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Tras las huellas de G. K. Chesterton

1. El bautismo de Gilbert.

Comienzo aquí el relato de  una  serie de curiosidades y anécdotas, surgidas de la realización  de un pequeño (en nuestro lenguaje moderno) «viaje temático», que tuvo lugar en el verano de 2017 a tierras inglesas, y que con una duración de 8 días, pretendió ser un recorrido por la tierra, paisajes, residencias y demás lugares que ocuparon la vida del genial  Gilbert Keith Chesterton.

Baste decir para que el lector se haga una idea, que de los cinco miembros de la «expedición» tres no habíamos pisado jamás tierras británicas, y regresamos del viaje sin haber contemplado ni uno sólo de tantos lugares que ningún turista a las islas dejaría de visitar. Resulta en este sentido complicado, hacer la crónica a los amigos, familia y compañeros de trabajo de una experiencia de este tipo, sólo justificada quizá por la admiración y el cariño que tal personaje desde hace años suscita en nosotros.

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Bernard Shaw habla de Chesterton

Shaw, Belloc -que actuó como moderador- y GK en 1923, antes de comenzar el debate '¿Estamos de acuerdo?'

Shaw, Belloc -que actuó como moderador- y Chesterton en 1923, antes de comenzar el debate ‘¿Estamos de acuerdo?’ Deathbycivilisation.blogspot.com

El otro día, con motivo de la presentación del libro Pensar con Chesterton, ofrecíamos un fragmento del debate de 1923 entre Chesterton y Bernard Shaw, en el que, con tono humorístico, Chesterton rebatía parcialmente la idea de propiedad de Shaw. Ese debate está caracterizado por un rasgo, que también marcó la vida de Shaw con respecto a GK: el convencimiento de que en el fondo los dos defendían lo mismo. Se admiraban mutuamente y de manera verdaderamente sincera, pero como es evidente, tal grado de coincidencia no era verdadero. Ya que ‘hemos abierto el debate’ ofrecemos hoy el inicio del mismo, a cargo de Shaw, que constituye una especie un retrato mutuo, en el que –como era de esperar- destacará los paralelismos, amén de alguna discrepancia. Obsérvese la actitud de fondo tan diferente, ante la vida y la escritura del genial escritor irlandés, que dos años después recibiría el premio Nobel:

“Mr. Belloc, damas, caballeros, he de decir que nuestro tema de esta tarde ‘¿Estamos de acuerdo?’, ha sido idea de Mr. Chesterton. Algunos de ustedes podrán preguntarse con razón de qué vamos a discutir si, en efecto, estamos de acuerdo. Pero sospecho que no les importará mucho sobre qué discutamos siempre que logremos entretenerles conversando a nuestro estilo característico.

“La razón de todo esto, aunque quizá no la conozcan –me corresponde a mí decirlo-, es que Mr. Chesterton y yo somos dos locos. En lugar de ejercer alguna profesión honrada y respetable y comportarnos como cualquier ciudadano corriente, ambos vamos por el mundo poseídos por un extraño don de lenguas –que, en mi caso, está prácticamente reducido al inglés- y exponiendo toda clase de opiniones extraordinarias sin ningún motivo en particular.

“Mr. Chesterton se dedica a decir e imprimir las mentiras más extravagantes. Toma incidentes ordinarios de la vida humana –lugares comunes de la vida de la clase media- y les confiere perfiles monstruosos, extraños y gigantescos. Llena los jardines suburbanos de asesinatos imposibles, y no sólo inventa esos asesinatos, sino que también consigue descubrir al asesino que jamás los cometió. En cuanto a mí, suelo hacer muy a menudo el mismo tipo de cosas. Divulgo mentiras en forma de obras teatrales; pero en tanto que Mr. Chesterton toma los hechos que ustedes creen ordinarios y los vuelve gigantescos y colosales para revelar su esencial carácter milagroso, yo me inclino más bien a tomar estas cosas en su más absoluta normalidad e introducir en ellas una serie de ideas extravagantes, que escandalizan al aficionado al teatro ordinario y lo hacen salir preguntándose si lleva toda su vida en sus cabales o yo sigo aún en los míos.

“Alguien va a ver una de mis obras y se sienta junto a su mujer. Se dice en la escena alguna cosa aparentemente ordinaria, y entonces ella se vuelve al marido y le pregunta: “¡Aja! ¿Qué me dices tú de eso?”. Dos minutos después, se dice otra cosa aparentemente ordinaria, y entonces es el hombre el que se vuelve a su mujer y le pregunta: “¡Aja! ¿Qué me dices tú de eso?” ¿Acaso no es curioso que podamos ir por ahí haciendo estas cosas y que no sólo se nos permita hacerlas, sino que, además, se nos admire en gran parte por ellas? Por mi parte, podría decir que, en los últimos años, casi he llegado a ser venerado por dedicarme a esta clase de cosas.

