Archivo mensual: noviembre 2013

El cochero extraordinario, y 3: estilo, método y filosofía de GK

El relato de El cochero extraordinario no se va de mi cabeza: de cómo el despiste de un cochero puede hacer sacudir los cimientos del mundo saca GK un conjunto de reflexiones, que -consciente de mi reiteración- enumero a continuación, pues deseo profundizar en voz alta en la manera de trabajar de Chesterton.

Está claro que es su modo de expresar su filosofía, la filosofía. No es exactamente el de Platón y Sócrates… pero tiene un aire, quizá interrumpido o demasiado adornado por los elementos poéticos y narrativos. Pero en este ensayo-relato ha debido quedar claro que estamos hechos para tener respuestas, pues la actitud de búsqueda es temporal, mientras encontramos el camino de la verdad a través de la realidad de las cosas, que nos conduce a algunas conclusiones. Si no llegamos a cerrar la boca sobre algo sólido, estaríamos perdiendo el tiempo:

-Es contradictorio decir que es intelectualmente imposible tener certidumbre.
-El problema de los escépticos parece ser el futuro, pero la verdadera cuestión mira al pasado: ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa?. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una imagen? Esta reflexión es brillante, no sólo plantea el problema del tiempo vivido, sino que se introduce en cuestiones de teoría del conocimiento y psicología.
-La solución está en tanto en la voluntad –no quiero ser un lunático– como en la experiencia –le repetí que en realidad le había alquilado en la esquina de Leicester Square-. Esto es una interpelación para todos: ¿qué camino queremos elegir? ¿sabemos de verdad qué caminos hay ante nosotros?

No creo que con estas reflexiones consiga hacer que GK entre en la academia como tal filósofo; Tan sólo quiero conseguir mi viejo objetivo: descubrir y aprender el método de GK: ver en cada momento la enorme repercusión de la minucia que tengo delante, y mostrarla a otras personas.

Otra cosa es que no he querido utilizar la clásica expresión de fondo y forma, sino método, estilo y filosofía. Quizá es una metodología provisional de trabajo, pero nos permite distinguir:

  • Cómo funciona su mente.
  • Qué ideas tiene.
  • La manera que tiene de exponerlas.

El cochero extraordinario, 2

Nos quedamos el otro día con la boca cerrada, tras apresar un buen filete de metafísica chestertoniana, y tras el almuerzo con los mejores amigos de Chesterton, en una discusión sobre la posibilidad o no de la existencia de certezas, sobre todo, con la paradójica certeza de la inexistencia de certezas. Nos preparábamos así para encontrarnos con El cochero extraordinario, cuyo texto completo –incluyendo la versión inglesa- puede encontrarse en la página Textos de GK. Continuamos por tanto, con el texto (Enormes minucias, cap.V):

Bueno, pues cuando la discusión llegó a su término, o por lo menos cuando la dimos por terminada (porque terminar no terminaría nunca), salí a la calle con uno de mis compañeros, que en la confusión y relativa demencia de unas elecciones generales había, no se sabía cómo, resultado elegido miembro del Parlamento, y fui con él en un cab desde la esquina de Leicester Square hasta la entrada reservada a los miembros de la Cámara de los Comunes, donde la policía me recibió con tolerancia perfectamente desacostumbrada. Si el policía supuso que mi amigo era mi loquero, o si supuso que era yo el loquero de mi amigo, es una discusión entre nosotros que dura todavía.

Es indispensable guardar en esta narración la más extremada exactitud en los detalles. Después de dejar a mi amigo en la Cámara, continué en el cab unos cuantos cientos de yardas hasta una oficina en Victoria Street, donde tenía que hacer una visita. Luego salí y ofrecí al cochero una cantidad mayor de la correspondiente según tarifa. La miró, pero no con hosca duda y general disposición de comprobar si estaba bien, que no es cosa inaudita entre cocheros normales. Pero aquel no era un cochero normal, quizá no era ni siquiera un cochero humano. Miró las monedas con asombro apagado e infantil, con toda evidencia auténtico.

—¿Se da cuenta, señor –dijo–, de que solamente me da un chelín y ocho peniques?
Manifesté, no sin cierta sorpresa, que sí, que lo sabía.
—¿Y no sabe, señor –dijo del modo más amable, razonable, suplicante–, no sabe que esa no es la tarifa desde Euston?
—¿Euston? –repetí vagamente, porque la palabra me sonaba en aquel momento como me hubiera sonado ‘China’ o ‘Arabia’–. ¿Qué diablos tiene que ver aquí Euston?
—Usted tomó el coche precisamente a la salida de la estación de Euston –empezó el hombre a decir con precisión asombrosa–, y luego usted me dijo…
—Pero, ¡por el Tártaro tenebroso!, ¿qué está usted diciendo? –dije con cristiana paciencia–. Yo tomé el coche en la esquina sudeste de Leicester Square.
—¿Leicester Square? –exclamó, perdiéndose en una catarata de desprecio–; ¡si no hemos estado en todo el día cerca de Leicester Square! Usted tomó el coche a la salida de la estación de Euston y me dijo…
—¿Está usted loco, o lo estoy yo? –pregunté con científica calma.

