Chesterton, historiador de la literatura
El hecho literario, en cuanto acto creativo, supone en muchas ocasiones un considerable esfuerzo de abstracción, para aprehender los contenidos ocultos del lenguaje figurado. La manera de llegar a su comprensión no es otra que la lectura. Pero, aún así, la lectura y su reflexión pueden ser insuficientes por variadas razones, entre las cuales destaco la no coincidencia, habitualmente, del contexto y la situación del autor creador del texto literario y el lector. Po lo cual, éste último deberá recurrir frecuentemente a los diccionarios literarios, a los ensayos críticos y a las historias de la literatura.
Esta nota preliminar viene a colación debido a la reciente lectura de un artículo de G.K. Chesterton que debería incluirse en un buen manual de historia de la literatura inglesa. Bien es cierto que en estas páginas chestertonianas encontramos más que el rigor del investigador de la historia de la literatura, el saboreo peculiar y único que proyecta el autor inglés con su atenta y acertada cosmovisión. En el libro de ensayos de Chesterton, titulado “El hombre corriente”(Espuela de plata. Sevilla.2013) en sus páginas 93 a 110, Chesterton nos deja una brillante lección de la literatura de la era victoriana. El ensayo se denomina “De Meredith a Rupert Brooke”.
En el corte sincrónico que de la literatura inglesa hace Chesterton, refleja con gran tino y perspicacia aspectos, que nos pueden pasar desapercibidos en una publicación de este jaez, tales como son los temas de la raza, el patriotismo, el nacionalismo, la picaresca, el culto a la niñez, etc.
Arranca el artículo enfrentando el racionalismo del siglo XVIII, que no hizo avanzar la claridad ni la inteligibilidad y lógica de las ciencias y del conocimiento; a la entrada de la fantasía, la imaginación y gusto de la época victoriana. (Me permito objetar, a fin de que no entendamos ad pedem litteram, las exageraciones monocordes que sobre estas etapas se citan.) No puedo por menos, a pesar de sus criterios de subordinación de unos hombres a otros, que dar cuenta de uno de los máximos representantes del racionalismo inglés, Samuel Jhonson, que consideraba que la literatura debía llevar una carga considerable de didáctica, y aunque por sus años (1709-1784) roza el romanticismo, no alcanza a incluir la imaginación febril de los poetas románticos, ni realistas al modo de aventura (Stevenson, Dickens) Jhonson tiene, pues, un sentido clásico de lo que ha de ser la literatura. Es su máxima “is to instruct by pleasind”, ( que traduzco con la máxima de nuestros teóricos renacentistas “deleitar aprovechando”), lo cual supone la escolarización de la creación literaria, minorando la vibración humana.
A diferencia de los conservadores del siglo XVIII, que carecían de “espíritu de tribu”, el siglo XIX consagra en su pensamiento literario y en el inconsciente colectivo el mito de la raza. Así leemos en el artículo de Chesterton: “El surgimiento de este romance de la raza, o, como dirían algunos, de esta ciencia de la raza, fue una de las revoluciones precisas y decisivas del siglo XIX, y especialmente de la época victoriana”
De modo que afectó, incluso, a un autor como Thomas Carlyle (1795-1881) que de manera imaginativa y vehemente defendió una ética con, entre otros, el tema de esta “ciencia de la raza”. La ruptura con el cristianismo y la tradición católica, como en el caso de George Eliot o T.H. Huxley, al igual que en buena parte de los literatos europeos – téngase en cuenta los nacionalismos italiano y alemán (1870)-, sustituyeron el cristianismo por teologías puritanas que convirtieron el orgullo nacional rígido y un tanto estrecho en la religión del país, nación o lugar. No nos extraña que se dijera que “el patriotismo es la religión de los ingleses”. Chesterton, con acierto, sentencia que el orgullo racial “ es menos racional que la religión”.
A T. Carlyle le siguen en la senda de la sobrevaloración de la raza, entre otros autores Froude y Kingley. Este último pretende, imitando las novelas históricas de Walter Scott, alimentar los delirios de grandeza imperial frente al catolicismo papista. A más abundamiento, Mathew Arnold (1822-1888) formula en su libro “On translating Homer”(1861) una filosofía de la cultura nacional inglesa; y George Meredith (1828-1909) aúna la ironía y la comicidad al análisis minucioso de la ortodoxia victoriana, alabando, no obstante, el patriotismo inglés. Ambos autores ponen sus plumas al servicio de un mejor esclarecimiento y entendimiento del mito racial.
