Archivo de la categoría: GK políticamente incorrecto

Chesterton: el origen cuestionado de todo progreso

Tras las reflexiones sobre Civilización y progreso, quizá vale la pena dedicar una entrada a recordar que Chesterton, en el capítulo 7º de Ortodoxia, reflexiona sobre su visión del progreso. Exponerlo todo nos haría extendernos demasiado, pero no puedo resistir traer algunos fragmentos que nos ayuden a conocer mejor su pensamiento. Es interesante fijarse en el lenguaje, porque aparentemente GK va a contradecir lo que afirma en el ensayo mencionado (el éxito humano es un paso de lo complejo hacia lo simple, 01). Exige además una cierta comprensión del lenguaje de la Biblia –hoy cosa cada vez más rara, especialmente entre la gente joven- y dice así:

Esta es la segunda condición que exigimos en el ideal del progreso. Primera, ha de ser fijo; segunda, ha de ser complejo. No podría satisfacer nuestra alma siendo una mera absorción de todas las cosas por una sola cosa, llámese amor, orgullo, paz o aventura. Ha de ser una composición de todos estos matices, según su mayor eficacia.
No se trata por ahora de saber si tal realización está reservada a los hombres. Pero si tal fórmula nos es necesaria, convengamos en que tiene que ser producto de una mente personal, porque sólo una mente lograría adecuar las proporciones de ese compuesto en que consiste la felicidad. Si la beatificación del mundo ha de ser un mero producto natural, entonces se resolverá en un proceso tan simple como la congelación o el incendio del mundo. Pero si es una obra de arte entonces presupone un artista.
Y al llegar aquí, oigo que la consabida voz dice nuevamente a mi oído: “Si hubieras querido atenderme, yo te hubiera dicho todo eso desde hace mucho tiempo. Si hay algún progreso posible, es el que yo concibo: el progreso hacia una ciudad de virtudes y dominaciones
[que son diversas clases de ángeles], donde la rectitud y la paz arrojan a los unos en brazos de los otros. Una fuerza impersonal sólo os llevaría a la desconsolada llanura o a la cima vertiginosa; pero sólo el Dios personal puede llevaros –si es que hay que llevaros a alguna parte- a la ciudad de justas medidas y trazas, donde cada uno contribuya, según la exacta eficacia de su matiz personal, a urdir el tornasolado manto de José” [Hay dos patriarcas llamados José en la Biblia: uno de los hijos de Jacob -que fue un alto gobernante en Egipto- y San José, esposo de María, la madre de Jesús].

El progreso –el de todos los habitantes de nuestra Tierra, no sólo el de los occidentales- ha de venir como consecuencia de un ideal común, que sea a su vez consecuencia de un reconocimiento de nuestra igual naturaleza: el viejo ideal revolucionario de la fraternidad sólo puede hacerse realidad –paradójicamente- aceptando la realidad de un Dios (pura simplicidad) que –estando por encima de todos- nos iguala a todos y nos prepara y propone un ideal de felicidad como el que describe Chesterton.
Sin embargo, hablar hoy de Dios en la vida pública –más que políticamente incorrecto- es un auténtico tabú: hemos preferido el ut si Deus non daretur –como si Dios no existiera-, considerando su aceptación ‘exclusivamente’ como una creencia privada.
Lo que vemos, sin embargo, es que ni la razón –convertida en débil y postmoderna-, ni el Estado –controlado por los políticos y sus partidos (mejor no hablar…)- ni el sistema mundial de Estados –en permanente equilibrio inestable, porque todos pretenden la hegemonía o la posición más ventajosa- tienen fuerza suficiente para garantizar ni un ideal ni una realidad acorde con la verdadera dignidad de todos los seres humanos. Es el resultado de la ‘fe moderna’ en el progreso, que con palabras de Chesterton, no es nada tan horrible como una tendencia o una evolución, ni cualquier otra de esas cosas que no se detienen en ninguna parte, por la sencilla razón de que no van a ninguna parte (05). Lo estamos comprobando, pero lo más probable es que aún tardemos siglos en reaccionar.

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Chesterton provoca de nuevo: ‘El error de la imparcialidad’

Publicamos -en versión completa, y traducido para nuestro blog por Carlos D. Villamayor Ledesma- un ensayo aún no traducido al español de All Things Considered (Methuen, 1908, cap.25). Como es habitual, en el Chestertonblog, ofrecemos también la posibilidad de acceder a la versión bilingüe.

