procedimiento de exagerar lo que el mundo desprecia, que no es siempre el mismo elemento en todas las épocas. Cada generación busca a su santo por instinto, que no es lo que la gente quiere, sino lo que la gente necesita.
Sin duda consiste en esto el significado muy mal interpretado de aquellas palabras dichas a los primeros santos: “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mt, 5, 13) que movieron al ex Káiser a declarar con toda solemnidad que sus carnosos alemanes eran la sal de la tierra. Con eso, tan sólo decía que eran lo más carnoso de la tierra, y por lo tanto lo mejor.
Pero si la sal sazona y conserva la carne, no es porque se parezca a la carne, sino porque no se le parece en nada. Cristo no dijo a sus apóstoles que ellos fueran sólo personas excelentes, o las únicas personas excelentes, sino que fueran personas excepcionales, personas permanentemente incongruentes e incompatibles. Este pasaje sobre la sal de la tierra es verdaderamente tan fuerte y mordiente y picante como el sabor de la sal. Por ser personas excepcionales, no deben perder su calidad excepcional. “Si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará?” es una pregunta mucho más aguda que todas las lamentaciones por el precio de la mejor carne (cap.1-05).

Se puede ser creyente o no, pero cualquiera en su sano juicio entiende que personas así son necesarias, porque realizan una importante función social. Y GK, con toda su simpatía, distingue en el texto dos cualidades distintas:
-ser personas excepcionales: somos muchos -y de todas las tendencias- los que estamos convencidos de que GK verdaderamente lo fue.
exagerar lo que el mundo desprecia […] que no es lo que la gente quiere, sino lo que la gente necesita: aplicado a GK, voy a señalar dos rasgos que hoy hacen mucha falta. En primer lugar, la sensatez o sentido común, es decir, el equilibrio entre lo emocional, lo material –su capacidad de disfrute está ampliamente acreditada- y lo racional –pocos razonan tan sensatamente-. En segundo lugar, quiero destacar que su búsqueda de la verdad y defensa de su ideal va siempre acompañada por el respeto al contrincante, irónico pero sin cinismo, consecuencia de su caridad, su buen humor y una alegría que tenía sus raíces más profundas en el conocimiento de su pequeñez (menuda paradoja) y el agradecimiento por el don común de la vida.

Chesterton: La filosofía es para el hombre corriente, 2: rastrear el origen del propio pensamiento

La primera parte del ensayo El restablecimiento de la filosofía se dedica a considerar las consecuencias sociales de la ausencia de filosofía, es decir, el favorecimiento de los más ricos y poderosos, puesto que se carece de argumentación sólida para ponerles freno.

Para GK -frente al cientifismo materialista- la filosofía sienta las bases para una adecuada comprensión del mundo y del ser humano

Para Chesterton, la filosofía sienta las bases para una adecuada comprensión del mundo y el hombre, frente al cientifismo materialista.

La segunda parte del argumento (párrafos 05-10) es algo más complicada. El punto de partida es que todo lo que tenemos ha sido pensado por alguien, seamos conscientes o no: El hombre siempre sufre la influencia de alguna clase de pensamientos, los propios o los de algún otro; los de alguien en quien confía o los de alguien de quien nunca oyó hablar; pensados de primera, segunda o tercera mano; pensados a partir de desacreditadas leyendas o de rumores no verificados; pero siempre algo con la sombra de un sistema de valores y una razón para su preferencia (05).

Es lo que se llama cultura o civilización, y actúa como filtro para considerar las realidades que nos rodean. Sin embargo, las corrientes filosóficas subyacentes son raramente examinadas por los hombres corrientes, que prefieren llamarse librepensadores o modernos, cuando en realidad utilizan ese pensamiento subyacente sin capacidad crítica. GK ha nuevamente en esta segunda parte –como antes lo hizo en la primera con las ideas del hombre práctico (ver original)- un análisis de la filosofía dominante, que viene a decir que todo es una repetición mecánica de causas y consecuencias inmediatas, sin dejar espacio a una voluntad superior, creadora de ese juego de causas y consecuencias –y por tanto que pueda alterarlo ocasionalmente, como sería el caso de los milagros.

Éstas son las tesis principales de Chesterton en el ensayo:
-Nadie trata de llegar al fondo, de la cuestión, la moda se impone sin verdadero espíritu crítico: Lo que realmente le ocurre al hombre moderno es que no conoce siquiera su propia filosofía, sino sólo su propia fraseología (09). Eso lo sabe GK por experiencia, porque se atrevió a enfrentarse a la cultura dominante en su tiempo, como mostró en Herejes y en Ortodoxia.
-Pensar en términos de una voluntad superior o un espíritu creador no es menos inteligente, porque la explicación de los hechos naturales no agota la explicación de la realidad, por más que los materialistas se empeñen. Hay muchas posturas que no son materialistas y no son menos inteligentes:

No es una negación de inteligencia sostener un concepto coherente y lógico en un mundo tan misterioso: No es una negación de inteligencia creer que toda experiencia es un sueño. No es signo de falta de inteligencia creer que es una ilusión, como creen ciertos budistas; y mucho menos creer que es un producto de una voluntad creadora, tal como creen los cristianos (10).

La clave está en comprender la naturaleza de los hechos: pero esta ‘naturaleza’ no es un concepto físico, sino metafísico, es decir, está más allá de lo que piensa la ciencia, y precisa la filosofía. En realidad esto está aceptado implícitamente por nuestra cultura: sabemos que los humanos somos átomos y materia, pero también que somos algo más que átomos y materia, lo que nos confiere una especial dignidad: es la base de los derechos humanos, y no se deduce de la ciencia, sino de la filosofía.

