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Chesterton: Cristianismo y socialismo 5/5. La alegría del cristiano

Concluimos la serie sobre cristianismo y socialismo (, , y 4ª entradas) con la última de las virtudes que los diferencian, en opinión de Chesterton, en uno de los mejores textos proféticos de GK, en los que se ve al maestro diciéndonos qué hemos de hacer y enseñar a nuestros jóvenes:

El tercer mérito, que llamé alegría, es realmente el más importante de todos, y quizá podríamos establecer la comparación del modo siguiente: impresionará a muchas personas como cosa extraña que, en un tiempo en general tan optimista en sus creencias intelectuales como éste, en una época en que sólo una minoría no cree en el progreso social y una gran mayoría cree en una final perfección social, exista tal sentimiento de cansancio y hastío en un número considerable de jóvenes.
En nuestra opinión, esto se debe no a la falta de un ideal final, sino a la falta de un modo inmediato de trabajar por él; no de algo en qué esperar, sino de algo que hacer. Un ser humano no se satisface ni se satisfará nunca con que le digan que todo va bien; lo que le hace falta no es una predicción de lo que otra gente será dentro de centenares de años, para animarle, sino una nueva y emocionante prueba y tarea para sí, lo que indudablemente le animará.
Un caballero no se contenta con la afirmación de que su comandante trazó ya sus planes para asegurar la victoria: lo que el caballero quiere es una espada. Esta demanda de una tarea no es una mera bravata, es una parte eterna y natural del optimismo superior, tan arraigado como la prefiguración de lo perfecto.

Chesterton ha dado en el clavo: para transformar la sociedad hay que hacerlo de acuerdo a la forma primordial del ser del hombre, basada en la posesión de un ideal personal, y ese esfuerzo es esencialmente alegre. Ojalá supiéramos educar a nuestros jóvenes de esta manera y mantenerlo el ideal en los mayores.

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Chesterton: Cristianismo y socialismo 4/5. La propia actividad o implicación personal

La entrada de hoy plantea la segunda diferencia entre entre las virtudes del cristianismo y el socialismo, tras la primera –la humildad-. En cierto modo, es una glosa de la crítica general al socialismo: el socialista espera el advenimiento de la utopía a través del Estado y en esa utópica espera, ya se vislumbra el pesimismo; el cristiano -por el contrario- lucha para cambiarse a sí mismo. Pero Chesterton lo dice mejor:

Con respecto al segundo mérito [del cristianismo], el de la actividad, poca duda cabe acerca de dónde se encuentra, entre el diseñador de utopías y el converso de la hermandad. El socialista moderno es un visionario, pero en esto se halla en el mismo terreno que la mitad de los grandes hombres del mundo y –hasta cierto punto- que el mismo cristiano primitivo, que se lanzaba hacia un ideal personal muy difícil de sostener.
El visionario, cuyos anhelos tienden a un ideal prácticamente imposible, no es inútil ni dañino, sino a menudo lo contrario. La persona a menudo inútil y siempre dañina es el visionario que sueña sabiendo o medio sabiendo que su ideal es imposible. El cristiano primitivo acaso se equivoca al creer que –entrando en la hermandad- en pocos años los hombres podían llegar a ser perfectos como lo era su Padre celestial, pero lo creía y obraba clara e indómitamente según su creencia: éste es el tipo del visionario superior.
Pero los insidiosos peligros de la visión –la ociosidad, la demora, el puro esteticismo mental- se presentan cuando uno se complace en la visión, como ocurre con nuestras concepciones socialistas, como si fuese un simple capricho o cuento de hadas, con la conciencia –confesada a medias- de que está fuera del alcance de la política práctica y no hay que preocuparse por su inmediato cumplimiento.
El visionario que cree en su propia frenética visión es siempre noble y útil; el visionario que no cree en su visión es el soñador, el ocioso, el utopista. Ésta es, pues, la segunda virtud moral de la escuela más vieja: una inmensa y directa sinceridad de acción, un limpiar de uno mismo –por los sudores del duro trabajo- todos esos sutiles y peligrosos instintos de la mera ética construcción de castillos en el aire que se han tejido -como ensalmos de un hada- alrededor de tantos hombres fuertes de nuestra propia época.

El próximo día concluiremos con la última diferencia chestertoniana entre cristianos y socialistas: la alegría.

Chesterton: Cristianismo y socialismo 3/5: La humildad en unos y otros

Magnífico huecograbado de E.C Ricart, realizado con ocasión de una de las estancias de GK en Cataluña. Recogido en 'Textos sobre G.K.Chesterton', Univ. Ramón Llull, 2005.

Huecograbado de Chesterton, por E.C. Ricart.

Había programado concluir hoy la serie sobre cristianismo y socialismo dedicada -como anunciaba el propio GK en su critica al socialismo (2ª entrada), tras mostrar las similitudes (1ª entrada)- a las tres virtudes que los diferencian. En el último momento he decidido ofrecer cada virtud en una entrada. Apenas tengo tiempo para comentarlas, pero me parecen tan ricas, que vale la pena leerlas una a una. Vamos con la primera, tomada del texto juvenil sólo recogido por Maisie Ward.

