En este apacible verano leo en J.A. Sandoica (Alfa y Omega de 10/7/2014: ‘No es verano, eres tú’, referido a Emily Dickinson) lo que sigue “Emily recoge una experiencia que nos es común: el mar, la arena, la montaña, la libélula de agua, la resina que se destila, la nube que desaparece, todo es demasiado sorprendente como para sorprender”. Por su sabor esta cita me ha llevado a mis lecturas sobre la novelística chestertoniana y, más en concreto, a Manalive. Entre otros aspectos, en ella se aprecia un especial gusto por la naturaleza.
Una naturaleza que en Chesterton se convierte en un elemento literario constante. Naturaleza que es también un leitmotiv de la novela titulada Manalive (Voz de Papel, Madrid, 2006). Manalive es algo más que esto –desde la consideración estilística- pues muestra una serie de propios del estilo (en Chesterton también es algo más que lo que dijera Buffon: ‘L´estile c´est l´homme lui-même’). Me centro en tres rasgos definitorios de la escritura de G.K. Chesterton: la ‘naturaleza’ que supone el gozo de la existencia; el personaje ‘dislocado’ (cerca de nuestro ‘gracioso’ y no muy lejos del ‘grotesco’ cervantino) que aparentemente está fuera de lugar, pero que rebosa gracia y optimismo; y por fin, la temática elevada de índole filosófica y teológica o, mejor, vital.
Ya que la excusa de esta entrada es la lectura de Manalive, con textos de esta novela ejemplificamos las tres constantes referidas, presentes además en El Napoleón de Notting Hill, El hombre que fue jueves, El regreso de Don Quijote. Y comenzamos con nuestro héroe, de arranque va a vivir con su nombre que, como si fuera un hombre bíblico, queda en él personalizado: Innocent Smith. Es un hombre ágil, abierto a las vidas –terrenal y eterna-, extasiado ante la naturaleza y gozoso ‘paladeador’ de la vida. Es un personaje ‘rare’, pero con la lógica del ‘antilugar común’ y enemigo del juicio a primera vista que es llevado por su alegría de vivir–por oposición a los pesimistas- a desear matar al Hombre Moderno. Leemos: Me propongo guardar esas balas para los pesimistas… píldoras para la gente pálida. Y de esta manera quiero recorrer el mundo como una maravillosa sorpresa, flotar tan ociosamente como las pelusas de los cardos, y llegar tan silencioso como el sol naciente; no ser más esperado que el trueno, no ser más recordado que la brisa moribunda […] Quiero que mis dos dones lleguen vírgenes y violentos: la muerte y la vida después de la muerte. Voy a apuntar mi pistola a la cabeza del Hombre Moderno. Pero no la usaré para matarlo, sólo para traerlo a la Vida (Manalive, 2ª parte, cap. I, El ojo de la muerte o la acusación de homicidio). Innocent es un hombre –si cabe- más extraño a las personas corrientes que, sin darse cuenta, pierden lo que al hombre le es más familiar. Chesterton, ante el dilema de resolver la muerte o cometer un delito, recurre a una paradoja, portadora de sentido alegórico, cercana a la redención: pero no lo usaré para matarlo, sólo para traerlo a la Vida.
El marco natural en que se desenvuelve la situación es un medio que podríamos calificar de edulcorado, como en el texto alusivo a Emily Dickinson y como leeremos en el texto siguiente, en el que se sirve nuestro autor del lugar, no como telón de fondo escenario, sino que –por medio de comparaciones- se siente mimetizado con las pelusas de los cardos, con el sol, con el inesperado trueno: No me diga que confunde el gozo de la existencia con la Voluntad de Vivir […] La cosa que yo vi brillar en sus ojos cuando colgaba de ese puente, era gozo de la vida, no la Voluntad de Vivir. Lo que usted sabía sentado en aquella maldita gárgola era que el mundo bien visto y pesado todo, es un sitio maravilloso y hermoso; lo sé porque yo también lo supe en el mismo instante. Vi ponerse rosadas las nubecitas grises, y vi el relojito dorado en el hueco entre las casas. Esas eran las cosas que usted por nada quería dejar, no la Vida, sea ella lo que fuere (Manalive, parte 2ª, cap.I).
Todo lo que antecede nos ha preparado para llegar a la ‘lógica de los Inocentes’: la lógica que trasciende lo natural, pues está socorrida por el Espíritu. Es una lógica que pretende mantener al hombre indiviso, íntegro, todo entero, sin diversificarse como el Hombre Moderno. Pues este separa su cuerpo de su alma, su quehacer material del espiritual, y su misión pública de la privada. El hombre uno debe vivir el presente con la vista en el presente, pero sin olvidar el futuro que nos mantiene jóvenes. Y así terminamos leyendo: [la muerte] no sólo tiene el fin de recordarnos una vida futura, sino de recordarnos también una vida presente. Con nuestros espíritus débiles, envejeceríamos en la eternidad, si la muerte no nos conservara jóvenes (Manalive, parte 2ª, cap. I).
