Archivo mensual: diciembre 2013

Chesterton: definiciones de dogma y fanatismo

En una de las últimas entradas –GK en mil palabras– hemos introducido por primera vez en el Chestertonblog una de las palabras más utilizadas por GK y –si se me apura- más queridas por él: la palabra dogma.

Para Chesterton, un dogma –propongo a debate la siguiente definición- es una idea firme y principal, en el sentido de que actúa como principio de las demás, convenientemente razonada y que implica actitudes hacia la realidad para aquél que la sostiene. Él mismo lo explica en algunos textos, por ejemplo, en el artículo El fanático, de 1910 (Los libros y la locura, El buey mudo, n.30), que recogeremos pronto completo y comentado.

Mientras tanto, para abrir boca -y cerrar el año 2013-, basta este fragmento del mismo para mostrar quién es más dogmático –en sentido negativo-, pues la clave está en la distinción entre dogmático y fanático:

Nada más acentuado en esta extraña época nuestra que la combinación de un tacto exquisito y una simpatía por las cosas de gusto y estilo artístico, con una estupidez casi brutal en las cosas que se refieren al pensamiento abstracto. No hay grandes filósofos combativos hoy en día porque nos preocupamos del gusto, y no existe disputa sobre gustos. Un destacado crítico del New Age hizo hace poco una observación sobre mí que me divirtió bastante. Después de decir muchas cosas demasiado elogiosas, pero maravillosamente simpáticas, y de hacer muchas críticas que eran realmente delicadas y exactas, terminaba –hasta donde la memoria me es fiel- con estas sorprendentes palabras: «Pero yo nunca puedo considerar mi igual intelectual a un hombre que cree en algún dogma». Era como ver a un buen escalador alpino caer tres mil metros para dar en el barro.

Porque esta última frase es esa antigua, inocente y rancia cosa que se llama fanatismo: es la incapacidad de una mente para imaginarse otra mente. Mi infortunado crítico está entre los más pobres de los hijos de los hombres. Tiene un solo universo. Todos, por cierto, deben ver un cosmos como el verdadero; pero él no puede ver ningún otro cosmos, ni siquiera como una hipótesis.

Mi inteligencia es menos fina, pero por lo menos es más libre. Yo puedo ver cinco o seis universos con toda claridad. Puedo ver el universo espiral por el que se arrastra, esperanzadamente, la señora de Besant; puedo ver el mundo de mecanismo relojero a cuyo compás tictaquea tan efectivamente el cerebro del señor McCabe; puedo ver el mundo de pesadillas del señor Hardy, y su Creador cruel y necio como un tonto de pueblo; puedo ver el mundo ilusorio del señor Yeats, una bellísima cortina que cubre sólo oscuridad; y no me cabe duda de que podré ver la filosofía de mi crítico también, si es que alguna vez se llega a dar el trabajo de expresarla en términos inteligentes. Pero como la expresión «cualquiera que cree en cualquier dogma» no significa, para una mente racional, ni más ni menos que «laralarí-larirará«, lamento que por el momento sólo pueda colocarlo [al periodista en cuestión] entre los grandes fanáticos de la historia.

En busca de jardines, incuido el del Edén

Las formas de vida idóneas son idóneas para todas las formas de vida. Ahora bien, nunca hay que imponerlas estatalmente, es decir, «ni socialista ni capitalistamente». En todo caso, hay que dar un gran margen a la libertad, lo cual no supone el olvido o descarte de la bondad del sistema de formas de vida idónea.

No se debe perder de vista jamás la existencia de unos principios y los objetivos de referido sistema. Tener muy clara la finalidad del sistema. Por ello, debemos hacernos todos con la virtud de la paciencia, que nos permitirá llevar a cabo mejor las percepciones de las diferencias; y, consecuentemente, actuar conforme a las distintas intensidades, velocidades y perfecciones de diferente grado. El amable rigor del sentido común nos situará y hará situar a cada persona en su profesión o quehacer.  Finalmente, conscientes de nuestras herencias recibidas -monasterios románicos, incluidos- pero con amplitud de miras, aceptar y adaptar los avances de las nuevas tecnologías.