Miré al cochero. Ningún otro, habitualmente falto de honradez, hubiera pensado en intentar una mentira tan sólida, tan colosal, tan original. Y aquel hombre no era un cochero falto de honradez. Si alguna vez un rostro humano fue tranquilo y sencillo y humilde, y tuvo grandes ojos azules protuberantes como los de una rana; si alguna vez (para no hacerme pesado) un rostro humano fue cuanto un rostro humano debe ser, ese era el rostro de aquel quejoso y respetuoso cochero. Miré arriba y abajo de la calle, parecía estar cayendo sobre ella un crepúsculo anormalmente oscuro. Y durante un instante, la añeja pesadilla del escéptico tocó con sus dedos mis nervios más sensibles. ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa? ¡Hay que ver los surcos monótonos en que se eternizan los escépticos que andan preguntando si tenemos una vida futura…! La cuestión realmente emocionante para el auténtico escepticismo es si tenemos una vida pasada. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una imagen? La oscuridad se acentuaba. El cochero me dio tranquilamente los más complicados detalles de los ademanes, las palabras, el complejo pero consistente conjunto de actos que habían sido los míos desde aquella memorable ocasión en que yo alquilé el coche a la salida de la estación de Euston. ¿Cómo podría yo saber (dirían mis amigos escépticos) que yo no le había alquilado a la salida de Euston? Yo me aferraba con firmeza a mi aseveración; él estaba igualmente firme aferrado a la suya. Era palmariamente tan honrado como yo y miembro, además, de una profesión mucho más respetable. En aquel momento el universo y las estrellas se separaron el grueso de un cabello de su equilibrio y los cimientos de la tierra se conmovieron. Pero por la misma razón que creo en beber vino, por la misma razón que creo en el libre albedrío, por la misma razón que creo en el carácter fijo de la virtud, razón que no puede expresarse sino diciendo que no quiero ser un lunático, continué creyendo que aquel honrado cochero se equivocaba; y le repetí que en realidad le había alquilado en la esquina de Leicester Square. Él comenzó con la misma evidente y ponderada sinceridad:

—Usted alquiló el coche en la salida de la estación de Euston, y dijo usted…
En aquel momento se produjo en sus facciones una especie de temerosa transfiguración de vívido asombro, como si le hubieran encendido por dentro como una lámpara.
—Hombre, le pido perdón, señor —dijo—. Le pido perdón. Le pido perdón. Usted alquiló el coche en Leicester Square. Ahora me acuerdo. Le pido perdón.

Y sin más, aquel asombroso cochero hizo sonar su látigo con un agudo chasquido y el coche arrancó. Todo lo transcrito es estrictamente verdad, lo juro ante el estandarte de San Jorge.

* * *

Dirigí la mirada hacia el extraño cochero mientras iba desapareciendo a lo lejos entre la niebla. No sé si estuve en lo cierto al imaginar que, a pesar de lo honrado de su cara, había algo ultraterreno y demoníaco en él visto de espaldas. Quizás había sido enviado para tentarme y apartarme de mi adhesión a aquellos sensatos principios, a aquella certidumbre que había yo defendido poco antes. En todo caso me produce satisfacción recordar que mi sentido de la realidad, aunque titubeó por un instante, había permanecido enhiesto.

Spoiler-Destripe, para los que les gusta analizar y releer las cosas de GK:

