Archivo mensual: septiembre 2015

Chesterton, crítico literario.

Cuando uno lee una y mil veces un texto, para extraer la quintaesencia de su significado, cae en la cuenta de que «la tuvo en las manos» en la primera lectura que del susodicho texto. ¡Qué gasto!

Nos hemos preguntado alguna vez -como habitualmente hacía G. K. Chesterton- ¿qué es leer?, ¡qué es la lectura? No quiero dar una definición supercalifragística de lo que es la lectura. Dejando a un  lado reminiscencias y anotaciones etimológicas, mejor o peor traídas, prefiero anotar que me guata considerar la lectura como el juego de atrapar el alma de una especie tan común como son las letras. «Atrapar letras». Aunque esta definición puede parecer un canto al sol, una pirueta a la violeta, espero que de mis pobres palabras se derive la consideración de que la lectura no es sino el «juego de la vida». Un juego de la vida que no ampara ninguna escapatoria, dado que todas las salidas están acotadas por el propio vivir, por el propio respirar.

Ahora me pregunto: ¿están tan hermanados la ficción y la vida en la obra literaria?, ¿ en el texto literario es fácil discriminar lo lúdico de lo vivencial? Recuerdo un libro de adolescencia, que- con sus reparos- me deleitó leer. La Infancia recuperada, de Savater. Nos habla de sus lecturas de niño y adolescente. Era la época en que el lector se identificaba con las verdaderas-falsas identificaciones de los autores: el capitán Ajab,  el general Custer, Gerónimo, Roberto Alcázar, Padre Brown, Tragabuche y los niños de Ecija… y otros héroes y villanos que se pasearon por nuestros pensamientos, y nos llevaban a hacer gestosgallardos, caballerescos o chuscos, matoniles. … «Señorita, tengo que comunicarle un asunto de capital importancia…» (Exquisita manera de preparar una declaración de amor) En aquellos juegos -nos aclara el primer niño, Chesterton- «nunca hubo un nuño que confundiera la ficción y la realidad. Cualquiera entendía que hasta las 6,30 horas de la tarde, cuando la madre llamaba a merendar, había sido Cochisse o el mismo Limbeth, y, ahora, era Pepito, «cepillándose» una flauta de pan con aceite y azúcar. Todo ello lo Chesterton y nos lo enseña. Demuestra nuestro autor, además, que los ancianos podemos ser niños.

Por todo lo dicho, casi siempre y no de rebote, cuando leemos a G.K. Chesterton caemos en el pozo del recuerdo, paraíso gozoso de la niñez. ¿Qué adquiríamos con la lectura en nuestra  infancia y adolescencia?, ¿qué sabores?, ¿qué olores?, ¿qué sonidos?

Cuando de pequeños nos acercábamos a una novela o a un cuento, sabíamos que íbamos a leer «algo» que no era «verdad», pero que podía o no podía ocurrir en la realidad. Y teníamos conciencia del «engaño» de la ficción. En aquellos escritos creativos, inventados, nacidos de y en la imaginación del narrador, tácitamente conveníamos una serie de estructuras que conformaban la morfología del texto:  en primer lugar, esperábamos encontrar un medio espiritual y social en el que se devanarían los acontecimientos del argumento y las acciones de los actantes. Así el genial lector Chesterton lee a otro lector, y advierte la capacidad creativa de W. Shakespeare, cuando en El sueño de una noche de verano construye un ámbito de cooperación con el público que es » el misticismo de la felicidad». Una felicidad en la que interesa tanto la vida de vigilia como más la vida de la visión. Esta toma de postura de Chesterton – que sitúa el sueño de una noche de verano en el conjunto de artículos del «Hombre corriente» –  nos planta  a los lectores del lector Chesterton del lector Shakespeare en las puertas del hombre común. Pues Shakespeare, hombre excepcional, tendió a ser un hombre común.

En segundo lugar, Shakespeare, como Tespis, tenía que crear un personaje, un  actor, una persona. Nuestro conductor en la lectura de Shakespeare, con la agudeza propia de un maestro de antropología, cuál o cuáles son los personajes. Descubrirnos los personajes de una magna obra como es «El  sueño» de un dramaturgo experto en la creación de tipos únicos, antonomásicos. En el artículo de Chesterton, éste nos un personaje complejo y distintos a los arquetipos shakesperianos ( Desdémona y Otelo, Yorick, Lear, Lady Machbet, Hamlet, Yago..) Para Chesterton, acertadamente, el actor es la «humanidad corriente» con su espíritu. ¿Acaso la obra no es un sueño vivido  por los personajes confabulados con los espectadores (recuérdese la propensión del autor inglés por el teatro dentro del teatro), para que el engaño sea dignificado en realidad con arte o en realidad y arte. De esto se da cuenta y nos da cuenta Chesterton, al hablarnos en su artículo de carcajadas, poesía, de dislocación de la realidad, metamorfosis, etc.

