Concluimos la selección de fragmentos de El camino de la Cruz, el comentario que Chesterton realizó sobre la obra del artista anglo-galés Frank Brangwyn (1867-1956) -del que reproducimos también algunas imágenes- con la conclusión del propio Chesterton al ensayo. Las próximas líneas -sin embargo- están situadas a mediados del texto: las reproducimos ahora para que se entienda bien qué quiere decir Chesterton cuando se pregunta por la cuestión de fondo, para expresar que en todo esto hay un enigma que ha de resolverse mediante un principio más profundo, y que depende del misterio fundamental de la unión entre lo divino y lo humano constituyendo la totalidad de este inmenso tema. El tema de la tragedia griega es la división entre Dios y el hombre. El tema de la tragedia de los Evangelios es, por el contrario, la unión de Dios y el hombre. Y sus efectos inmediatos son más trágicos. Fin de la cita.
Si alguna persona de nuestra época dijera: ‘Insiste usted demasiado en los sufrimientos padecidos por Jesús de Nazaret’, resultaría lógico responder: ‘Quizás pudiera ser demasiado para el sufrimiento de Jesús de Nazaret, pero no es demasiado para el sufrimiento de Jesucristo’. Si su teoría fuera cierta, que Jesús no fuera tan sólo un ser humano sino casi un accidente histórico, entonces tal vez hubiéramos hecho un lamento demasiado prolongado sobre semejante accidente. Pero si nuestra teoría es verdadera, es decir, que no se trató de un accidente sino de la agonía divina que exigía la restauración del mundo, entonces no es en modo alguno ilógico que tal lamento (y tal júbilo) dure hasta el final de los tiempos. El escéptico, que es también el sentimental, se enreda en este juego de argumentaciones. Se limita a decir que si la Pasión fue lo que él cree que fue, estamos muy equivocados al tratarla como pensamos que fue.
Ciertamente, si Cristo no poseyera la esencia de la omnipotencia, no tendría sentido señalar la paradoja de su impotencia. Pero no estamos dispuestos a admitir nuestro error, sencillamente porque nuestra versión de la historia es la única que tiene sentido. Es totalmente cierto que ha habido una insistencia verdaderamente terrible sobre ese punto, cosa que nos parece muy comprensible. Se ha puesto mucha energía en ello; en resaltar el tema de la corona de espinas y en el martilleo de los clavos. Pero no nos vamos a unir a la opinión de ese crítico que se queja por tales detalles sin molestarse en ir al fondo de la cuestión. Este libro no es más que el último testimonio del hecho de que la misma repetición y realidad del tema depende del dogma que algunos considerarían muy dudoso, o de los detalles que para algunos serían sumamente morbosos. Pero para hechos tan fundamentales, tanto en el plano místico como en el material, semejantes imágenes de la Pasión se han ido borrando desde hace mucho tiempo bajo la capa del polvo o de la despreocupación proporcionada por una interpretación que ahora parece obsoleta.
En todos los siglos, tanto en el presente como en los futuros, la Pasión es lo que fue entonces, en el instante en que tuvo lugar; algo que asombró a la gente; algo que sigue constituyendo una tragedia para la gente; un crimen de la gente, y también un consuelo para la gente; pero nunca un simple suceso que tuvo lugar en un tiempo determinado y ya muy lejano. Y su vitalidad procede precisamente de aquello que sus enemigos consideraron un escándalo; de su dogmatismo y de su horror. Sigue viva porque encierra la historia asombrosa del Creador que sufre y se afana con su Creación. Y porque el hecho más elevado que uno pueda imaginar está pasando en esos momentos por el punto más bajo de la curva del cosmos. Y sigue viva porque las ráfagas huracanadas procedentes de aquellas negras nubes de muerte se han transformado en un viento de vida eterna que recorre el mundo; un viento que despierta y que da vida a todas las cosas.