Las intenciones de los justos son equidad; los planes de los malos, son engaño. (Proverbios, 12,5)
El bibliotecario Herne –protagonista de El regreso de D. Quijote– sigue vestido de verde y de hombre medieval, aunque hace tiempo que la representación teatral se acabó. No es capricho su indumentaria y, por ello razona su postura: Herne está inmerso en la época medieval, absorto en su espíritu; Herne ha dejado su ‘carácter’ paleohitita, se ha transmutado en todo un caballero del Medievo, andante. Incluso tiene una dama de sus sueños de nombre épico: Rosamund, la hija de lord Seawood.

Abadía de Selby. Yorkshire, Inglaterra.
De esta forma, nuestro bibliotecario, instalado en un medio y un ambiente por él inimaginado, se da de bruces con un deporte poco al uso, selecto, arcaico, caballeresco: el tiro con arco. Los nobles, que merodean la antigua Abadía de Seawood, envían mensajes escritos, envueltos en sus flechas, que lanzan al azar, a voleo, a tontas y a locas.
La antigua Abadía brilla esplendente. La Abadía, actual residencia de lord Seawood, es espectadora de un suceso curioso –¿quizás chusco?- y capital para el desenlace de la historia de estos nuevos quijotes. Estos hechos están recogidos en las páginas de la Historia del Lugar. Mi conocimiento de los mismos son de primera mano. Aparcado en la embellecida balaustrada de la Abadía, sentí pasar ágil, veloz, huidizo un dardo que rozando mi honrosa calva fue a alojarse en una viga del Cenador, a un palmo de la cabeza del Primer Ministro lord Eden, huésped de lord Seawood. Era una flecha envenenada que no una envenenada flecha. Cumplió su objetivo.
El dardo, ¿abre el conflicto? No, creo que inicia alguna solución. El mensaje nos habla de la necesidad de la creación de un nuevo orden de la nobleza, basada en la antigua caballería y la lealtad.
En una esquina del salón, Chesterton, sonríe al unísono del espíritu de Quijote, y menea la cabeza afirmativamente. Se muestra contento y, antes de dar una solución definitiva al conflicto creado, intenta inocular en el Primer Ministro la sensata locura de instituir el nuevo orden.
Lord Eden se afana en contar con los arqueros para establecer los Reyes de Armas para las distintas regiones, dependientes del soberano de Londres. Los jóvenes –que forman las Órdenes de Caballería- impartirán justicia de conformidad con las leyes medievales.
Se produce la quijotización del mundo: Había obligado a los demás a seguir vistiendo los trajes de la pantomima, y a representarla con fe incluso hasta el último de sus suspiros, de haber sido necesario. Colgándose el arco de Robin Hood y empuñando la lanza se había puesto al frente de todos ellos.
Herne es elegido Rey.
¿Realmente es necesario recuperar la figura de El Quijote para cambiar esta dichosa sociedad nuestra? ¿Cuántos Quijotes necesitamos? ¿Qué hay que hacer con nuestros ideales? ¿Y toda la gente que quiere un cambio? ¿Cómo podría catalizarse ese cambio social?
Son preguntas que se me ocurren a la lectura del texto. ¿Tendrán respuesta?
Chesterton es un poco Quijote, con su énfasis en el distributismo. Yo creo que los del Chestertonblog sois un poco Quijotes también.
Y sin embargo, hace falta gente así. Adelante.
Me resulta sumamente interesante ver la pluralidad de temas que Chesterton ha abarcado.
En cuanto a las cuestiones planteadas arriba en otro comentario, mi respuesta es positiva. No solamente es necesario recuperar la imagen del Quijote sino que es insoslayable reivindicarla
Muchos saludos, Aquileana 😛
Tienes razón. El propio Chesterton se sentía como un caballero -tengo algo a medio escribir sobre eso, y puedes encontrar el inicio en las claves de GK, 9 perfiles bien definidos- y hace que algunos nos lancemos a serlo, aunque sin los excesos de Herne. Pero cuesta mucho, todos estamos metidos en lo nuestro…
Gracias por tus ánimos.