La humildad es una cosa grandiosa, emocionante. La exaltadora paradoja del cristianismo y la triste falta de ella en nuestra época es, a nuestro parecer, lo que realmente nos hace encontrar la vida aburrida –como un cínico- en vez de maravillosa –como un niño. Esto, sin embargo, no nos interesa en este momento.
Lo que nos interesa es el hecho desafortunado de que no hay personas en que falte más que entre los socialistas, sean o no cristianos. La protesta -aislada o dispersa- para un cambio completo en el orden social, el constante tocar de una sola cuerda, la contemplación necesariamente histérica de un régimen ya condenado y, sobre todo, el obsesionante murmullo pesimista de una posible desesperanza de vencer a las gigantescas fuerzas del éxito, todo ello, innegablemente, comunica al socialista moderno un tono excesivamente imperioso y amargo.
Y no podemos razonablemente censurar al público buscadinero por su impaciencia ante la monótona virulencia de hombres que lo vituperan constantemente porque no vive a lo comunista y que, después de todo, tampoco lo hacen ellos. De buen grado concedemos que estos últimos entusiastas creen imposible, en el estado presente de la sociedad, practicar su ideal. Pero este hecho, que abona su indisputable sinceridad, arroja una desafortunada indecisión y vaguedad sobre sus acusaciones contra otra gente que se halla en la misma posición.
Comparemos este tono arrogante y airado existente entre los modernos utopistas -que sólo pueden soñar con ‘la vida’- con el tono del cristiano primitivo que andaba atareado viviéndola: por lo que sabemos, los cristianos primitivos nunca consideraron asombroso que el mundo, tal como lo hallaban, fuese competitivo y falto de regeneración: al parecer creían -en su ignorancia precristiana- que no podía ser otra cosa, y todo su interés se concentraba en su propia conducta y la exhortación necesaria para convertirlo. Creían que no era ningún mérito suyo lo que les había permitido entrar en la vida antes que los romanos, sino simplemente el hecho de haber aparecido Cristo en Galilea y no en Roma. Por fin, nunca pareció que abrigaran dudas acerca de que la buena nueva convertiría al mundo con una rapidez y facilidad que no daba lugar a una severa condenación de las sociedades paganas.

Estas palabras son densas y hay que leerlas un par de veces para comprenderlas del todo. Sólo quiero insistir en un punto que enlaza con la entrada anterior: la humildad cristiana no espera la sociedad mejor, sino que directamente se pone a construirla, comenzando por un cambio en primera persona… que es lo que Chesterton echa en falta en sus amigos socialistas. Quizá muchos cristianos de hoy también han olvidado esa virtud de los primeros cristianos.

Chesterton: cristianismo y socialismo 2/5: la diferente actitud de los protagonistas

Estamos en condiciones de volver a retomar el breve estudio con el que Chesterton zanja la cuestión entre cristianismo y socialismo. Tras ver el origen común y el ideal compartido, el joven Chesterton en seguida advierte que las expectativas entre el socialista son completamente distintas de las del cristiano, como muestra en este agudísimo párrafo, que completaremos el próximo día, con las virtudes personales que definitivamente distinguen a un sistema de pensamiento de otro. Volvamos pues al famoso Cuaderno de notas:

Por mi parte, no puedo de ningún modo estar de acuerdo con los que no ven ninguna diferencia entre el socialismo cristiano y el moderno y tampoco me uno a los ataques de ciertos socialistas cristianos contra aquellas dignas personas de la clase media que no pueden ver la relación. No puedo dejar de pensar que, en cierto modo, estas personas están en lo cierto. Ningún hombre razonable puede leer el Sermón de la Montaña y pensar que su tono no es muy diferente del de la mayoría de las especulaciones colectivistas de nuestros días, y los filisteos sienten la diferencia aunque no saben expresarla distintamente. Hay una diferencia entre el programa socialista de Cristo y el de nuestro tiempo, una diferencia profunda, auténtica e importantísima, y es esta diferencia lo que deseo señalar.

Tomemos dos tipos paralelos, o mejor, el mismo tipo en los dos ambientes distintos. Tomemos al ‘joven rico’ de los Evangelios y coloquemos junto a él al joven rico de hoy, en el umbral del socialismo. Si siguiésemos las dificultades, teorías, dudas, resoluciones y conclusiones de cada uno de estos personajes, encontraríamos dos tendencias muy distintas de examen de conciencia a lo largo de las dos vidas. Y la esencia de la diferencia sería ésta: el socialista moderno dice: ‘¿Qué hará la sociedad?’, mientras que su prototipo, según leemos, dijo: ‘¿Qué haré yo?’. Adecuadamente considerada, esta última frase contiene toda la esencia del antiguo comunismo. El socialista moderno considera su teoría de regeneración como un deber de la sociedad hacia él, el cristiano primitivo la consideraba como un deber suyo hacia la sociedad; el socialista moderno se atarea trazando planes para llevarla a cabo, el cristiano primitivo se atareaba considerando si él la llevaría a cabo sobre la marcha; el ideal del socialismo moderno es una complicada utopía, hacia la cual, según espera, tenderá el mundo; el ideal del cristiano primitivo era un núcleo real que ‘vivía la nueva vida’, al que podría unirse si quería. De ahí la nota que suena constantemente en todo el Evangelio, de la importancia, dificultad y excitación de la ‘llamada’, el requerimiento individual y práctico hecho por Cristo a cada rico: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres.»

