En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… Cervantes, al par del Quijote, inician el camino que va a la decadencia, a la meta a la que arriban fracasados, abatidos, vencidos. ¿Vencidos? ¿Antes de emprender el viaje ya están derrotados? Cervantes ¿a dónde va por los andurriales, vericuetos y senderos del mundo y de la vida: Madrid, Sevilla, Nápoles, Lepanto, Argel? ¿Es Cervantes, además, un buscador de una nueva Ítaca humana y divina? A mi entender en Quijote-Cervantes se produce un bautismo, entierro en vida en las aguas de la lealtad, el amor, la bondad y la sonrisa, para deshacer entuertos, para ayudar a la patria en “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, sinrazones que enmendar, abusos que combatir y deudas que pagar. Al fin, es una narración que plasma una vida de iniciación con un punto de llegada: volver a la Edad Dorada. “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”. (Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Primera parte, cap. XI).
Nuestros personajes, histórico uno –Cervantes-, literario el otro –Quijote, no menos, real y verosímil-, hermoseados por las sanas propuestas del Renacimiento, buscan la nobleza en una época pasada y se empapan en la espléndida época greco-romana. En sus clasificaciones, esta época distinguía una Edad de oro en donde reinaba la felicidad, frente a la crueldad, egoísmo y violencia de la Edad de hierro.
Llegan a la meta que se propusieron al comienzo de su aventura. Pero antes consiguen entender que la ensoñación y el ideal se alcanzan en el día a día, en la cotidianidad; y de esta forma, Quijote y Cervantes, Cervantes y Quijote, emprenden la más fantástica de las aventuras, la aventura del ser, con la paciencia, sosiego y resignación de los caballeros cristianos. Por la tarde llega la hora de rendir cuentas. Mueren en paz. ¿Han sido vencidos? ¿Acaso no han compatibilizado las aventuras y ensueños con las potencias de sus almas y sus cuerpos? ¿Han sido extremadamente incongruentes? No quisiera dar la razón a Ramiro de Maeztu, cuando afirmaba la condición decadente del Quijote y, por tanto, la obligación de no ofrecerlo como ejemplo en la España postrada de su tiempo: tiempo herido del regreso de los tercios y de las quiebras de la Hacienda pública. Y sin tener una idea del grado o estrato de ejemplaridad de Quijote-Cervantes, creo que transcienden la ética al uso, la ética rutinaria; y salta más allá, hacia los luceros del cielo nuevo y la tierra nueva. Sus vidas huelen a redención. Y, por todo ello, con el Quijote, con Cervantes, con los libros sagrados ocurre como con nuestro autor de cabecera, con nuestro Chesterton, que tras leerlos, sentimos una mejoría que hasta nos embellece la mirada.
Pues bien, a estas alturas algunos se preguntarán ¿a qué viene este preludio? Viene a colación de un Quijote con nombre inglés. Nombre-mosaico, hecho de las teselas etopéyicas de varios personajes, que nos cuenta una historia bella, cercana pero no aburguesada, sino altruista, generosa, potente y animada por altas virtudes humanas. Y, ¿dónde ocurre? En un lugar cercano a Mildyke…
En El regreso de Don Quijote, Chesterton se embarca en la peripecia de unos personajes –Murrel, Herne, Hendry e, incluso, Olive– que forman un solo personaje de múltiples y cambiantes facetas, caleidoscópico. Igual que los territorios cervantinos, aquí las geografías son reales y ciertas, como también el autor y los personajes actuantes, que juntos buscan el tiempo perdido y que quieren recobrarlo, reanimarlo, revivirlo. En lugares reales, las dos novelas contrastadas elaboran la ficción literaria. Mejor, fraguan la fantasía en lo conocido y vivido: no es necesario forzar la imaginación, para intuir el mundo de todos los días, como una existencia construida en el milagro, en la maravillosa voz de la amistad, en el esfuerzo por los demás, en la ayuda al próximo; en fin, en la suave armonía del espíritu que, por influjo de ciertos brujos aojadores de potencia disminuida, devenidos de la Caída, tiende en ocasiones al disforme movimiento de la duda, del caos o de la separación del Centro. Nuestros autores y sus hijos literarios, convencidos de la victoria sobre el mal, sonríen en las ricas estancias del Más Allá.
Los mundos perseguidos por nuestros héroes son los mejores mundos. Se forjan en la virtud. Están preñados de lealtad, de bondad y de equidad. O sea, de amor. Al igual que aseveraba Quijote en su discurso de la Edad Dorada, nuestros personajes que son un personaje: nuevo Quijote, delinean esos sus mundos perfectos, cincelados en el ensueño y en la realidad:
Miran hacia el pasado como un mundo bello. Habla Olive: Me refiero […] a que toda vuestra ciencia y pesada estupidez moderna no ha hecho otra cosa sino que todo sea más feo. […] Por eso me gustan la pintura y la arquitectura góticas, te obligan a levantar los ojos. El gótico eleva las líneas, que señalan al cielo. La belleza construye una poesía ascendente.
