Archivo mensual: octubre 2014

Un pórtico para el Padre Brown (3)

Los relatos del Padre Brown: 53 historias tragicómicas sobre criminales.

En todo verdadero cuento de detectives, siempre comparece de improviso la sangre. Las galerías de personajes son infinitas; las causas últimas del asesinato, innumerables. Los ambientes pueden ser de lo más variado y, además, hay muchas posibilidades para el tempo narrativo. Pero la sangre siempre está ahí: brusca, sorpresiva y amenazadora. Se podría decir que, en esos relatos breves, la muerte no aparece, sino que irrumpe. El lector tiene la impresión de que, al secarse de repente una vida, el renglón va a enmudecer… para siempre.

Pero no. Es sólo una impresión transitoria, porque, en los relatos detectivescos, la muerte es sólo el principio. Un principio que, además, Chesterton no se tomaba muy en serio. Para comprobarlo, leamos con qué facundia se refiere en su Autobiografía a su extenso curriculum de asesinatos… sobre el papel:

Hace algún tiempo, sentado tranquilamente una tarde de verano, mientras pasaba revista a una vida injustificadamente afortunada y feliz, calculé que debo de haber cometido al menos unos cincuenta y tres asesinatos, y haber sido cómplice de la desaparición de otro medio centenar de cadáveres con el fin de ocultar otros tantos crímenes; culpable también de colgar un cadáver en una percha, de meter a otro en una saca de correos, de decapitar a un tercero y colocarle la cabeza de otro, y un largo etcétera de inocentes artificios parecidos. Es cierto que la mayoría de esas atrocidades las he cometido sobre el papel.

En cada relato del Padre Brown siempre hay ocasión por la risa, aun en mitad del drama. Ilustración: casapomelo.

En cada relato del Padre Brown siempre hay ocasión para la risa, aun en mitad del drama.
Ilustración: casapomelo.

Así fue, en efecto. Esos 53 asesinatos son las 53 historias protagonizadas por el Padre Brown, que constituyen lo que Chesterton llamaba, con genial paradoja, comedias de detectives.

Por un lado, nuestro autor no confeccionó historias de argumento sanguinolento y fácil, y, por otro lado, el interés de los relatos no se basa en una sofisticada trama o en la proliferación abrumadora de personajes (hasta el punto que podemos afirmar que, en este aspecto, las historias del Padre Brown son sencillas). Chesterton hizo algo más difícil: hallar en la tragedia de la muerte la comedia de la vida. Veamos, por ejemplo, con qué sentido del humor le quita espesor a la sangre cuando da cuenta, también en su Autobiografía, del tiempo en que le encargaban historias de crueles asesinatos:

Mi nombre adquirió cierta notoriedad como escritor de narraciones sangrientas, comúnmente llamadas historias policíacas; ciertos escritores y revistas han llegado a contar conmigo para tales fruslerías, y son lo bastante amables para escribirme de vez en cuando y pedirme una nueva remesa de cadáveres, generalmente en lotes de ocho.

Fueran los lotes de ocho o de más fiambres, lo cierto es que, como se explica en la edición de Acantilado del año 2008 (con traducción de Miguel Temprano García), los relatos del Padre Brown, publicados originalmente en diversas revistas inglesas y americanas (Cassell´s, Storyteller, Pall Mall o Nash´s) entre los años 1910 y 1935, se vienen reuniendo en cinco volúmenes sucesivos, que son El candor del Padre Brown (12 relatos), La sagacidad del Padre Brown (12 relatos), La incredulidad del Padre Brown (8 relatos), El Secreto del Padre Brown (10 relatos) y El escándalo del Padre Brown (9 relatos).

Chesterton confesó, como queda dicho, 53 tragicómicos asesinatos, y los citados son 51. Para completar la nómina debemos incluir, pues, otros dos relatos. Uno de ellos es El caso Donnington, escrito en colaboración con el también autor de novelas policiacas Sir Arthur Pemberton (1863-1950). Se trata de una historia descubierta en 1981 (muchos años después de que Chesterton falleciera, en 1936) y en cuya segunda parte aparece el Padre Brown para resolver el misterio.

