Comentarios de Chesterton al Via Crucis, 2: realismo, crueldad, desafío

Continuamos la selección de fragmentos de El camino de la Cruz, el comentario que Chesterton realizó sobre la obra del artista anglo-galés Frank Brangwyn (1867-1956), del que reproducimos también las imágenes correspondientes.

Hay en la expresión de cada pasión humana, o en la carencia de esa pasión, algo que nos habla de un gran error o incluso de un crimen; como si se quisiera enfatizar con ello la profunda idea de que todo hombre mantiene su propia lucha con Dios. Tomemos, como ejemplo, uno o dos casos que podemos apreciar en los cuadros: observemos el contraste existente entre los dos rostros más sobresalientes que aparecen en la primera secuencia de la caída de Cristo bajo la cruz. El del viejo fariseo que, dominado por una malvada emoción, farfulla burlas llenas de odio al recién caído; y al otro lado de la escena, el rostro alargado, serio, paciente, inexpresivo del soldado que se inclina para levantar la cruz; frío, insensible, sin que en su rostro se muestre el menor signo de crueldad; haciendo simplemente su trabajo; con la expresión que podría tener cualquier cansado trabajador que se inclinase sobre el tajo. O nótese la deliciosa actitud reverencial de los dos niños que aparecen en la Octava estación, que se comportan inexplicablemente como si se encontraran rezando en una iglesia. Toda esta variopinta multitud realza de forma especial la figura central. Y es probablemente toda esa emotividad la que la dota de mayor fuerza y diferencia.

Comentarios de Chesterton al Via Crucis de Brangwyn

Comentarios de Chesterton al Via Crucis de Brangwyn

Si la descripción de la Pasión de Jesucristo no es el relato de algo real, tuvo que existir en los territorios gobernados por el emperador Tiberio un magnífico novelista que fuera, entre otras cosas, un hombre dotado de un estilo realista sumamente moderno. Creo que eso es algo improbable. Porque pienso que si hubiera habido un novelista así, tan singularmente realista, hubiera preferido escribir otro tipo de obra, animado por un legítimo espíritu crematístico, en lugar de escribir algo falso que sólo ofrecería perspectivas dramáticas. Oímos hablar en nuestros días con mucha frecuencia de un realismo al que aparentemente se elogia calificándolo de implacable. En mi caso no puedo decir que en temas de gusto personal me sienta mucho más atraído por la crueldad, como virtud de los nove listas alemanes, que por los millonarios americanos. Pero si en algún caso el realismo pudiera llamarse cruel o implacable, y la crueldad se pudiera considerar correcta, se la podría encontrar precisamente en el relato de las injurias e injusticias cometidas a lo largo de las estaciones del Vía Crucis. […] Detalles como las repetidas caídas bajo el peso de la Cruz poseen el suficiente horror de una humillación inhumana como para que un novelista moderno pudiera escribir sobre los campos de concentración para demostrar la inexistencia de Dios, en lugar de escribir para demostrar que un Dios así amaba al mundo. Mediante esta tragedia de torturas, a lo largo de esta ‘Procesión de una muerte prolongada’, para utilizar la expresión de uno de nuestros más queridos poetas modernos, Brangwyn se ha introducido de lleno en la vieja y dramática tradición del agotamiento y la derrota. Llega casi a exagerar, si es posible una exageración, la paradoja de la impotencia de la omnipotencia y del desamparo de la esperanza universal. Cristo se nos muestra una y otra vez como un árbol abatido, como una columna desplomada, anónimo en ese Su rostro que ya se vuelve hacia la nada y la noche. Y, sin embargo, a mí me parece que todo ello construye un cuadro en el que Cristo alza su cabeza, mira por encima de su hombro, y en sus ojos se aprecia el brillo del desafío y, casi, de la ira. Y que una de esas miradas está dirigida a las mujeres de Jerusalén que lloran por él.

Brangwyn Viacrucis 8

Chesterton llama la atención sobre los niños orando y la mirada de Jesús

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