No hay duda de que, entre los grandes temas en la inspiración y los escritos de Chesterton son destacables el amor y la familia, asi como la mujer y el matrimonio.
Alvaro Silva publicó en 1990 en San Francisco, Brave New Family, una recopilación de ensayos de G.K. sobre estos asuntos, que contó con su edición española en 1993, publicada por Rialp, con el título El Amor o la fuerza del sino, y reeditada en 2017 por Espuela de Plata.
Quiero poner en valor la cuidada introducción que hace a esta colección de ensayos y que refleja la admiración por el escritor inglés, y es por si sola un fascinante estímulo para acercarse a la obra de Chesterton.
Me he atrevido a colocarla en el blog sin haber podido localizar a D. Alvaro del que espero su benevolencia y deseando con esta entrada colaborar en la divulgación de su libro y de la extensa e ilusionante obra de G.K. Chesterton.
David Fernández
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) se refirió una vez a la familia como algo «que nunca se menciona ahora en círculos respetables» y si el genial escritor tuviera esta antología de ensayos suyos sobre el tema bien podría decir que, a la hora de ahora, la familia se menciona por todas partes. Cuando apareció esta colección en inglés, ya se hablaba de una pluralidad de modelos familiares. Se habla de la crisis y de la desaparición del hogar, al menos en sociedades de extraordinaria riqueza económica, pero la nostalgia por valores familiares se evidencia por todas partes. Sentimientos y conductas propios de ese pequeño universo como el aprecio incondicional, la confianza, el respeto, la libertad o la ayuda mutua, aparecen reciclados en las ofertas del marketing todopoderoso que anuncia a gritos cualquier producto comercial, desde un chalet a un champú; y verdades que parecían de Perogrullo tienen que ser demostradas científicamente.
Hoy es la antropología la que nos asegura que sin una confianza instintiva (y antes de la aparición del lenguaje en nuestra especie) no habría humanidad ni pueblos ni culturas, una fe mutua que ha sido imprescindible en la larga evolución hacia el Homo sapiens.2 De otro lado, para el fundamentalismo bíblico o religioso, la idea de una invención de la familia, y de una evolución e historia a lo largo de miles de años, suena a la peor herejía³. Pero el matrimonio y la familia tienen su historia y la «revolución del amor», o el cambio de percepción operado de manera intensa y determinante en la cultura occidental hace un par de siglos, ha conseguido que esa unión sea inconcebible sin sentimiento amoroso entre los cónyuges. El ser humano aparece ahora, y mejor que nunca, como un «animal amoroso», en la acertada expresión de Jean-Luc Marion“
Chesterton nunca desconfió en esa fuerza natural del amor así como del sentido común de una humanidad sana en contra de la furia del sino en cualquier forma en que se presente:
«Cuando todas las promesas de meros traficantes han sido rotas por fuerza, cuando todas las alabanzas del mero negocio han sido a la fuerza trastocadas en una broma, cuando todo lo que se llamaba práctico ha acabado en una broma, y todo lo que se llamaba moderno está en ruinas más inútiles que las de Stonehenge -entonces, hay una auténtica posibilidad psicológica de que los hombres piensen en las cosas olvidadas: la propiedad, la vida privada, la piedad en su antiguo significado de reverencia por las santidades humanas- por la familia, desde el hogar has-
ta la muerte». Su elogio del hogar o de los vecinos o del mismo que barrio, esto es, de las cosas pequeñas y cotidianas, no es una defensa del conservadurismo, mucho menos del fundamentalismo religioso. Acabo de citar un texto publicado en 1933 y algunos pensarán que casi un siglo después esa «posibilidad psicológica» de la que hablaba el escritor inglés ha quedado en nada. Pero no es así. El paisaje de la familia, como en los mejores paisajes naturales o pintados, y sea medieval o moderna, tradicional o liberal, campesina o capitalista, proletaria, y aun espiritual (como en las comunidades religiosas), siempre ha sido uno de luces y sombras, claros y oscuros, cielo azul o nuboso o amenazando tormentas, sequía y fertilidad, los avances retrocesos de cualquier vida, y quién sabe cuántas se acercan o rozan o viven la gran catástrofe, aunque no sea precisamente como aquella familia de los Bundren retratada por el genio
de William Faulkner en su novela Mientras agonizo (As I Lay Dying). Lo que Chesterton subrayaba es que tanto el pesimista como el optimista son a menudo ciegos sin remedio porque no tienen esperanza ni saben lo que es y
sólo son capaces de meras declaraciones propagandísticas. Sospechó que se estaba perdiendo el sentido del hogar como algo sagrado»6, y que no faltarían quienes buscaran deshacerse de la familia como un impedimento a su felicidad.