El último de los relatos, que Chesterton escribió el último año de su vida y ya gravemente enfermo, es La máscara de Midas. Su descubrimiento es aún posterior, pues apareció en 1991, en forma de fotocopia del manuscrito original. Es un texto mecanografiado por Dorothy Collins (secretaria de Chesterton durante muchos años) que incluye numerosas correcciones de puño y letra y varias notas del escritor. Era, al parecer, el segundo relato de lo que nuestro autor había denominado “Nueva Serie” (el primero de los relatos de esa nueva “remesa de cadáveres” era La vampiresa del pueblo, que se suele incluir en el citado volumen El escándalo del Padre Brown).

Pero en La máscara de Midas hay, además, una enigmática indicación de Collins. “No publicar”, se lee en el original. ¿Por qué? ¿Por qué, después de 52 asesinatos, Chesterton no quería publicar otro crimen (un crimen sobre el papel cuya autoría, además, ya había reconocido expresamente)?

Como en el mejor de sus relatos, hasta el último momento se mantiene, por tanto, el suspense. Y, como en el mejor de los chistes, hasta el final todo es, si bien se mira, una bendita comedia.

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Chesterton y Dostoievski: dos maneras de ver la relación con Dios

Dostoievski comparte preocupaciones con Chesterton. Retrato de Perov, Wikipedia.

Dostoievski comparte preocupaciones con Chesterton. Retrato de Perov, Wikipedia.

Según la observación de André Gide, Dostoievski, a diferencia de los autores naturalistas de su época, se ocupa “de las relaciones del individuo consigo mismo y con Dios”. De igual modo, Chesterton -coincidente vitalmente durante algunos años con el escritor ruso- se ocupa del hombre y de Dios. No obstante el talante de uno y otro es diferente, como -en buena medida- sus circunstancias históricas y ambientales. Lo que para Dostoievski es temor, en Chesterton es esperanza y sorpresa. Y teniendo un proceder semejante al instalar a sus personajes ante el misterio, nuestro Chesterton pretende que, a la chita callando y superando las anécdotas del día a día, recorramos el camino que nos acerca a penetrar en el hondón del alma.

Ambos autores, coincidentes en parte en la tumultuosa etapa del siglo XIX, viven sus vidas como si todos los ejércitos del mundo combatieran al Dios vivo, movidos extrañamente por un cientificismo derivado de las ideologías positivistas. Son tiempos que poseen su peculiar forma de ver el mal, el pecado. Henri de Lubac (El drama del humanismo ateo, Ed. Encuentro. 3ª ed., Madrid, 2008) nos dirá, a propósito de Dostoievski: “Cristo no ha venido a explicar el sufrimiento ni a resolver el problema del mal: ha tomado el mal sobre sus hombros para librarnos de él”. Y añade: “gracias a los personajes de sus novelas, que son un poco de sí mismo, se libra de las tentaciones y así conocemos cuanta fuerza tenían las voces negadoras a las que no pudo escapar, aunque no fuera vencido por ellas”.

Al referirse Paul Endokimoff (Dostoievski et le problème du mal, 1942) al novelista ruso, afirma “Los gritos del que niega se mezclan con las afirmaciones alegres y serenas de la vida”. Buen ejemplo de ello serían los Hermanos Karamazov –sobre todo, Aliocha. En fin: el hombre Dostoievski vive entre dos polos y la lucha hace estragos en él, aunque no se deje vencer por el mal.

Esta lucha, esta ‘agonía’ –como diría Unamuno- del autor ruso, contrasta con el latir religioso de Chesterton. En éste, a pesar de las duras pruebas de juventud, su caminar es más apacible, sereno e incluso cargado de humor. Y es el humor y el amor, hermanos en la alegría ‘qui laetificat iuventutem meam’, en su aproximación a Dios, en su conversión. Conversión que vivirá para sí y para los demás. Por ello, una vez y otra vez empleará su buen hacer de articulista, como en el caso del jocoso e hilarante ensayo Ventajas de tener una sola pierna (en Correr tras el propio sombrero, Acantilado, Barcelona, 2005). Con la paleta de su humor nos va dejando una lección para el buen vivir –especial sentido del pagano Carpe diem- que pasa por cumplir una serie de recomendaciones para alcanzar altas cotas de felicidad.

Chesterton nos propone que reconozcamos a lo largo de todos los días aparentemente iguales la posibilidad de plenitud y felicidad que poseemos cada uno con nuestros talentos. (No puedo dejar el recuerdo de aquel personaje de la película Smoke, que todos los días hacia una misma fotografía a un mismo lugar). En definitiva, Chesterton pretende que lleguemos a ver la cara positiva que los aspectos negativos aportan al gozo de vivir.