-Lo mejor de estos párrafos es que es la narración de una situación, que nos desconcierta –como tantas otras situaciones de GK- hasta que llegamos al final, y entendemos dónde -y sobre todo, cómo– nos quería conducir Chesterton.
-Aparecen las típicas digresiones de GK, como los comentarios sobre el amigo parlamentario y el loquero.
-Y está el diálogo con el cochero mismo, del que varias veces se plantean dudas sobre su naturaleza, un hálito de misterio: Pero aquel no era un cochero normal, quizá no era ni siquiera un cochero humano.
-Poesía y filosofía aparecen entremezcladas (con frase lapidaria incluida, a la que quito la cursiva): Miré arriba y abajo de la calle, parecía estar cayendo sobre ella un crepúsculo anormalmente oscuro. Y durante un instante, la añeja pesadilla del escéptico tocó con sus dedos mis nervios más sensibles. ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa? ¡Hay que ver los surcos monótonos en que se eternizan los escépticos que andan preguntando si tenemos una vida futura…! La cuestión realmente emocionante para el auténtico escepticismo es si tenemos una vida pasada. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una pintura? La oscuridad se acentuaba.
-Vuelve el meollo del problema: primero en el restaurante, ahora en mitad de la calle, hablando con un hombre de la calle: ¿podemos estar seguros de algo? Chesterton quiere -hay un acto de voluntad- aferrarse a la tradición de la filosofía realista: porque lo ha vivido, porque sus sentidos no le engañan –en contra de la tradición racionalista e idealista, desde Descartes a hoy, pasando por Kant-.
-Pero la duda que GK siente se expresa de modo terrible, hiperbólico, muy de su estilo: En aquel momento, el universo y las estrellas se separaron de su equilibrio el grueso de un cabello y los cimientos de la tierra se conmovieron. ¿No es eso lo que se sentimos cuando un gran problema de cualquier índole nos agobia? La sensibilidad de GK le hace comprender todo lo que está en juego.
-Chesterton se mantiene firme en su postura (y sólo cuando escribo esto -pues antes me pasó desapercibido- comprendo la importancia de la actitud de firmeza, que permite al cochero caer en la cuenta de que estaba en el error: es la actitud que Chesterton sostendría toda su vida, sirviendo de apoyo para muchos otros que vendríamos después): que no quiero ser un lunático.

-Y la maravillosa conclusión, que al atar finalmente todos los cabos –y asentar los planetas de nuevo sobre sus órbitas-, te hacen exclamar ‘¡éste es mi Chesterton de siempre!’: Dirigí la mirada hacia el extraño cochero mientras iba desapareciendo a lo lejos entre la niebla. No sé si estuve en lo cierto al imaginar que, a pesar de lo honrado de su cara, había algo ultraterreno y demoníaco en él visto de espaldas. Quizás había sido enviado para tentarme y apartarme de mi adhesión a aquellos sensatos principios, a aquella certidumbre que había yo defendido poco antes. En todo caso me produce satisfacción recordar que mi sentido de la realidad, aunque titubeó por un instante, había permanecido enhiesto.

Chesterton: similitud entre capitalismo y socialismo

En el primer capítulo de Esbozo de sensatez de Chesterton, a partir de profundizar con una técnica simple de reductio hasta la esencia de los dos grandes sistemas económicos y sociales del siglo pasado y parece que también del nuestro, el capitalismo y el socialismo llega a una conclusión perturbadora: SON IGUALES EN INTENCIONES.

Cuando hablamos del socialismo hablamos también del comunismo, pero no utilizaremos este término dado que todos los países del ex bloque comunista se declaraban socialistas, mientras que el comunismo auténtico estaba todavía por crear. Se trataba de un proceso en la cual la madre el socialismo tenía que dejar paso al hijo el comunismo. Gracias a Dios esto no ocurrió, por lo menos en Europa.

Chesterton explica como en el fondo el capitalismo lleva al enriquecimiento de unos cuantos a base de conquistar poco a poca la propriedad de la gente corriente y transformarlos en trabajadores, con un cierto nivel de vida que depende de la voluntad de los amos. Mientras que el socialismo se propone lo mismo pero en el nombre del «estado», un estado también de unos cuantos. En definitiva los dos sistemas nos lleva a la oligarquía, el gobierno en la mano de unos cuantos.

Para las personas que venimos de los países ex comunistas y vivimos en países «democráticos» la sensación se hace cada vez más fuerte no tanto a nivel económico como social que tiene que ver con el totalitarismo. Una aclaración importante: puede haber totalitarismo en sistemas que no sean necesariamente dictatoriales, como en el capitalismo. El modo de manipular es el mismo. Parece tanto en el socialismo/comunismo como en el capitalismo que la gran batalla es para dominar y controlar al ser humano. Que hay una «doctrina» oficial que tiene que ser creída como si se tratase de un credo religioso. Sólo los medios son distintos: el socialismo utilizó el palo y el capitalismo la ironía. Parece que la segunda opción funciona mejor.

¿Cuál es el objetivo general? Ya que es muy largo describir la sensación de hermandad de los dos grandes sistemas, nos vamos a limitar a lo esencial. Se quiere un hombre sin valores  fuertes que provengan de fuera del sistema. Más exacto, no se quiere una religión fuerte y concreta que haga sombra al credo oficial, sí una religión vaga o típica de las iglesias nacionalistas que son sometidas al gobierno como las protestantes u ortodoxas. No tenemos que olvidar que todos los movimientos anti sociales son de lo mismo pero más radicales, o de derechas o de izquierdas, y no hay más. Preocupante para el ser humano tan polifacético y creador como parece sufrir de idiotez crónico en cuanto a los sistemas políticos y sociales, con una visión realmente en blanco y negro. Por ello, el último enemigo: la iglesia concreta, que tiene todavía poder de influenciar a las personas y con su arte perversa y subversiva meter en la cabeza de la gente una idea horrible: que somo hijos de Dios con una dignidad infinita en todos los momentos de la vida. Y que tenemos que buscar un sistema político no solo de «igualdad» (que sin definir los términos que se comparan no significa nada), sino de fraternidad con todos y sólo con los seres humanos desde su concepción hasta su muerte.