Los textos de esta antología fueron escritos en las primeras décadas del siglo XX (excepto el magnífico cuento que la cierra, escrito en 1896) pero no son piezas de anticuario excepto en algunos adornos irrelevantes para su argumento. Chesterton no escribió sobre el aborto (aunque haya alguna referencia), la poligamia, o el matrimonio del mismo sexo7, pero todos los demás temas son tan viejos como la humanidad. Algunos piensan que algunas sociedades se acercan a las condiciones pintadas por Aldous Huxley en su famosa novela de horror futurista Un mundo feliz (Brave New World) publicada en 1932. Lenina, la joven protagonista, siente, por dar un ejemplo, que la palabra padre es una indecencia escatológica, mientras que la palabra madre había pasado de ser un chiste a una obscenidad, dos vocablos que ninguna persona educada menciona con seriedad y mucho menos con intención laudatoria. Así describía Huxley las precisiones del lenguaje en ese «mundo feliz» de su ficción: «Decir padre -con su connotación de algo tan cercano a la asquerosidad repugnante y a la moral desviada del parto de una criatura- no era tanto una obscenidad sino algo sencillamente grosero, una incorrección escatológica más que pornográfica». Y como la basura, la maternidad escapa en ese mundo por las cloacas: «Decir que alguien era madre -eso iba más allá del chiste: era algo obsceno». Lenina «nunca había visto nada tan indecente en toda su vida como unas mujeres jóvenes dando el pecho a sus niños» y el título más o menos equívoco de un libro reciente hace realidad de la ficción8. Esta mujer de cristal de probeta y corazón de plástico, jamás había visto una familia, ni siquiera la suya.9
Un estudioso ha vuelto a recordarnos con una audaz «defensa de los ideales» la invasión (del solipsismo, la enfermiza obsesión que va tan en contra del amor y la familia como de la amistad y la sociedad10. Para Chesterton el amor y la familia eran realidades naturales y sagradas. Si aparece conservador en su defensa del hogar no es porque quiera conservar en lata la familia «tradicional» o «cristiana» que criticó con la misma lucidez sino porque quiso conservarla como universal e indispensable obra de arte de la misma humanidad. Junto con su humor paradójico a menudo y característico, estos ensayos y artículos periodísticos destacan por su elogio y defensa de la familia sin más, la sociedad doméstica que une y cobija en un lazo único a padres, hijos, tíos, primos, abuelos y dentro de ella a justos y pecadores, sanos y enfermos, ricos y pobres, liberales y conservadores, socialistas y anarquistas y algún que otro comunista acaso desamparado. En una poesía, Chesterton ponía estas palabras en boca de Noé: «No me importa adonde vaya el agua con tal de que no vaya a aguar el vino». Resulta cómico imaginar al legendario Noé en pleno diluvio de cuarenta días y noches preocupado por su bodega, pero, ¿quién es tan insensato que no puede entenderlo? Así es con la familia en la filosofía de Chesterton. Por eso se opuso tanto al pesimismo de Huxley como al optimismo de otros profetas de su tiempo. Ninguna de las dos filosofías en los extremos podía satisfacer a ningún ciudadano sensato «porque el ser humano sabe que hay algo dentro de él que nunca puede ser estimado en exceso, y también que hay algo dentro de él que nunca puede ser odiado demasiado; y sólo una filosofía que ponga énfasis en los dos, simultánea y violentamente, puede restaurar el equilibrio al cerebro».12