Esta nota será mejor captada si leemos  las propias palabras de G.K. Chesterton, en el bellísimo colofón del capítulo IV de la 1ª parte de Esbozo de sensatez (párrafo 04-13):

«Sabe cuál es su principal propósito, pero -como no es tonto de nacimiento- no cree que pueda lograrlo en todas partes con la misma intensidad, ni de manera igualmente pura, sin mezcla con otra suerte de cosas.
El jardinero no relegará las capuchinas a la huerta porque se sepa que alguna gente extraña las come. Ni se clasificará como flor una hortaliza porque se llame coliflor.
De modo que no excluiríamos de nuestro jardín social toda máquina moderna, así como tampoco excluiríamos todo monasterio medieval.
Y por cierto que la parábola es harto apropiada, porque ésta es la clave de juicio humano elemental que los hombres no perdieron nunca hasta que perdieron sus jardines: así como ese juicio superior que es más que humano se perdió con un jardín hace mucho tiempo.

Chesterton en mil palabras

GK Chesterton nació en 1874 en una familia londinense de clase media. Quiso ser pintor, pero la literatura lo atrajo con mayor fuerza y a eso se dedicó toda su vida. Tuvo una cultura amplísima y escribió 80 libros y miles de artículos. Estuvo casado con Frances Blogg, aunque no tuvieron hijos.

Equivocadamente etiquetado como conservador, su método es esencialmente moderno y original: tras una crisis de juventud, estableció unas condiciones y un ideal para la vida humana, al que siempre fue fiel. Cuando se dio cuenta que ya existía, propuesto por el cristianismo, comenzó su acercamiento al mismo, aunque hasta 1922 no se hizo católico. Chesterton escribe desde una perspectiva cristiana: los dogmas no son una jaula, sino que marcan un camino hacia la verdad y la plenitud; de hecho, todos tenemos dogmas, más o menos inconscientes. Pero sus argumentos no son teológicos, sino basados en la razón, la experiencia y la historia, y en defensa de la sensatezsanity, en inglés- ante el alocado mundo moderno, al que sin embargo amaba, implicándose profundamente en su transformación a través de sus escritos y sus empresas periodísticas.

El punto de partida de GK es el asombro por la existencia, pues podríamos no ser. Hay un mundo real –o una realidad- ahí fuera que –a pesar de sus contradicciones- es esencialmente bueno y hermoso, y por tanto hay que estar alegres y llenos de agradecimiento.

Pero ni el mundo, ni la existencia personal ni la colectiva están resueltas, en el sentido de comprenderlas perfectamente. Son un misterio –o conjunto de misterios- que tenemos que desentrañar. Por eso, a GK le gustan tanto las novelas de detectives, y por lo mismo, es un poco –o un mucho- filósofo (por su método y su profundidad) y un poco –o un mucho- sociólogo (por la agudeza de su análisis social). La razón es un instrumento para conocer el mundo, pero sólo uno más: el arte, la imaginación, el misticismo, la experiencia de la vida… son otras tantas herramientas imprescindibles. Como el mundo moderno sólo confía en ella, genera comportamientos o ideas más o menos irracionales o cuando menos, poco racionales. Por lo mismo, Chesterton es profundamente enemigo del sentimentalismo, la contrapartida del racionalismo.

El hombre –hoy diríamos ser humano– necesita por tanto una visión completa de la vida. Su ideal de vida es el del hombre corriente, no el modelo que proponen o llevan a cabo ni los ricos ni los intelectuales: esto es importante, porque el mundo moderno, dirigido racionalmente por los poderosos -material o intelectualmente- es un engendro «poblado por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas. Y se han vuelto locas, de sentirse aisladas y de verse vagando a solas» (Ortodoxia, 03-02).

El ser humano anda siempre en busca de un hogar: algunos lo tienen más claro, pero otros buscan y buscan, aunque lo tengan tan cerca que no lo ven: al fin y al cabo, cada uno tiene que resolver su misterio –él lo hizo a los 22 años-: los seres humanos tenemos la libertad –»Dios no nos ha dado los colores en el lienzo, sino en la paleta» (Los países de colores, cap.7)- para elegir nuestras ideas y configurar nuestra vida. El papel de la mujer en el desarrollo de la familia es para Chesterton tan importante que su forma de hablar sobre ella puede malinterpretarse si nos limitamos a la literalidad de las palabras. Esto es así porque nuestro tiempo da mayor valor a una forma de entender lo público, más que a lo privado. Sin embargo, el ámbito de la amistad y las relaciones sociales es más verdadero y más gratificante: familia, amigos, vecinos, constituyen esa ampliación del hogar que genera el patriotismo –que no nacionalismo.