A nosotros nos viene el socialismo especulativamente, como una noble y optimista teoría de lo que podría ser remate del progreso; a Pedro, Santiago y Juan les vino en la práctica como una crisis de su propia vida cotidiana, como una agitada cuestión de conducta y de renuncia.

No convenimos, pues, en modo alguno con los que sostienen que el socialismo moderno es la exacta reproducción o cumplimiento del socialismo del cristianismo. Hallamos importante y profunda la diferencia, a pesar del terreno común de colectivismo altruista. El socialista moderno considera el comunismo como una remota panacea para la sociedad; el cristiano primitivo lo consideraba como una inmediata y difícil regeneración de sí mismo. El socialista moderno vitupera, o por lo menos censura, la sociedad, porque no lo adopta; el cristiano primitivo concentraba sus pensamientos en el problema de su propia buena o mala disposición a adoptarlo. Para el socialista moderno es una teoría; para el cristiano primitivo era una llamada. El socialismo moderno dice: «Elabora un sistema amplio, noble y práctico y somételo al intelecto progresista de la sociedad». El cristianismo primitivo dijo: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres.»

Esta distinción entre el modo social y personal de considerar el cambio tiene dos aspectos: el espiritual y el práctico a que vamos a referirnos. El aspecto espiritual, aunque de importancia menos directa y revolucionaria que el práctico, tiene sin embargo una significación filosófica profunda. A nosotros nos parece extraordinario que este aspecto cristiano del socialismo, el aspecto de la dificultad del sacrificio personal, y la paciencia, alegría y buen humor necesarios para una prolongada sumisión personal, sea tan constantemente pasado por alto. El mundo literario se ve inundado de viejos que ven visiones y jóvenes que sueñan sueños, con varias etapas de entusiasmo anticompetidor, con apocalipsis económicos, complicadas utopías y efímeros destinos de la humanidad. Y por lo que hayamos visto, en todo este torbellino de excitación teórica, no se dice una palabra de la intensa dificultad práctica de la llamada para eI individuo, la pesada cruz, sin recompensa, llevada por aquel que renuncia al mundo.

Seguramente, no se negará que no sólo será imposible el socialismo sin algún esfuerzo por parte de los individuos, sino que el socialismo, si se estableciera, quedaría rápidamente disuelto o, peor aún, enfermo, si los miembros individuales de la comunidad no hicieran un esfuerzo constante por hacer lo que, en el estado actual de la naturaleza humana, ha de significar un esfuerzo, por vivir la vida superior. Los meros regímenes de Estado no conseguirían y aún menos mantendrían un reinado del altruismo sin la alegre decisión -por parte de los miembros- de olvidar el egoísmo aun en pequeñas cosas, y Cristo proveyó a esta dificilísima y a la vez importantísima decisión personal, pero los teorizantes modernos no proveyeron de ningún modo. En realidad, algunos socialistas modernos creen que, para alcanzar la edad de oro, es necesario algo más que ingresos fijos y boletos para almacenes universales, y que las fuentes de todo mejoramiento real han de buscarse en el temperamento y el carácter humanos. Mr. William Morris, por ejemplo, en sus ‘Noticias de Ningún Sitio’, pinta un hermoso cuadro de un país regido por el Amor, y basa acertadamente el altruista compañerismo de su Estado ideal en un supuesto mejoramiento de la naturaleza humana. Pero él no nos dice cómo ha de efectuarse ese mejoramiento, mientras Cristo nos lo dijo. Del método de Cristo en esta cuestión hablaré después, al tratar del aspecto práctico; mi objeto ahora es comparar los efectos espirituales y emotivos de la llamada de Cristo con los de la visión de Mr. William Morris. Cuando comparamos las actitudes espirituales de dos pensadores –y vemos que uno está considerando si la historia social ha sido suficientemente un proceso de mejora para abonar la creencia de que culminará en altruismo universal, mientras el otro está considerando si ama bastante a los demás para presentarse el día siguiente en la plaza pública y distribuir todos sus bienes, excepto su báculo y su zurrón- no se negará la probabilidad de que éste último esté experimentando ciertas emociones profundas y agudas que serán completamente desconocidas para el primero. Y estas experiencias emotivas constituyen lo que entendemos por aspecto espiritual de la distinción. A tres características, por lo menos, provee el programa galileo: humildad, actividad, alegría, la verdadera triada de virtudes cristianas.

