La razón abierta: por qué leer hoy Los relatos del Padre Brown.
He aquí el drama del buen lector: hay mucho por leer y la vida es muy corta. Los libros parecen infinitos y la finitud de los años resulta indiscutible. Gran tragedia. Además, lejos de calmarnos la sed, la lectura de un buen libro acrecienta esa inquietud (¿diremos ansiedad?) de quien se afana en buscar entre las palabras. El interés por un autor se multiplica si la lectura ha sido provechosa. Dan ganas de leerlo todo… O de releerlo, porque tal vez -se pregunta el lector- la primera lectura haya sido precipitada, infecunda. No leeré en vano, se ordena el lector a sí mismo.
Entonces, ¿qué leer? ¿Por qué, por ejemplo, preferir Los Buddenbrook, de Thomas Mann, al ganador del último o penúltimo Premio Nadal? ¿Qué nos lleva a esa elección? ¿Tenemos mínimamente claros nuestros criterios? ¿O acaso nuestro criterio es, sin más, la falta de criterio (porque consideramos, con poca sesera, que toda lectura será siempre buena)? Son preguntas que, quizá sin darse cuenta, se hace siempre el lector, y que, casi siempre sin saberlo, acaba contestando por la vía de los hechos. Elegir un libro no es, por tanto, una cuestión de poca monta. Importa tanto como distinguir entre la miserable pérdida del tiempo (ese tremendo “matar el tiempo”) y el más extraordinario de sus aprovechamientos.

Verdad, belleza y bien; y también error, fealdad y mal. Es el misterio del alma humana, que excede los límites de la razón cientificista.
Uno opina, modestamente, que Los relatos del Padre Brown es uno de los libros que hoy hay que leer. ¿Por qué? Porque, entre otras cosas, esas historias nos presentan una “razón abierta”, y, con ella, la posibilidad de librarnos de un pensamiento bizco. Me explicaré.
San Juan Pablo II se refirió a la razón y la fe como las dos alas del conocimiento, y, en la misma estela, Benedicto XVI insistió una y otra vez en el diálogo entre fe y razón (recuérdese, por ejemplo, su célebre discurso en la Universidad de Ratisbona). La fe necesita de la razón para no caer en el fundamentalismo, y, a su vez, la razón precisa de la fe para ampliar sus horizontes.
El Padre Brown pone en funcionamiento esa amplitud de horizontes, esa apertura del pensar. El modo en que este sacerdote-sabueso resuelve los casos no es, por tanto, el de la razón meramente instrumental. Gracias al ejercicio de su ministerio, el Padre Brown sabe que el hombre es un misterio, que es irreductible a la lógica. Hay algo de Pascal en todo esto: el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y el Padre Brown cuenta con esas misteriosas razones.
La razón es, pues, muy amplia. La razón se abre. Dupin (el detective creado por Poe) y Holmes (el famoso detective de Conan Doyle) utilizan sólo la lógica deductiva, rastreando causas y efectos a partir de las evidencias materiales que hay en la escena del crimen. El Padre Brown va más allá (o, si se prefiere, más acá). Como han dicho con precisión Guadalupe Arbona y Luis Miguel Hernández, “sus tramas parten de la identificación con el corazón y la razón o sinrazón del criminal y con los motivos que llevan al asesino a cometer tal fechoría”.
Cobran aquí todo su sentido unas conocidas palabras de Chesterton: la imaginación no provoca la locura. Para ser exacto, lo que fomenta la locura es la razón. Se refiere Chesterton a esa razón que cree -bonita paradoja- que todo lo puede.
¿Significa esto, entonces, una defensa del fideísmo o de la credulidad? Si la lógica humana no lo es todo, ¿puede aún ser algo? ¿O se trata, más bien, de fiarlo todo a la irrupción de misteriosas fuerzas acerca de las cuales nada podemos afirmar?
Contesta, por la vía de los hechos, el propio Chesterton. En la biografía escrita por Maisie Ward se cuenta que Chesterton fue invitado a participar en el Detection Club y que fue el encargado de redactar unas normas para la ceremonia de iniciación de sus miembros (imagínese con qué facundia Chesterton se dedicó a esta labor). Pues bien, quien quisiera pertenecer a este selecto y original club tendría que responder, entre otras, a la siguiente pregunta:
¿Prometes que tus detectives resolverán los problemas criminales que se les presenten, usando el seso que te hayas complacido en otorgarles y no por medio de revelación divina, intuición femenina, artes mágicas, galimatías, coincidencias o juicio de Dios?
Vemos, en definitiva, que la razón no sólo tiene que existir, sino que tiene que estar viva y despierta. Tiene que estar tan atenta a los detalles como abierta al misterio.
En un artículo publicado en el G.K.´s Weekly del día 20 de octubre de 1928, Chesterton afirma que el hombre moderno ni siquiera puede mantener los ojos abiertos. Está demasiado fatigado con su trabajo y una larga sucesión de utopías sin éxito. Se ha dormido.
Lea, pues, las historias del Padre Brown. Verá cómo la razón abierta se torna en razón despierta. Y eso hoy -aquí y ahora- nos ayudará a sacudirnos la modorra.
Un razonamiento deductivo es tan fiable como los razonamientos inductivos que sostienen sus premisas. Es decir, como insistía Chesterton, que lo más razonable es tener presentes los límites de la razón. Añado otra razón «contemporánea» para leer los cuentos del padre Brown a las expuestas en esta deliciosa entrada: el inmenso placer que proporcionan.