“Obviamente, estamos locos; y por locos seríamos venerados en Oriente. “Escuchemos atentamente a estos hombres, pero no olvidemos que son locos”, dice la sabiduría oriental. En este país, sin embargo, decimos: “Escuchemos a estos tipos tan divertidos. Están perfectamente cuerdos; lo que, obviamente, no es nuestro caso”.

[En ese momento entra gente en la sala y el discurso se interrumpe; seguimos el hilo principal]

“Estaba refiriéndome a la distinta y curiosa consideración que reciben los locos en Oriente y en este país. Pero esto me llevaba a la conclusión de que importan muy poco sus diferencias. Todos muestran anomalías de toda índole debidas a sus circunstancias personales, a su formación, a sus conocimientos e ignorancias. Pero si los escuchamos atentamente y descubrimos que, en determinados asuntos, están de acuerdo, entonces tenemos alguna fundada razón para suponer que ahí aparece el espíritu de la época para ofrecernos un mensaje inspirado. Apartemos todas sus contradicciones y concentremos nuestra atención en aquello en lo que los locos se muestran de acuerdo; entonces estaremos escuchando la voz de la revelación.

“Así, pues, harán bien esta noche en escucharnos atentamente, pues es muy probable que lo que nos impele a estos discursos no sea algo personal e individual, sino alguna conclusión a la que la humanidad toda se va aproximando por medio de la razón o de la inspiración. El mero hecho de que Mr. Chesterton y yo estemos de acuerdo en cualquier asunto en absoluto debe ser impedimento para que lo discutamos apasionadamente, pues creo que aquellos que me refutan muy a menudo sostienen las mismas ideas que yo trato de expresar. No sé si ello se debe a que las libertades que me tomo les molestan o a que las palabras que utilizo o mis giros mentales no son de su agrado; pero lo cierto es que son ellos quienes con más frecuencia me rebaten”. (¿Estamos de acuerdo?, Ediciones Renacimiento, pp.25-31).

Presentación de ‘Pensar con Chesterton’, de Tomás Baviera

Hace unos días reseñábamos en el Chestertonblog Pensar con Chesterton, la excelente obra de nuestro colaborador Tomás Baviera. Ahora tenemos el placer de anunciar su presentación pública en el Colegio Mayor Albalat de Valencia el martes 10 de junio:

Presentacion Baviera en Albalat

La dirección de Albalat es Primado Reig, 167, telf. 963 607 512, y por si acaso, el email: albalat@albalat.net. Desde aquí, animamos a todos los lectores que puedan acercarse a participar en la que sin duda será una magnífica velada chestertoniana.

A GK le encantaban los debates públicos, que eran considerados entonces auténticos entretenimientos -además de ocasiones de aprender- entre otras cosas porque cine y televisión aún no habían comenzado su andadura. Dar conferencias o debatir -habitualmente en salones o teatros- suponía además una forma extra de lograr unos ingresos para los intelectuales de la época que -como suele ser habitual (y probablemente deba ser así)- no suelen ser los mejor pagados. Es famoso su debate con G. Bernard Shaw, ¿Estamos de acuerdo? (1923, publicado en el 28), sobre la propiedad privada, del que pronto hablaremos en el Chestertonblog. Como muestra, daremos un botón. Habla GK, en respuesta a Shaw:

De toda la confusión de desconcertantes falacias que Mr. Shaw acaba de ofrecernos, prefiero empezar por la más simple. Cuando Mr. Shaw se abstiene de golpearme en la cabeza con su paraguas, el verdadero motivo -aparte de su auténtica bondad, que lo lleva a respetar a la más humilde de las criaturas de Dios- no es que no posea la propiedad de su paraguas, sino que no posee la propiedad de mi cabeza. Y dado que yo aún me hallo en posesión de este órgano imperfecto, procederé a la refutación de alguna otra de sus falacias (¿Estamos de acuerdo? Ed. Renacimiento, pp.65-66).

Aunque GK no esté físicamente presente el martes en la presentación del libro sobre sus obras, disfrutará con la refutación de algunas de las falacias del pensamiento moderno, mientras se estimula a la rebeldía frente al acomodamiento vital e intelectual de nuestro tiempo.

Chesterton retrata a dos ‘revolucionarios’: Santo Tomás de Aquino y San Francisco de Asís.