Chesterton: ignorancia, etnocentrismo y revolución

Hemos hablado de la comparación en GK como método de análisis, ilustrativo e incluso informativo, y hoy lo haremos como método puramente ‘formativo’. Qué duda cabe que GK tiene siempre ese criterio: escribe para formar al hombre corriente frente a ciertos desatinos e insuficiencias del pensamiento moderno. El ejemplo de hoy –tomado igualmente del Santo Tomás de Aquino, que estamos analizando (cap.3, párrafos 11 y 12)- constituye un ejemplo perfecto.
Inicialmente, parece la típica digresión chestertoniana: hablando de la filosofía en la Edad Media, GK reflexiona sobre los grandes cambios sociales, esos que con tanta facilidad tendemos a considerar revolucionarios, y que no lo son tanto. Al tiempo que Chesterton elabora una teoría de la historia, nos hace ver dónde estamos realmente: relativiza nuestra época –tan importante para nosotros, ciertamente, pero una etapa más en la historia humana- y nos hace sentir que las transformaciones de nuestro alrededor tienen mucho más de moda cíclica que de verdaderas transformaciones: nuestra ignorancia histórica es tan grande que nos sentimos protagonistas de los más grandes acontecimientos. Veamos dónde localiza Chesterton una auténtica revolución, con la seguridad de que no es una visión particular, pues los expertos están de acuerdo con él.

Girl in mirror (1964), óleo de Roy Lichtenstein, famoso representante del pop art. Imagen: es.wahooart.com

‘Girl in mirror’ (1964), óleo de Roy Lichtenstein, famoso representante del pop art. Imagen: es.wahooart.com

Quizá la historia no registre ninguna revolución de verdad. Lo que siempre ha habido han sido contrarrevoluciones. Los hombres siempre han estado rebelándose contra los últimos rebeldes, o incluso arrepintiéndose de la última rebelión.
Se podría ver esto en las más intrascendentes modas contemporáneas, si la mentalidad de moda no hubiera tomado la costumbre de ver al último rebelde como rebelde frente a todas las épocas a la vez. La chica moderna de cóctel y labios pintados es tan rebelde frente a la sufragista de 1880, con su cuello duro y su abstinencia estricta, como ésta era rebelde frente a la dama victoriana de los valses lánguidos y el álbum lleno de citas de Byron; o como esta última, a su vez, era rebelde frente a una madre puritana para quien el vals era una orgía desenfrenada y Byron, el bolchevique de su tiempo. Sigamos incluso la ascendencia de la madre puritana en la historia, y representa una rebelión frente a la laxitud de la Iglesia anglicana de los Cavaliers[1], que al principio fue rebelde frente a la civilización católica, que había sido rebelde frente a la civilización pagana.
Sólo un lunático defendería que esas cosas sean un progreso, porque obviamente van primero en una dirección y luego en la otra. Sea lo que fuere correcto, una cosa sin duda está equivocada: la costumbre moderna es contemplarlas sólo desde el lado moderno. Pero eso es ver sólo el final del cuento: se rebelan contra no saben qué, porque surgió no saben cuándo. Atentos sólo al final, desconocen su comienzo, y por lo tanto su mismo ser. La diferencia entre los casos menores y el mayor está en que éste es realmente un cataclismo humano tan enorme que los hombres parten de él como si estuvieran en un mundo nuevo, y esa misma novedad les permite ir muy lejos, y en general demasiado lejos. Es porque estas cosas empiezan por una revuelta vigorosa por lo que el ímpetu intelectual dura lo bastante para que parezcan una supervivencia.
Un excelente ejemplo es la historia real de la rehabilitación y el abandono de Aristóteles. Cuando la época medieval tocó a su fin, el aristotelismo acabó pareciendo rancio, pero sólo una novedad muy fresca y exitosa puede acabar tan rancia.
Cuando los modernos, corriendo el más negro velo de oscurantismo que jamás oscureciera la historia, decidieron que nada importaba gran cosa antes del Renacimiento y la Reforma, al instante iniciaron su carrera moderna con un craso error, el error del platonismo.
Encontraron –haraganeando en las cortes de los príncipes fanfarrones del siglo XVI (que era a lo más que se les permitía remontarse en la historia)- a ciertos artistas y eruditos anticlericales que decían estar aburridos de Aristóteles y supuestamente gustando de Platón en secreto. Los modernos –que ignoraban por completo toda la historia de los medievales- cayeron al instante en la trampa. Supusieron que Aristóteles era alguna antigualla avinagrada, tiranía del lado oscuro de los Siglos Oscuros, y Platón un placer pagano enteramente nuevo, aún no probado por cristianos. […] La realidad, huelga decirlo, es exactamente lo contrario: en todo caso, el platonismo era la vieja ortodoxia. La revolución moderna era el aristotelismo, y el líder de esa moderna revolución fue el hombre del que habla este libro.

[1] Partidarios de Carlos I en las guerras civiles de 1642-1648

Chesterton: La filosofía es para el hombre corriente, 2: rastrear el origen del propio pensamiento

La primera parte del ensayo El restablecimiento de la filosofía se dedica a considerar las consecuencias sociales de la ausencia de filosofía, es decir, el favorecimiento de los más ricos y poderosos, puesto que se carece de argumentación sólida para ponerles freno.

Para GK -frente al cientifismo materialista- la filosofía sienta las bases para una adecuada comprensión del mundo y del ser humano

Para Chesterton, la filosofía sienta las bases para una adecuada comprensión del mundo y el hombre, frente al cientifismo materialista.

