Según la observación de André Gide, Dostoievski, a diferencia de los autores naturalistas de su época, se ocupa “de las relaciones del individuo consigo mismo y con Dios”. De igual modo, Chesterton -coincidente vitalmente durante algunos años con el escritor ruso- se ocupa del hombre y de Dios. No obstante el talante de uno y otro es diferente, como -en buena medida- sus circunstancias históricas y ambientales. Lo que para Dostoievski es temor, en Chesterton es esperanza y sorpresa. Y teniendo un proceder semejante al instalar a sus personajes ante el misterio, nuestro Chesterton pretende que, a la chita callando y superando las anécdotas del día a día, recorramos el camino que nos acerca a penetrar en el hondón del alma.
Ambos autores, coincidentes en parte en la tumultuosa etapa del siglo XIX, viven sus vidas como si todos los ejércitos del mundo combatieran al Dios vivo, movidos extrañamente por un cientificismo derivado de las ideologías positivistas. Son tiempos que poseen su peculiar forma de ver el mal, el pecado. Henri de Lubac (El drama del humanismo ateo, Ed. Encuentro. 3ª ed., Madrid, 2008) nos dirá, a propósito de Dostoievski: “Cristo no ha venido a explicar el sufrimiento ni a resolver el problema del mal: ha tomado el mal sobre sus hombros para librarnos de él”. Y añade: “gracias a los personajes de sus novelas, que son un poco de sí mismo, se libra de las tentaciones y así conocemos cuanta fuerza tenían las voces negadoras a las que no pudo escapar, aunque no fuera vencido por ellas”.
Al referirse Paul Endokimoff (Dostoievski et le problème du mal, 1942) al novelista ruso, afirma “Los gritos del que niega se mezclan con las afirmaciones alegres y serenas de la vida”. Buen ejemplo de ello serían los Hermanos Karamazov –sobre todo, Aliocha. En fin: el hombre Dostoievski vive entre dos polos y la lucha hace estragos en él, aunque no se deje vencer por el mal.
Esta lucha, esta ‘agonía’ –como diría Unamuno- del autor ruso, contrasta con el latir religioso de Chesterton. En éste, a pesar de las duras pruebas de juventud, su caminar es más apacible, sereno e incluso cargado de humor. Y es el humor y el amor, hermanos en la alegría ‘qui laetificat iuventutem meam’, en su aproximación a Dios, en su conversión. Conversión que vivirá para sí y para los demás. Por ello, una vez y otra vez empleará su buen hacer de articulista, como en el caso del jocoso e hilarante ensayo Ventajas de tener una sola pierna (en Correr tras el propio sombrero, Acantilado, Barcelona, 2005). Con la paleta de su humor nos va dejando una lección para el buen vivir –especial sentido del pagano Carpe diem- que pasa por cumplir una serie de recomendaciones para alcanzar altas cotas de felicidad.
Chesterton nos propone que reconozcamos a lo largo de todos los días aparentemente iguales la posibilidad de plenitud y felicidad que poseemos cada uno con nuestros talentos. (No puedo dejar el recuerdo de aquel personaje de la película Smoke, que todos los días hacia una misma fotografía a un mismo lugar). En definitiva, Chesterton pretende que lleguemos a ver la cara positiva que los aspectos negativos aportan al gozo de vivir.
«¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?» Mc 10, 38. La última frase que dijo el Domingo. Es cierto, es un camino escarpado el de la subida. Creo que es doloroso pero al final redentor.
Pienso que se puede vivir esta subida sincera de dos formas: el que sube mirando el precipicio, con temor y temblor; o el que sube mirando a la cima, con arrojo y humor. Vemos, en efecto, que muchos hemos vivido de la forma primera. Tantos pensadores han vivido así, con una luz muy pequeña ante una oscuridad tan grande, tan grande… Pero Chesterton ha vivido la segunda forma de forma eminente, sí que ha pasado por la primera, aquellos años que ni creía en la existencia del ateo, pero tomó luego bases firmes y se arrojó en la Luz terriblemente esplendorosa, donde la nada desparece, aquella cara inmensa que no vista de espalda, te abraza y sonríe. Chesterton es el apóstol que dijo que siempre sus huesos faciales iban a sonreír, a pesar de…
Necesitamos a Chesterton, sin lugar a dudas, lo necesitamos en nuestra vida, especialmente. Pero también necesitamos su peso ingente en la educación, en la familia, en la sociedad, en la política, en la cultura, en la literatura, en la filosofía, en fin, necesitamos a Chesterton con nosotros, aquí en el mundo. Ése es realmente el realismo integral, quisiera decir, donde la luz lo ilumina todo.
Me parece un comentario digno ser una entrada. Yo también te lo agradezco sobremanera y te animo a seguir comentando y enriqueciendo el blog. ¡Hasta pronto!
Te agradezco efusivamente tu acertada, sutil y aguda observación. De nuevo, gracias.