Chesterton llegó con la razón y el sentido común, ya antes de su conversión al cristianismo, a la importancia del asombro ante la creación y al agradecimiento por todo cuanto nos rodea, puesto que, como él dice, somos conscientes de que podría no existir. Este aspecto que impregna toda su obra llega a adquirir un sentido mucho más profundo en su libro “El hombre eterno”.
El capítulo “El fin del mundo” termina:
“Y, en aquella oscura hora, brilló una luz que nunca se ha obscurecido… haciendo brillar su rastro por los distintos crepúsculos de la historia y confundiendo todo esfuerzo por confundirlo con las nieblas de la mitología y de la teoría”.
En cada época aparece la necesidad de que brille esta luz que deslumbre en la oscuridad de las ideas, de las controversias y de las filosofías que bullen en nuestra sociedad y que realmente no hacen feliz al hombre; basta observar un poco la vida cotidiana de la gente, para comprobar que esta es un realidad en todos los aspectos. Hemos perdido el sentido común para educar a nuestros hijos, para saber cuál es el problema que devasta nuestro matrimonio, para intuir porque sufren nuestros hijos tantos desencantos en su vida. Nos falta esa luz para saber discernir en cada momento crucial de nuestra existencia.
Chesterton da paso al nuevo capítulo que conecta justo con este tiempo de Navidad “el Dios de la cueva” donde parece impresionado por la alegría que le aporta el misterio de la Encarnación, considerando a Belén un lugar donde los extremos se tocan, “un hecho patente acerca del cruce de dos luces particulares… la omnipotencia y la indefensión, la divinidad y la infancia”
En esta misma línea escribe un artículo sobre la Navidad, “El corazón de Belén” donde resalta la idea del lugar donde nació Jesús, una cueva. Así dice:
”El corazón de Belén es una caverna, el santuario hundido, lugar tradicional de la Natividad…lo importante de la historia es precisamente que ocurrió en un lugar humano determinado que pudo haber sido otro lugar determinado cualquiera… algunos artistas modernos hacen gala de una verdad meramente topográfica; pero no se han fijado en esta verdad del lugar oscuro y sagrado, subterráneo…la gloria de Dios, encerrada como oro bajo el suelo”.
Fijándome precisamente en este lugar, oscuro, sombrío, donde parece que ninguna vida es posible, dónde cada época parece la peor de las etapas de la historia, nace Jesucristo para aquel que libremente lo acepte en su vida, en su cueva oscura, fría y llena de alimañas, y así, pueda vivir una historia, con mucho, muy superior a aquella que él se había proyectado. Jesucristo viene a nacer en una cueva , y también en un vaso de barro frágil que somos cada uno de nosotros y solo aquel de entre nosotros que hoy sea esa cueva que acoge al Salvador podrá experimentar el maravilloso misterio de la Encarnación.
Continúa Chesterton:
“Tal vez sea difícil que ningún arte comunique simultáneamente el secreto divino de la caverna y la cabalgata de los reyes misteriosos, que pisotea la llanura y hace retemblar el techo de la caverna…ninguna poesía expresará jamás todo lo que oculta aquella imagen de la luz del mundo como un sol subterráneo; solo quedan aquellas notas prosaicas que cuentan lo que sintió un hombre en Belén”
Como dice él no podemos desligar a Cristo de la Navidad o La Navidad de Cristo.
“Con el nacimiento de Cristo se habría invertido todo el universo. Los ojos de la maravilla y de la adoración que hasta ahora se habían puesto en lo externo en busca de lo más grande, se habían vuelto hacia el interior, hacia lo más pequeño. La fe se convierte, en más de una manera, en una religión de cosas pequeñas… la divinidad en la cuna”.
Descubrir la belleza de las cosas pequeñas nos lleva por un lado a comprender la belleza de la humildad, lo que realmente nos salva del orgullo y de la soberbia que fácilmente ensombrece nuestra relación con los demás y con Dios mismo; y por otro lado lo que nos hace mirar hacia aquellos aspectos de nuestra vida en apariencia insignificantes como verdaderamente valiosos. Estas consideraciones nos llevan sinceramente al agradecimiento por cada instante de nuestra vida.