La segunda parte del argumento (párrafos 05-10) es algo más complicada. El punto de partida es que todo lo que tenemos ha sido pensado por alguien, seamos conscientes o no: El hombre siempre sufre la influencia de alguna clase de pensamientos, los propios o los de algún otro; los de alguien en quien confía o los de alguien de quien nunca oyó hablar; pensados de primera, segunda o tercera mano; pensados a partir de desacreditadas leyendas o de rumores no verificados; pero siempre algo con la sombra de un sistema de valores y una razón para su preferencia (05).

Es lo que se llama cultura o civilización, y actúa como filtro para considerar las realidades que nos rodean. Sin embargo, las corrientes filosóficas subyacentes son raramente examinadas por los hombres corrientes, que prefieren llamarse librepensadores o modernos, cuando en realidad utilizan ese pensamiento subyacente sin capacidad crítica. GK ha nuevamente en esta segunda parte –como antes lo hizo en la primera con las ideas del hombre práctico (ver original)- un análisis de la filosofía dominante, que viene a decir que todo es una repetición mecánica de causas y consecuencias inmediatas, sin dejar espacio a una voluntad superior, creadora de ese juego de causas y consecuencias –y por tanto que pueda alterarlo ocasionalmente, como sería el caso de los milagros.

Éstas son las tesis principales de Chesterton en el ensayo:
-Nadie trata de llegar al fondo, de la cuestión, la moda se impone sin verdadero espíritu crítico: Lo que realmente le ocurre al hombre moderno es que no conoce siquiera su propia filosofía, sino sólo su propia fraseología (09). Eso lo sabe GK por experiencia, porque se atrevió a enfrentarse a la cultura dominante en su tiempo, como mostró en Herejes y en Ortodoxia.
-Pensar en términos de una voluntad superior o un espíritu creador no es menos inteligente, porque la explicación de los hechos naturales no agota la explicación de la realidad, por más que los materialistas se empeñen. Hay muchas posturas que no son materialistas y no son menos inteligentes:

No es una negación de inteligencia sostener un concepto coherente y lógico en un mundo tan misterioso: No es una negación de inteligencia creer que toda experiencia es un sueño. No es signo de falta de inteligencia creer que es una ilusión, como creen ciertos budistas; y mucho menos creer que es un producto de una voluntad creadora, tal como creen los cristianos (10).

La clave está en comprender la naturaleza de los hechos: pero esta ‘naturaleza’ no es un concepto físico, sino metafísico, es decir, está más allá de lo que piensa la ciencia, y precisa la filosofía. En realidad esto está aceptado implícitamente por nuestra cultura: sabemos que los humanos somos átomos y materia, pero también que somos algo más que átomos y materia, lo que nos confiere una especial dignidad: es la base de los derechos humanos, y no se deduce de la ciencia, sino de la filosofía.

La conclusión del artículo es una magnífica chestertonada, poniendo de relieve otro mito de nuestro tiempo: Siempre nos dicen que los hombres ya no deberían estar divididos de un modo tan abrupto por sus distintas religiones. Como paso inmediato en el progreso, es mucho más urgente que estén divididos más clara y abruptamente por distintas filosofías (10).

Chesterton: La filosofía es para el hombre corriente, 1: el ejemplo de ‘Margin call’

Hemos publicado en el Chestertonblog El resurgir de la filosofía. ¿Por qué?, un breve pero denso ensayo que merece la pena ser analizado con más detalle. Remito al texto –aquí en su versión bilingüe anotada-.

Para empezar, hay que reseñar una importante paradoja en Chesterton, y es que el interés filosófico de GK no es el interés académico de los temas que estudian habitualmente los filósofos. Por ejemplo, desde Kant, la cuestión de las ‘condiciones de posibilidad’ ha sido una constante, que llevó a estudiar durante el siglo XX las implicaciones estudio del lenguaje y la lógica –como Wittgenstein y algunos filósofos postmodernos, como Derrida o Vattimo-. Esta ‘filosofía’ –con ser necesaria- no es la importante para GK, puesto no resulta relevante para la vida cotidiana. Pero ¡ojo, mucho cuidado! Porque podemos caer en la misma trampa de la que nos avisa Chesterton: como la filosofía es algo teórico, nos invita a dirigirnos al sentido práctico. Pero olvidarnos de ella tiene graves repercusiones, como muestra en la primera parte del artículo:

Sin duda aparecerá un hombre práctico, uno de la interminable sucesión de hombres prácticos; y sin duda vendrá y sacará unos cuantos millones para él mismo y dejará el lío más embarullado que antes; como ha hecho anteriormente cada uno de los demás hombres prácticos (03).