Excelente entrada, en la que se muestra extraordinariamente bien el espíritu de Chesterton: ese vitalismo que no teme a la muerte, esa diferencia con el vitalismo pagano del ‘carpe diem’, tan en boga hoy. Chesterton te invita a vivir en plenitud sin amargura futura, planteando la tesis de que la muerte te hace ser siempre joven, aquí, y allí. Gracias por ofrecernos este espléndido texto.
Me uno a la felicitación, e insisto en la consistencia del pensamiento chestertoniano, es decir, la estrecha relación entre lo que se publica hoy y lo que se venía diciendo en las semanas pasadas, al comentar el último capítulo de la autobiografía: que no merecemos lo que tenemos. Y lo expresa hermosamente: ‘Quiero que mis dos dones lleguen vírgenes y violentos: la muerte y la vida después de la muerte’.
Es decir, vivir es algo gratuito, no necesario. Y la muerte, con ser necesaria a la vida, es un nuevo don que te abre a una vida nueva, en lugar de la aniquilación.
Gracias por estos dos comentarios tan benévolos, que ponen de relieve la importancia de la esperanza en el más acá y en el más allá.
De acuerdo, Pickwwick, y es que sólo desde la creencia en un Fin Trascendente de la vida se puede uno reir de la muerte, y un poco miserablemente, de los que temen a la muerte.
El mensaje en esta obra nos lo deja Chesterton bien claro con titularla como lo hace, «Manalive», y a partir de ahí llega prácticamente a banalizar la muerte, poniendo el acento en aspectos que podrían parecer accesorios, como el sufrimiento, y que pasan a ser principales. Sí hay olor a ese Carpe Diem a que alude Chestersoc, pero dándole, al estilo de los juegos malabares de Chesterton, un giro al sentido clásico del latinajo, pasando del concepto hedonista de un «vive la vida, que es corta, y sólo se vive una vez», a un «vive cada momento, aprovéchalo», o inversamente, «tienes este momento, no lo desaproveches», pero al final, como los Legionarios, «la muerte no es el final».
Y qué decir de los contrastes, maravillosos, entre Innocent Smith, y los demás inquilinos. Esa ridiculización, indirecta pero feroz, de estereotipos formales, doctos, descreídos, que quedan más minimizados, cuanto más procuran hacerse valer. Ese retrato atildado del soberbio que no es capaz de asumir su «infinita limitación», si me permite la licencia.
Muchas gracias a todos los que hacéis este maravilloso trabajo, para mi un descubrimiento. Este verano me dedicaré a repasar el blog desde sus inicios.
Independientemente de la respuesta de Pickwick, quiero agradecerte en nombre de todos tus palabras elogiosas al blog: para todos los que lo hacemos es un honor trabajar en la obra de Chesterton, es como trabajar en un filón de oro, con nuevos brillos cada vez, aunque sea el mismo metal.
Se ve que posees un gran conocimiento de la obra de Chesterton: te animo a contribuir todo lo que desees, para enriquecer y suscitar el debate. Efectivamente, hay una paradoja en la vida de GK, que es la de ser capaz de combinar el pagano ‘carpe diem’ con un sentido trascendente de la vida. Es el materialismo cristiano, del que hablábamos hace unas semanas, a propósito de Tomás de Aquino (http://wp.me/p3QO9M-we).
Gracias de nuevo.
Pues lo leeré con mucho gusto, como digo estoy leyendo los diarios pero en vacaciones, que aun no estoy disfrutando, haré un repaso de las entradas anteriores.
Muchas gracias por vuestros indulgentes elogios, pero no es menos cierto que únicamente parafraseo al insigne escritor, objeto de nuestras preferencias. Y dicho esto, creo que desde la sonrisa humilde y cervantina, Chesterton se sonríe de los infundados miedos ante la muerte, es decir, ante la vida del más allá. En estos asuntos, Chesterton parece que ha llegado al final del futuro, que lo ha visto y que nos quiere llevar de la mano a la bienaventuranza, sabedor de que nos debemos alejar de aquellos dioses que, como decía Isaías, no sólo nos esclavizarán sino que, además, nos enloquecerán. ¿Estamos en un mundo enloquecido, en el que la verdad es mentira y viceversa?
Manalive me hizo recordar a Candide de Voltaire.
Gran y docto post.
Gracias por compartir.
Muchos saludos, Aquileana 😛