Archivo mensual: agosto 2021

El «enigma» del progreso.

Hoy he pensado proponeros un juego. Debajo dejo un ensayo sobre el progreso. No os digo cuando, donde ni quién lo ha escrito, pero os animo a que lo adivineis. No es quizá tan importante descubrir al autor (eso sería de matricula) como intentar deducir cuando se ha podido escribir, así como reflexionar sobre el credo religioso, político, filosófico del autor. Os invito a contestar o elucubrar vuestras ideas en los comentarios y próximamente os revelo la respuesta.

¿Qué os parece? Animo

» El entusiasmo por el progreso ha ido disminuyendo, disminuyendo. Apenas quedan ya vestigios de él, ni en los más optimistas. No es que el progreso haya dejado de progresar. Progresa, al contrario, día tras día más rápidamente. Pero en lo que no importa, o en lo que valdría más que no hubiera dado ni un paso. La bomba atómica es un progreso, inmenso, sobre el fusil. Valdría más que no existiera ni el fusil. Esto sería un progreso, no aquello. A aquello tienden todos los progresos. 

Se esperaba otra cosa. Al aparecer la idea del progreso, qué no se prometieron los hombres traído por él? Sin razón, desde luego. Nada de fuera importará jamás nada. Es el hombre el que ha de cambiar. Si él no cambia, todos los cambios que haga sufrir a lo exterior llevarán, al fin, a callejón sin salida. A callejón sin salida nos ha llevado ya el progreso, los cambios de lo exterior no correspondientes a cambios íntimos. Mejor dicho, a ningún cambio íntimo. Todo ha sido trastornado en vano. Las ínfimas ventajas conseguidas, ínfimas hasta la desesperación, þara pocos, aunque se pregone que þara muchos. Los muchos, en los campos, todavía viven revueltos con los animales; y en las ciudades, en tugurios infectos, impropios hasta para los animales. Brillo  exterior, y superficial, cuando existe, miseria interior, y profunda, tras las apariencias. El hombre ha sido como vaciado de su substancia por los cambios exteriores, Y ahí está, a merced de esos cambios, que tantos bienes le habían de traer, y que sólo le amenazan con males. 

Si el progreso hubiera tomado otro camino, se dice, otra cosa fuera. Nadie se detiene a considerar si þodia tomar otro camino. En manos torpes no hay instrumento bueno. Se tendría que haber comenzado por acabar con la torpeza de las manos. Ni se pensó en eso. Y ahí tenemos al instrumento, no ya manejado por manos torpes, sino dueño de esas manos, de las que ha hecho sus esclavas. 

Pareció, durante algún tiempo, que el progreso, en algunos de los aspectos en que importa, se iba abriendo paso. Una crisis puso fin, fácil, fácilmente, a su marcha por ese sendero. Desde entonces, por ese sendero, no se ha dejado de caminar hacia atrás. Qué ha sido de las libertades, relativas, pero cada vez mayores, que se fueron adquiriendo en los últimos años del siglo pasado y los primeros del que corre? Poco a poco han ido desapareciendo. Ni recuerdo queda ya de ellas. 

Se puede ir, gracias al progreso en lo que no  importa, de un lugar a otro de la tierra en unas horas. Si nos preguntamos para qué, salta a los ojos la inanidad de lo conseguido. Y pueden ir, de un lugar a otro de la tierra, pocos. La inmensa mayoría no tiene libertad de movimientos, aunque le fuera dable, y no le es dable, ni para cambiar de casa. Con la misma velocidad que el progreso ha marchado en lo que no importa, se ha ido hacia atrás en lo que importa. Deslumbrados por el brillo exterior, los hombres se han ocupado menos que nunca del perfeccionamiento interior, lo único que habría sido un progreso real. Correr por correr no es adelanto, parece una simpleza decirlo. No se ha hecho otra cosa que correr por correr. Y, naturalmente, no se ha llegado a parte alguna, salvo al callejón sin salida en que estamos. Y del que hallar salida no es fácil. Por lo menos con el progreso. Nos hundiría éste más aún en él. Basta abrir los ojos para verlo. Cada paso por el camino que el progreso ha tomado es un paso hacia el no ser. Y volver hacia atrás, aunque hacia atrás nos lleve en tantas cosas, no es solución que valga. ¿Qué hacer? Como en muchos otros problemas, esta pregunta, dirigida por cada hombre a sí mismo, seria un principio de solución. No nos hacian falta la mayor parte de las cosas que el progreso nos ha traido, en aquello que podría decirse que importa; que ha traído, mejor dicho, para algunos. Volverles la espalda sería actitud digna. Traería esa actitud digna otras. Entre ellas, la de mirarse a sí mismo y descubrir, con esa mirada, las tareas que se han descuidado. En primer lugar, la del perfeccionamiento propio, más descuidada que todas, y única que importaría. Todo lo demás, incluso lo que el progreso prometía, y no ha traído, nos sería dado þor añadidura. Es difícil, justamente por el casi no ser a que el progreso nos ha llevado, ese mirarse a sí mis- mo. En la misma medida en que no se venza la dificultad nos iremos hundiendo en el callejón sin salida en que el progreso nos ha metido. 

Al progreso, personificado, porque en la misma proporción en que el hombre pierde la personalidad personifica sus creaciones, las creaciones salidas de sus manos torpes, le es indiferente nuestro destino, se ha dicho, con razón, indiscutiblemente. Sin þensar que por eso mismo tendríamos que volverle la espalda, con desdén. Cuanto más profundo fuera éste, mejor. Daría idea del propósito de tomar otro camino. Por donde acaso, o seguramente, se encontraría un progreso que lo fuera. Porque si el progreso no es þerfeccionamiento de lo que importa, no importa. En absoluto. A la vista está. Basta mirar bien. Miremos bien. Iremos por ahi a la actitud digna. Que traería otras. Que traería la salida. Mañana þuede ser tarde. Llegará mañana, seguramente, sin que se haya hecho nada. Será, pues, tarde. El progreso nos hundirá, porque le es indiferente nuestro destino, en abismo en que no habrá ya destino del cual preocuparse. 

De la evolución, también personificada, se ha dicho lo mismo que del progreso: que le es indiferente nuestro destino. Dejémosla, pues, ahí, con su indiferencia, si es posible con indiferencia mayor. El hombre no es la medida de todas las cosas. Pero en este mundo, que es el suyo, lo que está fuera de su medida para nada le vale. El progreso y la evolución, que escapan de sus manos, por torpes, y que acaso escaþarán también de ellas aun cuando no fueran torpes, debe dejarlos al margen para seguir su camino, para trazarse su destino. Que es lo único que importa. Sin el hombre, el progreso y la evolución, a los que no imþorta su destino, no tendrían destino. No hay que bajar la cabeza ante lo que, al fin y al cabo, tendría que bajarla si la alzáramos.»