Para que todo el mundo tenga un hogar en condiciones, es preciso que la propiedad esté adecuadamente repartida. Capitalismo y socialismo reducen la propiedad de los hombres al tender al monopolio (sea en manos privadas, sea estatales), y así propone un sistema alternativo a ambos: el distributismo, en el que el papel del Estado es subsidiario y los seres humanos tratan de resolver sus problemas en lugar de abandonarlos en manos del mercado, políticos y técnicos especialistas.

En el ambiente cientifista del mundo moderno –con su reducción del hombre a mera naturaleza-, la cuestión del modo de conocer, percibir e interpretar de la gente es una de las que más atraen a GK, que se asombra paradójicamente del desprecio de lo dado por supuesto –las pequeñas maravillas cotidianas- y de cómo las personas tienden a valorar más determinadas situaciones extraordinarias. Su alegre vitalismo de la vida corriente es opuesto al del superhombre nietzscheano tanto como al carpe diem materialista. La virtud por excelencia del hombre es la sensatez, que nos hace saber estar ante la vida y el mundo.

La idea de progreso –tan querida al mundo moderno- es irónicamente criticada por GK: es tan falsa como tendencia como creencia, y confunde nuestra percepción –comprobado en la crisis económica de 2008-, ya que todo es relativo a los ideales que se poseen y dirigen nuestra acción. Optimismo (moderno) y pesimismo (postmoderno) son dos conceptos recurrentemente criticados en los escritos de GK: tienen que ver con la forma de ver y de organizar el mundo.

Su estilo y su método no se pueden separar: Alarmas y digresiones, Enormes minucias… conviven y se alternan en sus brillantes escritos. Se le considera maestro de la paradoja, pero es sólo un recurso de exposición: su verdadero método es siempre tratar de llegar al fondo de argumentos y comportamientos, para mostrar los errores que nos alejan de la sensatez. De hecho, hubo una época –la cristiandad medieval, tan denostada hoy día como sinónimo de retraso y oscurantismo- en la que el ideal pudo acercarse a la realidad, pero el poder de los reyes y los poderosos acabó con esas condiciones, creando Estados ambiciosos e imperialistas, que hoy nos parecen lo más natural del mundo y que la globalización ya está modificando, pues son meras construcciones humanas.

Chesterton se implicó toda su vida porque conservó el espíritu del ideal caballeresco y no dejó de luchar por las aparentes causas perdidas: «Quien hace una promesa se cita consigo mismo en algún lugar y tiempo distante»: hay que ser fiel al ideal y esforzarse ilusionadamente hasta el final, como hizo de hecho hasta el momento de su muerte en 1936.

Chestertonadas para hacerse entender

Chesterton escribió siempre para el hombre corriente, de cultura media pero no intelectual o especialista. Quería llegar al público y lo intentó a toda costa. Por eso, forma parte de su método poner ejemplos continuamente, aunque a veces llegue a extremos exagerados o peregrinos, que sin embargo, conforman su estilo inconfundible.

En el capítulo inicial de El hombre eterno (01-11), plantea la necesidad de ver las cosas como si fuera la primera vez. Para lograrlo, describe la sorpresa de nuestros antepasados cuando encontraron ese animal monstruoso que posee «una cabeza menuda sobre un cuello largo y ancho, como el rostro de la gárgola que asoma sobre el canalón» y «una poblada cresta se extiende sobre su pesado cuello, como una barba en lugar equivocado». Tras pensarlo un rato, acabamos por reconocer al caballo, pero para entonces Chesterton ya ha conseguido que deje de sernos familiar y lo veamos tal como es, con su cuello realmente más ancho que la cabeza y crines que lo distinguen de otros animales. GK ha conseguido su propósito y a partir de ese momento, podemos empezar a entender lo que nos quiere decir.

