[A Juan Carlos de Pablos, in memoriam]
Conocí a Juan Carlos de Pablos el día 28 de abril de 2014. Había perpetrado yo un breve texto sobre el Padre Brown y, como un mensaje en una botella, lo había lanzado a la blogosfera. Pensé que nadie lo leería, o que, si alguien lo leía, no tendría la suficiente paciencia como para ponerme unas letras. Me equivocaba. Hay mucha gente buena esparcida por el mundo. Gente como Juancarlos (así firmaba siempre los correos electrónicos que me envió durante los nueve meses siguientes): paciente, muy sabia y muy generosa con su tiempo. Gente que se da a los demás. Gente como Juancarlos.
Ese mismo día me escribió proponiéndome incorporarme al Chestertonblog, esta criatura suya tan llena de vida, de sabiduría y de inocencia. Acepté de inmediato, pero con una condición: que él me fuera guiando por los pasadizos (o, mejor dicho, por las amplias avenidas) de la obra de nuestro querido GKC.
Y así hizo Juancarlos, con paciencia y mucha laboriosidad. Comenzó a enviarme textos sobre el Padre Brown: de Boyd, de Pearce, de Seco… Por su culpa (¡bendita culpa!) me hice urgentemente con el número que The Chesterton Review dedicó a los relatos del cura sabueso de Norfolk, y durante meses me crucé con Juancarlos muchos correos en los que discutíamos fraternalmente sobre aspectos nimios de las entradas del Chestertonblog (que si unas comillas aquí, que si mejor separar esta idea en dos párrafos; cosas así). Desde el primer momento me admiraron la cordialidad y el buen humor de Juancarlos.
Andando el tiempo, supimos algo más de nuestras vidas respectivas. Por e-mail hablamos de nuestras familias y de Chesterton, y nos hicimos amigos. Muy amigos. Como todo comenzó por correo, por correo solíamos echar nuestras parrafadas; hasta el día, allá por septiembre, en que hablamos por teléfono un buen rato. Entonces ya me contó más acerca de su enfermedad. Y entonces fue cuando mi admiración creció aún más, porque, en la adversidad, el buen humor de Juancarlos era proverbial. Un hombre verdaderamente chestertoniano.
Un día le propuse ilustrar mis entradas sobre el Padre Brown con algún dibujo. Le gustó la idea. También le dije que mi mujer estaba preparando un retrato sobre nuestro personaje. Esa idea le gustó aún más. En un correo me dijo: “Me gustaría ser el primero en conocer el rostro del Padre Brown”.
Hablé con Juancarlos por última vez la semana pasada. Fue una conversación breve, porque él ya hablaba con dificultad. Pero fue, como siempre, una conversación gozosa. Volví a sentir su aliento de profesor universitario, su buen humor de padre de familia y su esperanza de amigo de Dios. Juancarlos se despidió con gracia: “Adiós, dibujante”, me dijo. Sabíamos ambos que era nuestra última conversación.
Hace dos días, Alejandro Romero me avisó de que Juancarlos había fallecido. Lloré, recé e hice rezar a los demás. Di gracias a Dios por haberme regalado un amigo, y, al final del día, tuve claro que un hombre tan bueno se merece el Cielo para siempre, y conocer allí, en aquella reunión felicísima de hombres eternos, el rostro de su colega Chesterton.
Todo lo que cuentas describe de una forma tan bonita cómo era Juan Carlos. Es verdad tenía este talante de hacerse amigo, pero de una manera muy profunda con personas de ámbitos muy distinto. Fue un trabajador incansable y una persona que te animaba y te involucraba en sus proyectos con una naturalidad excepcional. Gracias por tu testimonio!!
Alfonso, muchas gracias. Es muy revelador leer a quienes, como tú o Esteban Romero, conocíais a Juan Carlos desde hacía poco tiempo: el Juan Carlos que describís es exactamente el mismo que conocemos los que hemos tenido la inmensa fortuna de disfrutar durante años (casi veinte en mi caso) de su generosidad, su infinita paciencia, su excepcional buen humor y su intelecto tan inquieto, tan juguetón, tan chestertoniano. Esta misma mañana, en la puerta de su despacho en la Facultad, había un cartel escrito a mano, de parte del equipo de limpieza, dándole las gracias por todo y prometiendo que jamás le olvidarán. Y es así. Jamás le olvidaremos, y mucho menos los que, como yo, le debemos tanto.
Si me permitís la comparación, con Juancar ocurre como con la parábola evangélica de los trabajadores de la viña: unos fueron contratados a primera hora y otros a última, pero todos recibieron el mismo jornal. Esto lejos de ser una injusticia es una demostración de generosidad. Juancar se daba por completo a la gente desde el primer momento.Yo lo conocí en abril de 1983 y durante años mantuvimos una intensa y extensa correpondencia. Un día de estos me armaré de valor y volveré a releerla.El ha sido un referente en mi vida y ahora desde el Cielo será para todos y eficaz valedor.