
Martin Gardner (1914-2010) (Fotografía por Adam Fish)
Recordamos a Martin Gardner, fallecido en mayo de 2010, sobre todo por los artículos de divulgación matemática que publicó regularmente en la revista Scientific American durante veinticinco años; después fueron recogidos en libros que en España publicó en su mayoría Alianza Editorial.
Y aunque no es poco, Gardner escribió mucho más: ensayos escépticos contra las pseudociencias (el más conocido probablemente sea La ciencia: lo bueno, lo malo y lo falso), manuales de ilusionismo (su inagotable Encyclopedia of Impromptu Magic será objeto próximamente de una reedición corregida y aumentada), filosofía (disciplina en la que, de hecho, se graduó), crítica literaria, etc.
Precisamente en este último campo de la crítica literaria dedicó especial atención a dos autores concretos, de cuyas obras preparó exquisitas ediciones anotadas: Lewis Carroll y G. K. Chesterton.

La edición anotada por Gardner de «El hombre que era Jueves»
En su maravillosa autobiografía publicada póstumamente, Undiluted Hocus-Pocus (Princeton University Press, 2013), Martin Gardner escribe:
«Otros dos de mis héroes literarios son H. G. Wells y G. K. Chesterton. He dicho en otro sitio que si puedes entender por qué admiro a ambos hombres, uno un ateo devoto, el otro un católico devoto, puedes empezar a comprender mi modalidad de teísmo. Ambos tienen a mi juicio un lado positivo y otro negativo. Wells no concebía la posibilidad de que pudiera haber un Dios y vida después de la muerte, pero sentía un gran respeto por la ciencia y la conocía bien. Aprecio a Wells principalmente por sus visiones utópicas, la convicción de que la humanidad ya es capaz de crear un mundo libre de guerras e injusticias. Aprecio a Chesterton por su sentido del humor, su estilo literario, sus fantasías, sobre todo por su asombro y su gratitud constantes por nuestra existencia y la del universo» (pág. 184).
En un capítulo posterior, añade:
«Un escritor británico que tuvo una enorme influencia en mi pensamiento fue Gilbert Keith Chesterton. Aunque no me convenció su poderosa retórica en defensa de Roma, releo su Ortodoxia cada pocos años, y siempre con placer. Considero su El hombre que era Jueves una obra maestra de la fantasía filosófica. Mi aprecio por la ficción de Chesterton, especialmente los misterios del Padre Brown, queda patente en mi libro The Fantastic Fiction of Gilbert Chesterton. Por encima de todo, me encanta leer cualquier cosa escrita por él por su incesante emoción de maravilla y gratitud hacia Dios, no solo por cosas tan complejas como él mismo, su mujer y el universo, sino por «enormes minucias» (como él las llamó una vez) tales como la lluvia, la luz del sol, las flores, los árboles, los colores, las estrellas, incluso las piedras que «brillan a lo largo del camino / y son y no pueden ser», como lo expresa en su gran poema religioso A Second Childhood» (pág. 205).
No es casual que Los porqués de un escriba filósofo (Tusquets, 1989; edición original en inglés de 1983, revisada en 1999) , el libro donde exponía de forma sistemática y, como siempre, tan clara como amena, su posición sobre las grandes cuestiones de la existencia, se abra y se cierre con sendas citas de Chesterton. El último capítulo, titulado «La fe y el futuro: a modo de prólogo», concluye así:
«Al fin y al cabo, comparto con Chesterton, lo que él llamó la idea central de su vida, y, aunque lamente que se hiciera católico tanto como lamento que Wells se hiciera ateo, me siento más próximo a GK que a HG. A Chesterton le gustaban los colores, todos. En su ensayo, The Glory of Grey, insiste en que el gris es un color magnífico y su mayor grandeza estriba en que sobre un fondo gris todos los colores resultan inusitadamente bellos» (pág. 384).

La primera edición en castellano de «Los porqués de un escriba filósofo»
P. D.: A propósito de uno de los grandes enigmas de la hermenéutica chestertoniana, la identidad de Domingo, Gardner escribe lo siguiente:
«Chesterton escribió su ‘pesadilla’ mucho antes de convertirse al catolicismo, y hay constancia de que negó que fuera una alegoría cristiana. Bien, está claro que al final del libro se convierte en tal. El libro ha dejado perplejos a muchos autores, y acaso el propio GK no fuera plenamente consciente de lo que intentaba decir (…). Yo lo veo así: Domingo es Dios, en el sentido de que toda la naturaleza forma parte de Dios. Y no lo es, en el sentido de que el Creador trasciende el universo. Es, como dice Garry Wills en Chesterton: Man and Mask (1961), «el Dios de Whitman». Sólo al final, cuando la cara de Domingo se expande hasta cubrir el cielo y todo se vuelve negro, podemos oír la voz del Creador y comprender que tras Domingo está el verdadero Sabbath, la paz de Dios, en la que el bien y el mal hallan su inescrutable reconciliación final» (pág. 430).