Así, Chesterton habla de la necesidad de un ‘rey’ que sea ‘filósofo’, porque sabrá distinguir los asuntos de los que trata. A la gente no le gusta mucho la idea del rey –hoy se entiende esto muy bien en España- pero, guiados por el ‘pragmatismo’ de los ‘hombres prácticos’, aceptarán sus ideas y éstas gobernarán su vida, puesto que carecen de una filosofía que les guíe:

La República Romana y todos sus ciudadanos tuvieron hasta el final horror a la palabra ‘rey’. En consecuencia, inventaron y nos impusieron la palabra ‘emperador’. Los grandes republicanos que fundaron América también tenían horror a la palabra ‘rey’, que por tanto reapareció con el especial matiz de Rey del Acero, Rey del Petróleo, Rey del Puerco y otros monarcas similares, hechos de materiales similares.
La labor del filósofo no es necesariamente condenar la innovación o negar el distingo. Pero tiene el deber de preguntarse qué es exactamente lo que hay en la palabra ‘rey’ que le disgusta a él o a otros. […] Pero, de todos modos, tendrá la costumbre de examinar el asunto por el pensamiento, por la idea de lo que le gusta o le disgusta; y no sólo por el modo como suena una sílaba o como lucen tres letras que comienzan con una ‘R’
(04).

¿Qué pasa cuando no hay un análisis filosófico de la realidad o no está bien hecho, se pregunta GK? Pues exactamente lo que tenemos hoy (en general en el mundo moderno y en particular en esta crisis de 2008-2014), descrito con irónica maestría hace 80 años:

Algunos temen que la filosofía los aburra o los aturda, porque creen que no sólo es una retahíla de palabras largas, sino una maraña de ideas complicadas. A esas personas se les escapa el aspecto más importante de la moderna situación. Esos son exactamente los males que todavía perduran, principalmente por falta de una filosofía.
Los políticos y los periódicos siempre están usando palabras largas. No es un completo consuelo que las usen mal. Las relaciones políticas y sociales se han complicado más allá de toda esperanza. Son mucho más complicadas que cualquier página de metafísica medieval; la única diferencia está en que los hombres de la Edad Media podían desenredar la maraña y seguir las complicaciones; y los modernos no pueden.
En nuestros días las cosas más prácticas, como las finanzas y la política, son terriblemente complicadas. Nos contentamos con tolerarlas porque nos contentamos con comprenderlas mal, no con entenderlas
(01).

Es lo que describe la película ‘Margin call’ (2011, J.C. Chandor, protagonizada por Kevin Spacey y Jeremy Irons), que narra 24 horas en la vida de una empresa en el momento en que los expertos han comprendido las consecuencias desastrosas de las desastrosas prácticas financieras que llevan años realizando. Alguien había dado la voz de alerta un año antes, pero ninguno quiso atenderlo; de hecho, es despedido. En un  momento determinado, el ‘Gran Jefe’ pide al experto que le explique las cosas en lenguaje llano, porque él no entiende nada de tecnicismos: él cobra por dedicarse a oler por dónde van las cosas… y en ese momento ‘no huele nada’.

Chesterton sentencia con sensatez: El mundo de los negocios necesita de la metafísica… para que lo simplifique. No en vano se ha dicho mucho que esta crisis económica está vinculada a la confianza… una confianza abstracta en que el sistema funcionaba por sí sólo. Dan ganas de concluir este primer análisis rogando a Dios que nos libre de los hombres prácticos.

Esta entrada está dedicada a mi gran amigo filósofo José Escandell.

Chesterton: ‘¿En qué clase de católico se convirtió?’

Portada de Chesterton: 'Por qué soy católico', de El buey mudo, 2010.

Portada de Chesterton: ‘Por qué soy católico’, de El buey mudo, 2010.

La conversión es el comienzo de una activa, fructífera, progresiva y venturosa vida para el intelecto. La importante pregunta que hay que hacer a Chesterton (y a todos los conversos) no es: ¿Por qué se hizo católico?, sino, más bien: ¿En qué clase de católico se convirtió?” Estas palabras corresponden al prólogo de Por qué soy católico, el libro que la editorial El Buey mudo publicó en 2010 con las obras que Chesterton dedicó expresamente a su conversión al catolicismo o directamente relacionadas con ella y que corresponden a su vez al volumen 3º de las obras completas de GK Chesterton, publicadas por Ignatius Press (San Francisco): A donde todos los caminos conducen (1922), La Iglesia católica y la conversión (1927), ¿Por qué soy católico? (1926), La cuestión: Por qué soy católico (1929, a veces traducido como ‘La cosa’ -Espuela de plata, 2010-) y El manantial y la ciénaga (1935, también traducido como ‘El pozo y los charcos’): son recopilaciones de artículos sobre ‘el tema’, que lógicamente tenía que aparecer en los medios de comunicación de una forma u otra. Cierra el volumen El camino de la Cruz, un breve texto de crítica artística a las escenas de un Viacrucis dibujadas por un amigo de GK pintor.

La Semana Santa es una buena ocasión para publicar esta Introducción en el blog –quizá la misma de Ignatius Press- en la sección correspondiente a estudios en español y presentarla aquí brevemente.

Lo que más me gusta de este estudio previo de James J. Thompson Jr. es su estilo ‘cuestionador’, que ya hemos podido vislumbrar. Aunque -como es lógico- contextualiza la recepción en la Iglesia católica de GK en 1922, nos prepara para lo que vamos a leer de una manera original: haciéndose una serie de preguntas, a las que Chesterton responderá en el texto. Selecciono dos o tres párrafos de la Introducción, que me parecen significativos del estilo, basados precisamente en textos del propio GK:

“En 1926, cuatro años después de su conversión al catolicismo, Chesterton escribió en La Iglesia católica y la conversión que la Iglesia es una casa con cientos de puertas, y no hay dos hombres que entren en ella por la misma. Hubiera podido decir mil o diez mil, o infinitas puertas, pues la experiencia vivida por cada converso es única. ¿Qué es lo que marca mejor a la Iglesia Universal? Pues que ofrece a toda persona lo que más necesita y que no puede conseguirse en ninguna otra parte.

