A mi amigo Juan Carlos de Pablos
El sábado se escapa con su lento caminar. Junto a un rimero de cosas, en donde se mezclan textos de todas las clases, asoman algunos de pensadores ingleses. Antes de despedirme del día, hojeo notas, cuadernos y apuntes de mi ya casi olvidada profesión de enseñar. Deseaba,pero no pude concentrarme en uno de mis temas preferidos: el concepto de creación literaria. Así, paseando por el pasado inmediato, di con unas cuartillas amarillentas que trataban de Ética y Escritura y, más concretamente, de Ética y Periodismo.
«La verdad no sólo es necesaria, sino consustancial a la referencia de los hechos acaecidos». Mis alumnos, no obstante, rebatían este principio aplicado a la información, aduciendo que la narración no puede ser objetiva en tanto en cuanto participa un observador externo que, corrientemente, internaliza la exposición de los hechos. Sin importar que la información – en nuestro caso, la periodística- tenga más o menos un punto de verosimilitud. y no se advierte, en numerosas ocasiones, que no es lo mismo veraz y verosímil, dado que la conformación de la cereteza con la realidad y le ética no tiene en cuenta ningún interés, incluido el de la verosimilitud.
El aula es, además,el ámbito donde se plantea la dicotomía generalidad/ curiosidad o, lo que es lo mismo, que la información sea conveniente para los intereses espureos del mayor número de receptores o, en otro sentido sólo sea información éticamente admisible.
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En estas estaba enfrascado, cuando abrí unas páginas del texto chestertoniano «La esfera y la cruz». Leí:
«…se habían olvidado del periodismo. Se habían olvidado de que en el mundo moderno existe, quizás por primera vez en la historia, una clase de gente cuyo interés consiste no en que las cosas sucedan bien o mal, próspera o adversamente, en provecho de este partido o en provecho de aquel otro, sino que consiste simplemente en que ocurran cosas».
Más adelante, referido al periodismo, dice Chesterton: «…proviene de ser pintura formada enteramente de excepciones.» Es decir que un hombre muerda a un perro es más excepcional que su contrario. Los periodistas, sean o no democráticos, son profesionales de las rarezas y de las minorías, mordisqueadas por los canes, para hacer una sociedad elitizada (¿en el mal?), basándose en lo subjetivo, lo fantasiosos e, incluso, lo falaz. Porque como Chesterton afirma es más importante que acontezcan cosas, aunque sea una cosa, que la bondad o perversidad del suceso.
Y de este modo, en buena medida, se convierten en aves carroñeras. «…los periodistas habían barruntado la sangre, y apetecían más; cada detalle del asunto les preparaba para ulteriores arrebatos de indignidad moral» ¡Qué lanzada y no en moro muerto, les atiza a sus colegas, nuestro Chesterton con esa brillante lexía «ulteriores arrebatos de indignidad moral.»