Chesterton como excusa: los otros padres Brown (1)

Con mayor o, habitualmente, menor fortuna, las adaptaciones de los relatos del padre Brown comentadas en entradas anteriores intentaban ser fieles, si no a la letra, siquiera al espíritu del personaje de Chesterton. Las que vamos a repasar a continuación, por afán de exhaustividad más que por méritos propios, se contentan con la superficie del personaje, con la imagen estrambótica del detective con sotana, el hipotético gancho de su nombre y una vulgarización a menudo chocarrera del tono humorístico de sus aventuras.

La primera pieza en este safari internacional de caza y captura de los padres Brown que en el mundo han sido nos la cobramos en Alemania. En 1960, el prolífico Heinz Rühmann se enfunda la sotana para protagonizar «Das schwarze Schaf» (Helmut Ashley), es decir, «la oveja negra», que no es otra que el padre Brown, empeñado, para desesperación de su obispo, en investigar crímenes, con resultados pretendidamente hilarantes.

El padre Brown, pistola en mano, se dispone a ganarse el título de "oveja negra",

El padre Brown, pistola en mano, se dispone a ganarse el título de «oveja negra»,

A Rühmann,  que se despidió del cine en 1993 con «¡Tan lejos, tan cerca!» (Wim Wenders), lo recordamos en España por su papel en la extraordinaria «El cebo» (1958, Ladislao Wajda). En esta película cumple eficazmente con lo que se espera de él, que no es precisamente encarnar al padre Brown de Chesterton, sino componer un cura de sainete, irlandés en este caso (y por ende, no tan peculiar en su catolicismo), más preocupado por leer novelas de detectives que por estudiar la Biblia. La secuencia de presentación del personaje es muy elocuente en ese sentido: lo que interesa a este padre Brown es, como a cualquier otro detective, la mecánica del crimen, no tanto el alma del criminal. Es decir, justo lo contrario que al padre Brown de Chesterton.

Heinz Rühmann, un padre Brown más preocupado por la mecánica del crimen que por el alma del criminal.

El padre Brown, decepcionado con su propia película, se entrega al vandalismo callejero.

Quizá el mayor interés de «Das schwarze Schaf» estribe en la caricatura de la sociedad irlandesa tal como se imagina desde la Alemania de los años sesenta, y que, como suele ocurrir tantas veces con las caricaturas, dice mucho más del caricaturista que del caricaturizado. Otro tanto ocurre con su continuación, «Er kann’s nicht lassen» (1962, Axel von Ambesser), traducida como «La pista del crimen» aunque su título original significa, literalmente, «No puede dejar de hacerlo».

Pese a examinarla minuciosamente con lupa, ni el mismo padre Brown encuentra en su película el menor parecido con los relatos de Chesterton.

Pese a examinarla minuciosamente con lupa, ni el mismo padre Brown encuentra en «La pista del crimen» el menor parecido con los relatos de Chesterton.

En esta ocasión, la oveja negra ha sido desterrada por el obispo a una isla remota con propósito de desintoxicarlo de su fascinación por el delito. Pero, como anuncia el título, «él no puede dejar de hacerlo», y no tarda en encontrar enigmas a su medida, empezando por la desaparición de un valioso cuadro. Puede decirse en favor de la segunda entrega que la trama detectivesca está un tanto mejor cuidada que la de su predecesora, pero no mucho mejor, de modo que a ese respecto apenas llega a la mediocridad, lo cual es especialmente lamentable considerando la cantidad de ideas ingeniosas derrochadas en los relatos de Chesterton que no se han tomado la molestia de adaptar.

Así pues, si no les interesaba el personaje, ni tampoco los argumentos de sus historias, ¿qué querían hacer con el padre Brown estas películas? Tal vez una lectura epidérmica del Quijote, es decir, advertirnos por enésima vez de los peligros de dejarnos sorber el seso por noveluchas de baja estofa.

Cristianismo y socialismo según Chesterton, 1/5: las semejanzas y el origen común

Durante varios años, Chesterton participó en las actividades del socialismo fabiano, lo que le proporcionó un conocimiento del mismo de primera mano.

Durante varios años, Chesterton participó en las actividades del socialismo fabiano, lo que le proporcionó un conocimiento del mismo de primera mano.

Los contenidos del Cuaderno de notas de Chesterton -cuya única fuente disponible es la obra de Maisie Ward no contienen sólo poesía, como hemos visto, sino que nos ayudan a entender los avatares intelectuales y vitales del joven GK (Recordemos que recogen textos escritos con entre 20 y 24 años).