En conclusión, Chesterton tuvo una gran inspiración cuando vio con tanta claridad que los dos sistemas que parecían enfrentados a muerte eran en el fondo hermanos que querían lo mismo: acabar con la familia independiente, su propriedad privada y su sistema de pensar.

El cochero extraordinario: método, estilo y filosofía de GK

Acabamos de añadir un nuevo texto de GK en la página correspondiente: El cochero extraordinario. Es el capítulo V de Enormes minucias, una recopilación de artículos de 1909 con textos aparecidos desde 1901 en el Daily News, «ese diario que la gente compra aunque no cree en él, en oposición al Times, en el que la gente cree pero no compra» (Prólogo de Juan Lamillar). Era un periódico de talante diverso a la forma de pensar de GK, suficientemente liberal como para conservarlo entre sus colaboradores, a pesar de las discrepancias. El original inglés es Tremendous Triffles, que en la traducción portuguesa conserva mejor la sonoridad original: Tremendas trivialidades.

En esta entrada presentaré el texto, y colocaré la primera parte, que completaré con una segunda entrada. Este volumen de GK es uno de mis favoritos –siempre acabo por decir eso, me temo-. Pertenece a su primera época, y su estilo es quizá más chispeante y novedoso y aunque como se dice en la presentación de Archipiélago, no hay sorpresa, siempre hay asombro. Me gusta porque hace honor a su título y su título hace honor a su autor, a sus ideas, a su método y a su estilo. En el prólogo, Juan Lamillar (p.12) lo explica bien:

«Muchos de estos artículos suelen comenzar como la narración de un hecho cotidiano que Chesterton conduce a una situación que parece perderse en simplezas o en complicaciones y es en ese momento cuando el autor saca de ellas principios morales y verdades filosóficas. La reflexión surge de la exposición de una historia que acaba por alcanzar unos breves y contundentes argumentos, desembocando en la paradoja que se quiere crear, mostrar o explicar. Al marcado tono narrativo de estas páginas que comienzan con un cuento, hay que añadir una viveza en los diálogos que deja adivinar al novelista, lo mismo que su atención a las descripciones de los escenarios».

Y esto es así, casi una y otra vez, al menos en la forma. El fondo varía, tanto en el tipo de trivialidades como en las enormidades filosóficas y vitales a las que nos conduce, siempre de manera parecida. Al fin y al cabo, en eso consiste un estilo, ¿no? El relato El cochero extraordinario está dividido por el propio Chesterton en tres partes. Hoy sólo vamos a ver la primera.

De todas formas es preciso un inciso: por primera vez, al igual que hacemos con los textos de los ensayos más grandes que estamos analizando –El hombre eterno, Outline of sanity– hemos decidido recoger la versión original junto a la versión española, para advertir que falta un párrafo de GK, omitido tanto en la traducción de Vicente Corbí (Espuela de Plata), como en las obras completas, según la traducción de Calleja. El párrafo no es realmente fácil, y pone de relieve la idea de que es preciso conocer muy bien el pensamiento de GK para poder traducirlo. Sobre si la traducción es adecuada, el lector crítico podrá por fin formarse una opinión. Pero vayamos al texto de GK, que en realidad, podría ser un mini relato, muy en su estilo, que no precisaría una segunda parte, si no fuera porque refuerza la primera:

De vez en cuando he introducido en esta columna del periódico la narración de hechos que realmente han ocurrido. No quiero insinuar a este respecto que la columna se sostenga sola entre columnas de periódico. Sólo quiero decir que –a través de alguna parábola práctica de la vida cotidiana- he encontrado una mejor expresión de los significados que por cualquier otro método. Por eso que me propongo narrar el incidente del cochero extraordinario, que me ocurrió hace sólo tres días, y que –tan ligera como aparentemente- despertó en mí un momento de emoción genuina que bordeó la desesperación.

