Regreso a Howards End es una película de James Ivory, galardonada con tres Óscars en 1992 y protagonizada por unos magníficos Anthony Hopkins y Emma Thompson. La película lleva a la gran pantalla la novela del mismo nombre de E.M. Forster (1879-1970). Las críticas la describen como formalmente excelente aunque con cierta falta de sentimiento. Al relacionar esta película con GK quiero destacar un par de cosas, que quizá también hubieran llamado la atención de Chesterton.
La primera es la magnífica descripción de la sociedad aristocrática de los primeros decenios del siglo XX –la Inglaterra eduardiana-, en la que Wilcox-Hopkins representa al capitalista despiadado, que sólo piensa en el beneficio personal, que hace circular rumores que afectan gravemente a otras personas, cuyas consecuencias le son indiferentes: como si cada uno fuera realmente el único responsable de su vida, lo que es fácil de decir cuando las cosas van bien. Wilcox-Hopkins –no es mala persona, tan sólo vive según su ‘fe’ capitalista- piensa siempre en ganar y, como diría Chesterton, en acumular: empresas, dinero y posesiones, al tiempo que critica a Wells y Shaw, amigos y antiguos colegas socialistas de Chesterton. Por cierto, el propio GK fue despedido del Daily News, cuyo dueño era George Cadbury -efectivamente, el del chocolate, filántropo y capitalista- por arremeter contra este grupo social.
El otro detalle pertenece a la categoría de esos gazapos que se cuelan y acaban por echar a perder la siembra de sensatez que crece lentamente en la mayoría de las personas. En un momento determinado, Wilcox-Hopkins alaba la cultura de su esposa, que está leyendo un libro de ‘teosofía‘, la moda intelectual en aquella época y como tal moda, perfectamente olvidada hoy día.
Y he recordado un fragmento de Una defensa de las novelas baratas, de El acusado (Espuela de plata, p.57-58) en el que también aparece la doble moral de los ricos, esta vez aplicada a la literatura. Los ricos critican las novelas sencillas y sentimentales, de buenos y malos, y considerándolas inspiradoras de todos los delitos que cometen los pobres. Pero es la literatura moderna de los cultos y no la de los incultos la que es declarada y agresivamente criminal. Libros que recomiendan la disipación y el pesimismo, ante los cuales el recadero del espíritu elevado se estremecería, descansan sobre las mesas de todos nuestros salones. Si el más sucio de los propietarios de los más sucios puestos de libros de Whitechapel se atreviera a exponer en el suyo obras que, como éstas, verdaderamente recomendaran la poligamia o el suicidio, sus existencias serían de inmediato confiscadas por la policía. Ese tipo de libros son nuestro lujo particular.
Y con una hipocresía tan ridícula que casi carece de parangón en la historia, nosotros juzgamos a los jóvenes de los barrios bajos por su inmoralidad, al mismo tiempo que discutimos (con ambiguos catedráticos alemanes) si la moral posee la menor validez. Al mismo tiempo que maldecimos las novelas baratas por alentar el robo de la propiedad, promovemos la idea de que toda propiedad es un robo. Al mismo tiempo que las acusamos (bastante injustamente) de obscenidad e indecencia, leemos alegremente filosofías que exaltan la obscenidad y la indecencia. Al mismo tiempo que arremetemos contra ellas por animar a los jóvenes a destruir la vida, discutimos si la vida es digna de ser preservada.
Por distinciones como ésta, al describir tan fantásticamente bien el contexto intelectual y literario de su época y la nuestra –y especialmente el doble espíritu de las clases dominantes- Chesterton merece un puesto de honor en la sociología: Ahora entendemos que cualquier culebrón –con sus defectos, pero también con sus virtudes- vale más que casi toda la prestigiosa y nihilista narrativa actual.
Excelente y docta reseña… Deberé apuntarla en mis películas para ver. Gracias por compartir, saludos Aquileana 😉
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