No sólo interesaba a GK el sentido de su vida, sino también -como es lógico- la organización de la sociedad. En el capitulo 6, Maisie Ward cita -sin referenciar- a Chesterton, que nos «dice que que se hizo socialista en esta época sólo porque era intolerable no ser socialista. Los socialistas parecían ser la única gente que veía las condiciones tal como eran y las encontraban insoportables. El socialismo cristiano parecía ser a primera vista, para todo el que admirase a Cristo, la forma obvia del socialismo y en un fragmento de este período, GK traza un paralelo entre el colectivismo moderno y el cristianismo primitivo»:

Los puntos en que el colectivismo cristiano y el socialista coinciden son simples y fundamentales. Sin embargo, como hay que proceder con cuidado en esta materia, podemos declarar estos puntos de semejanza bajo tres conceptos:

1º Ambos surgen de la hondura de una emoción, el sentimiento de compasión por el infortunio como tal. Éste es verdaderamente un punto importantísimo. El colectivismo no es una moda intelectual, aun en el caso de ser erróneo, sino una apasionada protesta y aspiración: surge como un secreto del corazón, un sueño de los sentimientos lastimados, mucho antes de que tome forma de propaganda concreta. Las filosofías intelectuales se alían con el éxito y predican la competencia, pero el corazón humano se alía con el infortunio y predica el comunismo.
2º Ambos encuentran la causa del mal estado de la sociedad en la ‘codicia’, el deseo competidor de acumular riqueza. Así, tanto en un caso como en el otro, la mera posesión de riquezas es en sí misma una ofensa contra el orden moral; la falta de ellas, en sí misma, una recomendación y una educación para la vida superior.
3º Ambos proponen remediar el mal de la competencia por un sistema de ‘llevarse recíprocamente las cargas’ en sentido literal, es decir, nivelar, acallar y reducir las propias probabilidades para aumentar las de los hermanos más débiles. La deseabilidad, dicen, de que un gran hombre o un hombre de talento adquiera fama es pequeña comparada con la deseabilidad de que un hombre débil y desgraciado adquiera pan. El hombre fuerte es un hombre y debería modificarse o adaptarse a las esperanzas de sus compañeros. El que quisiere ser el primero entre vosotros, sea el servidor de todos vosotros.

Estas son las tres fuentes de la pasión colectivista. No consideré necesario entrar en detallada prueba de la presencia de las tres en los Evangelios. Que la principal tendencia del carácter de Jesús era la compasión por los males humanos, que acusó no sólo la codicia sino la riqueza una y otra vez, y con un énfasis casi impaciente, y que insistió en que sus seguidores abandonasen los fines personales y compartiesen recursos y suerte totalmente, son cosas manifiestas, presentadas repetidamente y, en realidad, comúnmente aceptadas (Ward, p.73).

El joven Chesterton advierte por qué el socialismo nació en el occidente cristiano, pero -sobre un proyecto inicialmente similar- también será capaz de advertir las diferentes actitudes que cada forma de ver el mundo fomenta, como veremos en las dos próximas entradas.

El vitalismo y la acción de gracias del joven Chesterton

El joven Chesterton

El joven Chesterton

Ya habíamos hecho referencia en el Chestertonblog al Cuaderno de notas del joven Chesterton, al que podemos acceder parcialmente desde la biografía de Maisie Ward sobre Chesterton (Editorial Poseidón, Buenos Aires, pp.61-67), escrito entre los 20 y los 25 años. Ward no nos dice si las reflexiones o poemas son anteriores o posteriores, simplemente los ordena de manera temática, y hoy vamos a recoger dos poemas sobre el agradecimiento. Hemos tardado muchos meses en CB en abrir la etiqueta Gratitud (puedes pulsar sobre ella para encontrar más textos relacionados) cuando hemos analizado el último capítulo de la Autobiografía -escrito dos meses antes de morir- pero hoy mostramos hasta qué punto el joven GK era agradecido, quizá a un Dios en el que todavía no creía. Escribe Ward que a «GK le agradaban todos y le agrada todo. Le agradaban hasta las cosas que nos desagradan a la mayoría. Le gustaba mojarse, le gustaba cansarse. Después de ese breve período de lucha, le gustaba decir que era siempre perfectamente feliz, y por tanto, deseaba decir gracias» (p.62). Veamos cómo lo hacía:

Das las gracias antes de la comida, muy bien.
pero yo doy las gracias antes del teatro y la ópera,
y doy las gracias antes del concierto y la mímica,
y doy las gracias antes de abrir un libro,
y doy las gracias antes de dibujar, pintar,
nadar, esgrimir, boxear, pasear, jugar, bailar;
y doy las gracias antes mojar la pluma en la tinta.