El gran proponente del distribucionismo fue uno de los más formidables enemigos del capitalismo, pero las crueldades de la sociedad de consumo son pequeñas en comparación con la radical imperfección del ser humano que tiende a soltarse precisamente en la intimidad del hogar, una paradoja y no inventada por Chesterton. Marcela, un personaje de Lope de Vega en El perro del hortelano, dice que «el castigo más piadoso de dos que se quieren bien es casarlos». La frase exige un trago fuerte o dos pero es clara y evidente. Para Chesterton, el descalabro empieza siempre por uno mismo en un letargo del espíritu, en el aburrimiento y la frivolidad, en la ausencia de una imaginación redentora que lleva a hombres y mujeres a desesperar de la familia porque ya desesperan de sí mismos. Una y otra vez asegura que la vida no es algo que viene de fuera sino de dentro. El hogar no es pequeño, pero nuestro espíritu es raquítico y a veces mezquino. Ningún enamorado siente el amor como algo pequeño o ridículo, aunque con el tiempo el hogar se le haga demasiado grande. Para Chesterton esa es precisamente la mejor razón de defender esas realidades nacidas en el amor: porque son más grandes que uno. De lo contrario no valdrían la pena, ni uno ni otro, ni el sentimiento ni la institución, «Que nadie alardee de que abandona su familia por amor al arte o a la ciencia», escribía en otro lugar, «la abandona porque huye del desconcertante conocimiento de la humanidad y del arte imposible de la vida». Para el poeta y ensayista inglés es el «yo» refugiado en su cascarón egoísta, a menudo infantil o pueril, el que es incapaz de aceptar el prodigio del hogar, incapaz de ver la grandeza de tal generosa composición épica, trágica y cómica, en la cocina o en el dormitorio o en el baño o en el cuarto de los niños, y una que el ser humano debe protagonizar si no quiere despojarse de su propia humanidad. Parafraseando una expresión de Teresa de Ávila, se podría decir que si no nos encontramos a nosotros mismos «entre los pucheros de la cocina nunca nos encontraremos».
Entre los enemigos exteriores, Chesterton vio en la codicia y en la sociedad de consumo, tan peripuesta por fuera como vacía por dentro, el enemigo número uno. «El peligro», escribía hace casi cien años, «no está en Moscú sino mucho más en Manhattan». El enemigo no era sólo el colectivismo socialista sino también y sobre todo el individualismo, la obsesión enfermiza con el yo que fomenta un egoísmo infantil incapaz de ver más allá de sus propias narices: «Y si hay una cosa en el mundo que odie más que ser comunista, es ser individualista»13. El colectivismo que daña a la familia aparece también en actitudes y prácticas domésticas que de manera sutil o violenta penetran y destruyen bajo todo tipo de excusas «bondadosas» el bien del matrimonio y del hogar. En su biografía de Robert Browning, al hablar del matrimonio del poeta con la poetisa Elizabeth Barrett, Chesterton describía la casa del padre de esta mujer como «la de un loco» que trataba a su hija «como si fuera uno de los muebles de la casa y del universo», porque «el peor tirano no es el hombre que desgobierna por terror; el peor de los tiranos es el que desgobierna por amor y maneja a los demás como si tocara el arpa sin más»14. La autoridad natural e incuestionable de los padres puede crear una atmósfera tan opresiva que el hogar acaba siendo una condena en la cárcel o en un campo de concentración. El paternalismo no es una virtud sino una enfermedad de la paternidad, y siempre fatal; el otro extremo, el permisivismo, puede ser igualmente pernicioso. Las dos actitudes o conductas son perversas porque van en contra de la libertad y lo hacen precisamente en el lugar que debe ser la cuna, escuela y gloria de la libertad.
Leyendo y releyendo para esta antología me pareció vislumbrar que la familia es el hilo que teje toda la obra de Chesterton. De su conversión a la Iglesia Católica en 1922 dijo que se había sentido como alguien que finalmente vuelve a su casa, «la casa del ser humano» como la llamaba, sorprendido al comprobar que la locura del Evangelio era la única cosa sana en el mundo. «El manicomio ha sido una casa a la que, siglo tras siglo, los hombres regresan como si regresaran a su hogar», como escribió en su magnífica conclusión al El hombre eterno15. Vale su elogio pero no es de una familia que nunca ha existido (como aquella «familia ideal» de militancia cristiana) y que no es más que una pesadilla, sino del hogar nuestro de cada día, una realidad no menos imperfecta en sí misma que los que la levantan y componen.
