El otro día, con motivo de la presentación del libro Pensar con Chesterton, ofrecíamos un fragmento del debate de 1923 entre Chesterton y Bernard Shaw, en el que, con tono humorístico, Chesterton rebatía parcialmente la idea de propiedad de Shaw. Ese debate está caracterizado por un rasgo, que también marcó la vida de Shaw con respecto a GK: el convencimiento de que en el fondo los dos defendían lo mismo. Se admiraban mutuamente y de manera verdaderamente sincera, pero como es evidente, tal grado de coincidencia no era verdadero. Ya que ‘hemos abierto el debate’ ofrecemos hoy el inicio del mismo, a cargo de Shaw, que constituye una especie un retrato mutuo, en el que –como era de esperar- destacará los paralelismos, amén de alguna discrepancia. Obsérvese la actitud de fondo tan diferente, ante la vida y la escritura del genial escritor irlandés, que dos años después recibiría el premio Nobel:
“Mr. Belloc, damas, caballeros, he de decir que nuestro tema de esta tarde ‘¿Estamos de acuerdo?’, ha sido idea de Mr. Chesterton. Algunos de ustedes podrán preguntarse con razón de qué vamos a discutir si, en efecto, estamos de acuerdo. Pero sospecho que no les importará mucho sobre qué discutamos siempre que logremos entretenerles conversando a nuestro estilo característico.
“La razón de todo esto, aunque quizá no la conozcan –me corresponde a mí decirlo-, es que Mr. Chesterton y yo somos dos locos. En lugar de ejercer alguna profesión honrada y respetable y comportarnos como cualquier ciudadano corriente, ambos vamos por el mundo poseídos por un extraño don de lenguas –que, en mi caso, está prácticamente reducido al inglés- y exponiendo toda clase de opiniones extraordinarias sin ningún motivo en particular.
“Mr. Chesterton se dedica a decir e imprimir las mentiras más extravagantes. Toma incidentes ordinarios de la vida humana –lugares comunes de la vida de la clase media- y les confiere perfiles monstruosos, extraños y gigantescos. Llena los jardines suburbanos de asesinatos imposibles, y no sólo inventa esos asesinatos, sino que también consigue descubrir al asesino que jamás los cometió. En cuanto a mí, suelo hacer muy a menudo el mismo tipo de cosas. Divulgo mentiras en forma de obras teatrales; pero en tanto que Mr. Chesterton toma los hechos que ustedes creen ordinarios y los vuelve gigantescos y colosales para revelar su esencial carácter milagroso, yo me inclino más bien a tomar estas cosas en su más absoluta normalidad e introducir en ellas una serie de ideas extravagantes, que escandalizan al aficionado al teatro ordinario y lo hacen salir preguntándose si lleva toda su vida en sus cabales o yo sigo aún en los míos.
“Alguien va a ver una de mis obras y se sienta junto a su mujer. Se dice en la escena alguna cosa aparentemente ordinaria, y entonces ella se vuelve al marido y le pregunta: “¡Aja! ¿Qué me dices tú de eso?”. Dos minutos después, se dice otra cosa aparentemente ordinaria, y entonces es el hombre el que se vuelve a su mujer y le pregunta: “¡Aja! ¿Qué me dices tú de eso?” ¿Acaso no es curioso que podamos ir por ahí haciendo estas cosas y que no sólo se nos permita hacerlas, sino que, además, se nos admire en gran parte por ellas? Por mi parte, podría decir que, en los últimos años, casi he llegado a ser venerado por dedicarme a esta clase de cosas.
“Obviamente, estamos locos; y por locos seríamos venerados en Oriente. “Escuchemos atentamente a estos hombres, pero no olvidemos que son locos”, dice la sabiduría oriental. En este país, sin embargo, decimos: “Escuchemos a estos tipos tan divertidos. Están perfectamente cuerdos; lo que, obviamente, no es nuestro caso”.
[En ese momento entra gente en la sala y el discurso se interrumpe; seguimos el hilo principal]
“Estaba refiriéndome a la distinta y curiosa consideración que reciben los locos en Oriente y en este país. Pero esto me llevaba a la conclusión de que importan muy poco sus diferencias. Todos muestran anomalías de toda índole debidas a sus circunstancias personales, a su formación, a sus conocimientos e ignorancias. Pero si los escuchamos atentamente y descubrimos que, en determinados asuntos, están de acuerdo, entonces tenemos alguna fundada razón para suponer que ahí aparece el espíritu de la época para ofrecernos un mensaje inspirado. Apartemos todas sus contradicciones y concentremos nuestra atención en aquello en lo que los locos se muestran de acuerdo; entonces estaremos escuchando la voz de la revelación.
“Así, pues, harán bien esta noche en escucharnos atentamente, pues es muy probable que lo que nos impele a estos discursos no sea algo personal e individual, sino alguna conclusión a la que la humanidad toda se va aproximando por medio de la razón o de la inspiración. El mero hecho de que Mr. Chesterton y yo estemos de acuerdo en cualquier asunto en absoluto debe ser impedimento para que lo discutamos apasionadamente, pues creo que aquellos que me refutan muy a menudo sostienen las mismas ideas que yo trato de expresar. No sé si ello se debe a que las libertades que me tomo les molestan o a que las palabras que utilizo o mis giros mentales no son de su agrado; pero lo cierto es que son ellos quienes con más frecuencia me rebaten”. (¿Estamos de acuerdo?, Ediciones Renacimiento, pp.25-31).