En mayo de este año tuve la oportunidad de vivir y estudiar en Roma por tres semanas como parte de un curso de viaje de Pace University, en Pleasantville, (Nueva York), titulado ‘Roma: La ciudad eterna’. El curso fue un panorama de la historia, arte y religión de Roma, así como de las ideas que las han definido; llevado a cabo en campo: veíamos aquello de lo que hablábamos.
Aprovechando la ocasión, adquirí por tanto La resurrección de Roma de Chesterton (incluido en el volumen XXI de las Obras Completas editadas por Ignatius Press; 1990) y comencé a leerlo unos días antes del vuelo a Italia. Y por supuesto -está de más decirlo-, Chesterton enriqueció mucho mi experiencia. Teniendo en cuenta lo que GK escribe y lo que yo vi, me gustaría compartir con los lectores del Chestertonblog primero algunas de las mejores observaciones que GK hace, y más adelante también algunas de mis experiencias. Las traducciones y las fotos son mías.

Basílica de San Pedro, desde la iglesia de la Trinità dei Monti. Esta visión inspiró a GK a ver a Roma como ciudad de valles y tumbas abiertas. Foto del autor.
La imagen de Roma que guía a Chesterton a través del libro es la opuesta de lo que estamos acostumbrados a escuchar: se llama a Roma la Ciudad de las Siete Colinas, pero él veía… valles entre colinas. La vista desde la iglesia de la Trinità dei Monti -cerca de la cual se hospedó Chesterton- ayudó a fijar esta impresión:
Mientras miraba abajo hacia esos barrancos o desfiladeros de la ciudad hundida debajo de mí […], vino a mi mente la sombra de un significado que me ha seguido en mis andanzas desde entonces […] Era el sentido general de algo continuamente levantándose desde abajo […] Es más bien como si todos esos valles fueran tumbas abiertas, abiertas porque los muertos nunca hubieran muerto […] Es un lugar donde todo está enterrado y nada está perdido […] No me refiero a un lugar donde la mente pueda de forma ilusoria regresar al pasado. Me refiero a que es un lugar donde el pasado puede realmente regresar al presente.
Chesterton vio una palabra escrita en toda Roma: Resurgam. Esa idea -junto a un constante esfuerzo por explicar por qué Roma es como es- da la forma y el título al libro.
Entonces procede: las ideas tienen consecuencias. Todas las cosas comienzan en la mente, escribe. Y como ejemplo toma el caso de las imágenes: los iconoclastas y el arte romano. Las personas hablan de ‘imágenes’ y de ‘figuras’ retóricas: no es por nada que incluso aquellos que censuran el culto de las imágenes elogian la imaginación. El creciente misticismo de Oriente había desembocado en la Iconoclasia (siglo VIII) y cuando Roma defendió las imágenes estaba defendiendo el ‘Éxtasis de Santa Teresa’ de Bernini y al ‘David’ de Miguel Ángel. En otras palabras, a menos que entendamos las ideas y los principios de hace cientos y cientos de años, no entenderemos el presente.
Con el mismo propósito de entender el presente, GK nos aconseja aprender a despensar el pasado: No nos damos cuenta de lo que el pasado ha sido hasta que también nos damos cuenta de lo que pudo haber sido. Estamos meramente aprisionados y reducidos por el pasado, siempre y cuando pensemos que así debió haber sido […] Hasta que, retrospectivamente, podamos remover esas cosas enormes, como si fueran obstáculos enormes, no podemos siquiera realmente entender la diferencia que han ocasionado en el paisaje […] La raíz de toda religión es que un hombre sabe que no es nada con el fin de agradecerle a Dios porque es algo. De la misma manera la raza humana, como el ser humano, no sale realmente del abismo hasta que no lo ha abolido en abstracto.