Similares inquietudes y motivos perduran en la literatura posterior a Arnold y Meredith, aunque con la llegada de Thomas Hardy (1840-1928) se vuelve la mirada a los males sociales y económicos de la sociedad de su tiempo; también criticó el mundo victoriano, generador de costumbres perniciosa de la época, como narra Hardy en su libro “Jude the Obscure”.
A pesar de lo aquí hemos enunciado, en la literatura inglesa, como en el resto de las literaturas nacionales, perduran a lo largo de todo el siglo XIX los alientos románticos que van de la hipérbole al hastío. Y todo ello enclavado en las tierras y en las tradiciones nacionales de los pueblos. Incluso alguien como Ruskin (1819- 1900) que en su momento criticó al romanticismo, nos dice Chesterton que cae ·en el exceso, lo que en gran parte puede aplicarse a todo ese desarrollo final tan colorido y romántico de la moda victoriana”. Y será Ruskin quien influirá, con su versión del cristianismo medieval, en el nacimiento del movimiento artístico-literario, denominado prerrafaelismo. Movimiento que se “oscureció- dice Chesterton- en posteriores formas de esteticismo que muy bien podríamos llamar paganismo”.
Continuaron el prerrafaelismo, con mayor o menor fidelidad, Dante Gabriel Rossetti y su hermana Cristina, con una mayor implicación estilística William Morris, para llegar al extremismo de “ese paganismo” con la obra de A.C. Swinburne. El prerrafaelismo, movimiento tan efímero como interesante, finaliza con la producción literaria del dandy Oscar Wilde, en el que se encarna el spleen romántico.
Para acabar esta entrada –que ya se alarga en demasía- tengo que reseñar el acierto de G.K.Chesterton, al incluir un tema, que atañe tanto al s. XIX como al XX, que, junto al del mito racial, ha llenado e influenciado buena parte de la literatura en lengua inglesa y, en especial, la escrita en los Estados Unidos.
Me refiero a la literatura de “aventuras” En ella hay una variedad notable de motivos: el viaje iniciático, junto al tema del niño, bien ejemplificados en La isla del tesoro de R.L. Stevenson (1850-1894), que tampoco olvida cantar el valor, la lealtad y la pertenencia al grupo, componentes esenciales de sociedades conformadas concéntricamente. El concepto patriótico imperialista se agudiza con Rudyard Kipling (1865-1936) Kipling se adentra, también en el tema del adolescente. Personajes –niños y adolescentes- que proyectaron la fantasía y la ilusión en la cosmovisión de sus entornos, “Captains courageous” 1892.
El tema de la aventura se cierra, en la etapa que nos ocupa, con Joseph Conrad (1857-1924), separado ya de la época victoriana, nos introduce en un realismo que se traza desde el flujo de la conciencia de los personajes, que escrutan los ángulos más oscuros del alma humana: “Lord Jim”, “Heart of Darkness”.
A partir de los últimos autores y textos citados, el siglo XX, amanece como un torrente de guerras y desgracias (La gran guerra, la Revolución bolchevique…) que quedan reflejadas en los poemas finales de Rupert Brooke (1887-1925) que se acercan a la desgracia con una canción en los labios
Muy buen y completo ensayo sobre la literatura a partir de la obra de Chesterton. Yo me he quedado con esta máxima de aprender por el deleite y me pregunto ¿porqué en nuestro sistema escolar, especialmente en el primer ciclo de la enseñanza no se pone en práctica? ¿Cómo hemos logrado de quitar toda la ilusión al niño y de transformarlo en un convencido fracasado con solo 6-7 años, porque no quiere estar sentado 3-4 horas y escribir o calcular? No quiere trabajar el condenado niño!!!
En segundo lugar la literatura en los últimos años nunca supone un deleite gratis. Hay un verdadero entramado de poder, dinero e ideología detrás de las grandes editoriales. Los nacionalistas del siglo XIX son niños en pañales en comparación con la más astuta y compleja máquina de idiocracia de todos los tiempos: el marxismo. Es muy curiosos como han podido apoyar el régimen más criminal y opresivo y al final ellos han salido como los más (incluso los únicos) progresistas y luchadores por la libertad y libertades de diversos grupos. Esto sí es hacer magia, pero de verdad!!
Verdaderamente el libro «El hombre corriente» da mucho juego por la variedad de la tematica que trata y lo util para conocer el pensamiento del autor. Enhorabuena por el articulo.