Chestertonadas como ésta configuran su estilo inconfundible, pero la clave no está en el ejemplo, sino en lo que nos quiere hacer ver: que nos hemos acostumbrado de tal manera a una visión del mundo que nos impide advertir la realidad con ojos verdaderamente objetivos. Una cosa más: quizá el método es poco ortodoxo para el mundo académico, pero hay que señalar que esto es lo que tratan de hacer los sociólogos del conocimiento, una de las ramas más complejas de la sociología.

Paradójico Chesterton: tres ejemplos

Consideramos a Chesterton un maestro de la paradoja, pero su vida no es menos paradójica y contradictoria. Aquí plantearemos la existencia de tres paradojas esenciales en su vida, que  son tan sólo una primera selección.

La primera es la más convencional. Tiene su inicio en una anécdota que relata Aidan Mackey en su colaboración en Chesterton de pie (2013, p.34): GK «había marchado solo a Yorkshire, durante un par de días, y a su regreso, Frances se disculpó por habérsele olvidado meter el pijama en la maleta. Ella le preguntó: ‘¿Te compraste otro?’ Gilbert se sorprendió y replicó: ‘No sabía que los pijamas fueran algo que se pudiera comprar’.» Lo sorprendente está en cómo uno de los más agudos observadores de la realidad social de toda una época puede tener una relación tan ‘mala’ con la misma -en el sentido de ser incapaz de resolver un problema tan sencillo. Sin embargo, sabemos de casos similares en los que inteligencia y distracción van unidos, y estamos dispuestos a perdonar que los genios sean grandes despistados.

Otros aspectos son más sugerentes. Hay dos facetas de la vida y personalidad de G.K. Chesterton que siempre me han llamado la atención, al resultar potencialmente contradictorias: por un lado, la fascinación por los cuentos de hadas; por el otro, su afán discutidor y polemista. Me parece que los cuentos de hadas se asocian a una actitud soñadora, propia de quien posee una fantasía e imaginación desbordantes, una especial sensibilidad, y una singular capacidad para emocionarse. Por el contrario, la propensión a la discusión –que Chesterton manifestó desde muy joven– nos habla de no aceptar directamente las proposiciones que se realizan, de poner en tela de juicio los discursos de los demás e la propia realidad que se da por supuesta, y no sólo el carácter racionalista del discutidor, sino su talante desafiante, retador y ciertamente agresivo, al menos en los planos dialéctico e intelectual. ¿Cómo podían ser ambas tendencias compatibles en la misma persona? ¿Cómo conciliar la aceptación maravillosa de la realidad con la actitud de quien continuamente le está buscando los tres pies al gato? Si no fuera porque conocemos al protagonista –que además nos ha enseñado a disfrutar de las paradojas–, hubiéramos dicho que eran imposibles de conciliar. Y cuando más lo conocemos, mejor entendemos que estos aspectos no sólo no son incompatibles, sino que son absolutamente imprescindibles para entender la vida y la obra de Chesterton.

La siguiente paradoja es que Chesterton, a pesar de su sencillez personal, es a veces bastante complicado de seguir. Quizá por eso tanta gente se limita a repetir sus citas, sin llegar al fondo de la cuestión. Para entenderlo hace falta un marco, a través del cual podamos contemplar su ingente obra: intencionalmente, GK decía que le gustaban las ventanas -como destaca en su Autobiografía- precisamente porque son marcos a través de los que se puede ver. Esto es justamente lo que queremos ofrecer en el Chestertonblog, y que pronto presentaremos: unas instrucciones para leer a GK, que nos ayuden a integrar la multiplicidad de aspectos de su forma de ser, particularmente éstos:

-La gracia y la originalidad del literato, del artista.
-La profundidad y solidez del filósofo.
-La agudeza y finura del observador y analista de su época, de que interpreta
las señales de los tiempos.
-La inteligencia y la bondad del maestro, que muestra lo relevante y guía a otras personas.