Cualquiera que pretenda analizar la habilidad de Chesterton para establecer comparaciones y paralelismos debe estudiar el primer capítulo de la obra dedicada a Santo Tomás de Aquino (1933), pues está enteramente dedicado a las comparaciones: entre San Francisco –sobre el que ya había escrito otro libro en 1923- y Sto. Tomás: primero en qué se parecen y luego en qué se diferencian. Luego, entre la Edad Media y la nuestra. Y para concluir, las semejanzas y diferencias entre los dos fundadores de las grandes órdenes mendicantes: San Francisco y el español  Sto. Domingo de Guzmán.
Vamos a quedarnos ahora tan sólo con el contraste que GK plantea ente los dos protagonistas de sus libros, San Francisco y Santo Tomás (Apdos 01-03 del capítulo -que se puede leer completo aquí). Es un fragmento que no resisto a copiar entero, lleno de ‘chestertonadas’, esas típicas figuras o imágenes brillantes tan originales, que sólo podrían salir de la bulliciosa mente de GK. Pero la simpatía, la capacidad de observación, la agudeza en la comprensión de los caracteres y el ambiente social, son realmente fascinantes:

Los son hábitos que vestirían San Francisco y Santo Tomás nos ayudan a visualizar -si es posible- el vívido retrato que que Chesterton hace de ellos.

Los hábitos que vestirían San Francisco y Santo Tomás nos ayudan a visualizar el vivo retrato que que Chesterton hace de ellos. Catedralesgoticas.es

Se puede hacer un esbozo de San Francisco; de Santo Tomás sólo se podría hacer un plano, como el plano de una ciudad laberíntica. Y sin embargo, en cierto sentido, encajaría en un libro mucho mayor o mucho más pequeño: lo que realmente sabemos de su vida se podría despachar bastante bien en pocas páginas, porque no desapareció, como San Francisco, bajo un chaparrón de anécdotas personales y leyendas populares; lo que sabemos –o podríamos saber, o en su día podríamos tener la suerte de descubrir- acerca de su obra, probablemente llenará todavía más bibliotecas en el futuro de las que ha llenado en el pasado.
Fue posible dibujar a San Francisco en silueta, pero con Santo Tomás todo depende de cómo se rellene la silueta. En cierto modo, hasta es medieval iluminar una miniatura del Poverello [de Asís], que hasta en el título lleva un diminutivo. Pero hacer un resumen o digesto, como los de la prensa, del Buey Mudo de Sicilia es algo que sobrepasa a todos los experimentos de digestión de un buey en una taza [divertida alusión al invento del caldo de carne concentrado].
Esperemos que sea posible hacer un bosquejo de biografía, ahora que cualquiera parece capaz de escribir un bosquejo de la historia o un bosquejo de cualquier cosa. Sólo que –en el caso presente- el bosquejo es todo un bosque.  El hábito capaz de contener al colosal fraile no está entre las tallas disponibles.

He dicho que estos retratos sólo pueden serlo en silueta. Pero el contraste es tan llamativo, que aun si realmente viéramos a las dos figuras humanas en silueta, asomando por la cresta del monte con sus hábitos fraileros, ese contraste nos parecería hasta cómico. Sería como ver, aun en la lejanía, las siluetas de Don Quijote y Sancho Panza, o de Falstaff y maese Slender.
San Francisco era un hombrecito flaco y vivaracho; delgado como un hilo y vibrante como la cuerda de un arco; y en sus movimientos, como la flecha que el arco dispara. Toda su vida fue una serie de carreras y zambullidas: salir corriendo tras el mendigo, lanzarse desnudo al bosque, tirarse al barco desconocido, precipitarse a la tienda del sultán y ofrecerse a arrojarse al fuego. En apariencia debió ser como el fino esqueleto de una parda hoja otoñal bailando eternamente en el viento –aunque, en realidad, el viento era él-.