El día en que encontré al cochero extraordinario había estado comiendo en un pequeño restaurante en el Soho con tres o cuatro de mis mejores amigos. Mis mejores amigos son todos o escépticos irremediables o creyentes absolutos; así que nuestra discusión durante la comida giró sobre las más extremas y terribles ideas. Y la discusión acabó por girar exclusivamente sobre este punto: sobre si un hombre puede tener certidumbre sobre alguna cosa. Yo creo que puede tenerla, porque si (como decía mi amigo, blandiendo furiosamente una botella vacía) es intelectualmente imposible tener certidumbre, ¿qué certidumbre es esa imposible de tener? Si yo no he experimentado nunca lo que es la certeza, no puedo ni aun decir que nada hay cierto. De modo semejante, si nunca he visto el color verde, no puedo ni siquiera decir que mi nariz no es verde. Puede ser verde, verdísima, y no enterarme de ello si realmente no sé en qué consiste el verde. Nos lanzábamos, pues, insultos el uno al otro y la habitación se estremecía porque la metafísica es la única cosa completamente emocionante. Y la diferencia que nos separaba era profundísima, porque era una diferencia en cuanto a la finalidad de todo lo que llamamos amplitud de espíritu o inteligencia abierta. Porque mi amigo decía que él abría su intelecto, como el sol abre los abanicos de una palmera, abriéndolos por abrirlos, abriéndolos de una vez para siempre. Pero yo dije que yo abría mi intelecto como abría la boca, precisamente para volver a cerrarla sobre algo sólido. Estaba haciéndolo en aquel instante. Y, como señalé acaloradamente, resultaría extraordinariamente idiota si continuase con la boca abierta sin motivo y de una vez para siempre.

Spoiler-Destripe, sólo para los que quieren saber más:

-Aparece el sentido profundo asociado a un hecho pequeño, o relativamente pequeño, que cualquier otro hubiera dejado pasar.
-Aparece el sentido de la enormidad, habitual en GK, pues el incidente despertó en mí un momento de emoción genuina que bordeó la desesperación.
-Independientemente de sus convicciones personales, cualquiera puede ser un gran amigo de GK, aunque probablemente los que no tengan convicciones fuertes lo tienen más difícil, sean del bando que sean.
-La filosofía está localizada en la vida cotidiana: blandir la botella mientras se enuncia un principio universal… suena como lo más contrario de la actividad de los sesudos personajes que se dedican a dilucidar la comprensión del mundo. Con seguridad, Kant no lo haría, aunque era la tradición de los griegos.
-Se encuentra la frase lapidaria: la metafísica es la única cosa completamente emocionante.
-Tenemos incluida la paradoja, pues si […] es intelectualmente imposible tener certidumbre, ¿qué certidumbre es esa imposible de tener? 
-Y como siempre -tras la agudeza para descubrir lo complejo de la situación- su empeño por llegar al fondo de las cosas, expresado en la chestertonada que nos ayuda a comprender una realidad compleja –y con ella, el sentido de la vida humana: La diferencia que nos separaba era profundísima, porque era una diferencia en cuanto a la finalidad de todo lo que llamamos amplitud de espíritu o inteligencia abierta. Porque mi amigo decía que él abría su intelecto, como el sol abre los abanicos de una palmera, abriéndolos por abrirlos, abriéndolos de una vez para siempre. Pero yo dije que yo abría mi intelecto como abría la boca, precisamente para volver a cerrarla sobre algo sólido. Estaba haciéndolo en aquel instante. Y, como señalé acaloradamente, resultaría extraordinariamente idiota si continuase con la boca abierta sin motivo y de una vez para siempre.

¿En qué sentido Chesterton es un clásico?

Como el Chestertonblog aspira a ser un centro de referencia sobre Chesterton, no paramos de introducir mejoras en las páginas: esas páginas que –según los expertos en blogs- son estáticas, aquí son muy dinámicas. Hemos abierto la página Algunos estudios en español, en la que completamos una reseña sobre el n.65 de Archipiélago, revista cultural que desgraciadamente despareció en 2008, tras 20 años de andadura.

Portada Archipielago 65

Para nosotros, es un número extraordinario (2005), con aportaciones de Alfonso Reyes –autor mexicano que fue uno de los primeros traductores de GK al castellano, entre otras obras de la más conocida versión de Ortodoxia, mantenida en el tiempo por Altafulla-, Fernando Savater, Manuel Hidalgo, Juan Bonilla, Santiago Alba Rico, Amador Fernández-Savater… Incluso Ramiro de Maeztu tiene su aportación en la revista, pues fue el encargado de presentar a Chesterton en la Residencia de Estudiantes cuando impartió en ella una conferencia el 22 de abril de 1926. Maeztu publicó su intervención en la revista de la Residencia y elaboró un resumen de su conferencia, incluidos en el número del que hablamos.