Nos preguntamos, en la tercera parte, por el sentimiento. ¿Qué sería un espectador sin emotividad? Chesterton aduce que el asistente a una obra teatral siente emociones: se entristece, se alegra, teme… Y así en El sueño de una noche de verano, Chesterton observa la felicidad humana como un elemento de la sublimidad.  GKC nos hace partícipes de la plenitud de la comedia en la carcajada. Es más, capta la plenitud del gozo derivado de la comedia en la comedia (léase el teatro de los artesanos) Teatro cómico y algo gárrulo que sirve de gatera para salir de una tragedia de amor, más o menos paródica, al placer del final feliz de la representación de los hombres corrientes. Representación que minimizando el asunto, repara en las mitologías clásícas y élfica tan del gusto an glosajón.

Un siguiente apartado a lo formal.  A la poesía. La poesía va más allá de ser un ejercicio de métrica. No creo que haya un sólo teórico de la literatura que niegue la necesidad del ritmo, para la existencia de la poesía. Y a decir verdad, El sueño de una noche de verano es una obra intensa, rica, antológicamente rítmica. La simetría que  es ritmo está  conseguida en la perfección del lenguaje vario y asombrosamente enguantado en situaciones pares: mitologías  greco-latinas / mitología céltica; mundo del hombre culto/ mundo del hombre común; el sueño conductor/la vigilia; y el teatro en el teatro, y el espíritu tolerante para aminorar la tragedia…

No quiero acabar estas letras sin una mención especial al personaje Bottom. Es el personaje que da armonía a esta comedia de «contrarios». Bottom es el hombre corriente, propietario de sus palabras, que interpretan la gran farsa del mundo, propietario de sus recuerdos y, también de su primitiva vanidad.  « Y en este juego natural entre la rica simpleza de Bottom y la simpleza simple de sus  camaradas  está lo que constituye la excelencia inmarcesible de las escenas de farsa de esta obra. La sensibilidad de  Bottom hacia la literatura es perfectamente genuina y ardiente, mucho más genuina que la de la mayoría de los cultos críticos literarios» (pág. 27 «El Hombre corriente» Ed. La espuela de plata. Sevilla. 2013) Bottom y sus compinches son los hombres comunes. Llamados a representar al «tonto» (nuestro «gracioso») que es capaz de codearse con el noble, el caballero, el rey e, incluso, los dioses. El «tonto» es el que dirige el sector de los hombres  sencillos y más humanos (campesinos) por ser más humano, más cercano, más común.

The 6th Annual GK Chesterton Walking Pilgrimage, Saturday 30th July 2016

Alguien se apunta ????

Entra en este enlace para completar la información.

http://www.catholicgkchestertonsociety.co.uk/

Modernism and education in GKC

Reflections on the connection between modernism, knowledge paradigms and education in GK Chesterton’s Ethics of Elfland.  Also available at https://plus.google.com/105584264356333687356/posts/1NuowV8we7z.

Reference

Turley, SR (2012) Awakening Wonder: Education as Encounter, in The Chesterton Review XXXVIII (1&2), pp. 235-247.

Less, not more, since more is less

Es bien conocida la defensa de los grandes libros que hace GKC en toda su obra, y El Hombre Común no podría ser menos. De los grandes, no de los muchos. Pues uno de los indicios de la modernidad está precisamente en la gran cantidad de libros escritos/ publicados y la poca honradez intelectual de los pobres que los escriben, oportunistas en cuanto no se aplican a labores que sí saben hacer, e impostores por perseguír un prestigio intelectual que no se merecen. Vamos, más o menos lo que denuncia Keating, el profesor de literatura en el Club de los poetas muertos (1989), por lo que muchas gente (toda una sociedad, poco a pogo) llega a pagar un precio muy alto.

Para los amantes de la lectura en inglés, a continuación, algunas reflexiones muy acertadas por el repudato Dale Ahlquist:

About The Common Man