Santo Tomás era un hombre como un toro: grueso, lento y callado; muy tranquilo y magnánimo, pero no muy sociable; tímido, dejando aparte la humildad de la santidad; y abstraído, dejando aparte sus ocasionales y cuidadosamente ocultadas experiencias de trance o éxtasis.
San Francisco era tan fogoso y nervioso que los eclesiásticos que visitó sin avisar le tomaron por loco. Santo Tomás era tan imperturbable que los doctores de las escuelas a las que asistió regularmente le tomaron por zote. De hecho era ese tipo de estudiante no infrecuente que prefiere pasar por zote a permitir que otros zotes más activos o animados invadan sus sueños.
Este contraste externo se extiende a casi todos los aspectos de una y otra personalidad. La paradoja de San Francisco fue que, amando con pasión la poesía, tuviera cierta desconfianza hacia los libros. Fue el hecho sobresaliente de Santo Tomás que amó los libros y vivió de libros: vivió la vida del clérigo o estudiante de los Cuentos de Canterbury, y prefería poseer cien libros de Aristóteles y su filosofía a cuantas riquezas pudiera ofrecerle el mundo. Cuando le preguntaron qué era lo que más agradecía a Dios, respondió con sencillez: “Haber entendido todas las páginas que he leído”.
San Francisco era muy vívido en sus poemas y bastante inconcreto en sus documentos. Santo Tomás dedicó su vida entera a documentar sistemas enteros de letras paganas y cristianas. Y de vez en cuando escribió un himno, como quien se va de vacaciones.
Veían el mismo problema desde ángulos distintos: la sencillez y la sutileza. San Francisco pensaba que bastaría con abrir su corazón a los mahometanos para que se convencieran de no adorar a Mahoma. Santo Tomás se estrujó el cerebro con toda suerte de distinciones y deducciones sutilísimas sobre el Absoluto o el Accidente, únicamente para evitar que se entendiera mal a Aristóteles.
San Francisco era hijo de un comerciante, de un tratante de clase media, y aunque toda su vida fue una rebelión contra la vida mercantil de su padre, retuvo de todos modos algo de esa celeridad y adaptabilidad social que hacen que el mercado zumbe como una colmena. Con toda su afición a los verdes campos, no crecía la hierba bajo sus pies, como se suele decir. Era lo que los millonarios y los gánsteres americanos llaman un ‘alambre vivo’. Es característico de los modernos mecanicistas que, incluso cuando tratan de imaginar algo vivo, sólo se les ocurra una metáfora mecánica de algo muerto: se puede ser un gusano vivo, pero no un alambre vivo. San Francisco habría concedido de muy buen grado ser un gusano, pero un gusano bien vivo. El mayor de los enemigos del ideal de moverse para lucrarse, había renunciado ciertamente a lucrarse, pero nunca dejó de moverse.
Santo Tomás, por el contrario, provenía de un mundo en el que podría haber disfrutado del ocio, y siguió siendo uno de esos hombres cuyo trabajo tiene algo de la tranquilidad del ocio. Fue trabajador incansable, pero nadie le habría podido tomar por un trajinante. Había en él ese algo indefinible que distingue a los que trabajan no teniendo que trabajar, pues era por nacimiento caballero de alto linaje, y esa tranquilidad puede conservarse como hábito, aunque no tenga motivo. Pero en él sólo se expresaba en sus elementos más amables; por ejemplo, posiblemente había algo de ella en su cortesía y su paciencia naturales.
Cada santo es hombre antes de ser santo, y se puede ser santo siendo cualquier clase o especie de hombre; y la mayoría de nosotros elegirá entre estos diferentes tipos con arreglo a sus diferentes gustos. Confieso que, así como la gloria romántica de San Francisco no ha perdido nada de su atractivo para mí, en los últimos años he llegado a sentir casi el mismo afecto –o en algunos aspectos, incluso más- por este hombre que habitó inconscientemente un gran corazón y una gran cabeza como el que hereda una gran mansión y ejerce en ella una hospitalidad igualmente generosa, aunque un poco distraída. Hay momentos en que San Francisco -el hombre menos mundano que jamás hubo en el mundo- me resulta casi demasiado eficiente.

El capítulo, una vez que ha mostrado los distintos que son, continúa estableciendo las similitudes que les dieron ese carácter revolucionario o innovador, que brevemente resumo en dos: que ambos fueron enamorados de Jesucristo y –oh, sorpresa para el educado en los convencionalismos-, que libraron al mundo medieval del espiritualismo, creando las bases de nuestra moderna civilización.

Chesterton, D. Álvaro y los borricos

Hoy traemos un dibujo y una poesía de Chesterton sobre los burros. Primero la caricatura, que refleja cómo se veía Chesterton: su buen humor y su capacidad de reírse de sí mismo son un ejemplo para tantos que nos tomamos tanto en serio…

En 'Los países de colores', p.157

En ‘Los países de colores’, p.157

Pero antes de la poesía, una explicación de por qué hoy traemos estos materiales. Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de D. Álvaro del Portillo, un sacerdote español que fue colaborador de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, su fiel colaborador y su sucesor al frente de esa institución de la Iglesia. El Papa Francisco ha aprobado su Beatificación, que se celebrará en Madrid en el mes de septiembre de 2014. Yo tuve la suerte de estar varias veces con D. Álvaro y escucharle y aprender de él, lo que considero una suerte inestimable. Por eso quiero rendirle este pequeño homenaje, al descubrir algunos paralelismos entre estos hombres verdaderamente buenos.
A San Josemaría le gustaban los borricos, porque decía que eran dóciles, perseverantes y no eran engreídos. Se conserva una imagen en la que San Josemaría coloca las figuras de unos burritos en las manos de D. Álvaro, como figura de su confianza en él, puesto que los borriquillos representan a los miembros del Opus Dei: gente corriente, poca cosa, que quieren cumplir con su tarea, como el burro.