Ese volumen ofrece también la traducción de Lepanto realizada por Borges en vida de GK y el famoso debate ¿Estamos de acuerdo? con Bernard Shaw. En la página -y aquí, naturalmente- se enlazan el sumario de la revista para conocer las 13 estupendas aportaciones y la presentación del número, de la que extraemos tan sólo un fragmento (p.6) que rebosa admiración por Chesterton:

¿En qué sentido Chesterton es un clásico?
En primer lugar, es una fuente inagotable de infancia perpetua: sus lectores le piden que les haga los mismos trucos «una vez más», porque el placer de su lectura no reside en la sorpresa (que se agota pronto), sino en el reencuentro (siempre asombrado y gozoso) con los mismos temas, motivos, ritmos e imágenes esenciales (peregrinaje y vagabundeo, probabilidad de la muerte, combate contra el mal, fidelidad a una causa, ímpetu y pujanza de la alegría, etc.).
En segundo lugar, Chesterton es un modelo de inteligencia crítica universal: es literalmente imposible salir de una obra suya tal y como se ha entrado. Se sale otro, como después de una guerra, pero feliz, como después de una alegre velada con viejos amigos.
En tercer lugar, Chesterton conecta y renueva la gran tradición de la cultura popular y por eso puede leerlo con gusto cualquiera, incluso un pedante. Chesterton sabe afirmar las corrientes subterráneas que recorren de lado a lado esa gran tradición: la gratuidad de la vida, un sentido común que nada tiene que ver con la genuflexión al imperio de lo obvio, la veneración de la memoria y la tradición que nos arrancan de nuestro mísero universo autorreferencial, la voluntad de batalla contra todas las modalidades de despotismo y superstición, el valor de una esperanza testaruda que nada tiene que ver con el optimismo progresista, etc.

Un refrán a la contra

Un gentleman pasea su vida de investigación y pesquisa por las calles de Londres, por los cercanos paseos del Támesis y por los arrabales de la gran ciudad. Hasta se dirige a un submundo de vericuetos secretos y sin fin. El hombre, que como jueves, está en medio de esta historia pretende no infructuosamente imponer el heroísmo, la caballerosidad, la hidalguía en un mundo confuso, laberíntico y malsano. Nuestro héroe quiere acabar con el mal.  Es un enemigo del malvado padre del mal.

El caminar del protagonista se acompasa de nebulosas noches de miedos inconsistentes. La  cortesanía peligrosa de ágapes siniestros se resuelven en acusaciones chuscas, que salvan culpas calladas. Syme, nuestro adalid –el hombre que fue Jueves-, persigue al malévolo a lo largo de una narración de lógica abracadabrante. Una procesión soleada en la campiña inglesa aventura la aurora del final de la historia.

No obstante, todo el suceso relatado se colorea de elementos de confusión, (¿de distracción?) Aquí y allá personajes disfrazados, travestidos, escondidos, ocultados, opacos y de circunstancias negras, grises (color «malasombra»), marrón oscuro que no siena claro, etc.

Y ese caos de identidades tiene que resolverse en aras a la veracidad de la realidad. Por ello, Syme se viste con galas simbólicas del Génesis, con la espada reivindicativa medieval, con las galas y colores del hombre de bien, es decir, del honor y de la generosidad.  Y cuando así se viste, se cumple su lema «Y es que aquel disfraz no lo disfrazaba, lo revelaba«.  ¡Qué distinto a nuestro actual lugar común «El hábito no hace al monje»!.

Lo que falta en el mundo

Ando escaso de tiempo, y sólo me da para escribir unas pocas palabras, aunque son de esas que sintetizan el pensamiento de GK. Está en el ensayo ‘Enormes minucias’, en el libro del mismo título, Espuela de Plata, p.23:

En el mundo nunca escasearán los milagros, sólo el asombro.

El manifiesto distributista

Tras días de densa argumentación sobre sistemas sociales, vamos a recoger por fin la propia visión de GK y sus colegas, que pugnaban por un modelo social más justo, utilizando para ello las páginas del GK’s Weekly, y particularmente el Manifiesto Distributista tal como lo recoge la Revista Archipiélago en su n.65, dedicado por completo a Chesterton. Así podremos hacernos cargo de su propuesta, cuando nos refiramos a ella. ¿Realmente era tan utópica como fue tildada en su tiempo?

MANIFIESTO DE LA LIGA DISTRIBUTISTA

(Fundada en conjunción con la revista G.K.’s Weekly para la restauración de la libertad mediante la distribución de la propiedad)
Presidente: Sr. G.K. Chesterton.
Secretario: G.C. Heseltine.
Oficinas: 2, Little Essex Street, Londres, W.C.2.
Teléfono: City 1978.

 LA LIGA ofrece la única alternativa práctica a los males gemelos que son el Capitalismo y el Socialismo. Se opone a los dos por igual; ambos terminan en la concentración de la propiedad y el poder en unos cuantos y la esclavización de la mayoría.

LA LIGA se pronuncia

-Por la libertad del individuo y la familia y contra la interferencia de negociantes, monopolios y el Estado.
-LA LIBERTAD PERSONAL será restaurada principalmente a través de una mejor Distribución de la Propiedad (v.g., la propiedad de la tierra, de casas, talleres, parques, medios de producción, etc.)
-LA MEJOR DISTRIBUCION DE LA PROPIEDAD se logrará mediante la protección y el favorecimiento de la propiedad de empresas individuales en el campo, comercios y fábricas.