Vemos hasta qué punto el sentimiento de gratitud era fuerte en él: cada día, cada cosa, le parecía -porque de hecho lo era- un don especial, algo que podría no haber existido. Concluimos con otro poema:

ANOCHECER

Aquí muere otro día,
durante el cual tuve ojos, oídos, manos
y el vasto mundo en torno mío;
y mañana empieza otro.
¿Por qué se me conceden dos?

Chesterton: El maestro de la paradoja critica la paradoja

En el texto de hoy, Chesterton menciona lo que entonces era un lujo... y hoy está superado. Imagen: Jabonerassa.

En el texto de hoy, Chesterton menciona lo que entonces era un lujo… y hoy está superado. Imagen: Jabonerassa.

Recogíamos en la última entrada –Actitudes mentales y ley del aborto– cómo Chesterton critica las anomalías de la vida social. He encontrado un texto relacionado, un fragmento del libro sobre Santo Tomás –que acabamos de publicar entero en pdf, en el que insiste en la necesidad –como es habitual en él- de llegar al fondo de la cuestión.
Se conoce a Chesterton como el maestro de la paradoja. El ambiente literario de su tiempo estaba marcado por autores que dominaban esta figura retórica, –caracterizado por la búsqueda de la originalidad formal y el esteticismo-, de manera que ésta fue cultivada por escritores de la talla de Óscar Wilde (1854-1900) y G. Bernard Shaw (1856-1938). A nuestro autor de gustaba sobre todo porque hace pensar. En el Chestertonblog hemos dedicado varias entradas al tema (-si vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo mal; la tendencia de los hombres a minusvalorar su felicidad; desear la vida como el agua y apurar la muerte como el vino…). En éste último caso, Chesterton distingue entre paradojas de vida y paradojas de muerte. Vamos con el análisis de GK:

Para bien o para mal, Europa –desde la Reforma, y particularmente Inglaterra- viene siendo en un sentido peculiar la casa de la paradoja: lo digo en el sentido peculiar de que la paradoja ha estado en su casa, y la gente en su casa con ella. El ejemplo más conocido es el de que los ingleses presuman de ser prácticos porque no son lógicos. A un griego antiguo o un chino eso le parecería exactamente igual que decir que los contables londinenses son unos fenómenos a la hora de cuadrar sus libros porque no hacen bien las cuentas.
Pero no sólo es esta paradoja, sino que el cultivo de la paradoja se ha hecho ortodoxia, y los hombres descansan en una paradoja con la misma placidez que en una perogrullada. No es que el hombre práctico se ponga cabeza abajo, lo que puede ser a veces una gimnasia estimulante aunque insólita; es que descansa cabeza abajo, y hasta duerme cabeza abajo. Es un punto importante, porque la utilidad de la paradoja está en despertar la mente.
Tomemos una buena paradoja, como aquella de Oliver Wendell Holmes: “Dadnos los lujos de la vida y prescindiremos de las cosas necesarias”. Hace gracia y por tanto impresiona: tiene un punto atractivo de desafío, contiene una verdad real, aunque romántica. Parte de la gracia es que se formula como una contradicción en los términos.
Pero la mayoría de la gente estará de acuerdo en que sería considerablemente peligroso fundamentar todo el sistema social en la idea de que las cosas necesarias no son necesarias, lo mismo que algunos han fundamentado toda la Constitución británica en la idea de que la falta de sentido siempre acabará desembocando en sentido común. E incluso en esto se podría decir que ha cundido el ejemplo, y que el moderno sistema industrial realmente dice: “Dadnos lujos como el jabón de brea, y prescindiremos de cosas necesarias como el trigo” (Santo Tomás de Aquino, 6-1).

El mundo de hoy late según este diagnóstico: podríamos decir “dadnos jamón de pata negra o el último modelo de celular, que lo demás no importa. Dadnos diversión, que bastante amargura tiene la vida. La verdad es menos importante”. Con este planteamiento, no es extraño que Chesterton considere nuestra tendencia a empequeñecer nuestra felicidad.