S Josemaria pone unos burros en las manos de D Alvaro
Y una vez que hemos aceptado que todos tenemos un poco de borrico, entra Chesterton en escena con su poesía, abriendo –como siempre- nuevas perspectivas. Los versos se encuentran en Lepanto y otros poemas (Renacimiento, 2003) y la traducción es de Enrique García-Máiquez.

EL BURRO
Cuando iban peces por el aire,
cuando el bosque andaba en su primer abril,
cuando era cuna la sangrienta luna,
seguramente entonces, yo nací.

Con cabeza de monstruo y con las alas
raras de mis orejas color gris,
soy la caricatura del diablo
andando a cuatro patas por ahí.

Vagabundo andrajoso de la tierra,
trabajando sin fin he de vivir,
sufriendo hambre y desprecio… Y siempre mudo
me guardo mi secreto para mí,

porque vosotros olvidáis mi hora
que fue inmortal, tremenda y dulce. Allí
alzaban todos a mi paso palmas
y aleluyas al Hijo de David.

THE DONKEY
When fishes flew and forest walked
And figs grew upon thorn,
Some moment when the moon was blood
Then surely I has born.

With monstrous head and sickening cry
And ears like errant wings,
The devil’s warning parody
On all four-footed things.

The tattered outlaw of the earth,
Of anciant crooked will;
Stave, scourge, deride me: I am dumb,
I keep my secret still.

Fools! For I also had my hour;
One far fierce hour and sheet:
There was a shout about my ears,
And palms before my feet.

Chesterton, entre ‘Regreso a Howards End’ y la literatura actual

Regreso a Howards End es una película de James Ivory, galardonada con tres Óscars en 1992 y protagonizada por unos magníficos Anthony Hopkins y Emma Thompson. La película lleva a la gran pantalla la novela del mismo nombre de E.M. Forster (1879-1970). Las críticas la describen como formalmente excelente aunque con cierta falta de sentimiento. Al relacionar esta película con GK quiero destacar un par de cosas, que quizá también hubieran llamado la atención de Chesterton.

Regreso a Howards End

Regreso a Howards End

La primera es la magnífica descripción de la sociedad aristocrática de los primeros decenios del siglo XX –la Inglaterra eduardiana-, en la que Wilcox-Hopkins representa al capitalista despiadado, que sólo piensa en el beneficio personal, que hace circular rumores que afectan gravemente a otras personas, cuyas consecuencias le son indiferentes: como si cada uno fuera realmente el único responsable de su vida, lo que es fácil de decir cuando las cosas  van bien. Wilcox-Hopkins –no es mala persona, tan sólo vive según su ‘fe’ capitalista- piensa siempre en ganar y, como diría Chesterton, en acumular: empresas, dinero y posesiones, al tiempo que critica a Wells y Shaw, amigos y antiguos colegas socialistas de Chesterton. Por cierto, el propio GK fue despedido del Daily News, cuyo dueño era George Cadbury -efectivamente, el del chocolate, filántropo y capitalista- por arremeter contra este grupo social.

El otro detalle pertenece a la categoría de esos gazapos que se cuelan y acaban por echar a perder la siembra de sensatez que crece lentamente en la mayoría de las personas. En un momento determinado, Wilcox-Hopkins alaba la cultura de su esposa, que está leyendo un libro de ‘teosofía‘, la moda intelectual en aquella época y como tal moda, perfectamente olvidada hoy día.

