Hace tiempo que no tratamos en el Chestertonblog los temas sociales de Esbozo de sensatez y aún hay materiales para rato. La lectura de ‘Superficiales. Qué está haciendo Internet con nuestras mentes’, de Nicholas Carr (Taurus, 2011) profundiza considerablemente en la relación entre el hombre y la máquina y es plenamente coincidente con los textos de GK referidos a los efectos en las personas (Carr se queda en las consecuencias sociales e individuales del plano psicológico, pero no entra en la cuestión de la desigualdad y la proletarización, el capitalismo y la plutocracia dominantes).
Para Chesterton, las máquinas han fascinado a los seres humanos, con su mito del progreso, pero sus efectos perversos apenas se comprenden. Afirma en La fábula de la máquina (Cap.13 de Esbozo de sensatez): Me parece tan materialista condenarse por una máquina como salvarse por una máquina. Me parece tan idólatra blasfemar de ella como adorarla (13-02). Y más adelante: La forma mejor y más breve de decirlo es que en vez de ser la máquina un gigante frente al cual el hombre es un pigmeo, debemos al menos invertir las proporciones, de modo que el hombre sea el gigante y la máquina su juguete. Aceptada esta idea, no tenemos ninguna razón para negar que pueda ser un juguete legítimo y alentador. En ese sentido no importaría que cada niño fuera un maquinista o (todavía mejor) cada maquinista un niño (13-08).
Casi 100 años después de GK y con mucha más experiencia y estudios sobre la materia, veamos algunos ejemplos tomados del libro de Carr:
“Cuando el carpintero toma en su mano un martillo, sólo puede usar esa mano para hacer lo que puede hacer un martillo. La mano se convierte en una herramienta de meter y sacar clavos. Cuando el soldado se lleva los binoculares a los ojos, puede ver sólo aquello que los lentes le permitan ver. Su campo de visión se alarga, pero él se vuelve ciego a lo que tiene más cerca. La experiencia de Nietzsche con su máquina de escribir constituye un ejemplo particularmente bueno de la manera en que las tecnologías ejercen su influencia sobre nosotros: el filósofo no sólo había llegado a imaginar que su máquina de escribir era algo ‘como yo’; también sentía estar convirtiéndose él en una cosa como ella, que su máquina de escribir estaba conformando sus pensamientos. […]
Toda herramienta impone limitaciones, aunque también abra posibilidades. Cuanto más la usemos, más nos amoldaremos a su forma y función. Eso explica por qué, después de trabajar con un procesador de textos durante cierto tiempo, empecé a perder mi facilidad para escribir y corregir a mano. Mi experiencia, según averigüé después, no tenía nada de raro. “La gente que siempre escribe a ordenador a menudo se ve perdida cuando tiene que escribir a mano”, informa Norman Doidge.[…]
Marshall McLuhan elucidaba las formas en que nuestras tecnologías nos fortalecen a la vez que nos debilitan. En uno de los pasajes más perceptivos, aunque menos comentados, de ‘Comprender los medios de comunicación’, McLuhan escribió que nuestras herramientas acaban por ‘adormecer’ cualquiera de las partes de nuestro cuerpo que ‘amplifican’. Cuando extendemos una parte de nosotros mismos de forma artificial, también nos distanciamos de la parte así amplificada y de sus funciones naturales. […]
El precio que pagamos por asumir los poderes de la tecnología es la alienación, un peaje que puede salimos particularmente caro en el caso de nuestras tecnologías intelectuales. Las herramientas de la mente amplifican y a la vez adormecen las más íntimas y humanas de nuestras capacidades naturales: las de la razón, la percepción, la memoria, la emoción. El reloj mecánico, por muchas bendiciones que otorgara, nos apartó del flujo natural del tiempo. Cuando Lewis Mumford describió cómo los relojes modernos habían ayudado a “crear la creencia en un mundo independiente hecho de secuencias matemáticamente mensurables”, también subrayó que, en consecuencia, los relojes “habían desvinculado el tiempo de los acontecimientos humanos”. Weizenbaum, basándose en el razonamiento de Mumford, argumentaba que la concepción del mundo surgida de los instrumentos de medida del tiempo “era y sigue siendo una versión empobrecida de la anterior, ya que se basa en un rechazo de las experiencias directas que formaban la base y de hecho constituían la vieja realidad” (Carr, 2011, pp.251-3).

Cartel de ‘Tiempos modernos’, de Chaplin. Wikipedia.
La solución es clara para Chesterton. En el capítulo 15 –El hombre libre y el automóvil Ford– insiste nuevamente en las consecuencias del maquinismo para las personas y la sociedad: la dependencia que crean, la monotonía para los trabajadores en serie –pensemos en ‘Tiempos modernos’, de Charles Chaplin-, y la desigualdad que fomentan, un sistema clasista que beneficia a los plutócratas. Por eso, su solución pasa primero por volver a un sistema de pequeña propiedad campesina y, en el ámbito industrial, por la propiedad compartida de las máquinas: Es de importancia vital crear la experiencia de la pequeña propiedad, la psicología de la pequeña propiedad, la clase de hombre que sea pequeño propietario. (15-02).
Por lo tanto, en este compromiso inmediato con la maquinaria, me inclino a inferir que está muy bien usar las máquinas en la medida en que originen una psicología que pueda despreciar las máquinas; pero no si crean una psicología que las respete. El automóvil Ford es un ejemplo excelente de esta cuestión, aún mejor que el otro ejemplo que he puesto del suministro de electricidad a pequeños talleres. Si poseer un coche Ford significa regocijarse con el coche Ford, es bastante triste que no nos lleve más allá de Tooting o el regocijo por un tranvía de Tooting [población al sur de Londres].
Pero si poseer un coche Ford significa gozar de un campo de cereales o tréboles, en un paisaje nuevo y una atmósfera libre, puede ser el principio de muchas cosas. Puede ser, por ejemplo, el final del auto y el principio de una casita de campo. De modo que casi podríamos decir que el triunfo final del señor Ford no consiste en que el hombre suba al coche, sino en que su entusiasmo caiga fuera del coche. Que encuentre en alguna parte, en rincones remotos y campestres a los que normalmente no hubiera llegado, esa perfecta combinación y equilibrio de setos, árboles y praderas ante cuya presencia cualquier máquina moderna aparece de pronto como un absurdo… y más aún, como un absurdo anticuado.
Probablemente ese hombre feliz, habiendo hallado el lugar de su verdadero hogar, procederá gozosamente a destrozar el auto con un gran martillo, dando por primera vez verdadero uso a sus pedazos de hierro y destinándolos a utensilios de cocina o herramientas de jardín. Eso es usar un instrumento científico en la forma que corresponde, porque es usarlo como instrumento. El hombre ha usado la maquinaria moderna para escapar de la sociedad moderna, y la inteligencia ensalza al instante la razón y rectitud de semejante conducta. (Esbozo de sensatez, 15-07).