La conclusión del artículo es una magnífica chestertonada, poniendo de relieve otro mito de nuestro tiempo: Siempre nos dicen que los hombres ya no deberían estar divididos de un modo tan abrupto por sus distintas religiones. Como paso inmediato en el progreso, es mucho más urgente que estén divididos más clara y abruptamente por distintas filosofías (10).

Chesterton: La filosofía es para el hombre corriente, 1: el ejemplo de ‘Margin call’

Hemos publicado en el Chestertonblog El resurgir de la filosofía. ¿Por qué?, un breve pero denso ensayo que merece la pena ser analizado con más detalle. Remito al texto –aquí en su versión bilingüe anotada-.

Para empezar, hay que reseñar una importante paradoja en Chesterton, y es que el interés filosófico de GK no es el interés académico de los temas que estudian habitualmente los filósofos. Por ejemplo, desde Kant, la cuestión de las ‘condiciones de posibilidad’ ha sido una constante, que llevó a estudiar durante el siglo XX las implicaciones estudio del lenguaje y la lógica –como Wittgenstein y algunos filósofos postmodernos, como Derrida o Vattimo-. Esta ‘filosofía’ –con ser necesaria- no es la importante para GK, puesto no resulta relevante para la vida cotidiana. Pero ¡ojo, mucho cuidado! Porque podemos caer en la misma trampa de la que nos avisa Chesterton: como la filosofía es algo teórico, nos invita a dirigirnos al sentido práctico. Pero olvidarnos de ella tiene graves repercusiones, como muestra en la primera parte del artículo:

Sin duda aparecerá un hombre práctico, uno de la interminable sucesión de hombres prácticos; y sin duda vendrá y sacará unos cuantos millones para él mismo y dejará el lío más embarullado que antes; como ha hecho anteriormente cada uno de los demás hombres prácticos (03).

Así, Chesterton habla de la necesidad de un ‘rey’ que sea ‘filósofo’, porque sabrá distinguir los asuntos de los que trata. A la gente no le gusta mucho la idea del rey –hoy se entiende esto muy bien en España- pero, guiados por el ‘pragmatismo’ de los ‘hombres prácticos’, aceptarán sus ideas y éstas gobernarán su vida, puesto que carecen de una filosofía que les guíe:

La República Romana y todos sus ciudadanos tuvieron hasta el final horror a la palabra ‘rey’. En consecuencia, inventaron y nos impusieron la palabra ‘emperador’. Los grandes republicanos que fundaron América también tenían horror a la palabra ‘rey’, que por tanto reapareció con el especial matiz de Rey del Acero, Rey del Petróleo, Rey del Puerco y otros monarcas similares, hechos de materiales similares.
La labor del filósofo no es necesariamente condenar la innovación o negar el distingo. Pero tiene el deber de preguntarse qué es exactamente lo que hay en la palabra ‘rey’ que le disgusta a él o a otros. […] Pero, de todos modos, tendrá la costumbre de examinar el asunto por el pensamiento, por la idea de lo que le gusta o le disgusta; y no sólo por el modo como suena una sílaba o como lucen tres letras que comienzan con una ‘R’
(04).

¿Qué pasa cuando no hay un análisis filosófico de la realidad o no está bien hecho, se pregunta GK? Pues exactamente lo que tenemos hoy (en general en el mundo moderno y en particular en esta crisis de 2008-2014), descrito con irónica maestría hace 80 años:

Algunos temen que la filosofía los aburra o los aturda, porque creen que no sólo es una retahíla de palabras largas, sino una maraña de ideas complicadas. A esas personas se les escapa el aspecto más importante de la moderna situación. Esos son exactamente los males que todavía perduran, principalmente por falta de una filosofía.
Los políticos y los periódicos siempre están usando palabras largas. No es un completo consuelo que las usen mal. Las relaciones políticas y sociales se han complicado más allá de toda esperanza. Son mucho más complicadas que cualquier página de metafísica medieval; la única diferencia está en que los hombres de la Edad Media podían desenredar la maraña y seguir las complicaciones; y los modernos no pueden.
En nuestros días las cosas más prácticas, como las finanzas y la política, son terriblemente complicadas. Nos contentamos con tolerarlas porque nos contentamos con comprenderlas mal, no con entenderlas
(01).

Es lo que describe la película ‘Margin call’ (2011, J.C. Chandor, protagonizada por Kevin Spacey y Jeremy Irons), que narra 24 horas en la vida de una empresa en el momento en que los expertos han comprendido las consecuencias desastrosas de las desastrosas prácticas financieras que llevan años realizando. Alguien había dado la voz de alerta un año antes, pero ninguno quiso atenderlo; de hecho, es despedido. En un  momento determinado, el ‘Gran Jefe’ pide al experto que le explique las cosas en lenguaje llano, porque él no entiende nada de tecnicismos: él cobra por dedicarse a oler por dónde van las cosas… y en ese momento ‘no huele nada’.

Chesterton sentencia con sensatez: El mundo de los negocios necesita de la metafísica… para que lo simplifique. No en vano se ha dicho mucho que esta crisis económica está vinculada a la confianza… una confianza abstracta en que el sistema funcionaba por sí sólo. Dan ganas de concluir este primer análisis rogando a Dios que nos libre de los hombres prácticos.

Esta entrada está dedicada a mi gran amigo filósofo José Escandell.