“¿Significa esto que los conversos son personas de una individualidad quisquillosa, que se complacen tan sólo en alimentar sus propios gustos y predilecciones y que no muestran nada en común con todos aquellos que entran por puertas diferentes a la suya? ¿Comparten aquellos que buscan un modelo de moral autoritaria alguna cosa con el resto de los creyentes que reclaman una liturgia mayestática? ¿Se encierran en un silencio distanciador aquellos para los que la fe evoca una respuesta emocional que estremece el alma, aislándose de aquellos otros conversos que llegan a la Iglesia porque ésta logra consagrar su racionalidad? ¿Se apartan quienes admiran al catolicismo por ser el guardián de las tradiciones de aquellos otros nuevos católicos que encuentran en la Iglesia una fuente de renovación? ¿Es la Iglesia una auténtica comunidad de creyentes o, por el contrario, es tan sólo una especie de paraguas bajo el que tratan de guarecerse un conjunto de individuos elitistas?”

Thompson nos prepara para lo que vamos a leer, las respuestas de GK a la hecho de ser católico. Pero si nos fijamos bien en las preguntas, hacen referencia no sólo a la fe o a los dogmas, sino a la vida de los creyentes: este libro está lleno de anotaciones históricas y sociológicas sobre lo que ha significado ser católico en su tiempo, pero también a lo largo de los siglos y cómo la fe influye de maneras diversas en la vida social y personal. El Chesterton que más nos gusta, el que continuamente analiza el mundo a su alrededor, está muy presente en estos volúmenes y quizá más adelante presentemos algunos artículos de este libro.

Pero la clave -claramente-  no es la sociología: “Para Chesterton hay dos razones fundamentales que pueden llevar a una persona a la conversión: La primera es que se crea que en ella [en la fe católica] anida una verdad firme y objetiva, una verdad que no depende de la personal creencia para existir. Otra razón puede ser que [la persona] aspire a liberarse de sus pecados. Estas son las razones por las que Chesterton se hizo católico, y que deben constituir el fundamento de quien tome la decisión de entrar en la Iglesia. Sin ellas, afirmaba Chesterton, el individuo puede decir que es católico, pero se está engañando”.

Chesterton da otra vez en el clavo: naturaleza genuina frente a exceso institucional.

Continuamos recogiendo algunas críticas (, , ) del bibliotecario Herne -reconvertido en rey medieval- al mundo de hoy, que muestra la perspectiva sociológica de Chesterton (El regreso de Don Quijote, 1927). Al enterarse del intento de encerrar en un manicomio a un técnico y artista sabio que ha desarrollado una teoría sobre la ceguera de sus contemporáneos para ver el color del mundo, Herne vuelve a proporcionarnos otro retrato de nuestro mundo, esta vez centrado en el excesivo peso de las instituciones en la vida social, que no sólo es compatible con una sociedad de individuos, sino que es su contrapeso necesario: al deshacerse los lazos sociales básicos, tan sólo quedan el individuo y el Estado, y éste ha de tomar sobre sí las necesidades que la persona sola no puede hacer frente. El resultado lo estamos viviendo, en lo positivo y lo negativo: un complejísimo ‘sistema’ o maquinaria social que nos proporciona grandes posibilidades, pero que abarca casi todos los aspectos de la vida y nos somete a él sin apenas darnos cuenta. En condiciones de normalidad, todo parece ir bien; pero en cuanto algo sale del estándar, puede ser considerado patológico y el Estado interviene con sus controles. Si uno se fija bien, aquí están recogidas cuarenta años antes, las críticas de Mayo del 68 a la sociedad establecida. Los que hayan visto Tiempos Modernos (1936) de Charles Chaplin, también reconocerán la crítica a la maquinaria y a los ‘internamientos institucionales’:

'Tiempos modernos' de Chaplin (1936): Capitalismo y Estado se hacen cargo del individuo

‘Tiempos modernos’ de Chaplin (1936): Capitalismo y Estado se hacen cargo del individuo. Todocolección.net

¿Cuándo se vio que todo un ejército se movilizase para arrancar a una hija de su padre, es este caso un viejo mendigo? Ya podían los reyes atravesar las aldeas a caballo arrojando monedas o maldiciones, pero jamás se entretuvieron en desmembrar laboriosamente, trozo a trozo, a una pequeña familia, traspasando con la más lenta de las agonías el pobre corazón humano que se alimenta de cariño. Incluso reyes hubo que sirvieron a mendigos, y eso que se trataba de mendigos leprosos. Y otros malvados que ensartaron a los mendigos en su lanza y los cocearon con su caballo, per a los que recordaron con terror en la hora de su muerte dejándoles en dote una buena suma para misas y obras de caridad. No, en la Edad media no se encadenaba al anciano sólo por ser ciego, como se ha hecho hoy con este anciano por su teoría de la ceguera cromática. ¡Esa es la telaraña de miseria y de angustia que hemos tejido sobre el común de los humanos!, porque -¡el cielo nos valga!- somos demasiado humanos, demasiados liberales y demasiados filantrópicos para soportar el humano gobierno de un rey.