LA LIGA pues, lucha por:

Los pequeños comercios y comerciantes contra las tiendas múltiples y monopolios. Producción y cooperación individual en las empresas industriales. (Cada trabajador debe tener parte en las decisiones y el control de los empresas en las cuales trabaja.) El pequeño propietario y el trabajador agrícola contra los que monopolizan grandes propiedades inadecuadamente grandes.

Y LA MÁXIMA, en lugar de la mínima, iniciativa por parte de los ciudadanos.

Fuente: Revista Archipiélago, 65, p.108

A los políticos de ayer y de hoy, 2ª parte

El párrafo de ayer era tan extenso que hubo que dividirlo en dos. Recordemos que en él planteaba a los políticos ingleses, tan seguros de su vía científica de organizar las cosas, las consecuencias de sus acciones. Esto es muy propio de GK: ya que tiene el don de relacionar cosas –con frecuencia mediante la forma de causa y efecto-, lo aprovecha, y siempre trata de llegar a las últimas. En mi opinión, es una de las razones por las que GK gusta tanto, y también por las que se le hace poco caso… Seguimos con el texto del capítulo 3º de Outline of Sanity (OS 03-12), dirigiéndose directamente a los políticos, responsables de la situación:

 Todavía pueden decirse muchas cosas a las gentes que han sido llevadas a esa situación. Convendrá recordarles que una simple rebelión desordenada empeoraría las cosas en vez de mejorarlas. Puede ser bueno decir que ciertas complejidades deben tolerarse por un tiempo, porque corresponden a otras complejidades, y ambas deben simplificarse juntas cuidadosamente.

Pero si pudiera decir una palabra a los príncipes y gobernantes de semejante pueblo, a los que lo han llevado a esa situación, les diría tan seriamente como puede un hombre decir algo a otros hombres:

  -«Por Dios, por nosotros y, sobre todo, por vosotros mismos, no os precipitéis ciegamente a decirles que no hay salida de la trampa a la cual los condujo vuestra necedad;
  -que no hay otro camino más que aquel por el cual vosotros los habéis llevado a la ruina;
  -que no hay progreso fuera del progreso que termina aquí.
  -No estéis tan impacientes por demostrar a vuestras desventuradas víctimas que lo que carece de ventura carece también de esperanza.
  -No estéis tan deseosos de convencerlos de que también habéis agotado vuestros recursos, ahora que ha llegado el final de vuestro experimento.
  -No seáis tan elocuente, tan esmerada, tan racional y radiantemente convincentes para probar que vuestro propio error es aún más irrevocable e irremediable de lo que es.
  -No tratéis de reducir el mal industrial mostrando que es un mal incurable.
  -No aclaréis el oscuro problema del pozo carbonífero demostrando que es un pozo sin fondo.
  -No digáis a la gente que no hay más camino que éste; porque muchos, aun ahora, no lo soportarán.
  -No digáis a los hombres que es el único sistema posible, porque muchos ya considerarán imposible resistirlo.

Y un tiempo después, a la hora undécima, cuando los destinos se hayan vuelto más oscuros y los fines más claros, la masa de los hombres tal vez conozca de pronto el callejón sin salida donde los ha conducido vuestro progreso. Entonces tal vez se vuelvan contra vosotros en la trampa, y si han aguantado todo lo demás, quizás no aguanten la ofensa final de que no podáis hacer nada; de que ni siquiera intentéis hacer algo».

Lo asombroso de este texto de GK –como tantas otras veces- es que parece escrito para los políticos que gestionan la salida de la crisis: la solución que se está dando es financiera, es otra vez más de lo mismo. Chesterton vuelve a dar en el clavo, con el comportamiento de los líderes políticos y económicos. Quizá se modifique la perspectiva de una industria basada en el ladrillo por alguna otra cosa. Pero el esquema básico no cambia, aunque hay cada vez más gente ‘que ya no lo soporta’. Y mientras, nos felicitamos porque los plutócratas de otros países vienen al nuestro a comprar barato, como señal de prosperidad, cuando en realidad está aumentando la distancia entre unos y otros. 

Y sin embargo, GK concluye el texto que dirige a los líderes con estas palabras, que son también para nosotros:

«¿Qué eres, hombre, y por qué desesperas?, escribió el poeta. Dios te perdonará todo menos tu desesperación. El hombre también os puede perdonar vuestros errores y quizás no os perdone vuestra desesperación».

