En la actualidad, como en tantas otras épocas, para muchos, la vida es una carga pesada; y a menudo, nos encontramos con movimientos y opiniones generalizadas bastantes negativas y estrechas que para nada favorecen una vida en plenitud, una vida para ser vivida con alegría.
Por un lado, todavía quedan vestigios de esa rigidez y escrupulosidad casi puritana que rechaza la naturaleza y aquellos, para quienes el mundo no es la creación del Dios Padre y Bueno: su visión del mundo nada tiene que ver con la ritualista, sacramental, devocional y festiva del cristianismo. Por otro lado, dominan el ambiente todas aquellas teorías que anulan la existencia de cualquier cosa que no pueda ser estudiada y comprendida, y aquellas, que ponen su razón de vida en el mundo, sin dependencia alguna de Dios; no consideran que la religión es parte integrante de la naturaleza del hombre como su inteligencia o su memoria. Con todas estas hipótesis pululando a nuestro alrededor, es difícil discernir cuál es el verdadero carácter del mundo en la vida de cada hombre. No podemos, ni debemos evitar el contacto con el orden de cosas del mundo creado por Dios, pero sí que no debemos considerarlo el punto final de nuestra existencia. Por este motivo y rememorando aquella oración que producía tanto impacto en mí cada vez que la rezaba en mi infancia, aquella que hablaba de este mundo como un destierro y un valle de lágrimas, pues estaba invadido por el mal y destruido así, el modo de vida hermoso y sencillo, me he dispuesto a abordar el tema desde la perspectiva maravillosa de Chesterton; no como una utopía ni como una quimera o fantasía sino como una realidad que puede ser vivida y que hace referencia a esa sacramentalidad natural que nos ofrece el cristianismo.
La idea primordial y profunda que atraviesa toda la obra de Chesterton, ya sean sus novelas, ensayos, poesía o teatro, es ese humilde y maravilloso acercamiento al mundo, a la creación como participación de esa eternidad que gozaremos, que ya comenzamos a gustar en esta vida que se nos ha dado y que no depende tanto de los momentos de dicha o felicidad ni de aquellos que nos producen sufrimiento o dolor sino que es una idea, un pensamiento, un hecho que nos hace sentir una felicidad interior muy por encima de los acontecimientos.
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