Murrel –el más quijote de todos- es caracterizado, bajo el mote de Mono, como un hombre auténticamente democrático, o mejor, ecuánime: Y el Mono pasó a demostrar, desde aquel preciso momento, que tenía ese gusto por la clase baja del que hacen ostentación muchos aristócratas que se pretenden ajenos a los prejuicios sociales, manifestándolo incongruentemente, cual suele decirse, en lo estrafalario de su atavío, cosa que a menudo le hacía parecer un mozo de cuadra. Y aunque parezca una boutade, Murrel –el más quijote de todos- con una falsa falta de gusto, se niega a hacer compartimentos diferenciados del hombre, y nos dice: En el fondo, creo que la vulgaridad es cosa muy simpática. ¿Tú qué opinas? Más adelante con una frase quijotesca, entra en un calificativo moral más grueso, fuertemente enfatizado por el contraargumentativo ‘al contrario’, con vistas a que no queden dudas de la catadura moral de la gente de alta alcurnia: El trato con gente de baja estofa no convierte a nadie en un ladrón -replicó Murrel-. Al contrario, es el trato con gente de alta alcurnia lo que suele hacerlo.
Puede parecer extraño que una dama sea un aspecto de la confección de este personaje-mosaico, que es nuestro quijote chestertoniano; no obstante presenta rasgos propios de los andantes caballeros del Medievo glorioso. Así en su piedad acendrada, se nos dibuja a Olive,como dama alejada de la avaricia y dispuesta a la liberalidad: “¿ Sabes que en otro tiempo siempre se ponía con letras doradas el nombre de Dios? Pero, en nuestros días, me parece que si se decidiera dorar una palabra no sería otra que la palabra oro”. Son posturas ético- religiosas acompasadas a un tiempo desaparecido.
La verdad hasta donde llegue y más allá. La verdad y la bondad son las grandes preseas del caballero andante. Son atributos por los que merece dar la vida. Un quijotizado bibliotecario, Herne, proclama como artículo de fe: A mí si me importa decir la verdad. Nos recuerda al licenciado Vidriera y su empeño obsesivo de este medio-quijote, enajenado con decir lo que pensaba que era la verdad. Herne reúne en un todo compacto verdad y pasado: -Quiero decir que la vieja sociedad fue veraz y sincera, y quiero decir también que usted anda enredado en una maraña de mentiras, o por lo menos de falsedades -respondió Herne-. Eso no supone que la vieja sociedad llamara siempre a las cosas por su nombre real, entendámonos… Aunque entonces se hablaba de déspotas y vasallos, como ahora se habla de coerciones y desigualdad. Vea usted que, así y todo, se falsea ahora más que entonces el nombre cristiano de las cosas. Todo lo defienden aludiendo a los nuevos tiempos, a las cosas diferentes.
Ya cuando inicia su descenso el telón, los personajes se reconcilian con la realidad del prodigio y, tras un proceso de transmutación de personalidades, se ‘sanchifican’ o se ‘quijotizan’ Y surcan los caminos de la nueva aventura contagiados por sus contrarios: modernidad y tradición, aventura y vida sedentaria. Llegados al final de esta entrada, mi deseo es que –con Unamuno- marchemos en busca de todos los quijotes que en el mundo han sido.
Pues encuentro el largo artículo, tan ameno y aceptable, a mi entender y gusto, que se me ha hecho corto. Está en lo mejor y acertado en las tesis.
Felicitaciones y un buen abrazo.
Te agradezco tu comentario. En lo sucesivo, creo que seguiré con aspectos de la intertextualidad en Chesterton, pues es una buena forma de ver como toda o casi toda la literatura conocida está conectada. Lo que nos permite afirma el refrán latino Nihil novum sub sole. Gracias de nuevo, y te ruego me mandes cuantas sugerencias y correcciones quieras, las cuales procuraré ponerlas en marcha. un saludo afectuoso.
Muy amable; tomaré cuenta de la complicada empresa, si es que de da el caso. Felicidades.
Saludos.
Enhorabuena por esta entrada. A mi, que estoy leyendo ahora ‘El regreso…’ me ha gustado especialmente algo en lo que no había caído, en que todos los personajes tienen ese punto doble de ser ellos mismos y Quijotes a la vez. Especialmente, Olive, la chica autora de la obra de teatro con la que se genera todo el ‘desbarajuste’ de la novela.
Y el último párrafo es excelente. Muchas gracias por compartir el trabajo con los demás.
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