Hacer pasar tantos campos por una ventana, utilizar un marco, es ciertamente una limitación, pero si el realismo de GK nos enseña algo es que la moderna ambición por una vida sin límites conduce a una visión estrecha y a una actitud pesimista. Estamos convencidos de que la llave de todo esto -otra metáfora querida para GK-, la llave que puede abrir la ventana al mundo de Chesterton es la libertad creadora, un concepto que pronto glosaremos.

La fuerza transformadora de la Navidad, vista por Chesterton

Cualquier agnóstico o ateo que en su niñez haya conocido la auténtica Navidad tendrá siempre, le guste o no, una asociación en su mente entre dos ideas que la mayoría de la humanidad considera muy lejanas entre sí: la idea de un recién nacido y la idea de una fuerza desconocida que sostiene las estrellas. […] Para esta persona, la sencilla imagen de una madre y un niño tendrá siempre sabor religioso, y a la sola mención del terrible nombre de Dios asociará en seguida los rasgos de la misericordia y la ternura. Pero las dos ideas no están natural o necesariamente combinadas para un griego antiguo o un oriental, como el mismo Aristóteles o Confucio. […] Ha sido creado en nuestras mentes por la Navidad porque somos cristianos, aunque sólo sea psicológicamente y no en un plano teológico. En otras palabras, esta combinación de ideas, en frase muy discutida, ha alterado la naturaleza humana. Realmente hay una diferencia entre el hombre que la conoce o no. […] Es un hecho patente acerca del cruce de dos luces particulares, la conjunción de dos estrellas en nuestro horóscopo particular: la omnipotencia y la indefensión, la divinidad y la infancia, forman definitivamente una especie de epigrama que un millón de repeticiones no podrán convertir en un tópico. No es descabellado llamarlo único. Belén es, definitivamente, un lugar donde los extremos se tocan. (El hombre eterno, cap.10).

Esta es otra paradoja de la Navidad, un acontecimiento que cambió completamente la historia de la humanidad y la mentalidad de occidente que -se quiera o no, guste más o menos- ha configurado nuestra forma de ver el mundo. La globalización nos hace darnos cuenta de cuán diferentes son los planteamientos fundamentales de otras sociedades. Quizá también celebren externamente estas fiestas, pero asociar ternura y omnipotencia, sentir todos los problemas del mundo y pedir justicia y misericordia para los necesitados, sólo podía proceder de un tronco con semejante raíz.

Las paradojas de la Navidad y su necesaria reforma

La Navidad está construida sobre una paradoja hermosa e intencional: que el nacimiento del que no tuvo casa para nacer sea celebrado en todas las casas. Pero hay otro tipo de paradoja no es intencional y ciertamente no es nada hermosa: está muy mal que no podamos desenredar del todo la tragedia de la pobreza. Está muy mal que el nacimiento del que no tuvo casa para nacer, celebrado en el hogar y en el altar, vaya a veces sincronizado con la muerte de gentes sin hogar en asilos y en barrios pobres. Pero no hace falta que nos regocijemos en esta universal agitación que cae sobre ricos y pobres de igual manera; y me parece que en este asunto necesitamos una reforma de la Navidad moderna. (El espíritu de la Navidad, en La cosa, 35-04; traducción de Álvaro de Silva). 

El problema de los desahucios, la cantidad de gente que vive en la calle, los homeless, contrasta con la riqueza desbordante de las modernas costumbres en la mayoría de los hogares. Puede que la actual crisis económica modere nuestros hábitos o formas de celebrarla. ¿La vemos como algo pasajero? ¿Pensamos de verdad en un cambio interior que nos haga cuestionar nuestros hábitos de una vez por todas? Nuestras costumbres existían ya en tiempos de Chesterton, consciente de la dificultad de encontrar el auténtico espíritu de la Navidad: La complejidad moderna de la sociedad de consumo devora el corazón de algo, dejando al mismo tiempo el cascarón pintado. Me refiero al sistema elaborado en exceso de la dependecia en comprar y vender, y por tanto, en el bullebulle, y en consecuencia, el descuido de las cosas nuevas que se podrían hacer según la vieja Navidad (El espíritu de la Navidad, 01).

Queda en manos de cada cual responder a este reto que nos lanza Chesterton para esta Navidad.