A los políticos de Inglaterra… y a los nuestros

¿Tiene el mundo de hoy posibilidad de recuperación? GK piensa que sí, por supuesto, ya que su visión de la historia no es lineal sino oscilante, sometida a nuestras propias decisiones. Pero ve la modernidad económica de un color gris oscuro casi negro. Con su capacidad de visión, advirtió la decadencia de lo que en su tiempo era el imperio más importante. Y –hablando de economía- en el capítulo 3º de Outline of Sanity (Los límites de la cordura) se dirige a los líderes de su país. El párrafo (03-12) es tan bueno, que he decidido recogerlo entero en dos entradas, antes de llevarlo a la página Textos de GK.

Como siempre, al final, en el spoiler, glosaré sociológicamente lo que Chesterton vio con claridad hace casi 100 años:

Una gran nación y civilización ha seguido durante cien años o más una forma de progreso que se mantuvo independiente de determinadas comunicaciones antiguas, bajo la forma de antiguas tradiciones acerca de la tierra, el hogar o el altar. Ha avanzado bajo el mando de dirigentes confiados, por no decir absolutamente seguros de sí mismos. Tenían la plena seguridad de que sus leyes económicas eran rigurosas, su teoría política acertada, su comercio beneficioso, sus parlamentos populares, su prensa ilustrada y su ciencia humana.

Con esta confianza sometieron a su pueblo a ciertos experimentos nuevos y atroces:

  -lo llevaron a hacer de su propia nación independiente una eterna deudora de unos pocos hombres ricos;
  -a apilar la propiedad privada en montones que fueron confiados a los financieros;
  -a cubrir su tierra de hierro y piedra y a despojarla de hierbas y granos;
  -a llevar alimento fuera de su propio país con la esperanza de volver a comprarlo en los confines de la tierra;
  -a llenar su pequeña isla de hierro y oro, hasta recargarla como barco que se hunde;
  -a dejar que los ricos se hicieran cada vez más ricos y menos numerosos, y los pobres más pobres y más numerosos;
  -a dejar que el mundo entero se partiera en dos con una guerra de meros señores, y meros sirvientes;
  -a malograr toda especie de prosperidad moderada y patriotismo sincero, hasta que no hubo independencia sin lujo ni trabajo sin perversidad;
  -a dejar a millones de hombres sujetos a una disciplina distante e indirecta y dependientes de un sustento indirecto y distante, matándose de trabajo sin saber por quién y tomando los medios de vida sin saber de dónde;
  -y todo pendiente de un hilo de comercio exterior que se iba haciendo más y más delgado.

Spoiler:

La actitud de políticos ingleses –Chesterton nunca dice británicos, porque supondría incluir a otras naciones, como Irlanda, Escocia, Gales- se corresponde con la actitud moderna. Desde luego, todos los políticos tienden a actuar con seguridad, pero la modernidad introduce un componente pretendidamente racional sobre el que se apoyan: leyes económicas rigurosas, teoría política acertada, comercio beneficioso, parlamentos populares, prensa ilustrada y ciencia humana, enumera GK. Sin embargo, esto se hace a costa de cambiar ciertas tradiciones o formas de hacer las cosas –la democracia de los muertos, que dice en Ortodoxia– que no tienen en cuenta la totalidad de las personas. En su Breve historia de Inglaterra, Chesterton había defendido las costumbres de la Edad media –particularmente la existencia de los pequeños propietarios- en lo que llamó la Merry England, la feliz Inglaterra.

Y así, lo que han hecho ha sido llevar a cabo un experimento –la idea de la modernidad como experimento la plantean muchos autores, como Peter Wagner en su Sociología de la Modernidad (Herder, 1997)-. En realidad, toda existencia humana y social tiene mucho de experimental, pues ésa es nuestra condición. Pero Chesterton les critica que no han sabido –o no han querido- ver la terrible desigualdad que fomentaba el capitalismo, no han advertido que ese sistema económico generaba la globalización económica, y por tanto, la interdependencia de unos y otros… incluyendo por tanto, su propia dependencia, de manera paradójica.

Obcecados con la creación y acumulación de riqueza, tampoco han visto que el sistema económico cambiaba completamente el modo de vida de la gente, y que, al basarse todo en un régimen de salarios, cambiarían las condiciones de vida, estando sometidos a estrictas regulaciones y jerarquías de dominación, como sucede en las modernas organizaciones, sean grandes o chicas, públicas o privadas. No sólo no han visto que el capitalismo generaba ansia de riquezas sino que además transformaba el patriotismo hasta hacerse un estrecho nacionalismo.

Esta crítica tiene mucho de común con la crítica socialista –que GK compartió durante un tiempo- aunque diverge en muchos puntos, y entre otros, la solución al problema: no será la abolición de la propiedad privada –cosa que ya hace el capitalismo al quedarse con la de todos (vgr. el Monopoly)- sino su distribución: que la gente sea propietaria para que puedan ser dueños de su propia forma de vida. Pero a veces, determinado bienestar y bienes de consumo no nos dejan ver lo esclavos que somos del sistema económico, hasta que llega la crisis…