Chesterton llegó con la razón y el sentido común, ya antes de su conversión al cristianismo, a la importancia del asombro ante la creación y al agradecimiento por todo cuanto nos rodea, puesto que, como él dice, somos conscientes de que podría no existir. Este aspecto que impregna toda su obra llega a adquirir un sentido mucho más profundo en su libro “El hombre eterno”.
El capítulo “El fin del mundo” termina:
“Y, en aquella oscura hora, brilló una luz que nunca se ha obscurecido… haciendo brillar su rastro por los distintos crepúsculos de la historia y confundiendo todo esfuerzo por confundirlo con las nieblas de la mitología y de la teoría”.
En cada época aparece la necesidad de que brille esta luz que deslumbre en la oscuridad de las ideas, de las controversias y de las filosofías que bullen en nuestra sociedad y que realmente no hacen feliz al hombre; basta observar un poco la vida cotidiana de la gente, para comprobar que esta es un realidad en todos los aspectos. Hemos perdido el sentido común para educar a nuestros hijos, para saber cuál es el problema que devasta nuestro matrimonio, para intuir porque sufren nuestros hijos tantos desencantos en su vida. Nos falta esa luz para saber discernir en cada momento crucial de nuestra existencia. Sigue leyendo