Chesterton y su regalo de Navidad

La más enérgica de todas [las emociones] consiste en que la vida es tan preciosa como enigmática; en que es un éxtasis por lo mismo que es una aventura; y en que es una aventura porque toda ella es una oportunidad fugitiva. […] La prueba de la dicha es la gratitud, y yo me sentía agradecido sin saber a quién agradecer. Los niños sienten gratitud cuando san Nicolás colma sus pequeños calcetines de juguetes y bombones. ¿Y no había yo de agradecer al santo cuando pusiera, en vez de dulces, un par de maravillosas piernas dentro de mis calcetines? Agradecemos los cigarros y pantuflas que nos regalan el día de nuestro cumpleaños. ¿Y a nadie había yo de agradecer ese gran regalo de cumpleaños que es ya de por sí mi nacimiento? (Ortodoxia, Cap.4).

Siempre me han llamado poderosamente la atención estas palabras de GK sobre sus piernas dentro de los calcetines, y cómo a él le conducen al enigma esencial de la existencia. El problema del mundo de hoy, que no las ve, de lo acostumbrados que estamos a tener piernas. Es el problema del ambiente utilitarista que nos rodea: al advertir las piernas, sólo pensamos en sacarles el máximo aprovechamiento, sin pensar en cómo han llegado a estar ahí, con toda naturalidad, en sus propios calcetines.

Chesterton no es sólo un gran filósofo porque se asombre de la presencia de las piernas: a muchos nos gusta GK porque sentimos las mismas emociones. Es grande porque argumenta correctamente sobre todo lo demás.

Por hoy sería suficiente, sino fuera porque deseo anunciar que hemos añadido un nuevo trabajo en Algunos estudios en español. Mariano Fazio, lo explica así (2004, p.1): «La obra de Chesterton es muy vasta, y ampliamente estudiada. En este artículo nos detendremos en un elemento central de su pensamiento, que hemos denominado la ‘filosofía del asombro agradecido’. Como se irá explicando en las sucesivas páginas, la cosmovisión chestertoniana gira en torno a la gratuidad de la Creación, gratuidad que ha de producir asombro y agradecimiento a todos quienes gozamos de la existencia. Este mundo proviene de la nada: podría no existir y es maravilloso el mismo hecho de que exista. A esta conclusión llegó Chesterton solo, y luego descubrió que era una de las verdades fundamentales del dogma cristiano. Más adelante, el asombro y el agradecimiento se incrementarán cuando descubra el dogma de la Encarnación».

No hay razón para que un «traduttore» sea un «traditore»

Varias entradas de este blog se han referido a traducciones de textos de Chesterton. Si bien no puedo concretar la bondad o error de las mismas, me adentro en esta cuestión, pues creo que, aunque osadamente en algún aspecto va más allá de lo lingüístico, es posible que me encuentre cerca de lo que nos quiso transmitir GK Chesterton. Por ello, mi ‘entrada’ se desvía un tanto del tono de las anteriores, por partir de otro punto de vista y, además, por la carga de subjetivismo de este escrito. Mi acercamiento al asunto es más literario que de pura temática ‘de traducción»‘

Una traducción, en cuanto obra interpuesta entre un autor de una lengua y un receptor de otra, es  una interpretación: una ‘creación’ de un texto. Ahora bien, ¿es la ‘creación’ de un texto nuevo? ¿de un texto distinto? Amplia es la pregunta y arduo el acuerdo entre la fidelidad al texto original y la más idónea adaptación a la lengua trasladada. Pensemos en palabras como amor, fe o creyente. ¿cómo podemos hacer llegar estas voces a otras lenguas no sólo en  su significante , sino también en su significado? ¿Y qué ocurre, cuando estas y todas las voces se insertan en un contexto? ¿ Cómo se traduce la palabra y su contexto?

¿Qué hacer? ¿Derramamos los significados literales de las voces de una lengua en la otra lengua? Puede ocurrir que la traducción disminuya el significado de la palabra por huida de semas debilitados, que aminoran u ocultan matices del significado, porque no es sólo lo lingüístico lo que se trasvasa a otro idioma, también se encauza lo cultura. Si no se da ese traspaso, nos adentramos en un terreno de difícil equilibrio, que puede llevar al traductor de la literalidad ‘a marcha martillo’ a la glosa ‘de salir del paso’, en la que el traductor se asienta en las cercanías del engaño o la trivialidad; y deja al lector exigente, insatisfecho y sin la inteligencia de lo expresado.

