La leyenda de San Francisco

Acabamos de celebrar la festividad de San Francisco de Asís: desde muy pronto, el joven Chesterton se interesó por su figura, escribiendo un ensayo en la época de colegio, y más tarde, en 1923, poco después de su conversión, una biografía fascinante, muchas veces editada.

Hoy publicamos un texto completo de GK de dimensiones asequibles, poco más de un folio -inaugurando así una nueva sección del blog-. Está recogido en Fábulas y cuentos, publicado por Valdemar, y apareció en el GK’s Weekly en 1926. Ironía y capacidad de intuición -¿don de la profecía?- son la mejor carta de presentación para este relato que habla de nuestros días. Lo publicamos en homenaje al Papa Francisco, que seguro que disfrutaría con su lectura, en el día de su patrono:

«San Francisco, que jugaba en los prados del cielo, había sido informado por su biznieto espiritual Fray Bacon (que se interesa por las cosas nuevas y curiosas) de que el mundo moderno estaba a punto de presenciar una importante celebración en honor del gran fundador. San Francisco, aparte de su gran amor hacia los miembros de su comunidad, sintió un deseo incontenible de estar presente; pero el beato Tomás Moro, que había visto el comienzo del mundo moderno y tenía sus dudas, movió la cabeza con ese humor melancólico que hacía de él una compañía tan encantadora.

-Me temo –dijo- que encontrarás muy desolador el actual estado del mundo para tus esperanzas de Sagrada Pobreza y de caridad con todas las cosas. Incluso cuando me fui (bastante bruscamente) los hombres empezaban a apoderarse codiciosamente de la tierra, a acumular oro y plata, a vivir nada más que para el placer y el regalo en las artes.

San Francisco dijo que estaba preparado para eso; pero aunque bajó a la tierra preparado en este sentido, al pasearse por el mundo se quedó perplejo.

Al principio tuvo cierta esperanza, no desprovista de santo temor, de que toda la gente se hubiera hecho franciscana. Casi nadie tenía tierras. Muchísimos estaban sin hogar. Si era verdad que todos habían estado acumulando propiedades, resultaba extraño que casi nadie tuviese nada. Entonces se encontró con un Filántropo, que le confesó que tenía ideales muy parecidos a los suyos, aunque no los exponía con la misma claridad; y San Francisco tuvo ocasión de disculparse, con todos sus buenos modales característicos, porque su voto le prohibiera llevar oro o plata en la bolsa.

-Yo nunca llevo dinero encima –dijo el Filántropo asintiendo con la cabeza-. Nuestro sistema de crédito se ha vuelto tan completo que en realidad las monedas resultan anticuadas.

Acto seguido sacó un trocito de papel y escribió en él; y el santo no pudo sino admirar la hermosa fe y simplicidad con que se aceptaba este garabato como sustitutivo del dinero en efectivo. Pero según ahondaba más en la conversación con el Filántropo, se iba volviendo más escéptico y desasosegado en su fuero interno. Por ejemplo, era indudable que, debido a ciertos votos sumamente respetables, el Filántropo y la mayoría de los demás comerciantes vestían de negro, de gris y de otros colores austeros. Desde luego, daba la impresión de que, en un rapto de humildad cristiana, se habían ataviado lo más horrendamente que podían, con unos sombreros y unos pantalones absolutamente espantosos para la sensibilidad artística del italiano. Pero cuando se puso a hablar con amable temor del sacrificio que hacían, y de lo duro que había sido incluso para él renunciar a las túnicas y capas púrpura, a los cinturones y los puños de espada dorados de su alegre y gallarda juventud, se quedó desconcertado al enterarse de que en esta época los mercaderes de su mismo gremio jamás habían sentido siquiera la tentación de llevar espada. Cada vez se iba convenciendo más de que pertenecían a un orden espiritual más puro que el suyo; pero, como este sentimiento no era nuevo para él, seguía confiando a estos ascetas los defectos de su propio ascetismo. Les contó cómo había gritado: «Aún puedo tener hijos», y cuánto lo atraía la vida familiar, cosa de la que todos se rieron y empezaron a explicar que pocos tenían hijos ni querían tenerlos. Y mientras seguían conversando, esa comprensión que está terriblemente alerta incluso en el más inocente de los santos empezó a apoderarse de él como una parálisis espantosa. No está claro si comprendió completamente cómo y por qué se negaban a sí mismos este placer natural; pero lo que sí es cierto es que regresó al cielo precipitadamente. Nadie sabe lo que piensan los santos en realidad, pero hubo quien dijo de él que había llegado a la conclusión de que las malas personas de su época eran mejores que las buenas de la nuestra».

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5 Respuestas a “La leyenda de San Francisco

  1. Es increíble su faceta profética para nuestro tiempo. Se empieza por la falta de propriedad, » Si era verdad que todos habían estado acumulando propiedades, resultaba extraño que casi nadie tuviese nada», después se pierden poco a poco todas las promesas de un mundo mejor, es cuando nos damos cuenta de que no tenemos nada y se acaba en familias estériles.
    Y me viene en la mente la frase de una persona que no aprecio en absoluto, Putin, pero que tengo que darle la razón en esto: «¿por qué voy a envidiar al occidente, los matrimonios gay no pueden hacer niños?». Aunque lo que dice Chesterton es mucho más grave: es un egoísmo que llega a ser ontológico, no queremos multiplicarnos, tenemos pereza incluso de hacer y educar a nuestros propios niños.

  2. Es posible que por dedicarme a la sociología vea como evidentes algunas cuestiones que quizá no lo son. La clarividencia de GK alcanza -en mi opinión-, como mínimo a los siguientes temas, que no me atreví a comentar en la entrada. Decidme si compensa hacerlo o no:
    1.- La concentración de la propiedad en pocas manos.
    2.- La figura del filántropo, hombre muy rico, que dedica mucho dinero a fines sociales, sin implicarse personalmente en la mejora de la sociedad.
    3.- La escasa circulación del dinero. GK habla de los cheques, pero ahora la función la hacen las tarjetas de crédito o débito, el llamado dinero de plástico.
    4.- La uniformidad en el vestir en el mundo de los negocios, expresión de la seriedad de lo que se traen entre manos.
    5.- El egoísmo que hace ver en los hijos y la prole no un bien, sino una carga que hay que evitar, porque impide el disfrute en primera persona.
    Y todo con una ironía que convierte este texto en una auténtica chestertonada…

  3. Reblogueó esto en Phrontisterion 2934y comentado:
    Un compañero me envía un cuento de Chesterton sobre francisco de Asis («una auténtica chestertonada…»)
    «La leyenda de San Francisco»

    • No funciona el enlace a Prhontisterion 2934. Es una pena, porque muchos podrían acceder al blog desde aquí.

  4. Pingback: Obras Completas de G. K. Chesterton en 34 archivos pdf en Internet (Descarga gratuita) – Actualización al 17/04/17 Optimizado al 17/04/2017 | Clases Particulares en Lima

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