2. El «Chesterton» poeta y «Las pequeñas alas».

Todo esto que cuento viene a colación de otro detalle que me sorprendió en nuestro viaje chestertoniano en 2017.
Navegábamos por la Chesterton Library, en el Oxford Oratory, donde se conservan muchos libros y objetos personales de Chesterton, cuando me topé con un ejemplar del libro «The little wings». Era este una recopilación de poemas de la niña Vivienne Dayrell que su madre mandó publicar en 1921, cuando su hija tenía sólo quince años. Ese libro contó con un prologo de Chesterton, cosa tampoco extrardinaria porque a lo largo de su carrera lo hizo en múltiples ocasiones, llegándose a recoger muchos de estos prólogos en un libro titulado «Maestro de ceremonias».
Al parecer y según el mismo escribe, cuando accede a realizar el prologo desconoce que uno de los poemas de la colección está dedicado precisamente a él; era el poema titulado «Reven and Erewhon» y lo hacía de esta manera:
For Mr. G.K. Chesterton, president of the Poetry Society.
Esta segunda referencia a un Chesterton poeta me sorprendió mas todavía, y me lancé a buscar datos sobre The Poetry Society. Fue esta una sociedad nacida en Londres en 1909 vigente hasta el día de hoy que pretendía promover y reconocer la obra poética inglesa.
He conseguido encontrar menciones a esta sociedad fundada por Margaret Sackville y en cuya constitución, publicada en The Poetical Gazette en 1912, aparece ella como presidenta y G.K. Chesterton como vicepresidente, entre otros.
Volviendo al libro en cuestión, publico a continuación el prologo cuya traducción, inédita, ha sido hecha por Jordi, uno de los miembros de la expedicion.
Sólo decir para terminar, que la niña, Vivienne, no volvió a escribir mas, se convirtió al catolicismo cinco años después y mas tarde casó con el escritor Graham Greene.
¨The little wings¨ by Vivienne Dayrell. 1921
Prologo de G. K. Chesterton.
¨Hay una feliz ambigüedad, que le va de perilla a este volumen tan poético y fantasioso, en conexión con mis supuestos méritos como prologuista. Pero la propuesta (de ser su prologuista) era un cumplido tan grande que uno no podía resistirse (dejo ahora de lado el asunto misterioso de cómo se distribuyen los cumplidos y si son supuestamente merecidos).
La escritora de estos elegantes versos y ensayos es aún jovencísima y pudiera ocurrir que un día en el futuro se arrepintiera de su elección del presentador, y diera entonces rienda suelta a una especie de venganza del Sifán en su contra. En defensa de la elección podría aducirse que un escritor cuya obra actual da muestras de estar rondando su segunda niñez bien pudiera ser asociado a una escritora que está casi en su primera niñez.También podría sugerirse que ciertos amigos de la niña escritora han buscado algún periodista ramplón que se hubiera aventurado en el campo de Agramante de la Poesía Menor (como es mi caso), y tras analizar su obra, han pensado que alguien capaz de escribir y publicar poemas de tres al cuarto no podría poner ningún reparo a ningún tipo de poesía (por muy apolillada que fuere). Esta idea (más ingeniosa que la anterior de la niñez de ambos escritores: prologuista y niña autora) excuso decirlo, no es correcta. Por muy grandes que sean mis faltas, no soy tan recalcitrante o depravado como para animar la mediocridad faltosa de los jóvenes. De ninguna manera prologaría un trabajo que no considerara prometedor y bello; y considero este trabajo que tenemos entre manos muy bello y muy prometedor.
Me es un poco embarazoso y al mismo tiempo estoy muy contento por la casualidad de que uno de los poemas más poéticos de este volumen me esté dedicado. Sólo puedo decir que ya había leído yo una buena parte del libro y me había decidido a prologarlo cuando me topé con la dedicatoria. Esa casualidad da pie a otra fantasía de mi imaginación desbocada. Cuando sir James Barrie prologó los primeros trabajos de Miss Ashford, hubo no pocos críticos que se empecinaron en sostener que el prologuista y la poeta eran una y la misma persona, a saber, Sir James Barrie. ¡Ah, cuánto me gustaría creer en tales poderes de rejuvenecimiento! ¡Cuánto me alegraría poseer esa mirada fresca, inocente sobre la vida! Ese particular tipo de fresca ingenuidad, de inocencia, que acerca y conecta al niño con el poeta, es la cosa que más admiro en el mundo y la que más me he esforzado en alcanzar. Y el cuento chino del fraude de autor ( que ahora es en sí mismo otro fraude) es relevante para el tema que nos ocupa. El «sentimiento» (humor ) penetrante de Miss Ashford bien pudiera haber sido imitado o anticipado por el «sentimiento», humor penetrante de Sir James Barrie. Pero la imaginación seria de la juventud tiene algo individual, algo peculiar, incluso en su inmadurez, algo que no se puede satirizar o imitar sin tosquedad.
Puede que la recordemos de adultos ( esa imaginación ingenua, esa inmadurez inocente de la niñez ), pero en todo caso la recordaremos como una serie de intensos y inexpresables placeres. Es ese sentido, esa inmadurez ingenua es una cosa para la alegría , para reirse con ella y no una cosa para la burla, el ridículo y reirse de ella. Pero es muy difícil recordarla. O al menos muy difícil registrarla, documentarla. Por tanto, deberíamos dar la bienvenida con los brazos abiertos a aquellos raros casos en que se puede «registrar». Sin ellos, los registros educacionales de la juventud tienden en demasía hacia cosas que son menos genuinas de la juventud que nuestros sueños y nuestro amor de la belleza.
Si se me permite la paradoja, a la infancia se la anima a todo tipo de precocidades menos a la que no es realmente precoz ( sino cosubstancial a la niñez ). El niño que aún tiene alguna relación con el mundo de la hadas no sólo es más admirable sinó más terrible que l’enfant terrible.
Matthew Arnold, que era un crítico de prestigio, permitía como tantos críticos modernos que su antipatía por el misticismo le condujera directamente a la mistificación. Y nunca dijo cosa más tonta, si puedo respetuosamente remarcarlo, que aquello de que el poeta Wordsworth se había inventado su supuesto amor infantil por la naturaleza, ya que (sostenía el bueno de Arnold ) el ser humano aprecia mejor la Naturaleza cuando está en su treintena. Puede que eso sea cierto dicho de un pintor paisajista o de un maestro jardinero, pero Wordsworth se refería a algo que Traherne ha expresado mejor en un poema maravilloso sobre la luz blanca que brilla en todas las cosas de la infancia.
Si queremos tener «registros» de la niñez real, está muy bien que esa ingenuidad inmadura e inocente, que es lo mejor de la niñez, sea registrada, documentada. Y hay muy pocos que pasando de la niñez a la juventud sean capaces de hacerlo.
G.K. CHESTERTON.