No voy a entrar en la discusión larga y tendida que los lingüistas de los últimos tiempos mantienen sobre la posibilidad/imposibilidad de la traducción.

Lo que entendemos, con buena fe, es que el traductor no debe traducir lo que él diría -como si fuera propio- lo que otro autor transmitió. Sino que en su versión aportar lo que el otro dice como suyo, pero con el hacer del traductor. El traductor debe ser la ‘voz’ del autor, pero no el hacedor literario. Bastante tiene el traductor con ser una buena voz del autor original. Porque en esta época en donde, al decir de Josef Pieper, «la palabra pierde su dignidad de tal», la transmisión, la traducción a otra lengua debe ser tradición de la cosa, de la palabra, de sus circunstancias, de sus situaciones y de sus matices.

Si nos fijamos en los textos sagrados (Génesis, Job, Jueces, Mateo, Juan, etc.), caemos en la cuenta que sus autores son como ‘voces’ de la VOZ, del Logos. O sea, la traducción, en todo caso, debe ser la verdad que por su inefablidad está «lejanisímamente» cercana.

Nueva edición de Chesterton: ‘La superstición del divorcio’

Aunque GK afirmó al escribir La superstición del divorcio en 1918 que lo hacía como un panfleto destinado a desparecer, quizá se temiera lo que ha sucedido. Una superstición es la creencia casi mágica en una cosa falsa que no soluciona nada. De hecho, el divorcio ha engendrado más divorcio, de manera que las relaciones familiares y de pareja son cada vez más débiles para cada vez más personas. Como siempre, Chesterton no sólo es un agudo observador de los problemas de la sociedad, sino un fino analista de la forma en que la sociedad se percibe a sí misma, y este título es un excelente ejemplo de lo que digo, al atribuir poder curativo a una falsa solución social.

Portada de La supersticion del divorcio

Ediciones Espuela de plata ha editado en 2013 en sus colecciones un volumen que ya publicara Los papeles del sitio en 2006. Contiene un prólogo excelente de Enrique García-Máiquez, con alguna sugerencia para actualizar el pensamiento de GK, para sincronizar –usando sus palabras- el tiempo del texto con el nuestro, en el sentido de aclarar alguna cuestión que podría no entenderse, sobre todo relativa al papel de la mujer. En mi opinión, quizá no hacía falta: GK es siempre tan agudo que hasta cuando resulta chocante te hace pensar, si realmente quieres hacerlo, claro. Pero las etiquetas tienen tanto peso… Hablaremos en su momento.

La reseña de Luis Daniel González es estupenda, pero el mejor favor que podemos hacer para difundir el libro es incluir en el Chestertonblog el prólogo de García-Máiquez, además de analizar –cuando sea posible- algún capítulo del libro, como hemos hecho con otros textos de GK.

En cualquier caso, es obligado dar una opinión: en este volumen vemos a GK como el gran sociólogo que es: de hecho en ningún momento recurre a argumentos de tipo religioso o confesional, e insiste en que no quiere hacerlo. He disfrutado especialmente con los capítulos dedicados a la historia de la familia y la historia del voto -hoy suena mejor promesa, aunque no es lo mismo- de los amantes. El libro incluye -a modo de epílogo, de manera muy inteligente- el ensayo Divorcio vs. Democracia, escrito un poco antes. Chesterton -que siempre ve relaciones que pasan ocultas para la mayoría- compara la pertenencia a la familia con la pertenencia a la sociedad. Y pone el dedo en la llaga de las diferencias fundamentales: la familia es voluntaria –de hecho por eso se puede romper el voto que un día se hiciera- mientras que pertenecer al Estado –que es la forma actual de la sociedad- no lo es. La segunda cuestión es llamar la atención sobre ese cambio moderno por el que el Estado sería infinitamente superior a la Familia (La superstición del divorcio, p.154). Las repercusiones en términos de la autoridad que conferimos a ambas realidades son inmensas: el Estado puede dar una pensión o un techo al ser humano, pero jamás le dará un hogar.