Y he recordado un fragmento de Una defensa de las novelas baratas, de El acusado (Espuela de plata, p.57-58) en el que también aparece la doble moral de los ricos, esta vez aplicada a la literatura. Los ricos critican las novelas sencillas y sentimentales, de buenos y malos, y considerándolas inspiradoras de todos los delitos que cometen los pobres. Pero es la literatura moderna de los cultos y no la de los incultos la que es declarada y agresivamente criminal. Libros que recomiendan la disipación y el pesimismo, ante los cuales el recadero del espíritu elevado se estremecería, descansan sobre las mesas de todos nuestros salones. Si el más sucio de los propietarios de los más sucios puestos de libros de Whitechapel se atreviera a exponer en el suyo obras que, como éstas, verdaderamente recomendaran la poligamia o el suicidio, sus existencias serían de inmediato confiscadas por la policía. Ese tipo de libros son nuestro lujo particular.
Y con una hipocresía tan ridícula que casi carece de parangón en la historia, nosotros juzgamos a los jóvenes de los barrios bajos por su inmoralidad, al mismo tiempo que discutimos (con ambiguos catedráticos alemanes) si la moral posee la menor validez. Al mismo tiempo que maldecimos las novelas baratas por alentar el robo de la propiedad, promovemos la idea de que toda propiedad es un robo. Al mismo tiempo que las acusamos (bastante injustamente) de obscenidad e indecencia, leemos alegremente filosofías que exaltan la obscenidad y la indecencia. Al mismo tiempo que arremetemos contra ellas por animar a los jóvenes a destruir la vida, discutimos si la vida es digna de ser preservada
.

Por distinciones como ésta, al describir tan fantásticamente bien el contexto intelectual y literario de su época y la nuestra –y especialmente el doble espíritu de las clases dominantes- Chesterton merece un puesto de honor en la sociología: Ahora entendemos que cualquier culebrón –con sus defectos, pero también con sus virtudes- vale más que casi toda la prestigiosa y nihilista narrativa actual.

Chesterton: origen de la biografía de Santo Tomás de Aquino

Ayer –28 de enero: parece que siempre llegamos tarde- se celebró la festividad de ese hombre colosal que fue Tomás de Aquino. La biografía de Santo Tomás de Aquino –editada en español por Homo Legens (200)- es una de las obras más famosas e importantes de Chesterton y merecerá un estudio a fondo en el Chestertonblog. Por eso, hoy tan sólo vamos a contar su origen, basándonos en los datos que proporciona la biografía de Joseph Pearce (1998).

Sto Tomas de Aquino

Hay que situarse en la primavera de 1933, tres años antes del fallecimiento de GK. El libro sería, junto a la Autobiografía, su última obra general. La escribió a petición de la editorial Hodder & Stoughton -que todavía existe-, y que quería publicarla junto con la exitosa biografía de San Francisco de Asís, escrita diez años atrás, y del que existen numerosas ediciones en castellano.

Según Pearce (p.523), «Bernard Shaw se entusiasmó al enterarse de que habían encargado el libro a su amigo. ‘Es estupenda la noticia de esta obra sobre el Divino Doctor —expresaba en una carta a Frances—. Llevo años predicando que la pasión intelectual es la más arrobadora de todas en definitiva; y considero a Tomás un ser digno del mayor elogio porque me ha precedido en este aspecto’. Otros, sin embargo, contemplaban el proyecto de la biografía con mucho menos entusiasmo. Tenían sus dudas incluso aquellos a quienes se consideraba normalmente admiradores y buenos amigos suyos», como la propia Maisie Ward y su marido, editores de las obras de Chesterton en Estados Unidos.

Como sabemos, las biografías de GK carecen de erudición, pues a Chesterton le interesaba menos el dato concreto que las cuestiones de fondo que revelan la realidad de la vida, incluso más allá del propio protagonista. Pero «el nuevo estudio trababa de uno de los filósofos más importantes de toda la historia y se perdía en un campo que según pensaban muchos, Chesterton no había explorado y no estaba cualificado para internarse en él. Así las cosas, no sorprende que hasta una editorial católica como Sheed & Ward estuviera seriamente preocupada por la perspectiva del libro. Si los editores hubieran sabido la inconsciencia con que Chesterton abordaba el trabajo, difícilmente se habrían disipado sus temores. Dorothy Collins [su secretaria] recordaba que tras despachar los artículos semanales, decía de repente: ‘Vamos a ponernos un rato con Tommy’. De este modo le dictó la mitad de la biografía, sin consultar un solo libro. Al final, le pidió que fuera ‘a Londres a traerme algunos libros’. Cuando Dorothy le preguntó qué libros necesitaba, le contestó que no lo sabía. Ella escribió al padre O’Connor a toda prisa y recibió a vuelta de correo una lista de las obras clásicas y más recientes sobre santo Tomás. Según Dorothy, cuando le dio los libros a Chesterton, los hojeó rápidamente y luego procedió a dictarle el resto del libro sin volver a consultar ninguno de ellos» (Pearce, pp.524-5).

