Hijos cuarentones, y ya nostálgicos. A dos cuartos del despacho suena Depeche Mode. Su canción Enjoy the silence parece preludiar la irrupción en escena de algún héroe de antaño. La relectura de la novela termina. Cierro los ojos un instante. El imperio de Notting Hill ha sido derrotado.
He conocido este lugar de Londres. Más por las lecturas chestertonianas que por mis paseos por aquellos andurriales. Caminados sin prisa. Memorizada la narrativa del escritor londinense. Así, con estas premisas, que por tales, son previas, me he acercado a una de las joyas de la narrativa anglosajona: la fantástica novela fantástica El Napoleón de Notting Hill.
Como corresponde a nuestro escritor, inglés de pro, y a su tradición literaria, gran manipulador de la ficción, o sea, del corazón de la narrativa, se apresta a partir de la más descabellada historia imposible, para dejarnos en las puertas de la realidad… y de la verdad.
En el texto que nos ocupa se crea un mundo fabuloso, incluso fantasmagórico y de luces apagadas; de situaciones límite capaces de arrimarnos a las orillas del paroxismo; de paraísos hollados por tarados hombres desalmados y violadores de la leyes de la naturaleza. Las fantasías dan paso a la realidad de la confrontación, en una mezcla, a veces, histriónica de tragedia y absurdo.
La historia que se nos cuenta, no es más que una broma tomada en serio por un adalid de la ilusión fanatizado: Notting Hill será si se independiza. Notting Hill debe conservar las tradiciones y los espacios patrios. Notting Hill debe mantener la amable vida del pasado. A lo largo de la historia, Notting Hill triunfará sobre sus enemigos, porque posee el arma de la fe. Notting Hill se constituye en Imperio y prospera. Pero, obra humana al fin, se pudre y es derrotada Notting Hill.
Finalizada la música del reciente pasado: Depeche Mode y su tropa. Cerradas las puertas de Notting Hill, ¿qué nos queda?. Me aventuro a estimar que este camaleónico novelista, de modo aparentemente confuso, entre escenarios de tramoya, más o menos trasnochada, con personajes al borde de un ataque surrealista, como sacados de la tertulia del Café Pombo, cruzando la verdad con la mentira o fantasía, nos inquieta con una serie de preguntas:
¿La realidad enloquece a los hombres?
¿Algunos o muchos hombres de negocios son unos fanáticos?
¿Es la libertad de expresión un bien innegociable?
¿Son pacíficos los hombres de negocios?
¿Es una superstición la democracia?
¿Es conveniente y necesario fomentar el patriotismo municipal?
¿Qué es la paz maligna?
¿La nueva religión de la Humanidad es el humor?
Entretanto el humor de Auberon Quim y el ardor de Adam Wayne se pierden en la lejana línea del horizonte. Marchan juntos hacia nuevos mundos, hacia un NUEVO MUNDO.
El triste desenlace del Napoleón de Notting Hill, que comentas en esta entrada, me parece muy adecuado a la filosofía de GK, que siempre amó la patria chica, el barrio, el entorno social como imprescindible para la vida sensata. Pero la paradójica novela -además de muy buena- es excelente en su visión profética: el exceso de patriotismo conduce al imperialismo, al desprecio y la dominación de los demás. Por eso, aunque desde el principio Chesterton nos gana con sus personajes, entendemos bien que el final no puede ser otro que la derrota de Notting Hill. Y de hecho, a la larga, es lo que sucede: el imperio británico se hundió, el español se hundió, etc.
El imperio español, clásico, al igual que el romano, es un imperio generador, frente al «imperio» (imperialismo) anglosajón (británico o estadounidense) que es un depredador. Un nombre común que denomina realidades no ya diferentes sino opuestas. El patriotismo no tiene nada que ver con el nacionalismo, y menos con el imperialismo entendido al modo de las potencias liberales y relativistas
Quiero mostrar mi acuerdo con el comentario del Sr. Morillo. Ciertamente, el imperio español pretendió y fue un empeño generador- baste confrontar las fechas de creación de las universidades españolas y americanas; y el mestizaje-, lo cual no nos impide lamentar los excesos que en aquella colonización se dieron. A diferencia de la gesta española, el imperialismo anglosajón más imbuido que el español por el «homo aeconomicus», fue una conquista de dominio no sólo político, sino -y sobre todo- comercial, fundamentador de su hegemonía política en Europa.
Yo sí considero que hay un núcleo común a patriotismo, nacionalismo e imperialismo son ciertamente tres palabras con sentidos diferentes que pueden solaparse. Publicaremos escritos de GK sobre eso, porque es muy esclarecedor.
Esto no impide hacer distinciones y clasificaciones entre los distintos tipos de nacionalismo e imperialismo, por supuesto. Hoy hay imperialismos más sofisticados, que no apenas se ven: el imperialismo cultural, porque el que la mayoría piensa muy homogéneamente (y además, poco y mal), o el comercial que vivimos en Europa por parte de China -con nuestro apoyo, por supuesto.
El patriotismo no solo no es un defecto sino una virtud y una exigencia del cristiano, dentro del cuarto mandamiento (ampliamente tratado por los clásicos principalmente por Sto Tomas)
Y por supuesto que el imperialismo cultural, que ahora los cursis llaman softpower es ahora la principal forma de control. El comercial no es tanto de China, por mucho que su gobierno trate de controlarlo sino es el de las multinacionales que usan el esclavismo y el consumismo
Estoy de acuerdo con la aseveración del Sr. Morillo de que el patriotismo es un deber cristiano, derivado del «Amar al padre y a la madre». Su familia etimológica procedente de pater-patros (gr); pater (lat); padre (esp), es clarificadora. No obstante, creo entender que en el comentario correspondiente se hablaba de «patrioterismo», como forma degenarada del auténtico patriotismo, al ser un aladre propio de patriotismo, lo cual, además es muy pobre.
Interesante debate. Pero hay una cosa de esta entrada que yo no termino de entender relacionada con esto: la última pregunta, sobre si es la nueva religión de la humanidad el humor. Me parece que la gente de hoy quiere reírse -o divertirse- porque quizá sean menos alegres o quizá porque lo necesiten más que antes, en nuestra estresada sociedad.
Pero si lo relacionamos con el patriotismo, en el mejor sentido de la palabra, se diría que se vive como algo muy muy serio (véase los caso catalán/español o canadiense/quebecois, inglés/escocés, etc.). Además -quizá por políticamente incorrectos- ya no se cuentan aquellos chistes de ‘va un inglés, un francés y un español…’ que reflejaban las diferencias entre los pueblos, que tan bien sabía recoger Chesterton.
Es terrible como la gente cae y asume los argumentos separatistas:
«(véase los caso catalán/español o canadiense/quebecois, inglés/escocés, etc.).»
No tiene nada que ver la situación de España y una parte de ella, Cataluña, con las relaciones entre dos naciones, Escocia e Inglaterra, unidas por un ente estatal común a través de compartir monarca (Lo que hubiera podido pasar por ejemplo entre Francia y España si Felipe V hubiera sido elegido heredero de Luis XIV o lo que había ocurrido con Carlos V entre España y Austria. Y tampoco con Quebec (Nueva Francia) anexionada a las colonias británicas canadienses cuando Gran Bretaña gana la guerra a los Borbones