El misterio de la Encarnación, el hecho de que Dios se hace hombre le lleva a Chesterton a escribir otro artículo, “La teología del regalo” donde nos quiere sacar del engaño en el que caemos tantas veces de que lo único importante es el espíritu y nos olvidamos de materializar, de hacer presente este don en la vida concreta. Alardeamos de que lo realmente importante en la Navidad es lo espiritual, y si Dios se hace carne, por qué nosotros no vamos a alegrarnos y regocijarnos con la celebración de la Navidad en familia, con la comida y por que no, con los regalos, donde se manifiesta, unas veces el cariño que le tenemos a los demás y en más de una ocasión solo el tiempo dedicado a pensar en aquellos que están próximos. A veces tenemos palabras y pensamientos de afecto, perdón, cariño, amor…y consideramos que eso es suficiente, que no hace falta nada más, pero nada más grato que todos estos conceptos se materialicen en un regalo, en un detalle, que se hagan “carne”, que tomen un cuerpo para que los sentidos puedan contemplar más allá de lo dicho o meditado.
Considera que teólogos modernos “que afirman que el cristianismo no radica en las doctrinas, sino en el espíritu, no se dan cuenta de que se exponen a una prueba más abrupta y severa que la de la propia doctrina”. Introduce Chesterton el ejemplo de la señora Edy, que decía que ella no hacía regalos en el sentido terrenal sino que ella meditaba en la Verdad hasta que sus amigos se benefician de ello. Queriendo resaltar con ello que;
“ la idea de encarnar la benevolencia –es decir la idea de ponerle cuerpo- es la idea enorme, primordial, de la Encarnación. Un regalo de Dios que puede verse y tocarse es todo el centro del epigrama del credo. El propio Cristo es un regalo de Navidad. La nota de la Navidad material la dan, incluso antes de su nacimiento, los primeros movimientos de los Reyes Magos y la Estrella. Los Reyes acuden a Belén trayendo oro, incienso y mirra. Si solo hubieran traído Verdad, Pureza y Amor, no existiría el arte cristiano, ni tampoco la civilización cristiana….”
Gracias Paloma por esta oportuna entrada en nuestro blog. Gracias a ella y al tiempo libre que nos proporciona esta fiesta de la Navidad, ha sido una excusa perfecta para volver a releer los episodios a los que haces referencia en tu hermoso texto de El hombre eterno. Nuestro autor no para de sorprendernos. Cada vez que volvemos a él nos aporta algo nuevo, algo que habíamos pasado por alto la vez anterior, algo que pasó desapercibido y que ahora con tu luz vemos más claramente. Nos falta luz para endulzar nuestra rutina.
Interesante la visión chestertoniana sobre la necesidad de vivir también el sentido «materialista» de la Navidad. Feliz Año a todos.
Es realmente gratificante leer además de las palabras de Chesterton, sabias como siempre, las reflexiones de Paloma, muy bien traídas y muy bien expresadas. Lo leí «en tiempo y forma» quiero decir cuando era tiempo de Navidad, de alegría y de reflexión, de compartir con amigos y familiares, y hasta tanto he compartido, que no es hasta ahora que tengo tiempo de comentarlo, cuando la vida vuelve a su rutina.
Una revalorización de nuestra forma humana y carnal de expresar nuestra alegría y nuestros sentimientos, porque somos humanos, no espíritus puros, y porque Dios quiso compartir nuestra humanidad., haciéndose hombre , participando en las fiestas de sus amigos, y sufriendo hasta el límite de la muerte, como pone de manifiesto San Gregorio de Elvira : la muerte pone de manifiesto su verdadera humanidad, la resurrección pone de manifiesto su verdadera divinidad. Es la carne, la condición corporal del hombre, la que resucita en Dios. Así este misterio cristológico ofrece a los hombres la forma de la futura resurrección.
San Gregorio, comenta la belleza de Cristo Resucitado, frente a la ausencia de hermosura del momento de la pasión y muerte. La carne de Cristo adquiere propiedades nuevas a partir de la Resurrección que participa de la Gloria y el Honor de Dios