En La ciudad de Dios, san Agustín perdonaba la creencia de los romanos en la divinidad de Rómulo diciendo que «no tenía su origen en un amor al error sino en un error de amor (De civitate Dei, xxii, 6). Pienso que algún error de amor tenga que ver con la situación de la familia en algunas sociedades modernas, aunque a veces no sea tan fácil de excusar como la creencia en la divinidad del fundador de Roma. Por otra parte, Chesterton pensaba que la decadencia del ámbito doméstico no era debida a una falta de moralidad tradicional o simple debilidad humana sino al surgimiento de toda una doctrina en contra de la familia, convicción que lo lanzó al contraataque y a la defensa de una causa que le parecía la más grande de todas pues en la familia estaba en juego la misma libertad frente al estado totalitario y la realización del ciudadano como persona, por no decir nada del carácter íntimo y casi doméstico que tiene el Dios de los cristianos que apuestan por la presencia divina en un recién nacido del villorrio judío de Nazaret. A menudo leyendo estos ensayos el lector imagina a Chesterton enarbolando su bandera y presto al combate: «Luchamos por el gremio y la cita de dos amantes; por memorias que-nunca mueren y por el posible encuentro entre los seres humanos; por todo aquello que hace de la vida todo menos-una pesadilla incontrolable. Luchamos por el brazo largo del honor y del recuerdo; por todo lo que puede levantar a un ser humano por encima de las arenas movedizas de sus propios estados emotivos, y darle el dominio sobre el tiempo pasajero». Nunca he leído nada sobre los votos o promesas que intercambian los novios en privado y en público tan profundo y sublime como lo ha escrito Chesterton. Lo auténticamente romántico no aparece aquí como un «enamoramiento» o una siempre fácil y teatral «luna de miel» (apropiado regalo de la sociedad de consumo) sino la construcción del amor por encima de emociones y sentimientos que van y vienen.
Por la misma razón aceptó, como se acepta una montaña o una tormenta, las tragedias del matrimonio. Su propia experiencia bien pudiera haberlo convertido en un hombre que mirara al amor o a la mujer o al matrimonio con resentimiento y amargura. Después de un largo noviazgo, Chesterton contrajo matrimonio con la mujer que amaba, Frances Blogg. En su libro sobre los hermanos Chesterton, Ada Jones se refirió a la experiencia más o menos desastrosa en que se inició la vida matrimonial de Gilbert16. Además de una salud delicada y problemas con su espalda, existía en su mujer una dificultad fisiológica que impedía el placer fisico de la unión sexual. Los jóvenes esposos deseaban tener muchos hijos, sentían adoración por los niños y por la inocencia infantil; sin embargo, no pudieron tener ni uno solo. Si menciono aquí esta adversidad no es por ceder a la curiosidad en algo tan íntimo sino porque refuerza lo que Chesterton escribió sobre las relaciones sexuales, el matrimonio y la familia. A pesar de esta contradicción en su primera unión de amor, no hay en sus artículos y ensayos sobre el matrimonio la más mínima señal de amargura o resentimiento pero, sin duda, tuvo que ser ocasión de gran tristeza y heroica resignación.
Chesterton consideraba la familia como una de las «cosas humanas santas», y no sólo una realidad más sagrada que el Estado sino también santa antes de ser establecida como sacramento cristiano. Sólo sobre la firmeza de un compromiso «sagrado» es posible tanto la reforma como la rebelión. «La visión cristiana del matrimonio», escribió, «concibe el hogar como teniendo el gobierno de sí mismo en una manera análoga a un estado independiente; es decir, de modo que pueda incluir reforma interna y aún rebelión interna, pero en la causa de la unión, no en contra de ella». Por eso es justo que esta antología incluya un par de ensayos y poesías sobre la Navidad escritos cuando la tradicional fiesta no había sucumbido todavía a los imperativos comerciales de la sociedad de consumo. Para Chesterton no era una defensa del sentimentalismo religioso sino resultado de su convicción de que «el ser humano no es meramente una evolución sino una revolución»17y necesita con necesidad de primer orden que alguien se lo recuerde lo menos una vez o dos al año.
Termina la antología con un relato corto, la historia de White Wynd que abandonó su familia para ir en busca de su hogar, es decir, su lugar en el mundo y en la vida. Chesterton lo escribió en 1896 cuando tenía veintidós años. Cansado y desilusionado consigo mismo, Wynd proyecta su irritación existencial sobre su familia, una mujer y unos hijos que eran «cinco de las caras más hermosas de la tierra». Excusamos esa fuga del hogar en quienes abrazan las grandes empresas del arte o de la ciencia, de la carrera profesional, la política, la religión y tal vez el monasterio. Nos equivocamos, y que Chesterton lo hubiera entendido a sus 22 años no es menos extraordinario.