¿Nos acusaréis entonces de soñar con el regreso a lo naturalmente genuino? ¿Nos acusaréis si tenemos la fantasía que el ser humano dejaría de construir esas máquinas con sólo que nosotros renunciásemos a tratarlo como a una máquina? ¿Qué otra cosa intenta decirnos Braintree [el revolucionario] sino que somos sentimentales y que lo ignoramos todo sobre la ciencia, la sociología, la economía, o eso que difícilmente podría ser juzgado de ciencia lógica y objetiva, una ciencia que arranca al anciano de aquellos a los que ama como si fuese un leproso? Permítasenos decir a John Braintree que no ignoramos esa ciencia. Digámosle que sabemos ya demasiado de esa ciencia. Digámosle a la cara que tenemos demasiada ciencia, demasiada ilustración, demasiada educación, demasiado orden social, demasiado de esa trampa humana que se llama burocracia y de ese rayo de muerte que es la experiencia. (El regreso de Don Quijote, Cátedra, 2010, p.388).

Chesterton: La familia necesita un hogar

En esta entrada quiero comentar la parte restante de La casa completa, y completar así lo que escribimos ayer sobre la naturaleza humana. ¿Por qué se llama así un artículo sobre la sexualidad humana? Volvemos a ver en acción al GK sociólogo, en su mejor capacidad de relacionar cosas: porque la propiedad del hogar –el núcleo de la vida para Chesterton, como sabemos- es garantía de la vida familiar. ¿Cómo llega a esta conclusión?

Chesterton considera que el sexo es un instinto que produce una institución; y es positivo y no negativo, noble y no ruin, creador y no destructor, porque produce esa institución. Esa institución es la familia: un pequeño estado o comunidad que, una vez iniciada, tiene cientos de aspectos que no son de ninguna manera sexuales: incluye adoración, justicia, festividad, decoración, instrucción, camaradería, descanso. El sexo es la puerta de esa casa, y a los que son románticos e imaginativos naturalmente les gusta mirar a través del marco de una puerta. Pero la casa es mucho más grande que la puerta.

Verdaderamente son hermosas estas palabras, una auténtica definición de familia. Chesterton reconoce que son tiempos difíciles para la familia, porque hay quien prefiere otra opción, más ‘liberal’: es perfectamente obvio que el ‘amante libre’ es sencillamente una persona intentando la idea imposible de tener una serie de lunas de miel sin una sola boda. Se dedica a construir una larga galería que consiste en un montón de puertas sin que haya una casa al final de todas ellas.

Chesterton nos ofrece aquí dos maravillosas chestertonadas, esas metáforas que sólo él es capaz de imaginar: lunas de miel sin boda, puertas sin casa detrás. Es el espíritu del tiempo, reconoce, y achaca al materialismo y al propio capitalismo la crisis de la familia, es decir, la crisis de quienes se sienten liberados del sexo para ser realmente dependientes de él, porque no son capaces de construir sobre él.

Además, a nosotros nos preocupa y mucho […] no sólo por razones éticas sino económicas. La propiedad en su sentido propio es sencillamente el aspecto económico de esa Cosa positiva y creadora que se inicia por el instinto y acaba en la institución. Es sencillamente el cuidado de esa sólida casa de la que el amor es la entrada romántica. La propiedad debe ser privada porque la familia desea ser privada; porque desea tener en algún grado separación y el gobierno de sí misma; porque la familia insiste en tener su propio gobierno.

En el Chestertonblog ha aparecido numerosas veces la idea de que el capitalismo es proletarismo y nos despoja de la propiedad. Desde luego, el primer capitalismo lo fue, hasta que en el siglo XX se corrigieron algunos errores y surgió una clase media de propietarios de sus hogares, pero ahora vuelve a verse el mismo –y quizá verdadero- rostro: el drama de los desahucios que se vive en España con motivo de la crisis es una expresión perfecta de lo que quiere transmitir Chesterton, y vemos cómo las dificultades económicas afectan a las relaciones familiares, tanto como puede hacerlo la propia sexualidad. Relaciones externas –económicas, con la sociedad-, relaciones internas –sexualidad y otras relaciones afectivas y de organización- construyen la familia, en contextos siempre difíciles: No diré que no está en su mejor momento porque supongo que esta institución, como la humanidad misma, nunca lo está […] Su propio poder creador interno –en las artes y artesanías y juegos y otras gracias y dignidades- ha sido machacado con el peso del mundo externo y de todas sus chillonas trivialidades y retumbantes estupideces.

Peleemos para que todos tengan su hogar, y recuperemos la sensatez, dispuestos los primeros a superar las dificultades que entraña la vida familiar, repitiendo las hermosas palabras de GK: adoración, justicia, festividad, decoración, instrucción, camaradería, descanso. Es mucho lo que está en juego, también en medio de las dificultades económicas.