Como sabemos, además de poseer una memoria prodigiosa, Chesterton había leído intensamente a Santo Tomás durante su período de acercamiento al cristianismo, y –aunque GK no era nada escolástico-, sus obras le habían proporcionado los sólidos fundamentos de su filosofía realista, que era la base de ‘el colosal sentido común de santo Tomás de Aquino’ -según mencionaba en la biografía de Chaucer,  escrita un año antes- el sinónimo de sensatez.

Continúa Pearce (p.525): «De todas formas, adhiriéndose a la convicción de Shaw de que ‘la pasión intelectual es la más arrobadora de todas’, esperaba que la biografía ganara en pasión lo que perdía en precisión. Él adoraba a santo Tomás tanto con el corazón como con la cabeza y comprendía sus enseñanzas igualmente con el corazón y la cabeza. Confiaba en que bastara con eso. En efecto, un amigo que le vio a la salida de la misa del día del Corpus Christi, cuando estaba en plena redacción del libro, nos ofrece una interesante visión de ese amor: ‘Como estoy intentado escribir sobre santo Tomás —le explicó— se me ha ocurrido que lo menos que podía hacer era venir a comulgar en el día en que escribió su Misa‘. Otros amigos le recuerdan en la procesión del Corpus en Beaconsfield con ánimo similar, cantando el himno de santo Tomás, el Pange Lingua, con todo el corazón y desentonando bastante. No se daba cuenta en absoluto de que se había convertido en objeto de risas para los habitantes de las casas situadas frente a la iglesia que contemplaban atónitos y divertidos su modo de proceder».

El resto ya lo sabemos: Etienne Gilson (1884-1978), uno de los más grandes tomistas del siglo XX, consideraba el libro como una de las mejores obras jamás escritas sobre Santo Tomás.

Puedes comenzar a leer el libro de Chesterton sobre Santo Tomás aquí, en versión bilingüe, incluso.

Chesterton, periodista 1: el ‘periodista eterno’

Iniciamos con esta entrada una serie sobre los distintos perfiles de Chesterton, a sabiendas de que encaja en todos y que ninguno le cuadra perfectamente. La ocasión próxima está en la inclusión en el Chestertonblog (en la página de artículos y prólogos) del prólogo de García-Máiquez a La cosa (Espuela de plata, 2010), llamado El periodista eterno

La idea principal de ese texto es que GK poseía la felicidad y el don de la risa porque su fe le hacía trascender la inmediatez de la vida y los sucesos cotidianos. Dice García-Máiquez: «Chesterton, que hoy por hoy es uno de los más vivos referentes en el debate de las ideas, no se definía como filósofo, ni tampoco como crítico ni como poeta, ni como autor teatral ni como novelista), sino como un jolly journalist. Pero este alegre periodista ha conseguido algo que se diría contradictorio con la naturaleza misma del periodismo. Incluso nombrando de vez en cuando asuntos o personajes de entonces -tan de pasada que puede prescindirse de esas menciones sin que haya quebranto o a las que basta una escueta nota a pie de página-, incluso pagando ese peaje al periodismo y a la actualidad, Chesterton ha sobrevivido al paso del tiempo, o mejor dicho, lo ha trascendido. Entre sus innumerables paradojas está él mismo, periodista eterno» (p.9).

Algo de sus inicios en el periodismo recogimos en la entrada El rey de Fleet Street: Su biógrafo L.I. Seco dice que GK no comprendió nunca por qué había caído con tan buena estrella en Fleet Street: «todos le habían advertido que el secreto consistía en escribir para cada periódico lo más adecuado a su línea de opinión y él había hecho exactamente lo contrario, descubriendo los cafés franceses y las catedrales católicas a los lectores del nada conformista Daily News y defendiendo ante la parroquia laborista del viejo Clarion la teología medieval”.

Más tarde, en el Weekend Review (20.XII.1930), GK definiría irónicamente al periodista como una persona que no entiende nada más que de escribir sobre todo aquello que no entiende. (Chesternitions, p.63). Verdaderamente la idea del jolly journalist refleja bien el espíritu y la alegría de nuestro Chesterton.

Otras dos entradas continúan el tema de GK, periodista:
Su curriculum como periodista.
Chesterton a los ojos de otros periodistas.

Paradójico Chesterton: tres ejemplos

Consideramos a Chesterton un maestro de la paradoja, pero su vida no es menos paradójica y contradictoria. Aquí plantearemos la existencia de tres paradojas esenciales en su vida, que  son tan sólo una primera selección.