De las muchas horas que pasé en Widener Library, la magnífica biblioteca de la Universidad de Harvard, buscando en libros y revistas el material para esta antología persiste como el más grato de mis recuerdos haber hecho el trabajo animado por el espíritu con que Chesterton escribió en su libro sobre el gran poeta de Los cuentos de Canterbury: «Lo que importa no son libros sobre Chaucer, sino Chaucer». Así deseo conste aquí. Lo que importa no son libros sobre el amor y la familia sino el amor y la familia.
1. «On Education», en All I Survey, Nueva York, 1933, p. 196.
2. John S. Allen, Home: How Habitat Made Us Human, Nueva York, 2016.
3. La historia de la familia como especialidad historiográfica es muy reciente. El libro de Philippe Ariès sobre la niñez, L’enfant et la vie familiale sous l’ancien régime, se publicó en 1960. La bibliografía sobre la familia es enorme. Preparando la edición original de esta antología me encontré con la sorpresa del libro de Ferdinand Mount, The Subversive Family: An Alternative History of Love and Marriage, Londres, 1982, y disfruté su lectura porque Chesterton también vio en la familia un carácter subversivo y una expresión de la libertad de la persona.
4. Le Phénomène érotique (2003). No menos iluminadores son sus ensayos (en particular, los dos últimos) en Prolégomènes à la charité (1986).
5. «The Day of the Lord», en G.K.’s Weekly, 14 de enero de 1933. p. 299.
6. Sidelights, en The Collected Works of G. K. Chesterton, vol. 21, San Francisco, 1990, p. SII.
7. Además de las prohibiciones eclesiásticas inmemoriales, bajo Enrique VIII se aprobó en 1533 la ley contra la sodomía, conducta castigada con pena de muerte que sólo cesó en 1861; la pena de prisión persistió hasta 1967.
8. Aldous Huxley, Brave New World, Nueva York, 1932, p. 180. Mi traducción.
9. Henry T. Greely, The End of Sex and the Future of Human Reproduction, Harvard University Press, 2016. Huxley fue un escritor brillante componiendo un libro deprimente y con razón Chesterton vio en él algo del espíritu de Jonathan Swift.
10. Cfr. Mark Edmundson, Self and Soul: A Defense of Ideals, Harvard University Press, 2015.
11. «But I don’t care where the wáter goes if it doesn’t get into the wine». El poema se titula «Wine and Water», en Wine, Water, and Song, Londres, 1915.
12. «The Spirit of the Age in Literature», en Sidelights of New London and Newer York (1932).
13. «The Other Questions», en G. K.’s Weekly, 8 de octubre de 1932, p. 71.
14. Robert Browning, Londres, 1903, pp. 73 y 74
15. The Everlasting Man, 1925. p. 339
16. Ada Elizabeth Jones, The Chestertons, Londres, 1941. La autora era la esposa de Cecil Chesterton, hermano de G. K. Chesterton.
17. The Everlasting Man, p. 6.
Muy bien transmitido el tema sobre el amor y la familia, se me ha hecho muy ameno leerlo y he pasado un rato muy gustoso. Haces reflexionar sobre qué es lo verdaderamente importante y eso nos conviene a todos pensarlo un poco mas despacio.
Gracias, David.
Profunda y certera reflexión acerca de la extraordinaria defensa que hace GK de la familia , el matrimonio y el amor, temas que también se aboradan en el libro que estamos comentando en actualmente en el Club.
Una atrevida apuesta,dados los tiempos que corren, por defener lo autentico, lo natural y lo tradicional frente al monstruo del individualismo tan de moda ahora.
Gracias David por darnos a conocer esta sin duda interesante publicacion que se añade a la ya afortunadamente amplia ofera de publicaciones chestertonianas. Parece que en los tiempos de crisis, uno vuelve a lo autentico.
«El peor tirano no es el que desgobierna por el terror, el peor de los tiranos es el que desgobierna por el amor y trata a los demás como si tocara el arpa, sin más». Excelente análisis y defensa de la familia, se lee con verdadero placer.