
Adolfo Suárez, un importante protagonista del cambio social en España. El Mundo.es
Vivimos tiempos de crisis económica, política y social, expresada en el descontento y el desánimo. Mientras los políticos convencionales critican o alaban las políticas convencionales, algunos se movilizan en nuevas organizaciones políticas y los ciudadanos tomamos conciencia de que quizá estamos antes nuevos tiempos que podrían suponer nuevas oportunidades. Quizá las oportunidades deberían ser más radicales todavía, como proponía Chesterton, insistiendo en el distributismo y en el retorno de la propiedad frente a un Estado en el que la mayoría trabaja a sueldo de las grandes empresas o de la administración.
Pero aprovecho la coyuntura actual para la entrada de hoy, cuando se celebra en España el funeral de Estado por quien se considera uno de los principales artífices de la transición, el expresidente Adolfo Suárez (1932-2014), recientemente fallecido. De su imagen siempre me ha llamado especialmente la atención su sonrisa, pues siempre fue un hombre sano (en sentido chestertoniano) y de buen humor, a pesar de las dificultades. Esto me lleva algunas reflexiones, basadas en textos de Chesterton en Esbozo de sensatez, en el capítulo 3, La posibilidad de recuperación, en las que -como siempre- se manifestará a contracorriente.
En ese texto, GK expresa su confianza en la gente normal y corriente, previniendo contra la excesiva concentración de poder y de control, como parte de su diagnóstico: Todos los esquemas de concentración colectiva llevan consigo la característica de controlar al hombre, incluso cuando es libre; si se quiere, de controlarlo para mantenerlo libre. Tienen idea de que el hombre no será envenenado si hay un médico de pie detrás de su silla a la hora de la comida para controlar lo que se come y se bebe (08). ¡Qué realidad tan familiar expresan estas últimas palabras! Los políticos actuales son gestores de un complejo engranaje o maquinaria, que es quizá la que hay que modificar, alcanzando un sano equilibrio.
Por eso tengo esperanzas en ese sentido: creo que el fracaso ha sido un fracaso de la maquinaria y no de los hombres. Y, como acabo de explicar, estoy del todo de acuerdo en que es muy diferente dejar el trabajo para el hombre que hacer un plan para la máquina (09). Ahí está la clave: quizá esperamos un líder que nos saque adelante y –aun siendo necesario- no es condición suficiente: De modo que si para empezar se me dice ‘Usted no cree que el socialismo o que un capitalismo reformado vayan a salvar a Inglaterra; pero, ¿cree realmente que el distributismo salvará a Inglaterra?’, contesto: ‘No; creo que los que salvarán a Inglaterra serán los ingleses, si empiezan a tener media oportunidad’ (08).
Y continúa Chesterton: No me interesa mucho esa especie de virtud americana que ahora llaman a veces optimismo. […] Pero sí siento, en los hechos de este caso particular, que hay una razón para prevenir a la gente contra una exhibición demasiado apresurada de pesimismo y contra el orgullo de la impotencia (09). Es increíble la fuerza esta afirmación de Chesterton: el orgullo de la impotencia, para pensar una y mil veces, hasta que comprendamos bien qué significa. Por eso, GK continúa su discurso en dos líneas diferentes pero complementarias: por una parte, las cosas que hay que hacer; por otra, las actitudes necesarias que hemos de interiorizar, insistiéndonos en la paradoja:
Pido a todos que piensen, libre y abiertamente, si no puede llevarse a cabo algo en el estilo de lo aquí indicado, aunque sea diferente en los detalles. Porque es una cuestión del modo de ver de los hombres. La situación es demasiado seria como para que los hombres estén en otro estado de ánimo que no sea el buen humor (09).