La primera es la más convencional. Tiene su inicio en una anécdota que relata Aidan Mackey en su colaboración en Chesterton de pie (2013, p.34): GK «había marchado solo a Yorkshire, durante un par de días, y a su regreso, Frances se disculpó por habérsele olvidado meter el pijama en la maleta. Ella le preguntó: ‘¿Te compraste otro?’ Gilbert se sorprendió y replicó: ‘No sabía que los pijamas fueran algo que se pudiera comprar’.» Lo sorprendente está en cómo uno de los más agudos observadores de la realidad social de toda una época puede tener una relación tan ‘mala’ con la misma -en el sentido de ser incapaz de resolver un problema tan sencillo. Sin embargo, sabemos de casos similares en los que inteligencia y distracción van unidos, y estamos dispuestos a perdonar que los genios sean grandes despistados.

Otros aspectos son más sugerentes. Hay dos facetas de la vida y personalidad de G.K. Chesterton que siempre me han llamado la atención, al resultar potencialmente contradictorias: por un lado, la fascinación por los cuentos de hadas; por el otro, su afán discutidor y polemista. Me parece que los cuentos de hadas se asocian a una actitud soñadora, propia de quien posee una fantasía e imaginación desbordantes, una especial sensibilidad, y una singular capacidad para emocionarse. Por el contrario, la propensión a la discusión –que Chesterton manifestó desde muy joven– nos habla de no aceptar directamente las proposiciones que se realizan, de poner en tela de juicio los discursos de los demás e la propia realidad que se da por supuesta, y no sólo el carácter racionalista del discutidor, sino su talante desafiante, retador y ciertamente agresivo, al menos en los planos dialéctico e intelectual. ¿Cómo podían ser ambas tendencias compatibles en la misma persona? ¿Cómo conciliar la aceptación maravillosa de la realidad con la actitud de quien continuamente le está buscando los tres pies al gato? Si no fuera porque conocemos al protagonista –que además nos ha enseñado a disfrutar de las paradojas–, hubiéramos dicho que eran imposibles de conciliar. Y cuando más lo conocemos, mejor entendemos que estos aspectos no sólo no son incompatibles, sino que son absolutamente imprescindibles para entender la vida y la obra de Chesterton.

La siguiente paradoja es que Chesterton, a pesar de su sencillez personal, es a veces bastante complicado de seguir. Quizá por eso tanta gente se limita a repetir sus citas, sin llegar al fondo de la cuestión. Para entenderlo hace falta un marco, a través del cual podamos contemplar su ingente obra: intencionalmente, GK decía que le gustaban las ventanas -como destaca en su Autobiografía- precisamente porque son marcos a través de los que se puede ver. Esto es justamente lo que queremos ofrecer en el Chestertonblog, y que pronto presentaremos: unas instrucciones para leer a GK, que nos ayuden a integrar la multiplicidad de aspectos de su forma de ser, particularmente éstos:

-La gracia y la originalidad del literato, del artista.
-La profundidad y solidez del filósofo.
-La agudeza y finura del observador y analista de su época, de que interpreta
las señales de los tiempos.
-La inteligencia y la bondad del maestro, que muestra lo relevante y guía a otras personas.

Hacer pasar tantos campos por una ventana, utilizar un marco, es ciertamente una limitación, pero si el realismo de GK nos enseña algo es que la moderna ambición por una vida sin límites conduce a una visión estrecha y a una actitud pesimista. Estamos convencidos de que la llave de todo esto -otra metáfora querida para GK-, la llave que puede abrir la ventana al mundo de Chesterton es la libertad creadora, un concepto que pronto glosaremos.

Un monumento a GK en España

Por el texto de Cabrera Infante que referenciábamos el otro día, nos enteramos que en Sitges hay un monumento a Chesterton, quizá el único que haya en nuestro país.

Monolito de GK en Sitges

Lo he encontrado en Recorriendo Catalunya, y por lo que ahí se cuenta, se puede entender el motivo por el que le hicieron el monolito: «GK Chesterton visitó Sitges por primera vez en mayo de 1926, volvió en 1928 y en 1935. Suya es la frase ‘Barcelona es el pueblo más sucio de Europa, y Sitges, la ciudad más limpia del mundo’.»

En el blog Retalls de Sitges también se reseña su visita y aparecen dos fotos de GK y Frances  en la playa.  Chesterton es muy admirado en el mundo catalán y en su momento trataremos el tema, pero entre los materiales  que ya están recogidos en la página Algunos estudios en español, está la referencia a Pau Romeva, que no sólo tradujo a GK, sino que prologó las obras completas editadas por Plaza  & Janés en 1968. Algún día profundizaremos en la relación de GK con Cataluña y viceversa, la relación de Cataluña con él.