El rechazo del jurado a llegar a un acuerdo en el caso Thaw  [un caso de asesinato en 1907, que recibió el calificativo de ‘juicio del siglo’] es ciertamente una secuela entretenida al cuidado frenético -y hasta fantástico- con el que fue seleccionado. Miembros del jurado fueron apartados por razones que sólo parecen tener alguna remota relación al caso, y que no podemos concebir que le supongan algún prejuicio real a cualquier ser humano.
Puede ser cuestionado si la exagerada teoría de imparcialidad en un árbitro o jurado no puede ser llevada tan lejos que resulte más injusta que la parcialidad misma. Lo que la gente llama imparcialidad puede ser simplemente indiferencia y lo que la gente llama parcialidad puede ser simplemente actividad mental. A veces se objeta a un jurado, por ejemplo, que se haya formado alguna opinión de un caso a primera vista: si se le puede forzar mediante un fuerte interrogatorio a admitir que se ha formado tal opinión, entonces se le considera claramente inadecuado para llevar a cabo la indagación. Seguramente esto es erróneo. Si su prejuicio es uno de interés, clase, credo o propaganda, entonces eso claramente muestra que no es un juez imparcial. Pero el simple hecho que se formase alguna impresión temporal de los hechos hasta donde los conoce no prueba que no es un juez imparcial: sólo prueba que no es un tonto de sangre fría.

Si vamos por la calle tomando a todos los jurados que no se hayan formado opiniones y dejando a todos los que las hayan formado, parece muy probable que sólo tendremos éxito en tomar a los jurados estúpidos y dejar a los que piensan. Mientras la opinión formada sea de este tipo etéreo y abstracto, mientras no haya sospecha de un prejuicio o motivo establecido, podremos considerarla no sólo una promesa de capacidad, sino una promesa de justicia. El hombre que se tomó la molestia de hacer deducciones a partir de los informes policíacos, sería probablemente el hombre que se tomaría la molestia de deducir más y diferentes cosas de la evidencia. El hombre que tuvo el buen juicio de formarse una opinión sería el hombre que tendría el buen juicio de alterarla.

Vale la pena fijarse por un momento en este aspecto menor del asunto porque el error sobre la imparcialidad y la justicia no está de manera alguna limitado a la cuestión criminal. En asuntos mucho más importantes se asume que el agnóstico es imparcial, cuando el agnóstico es meramente ignorante. La consecuencia lógica de la minuciosidad sobre el jurado del caso Thaw es que el caso debería ser juzgado por esquimales, o por hotentotes, o por salvajes de las Islas Caníbales: por alguna clase de gente que no pudiera tener interés alguno en las partes, y aún más, ningún interés concebible en el caso. La perfección pura y brillante de la imparcialidad sería alcanzada por personas que no sólo no tenían una opinión antes de que escucharan el caso, sino que además no tenían una opinión después de escucharlo.
En discusiones modernas sobre religión y filosofía existe la misma suposición absurda de que un hombre es de alguna manera justo y bien preparado porque no ha llegado a ninguna conclusión, y de algún modo es retirado de la lista de jueces justos el que ha llegado a una conclusión. Se asume que el escéptico no tiene prejuicios cuando tiene un prejuicio muy obvio a favor del escepticismo.
Recuerdo cuando discutí con un joven y honesto ateo que estaba bastante sorprendido por mi cuestionamiento de algunas suposiciones que eran santidades absolutas para él –tales como la proposición sin comprobar de la independencia de la materia y la muy improbable proposición de su poder para crear la mente- y al final recurrió a la siguiente pregunta, que realizó con un honorable celo de desafío e indignación: “Pues bien, ¿puede mencionar a cualquier gran intelectual, de ciencia o filosofía, que aceptara lo milagroso?” Respondí: «Con gusto: Descartes, el Dr. Johnson, Newton, Faraday, Newman, Gladstone, Pasteur, Browning, Brunetiere, tantos como gustes”. A lo que el admirable e idealista joven hizo esta asombrosa respuesta: “Oh, claro que tenían que aceptarlo: eran cristianos».
Primero me retó a encontrar un cisne negro y luego descartó todos mis cisnes por ser negros. El hecho de que todos esos grandes intelectos hubieran llegado a la perspectiva cristiana era de un modo u otro una prueba de que no eran grandes intelectos o de que no habían llegado a esa perspectiva. El argumento quedó entonces de una forma encantadoramente conveniente: «Todos los hombres que cuentan han llegado a mi conclusión, pero si llegan a tu conclusión, no cuentan».

No parecía ocurrírsele a tales polemistas que si el cardenal Newman era realmente un hombre de intelecto, el hecho de se uniera a una religión dogmática probaba tanto como el hecho de que el profesor Huxley, otro hombre de intelecto, concluyera que no podría unirse a una religión dogmática.  Es decir, admito alegremente que ambos modos prueban muy poco.
Si existe una clase de hombres a los que la historia ha comprobado especial y supinamente capaces de equivocarse en todas direcciones, es la clase de los hombres muy intelectuales. Prefiero siempre guiarme por la masa de la humanidad, por eso soy demócrata. Pero sea cual sea la verdad sobre la inteligencia excepcional y las masas, es manifiestamente irrazonable que hombres inteligentes deban estar divididos por el absurdo principio moderno de tomar a todo hombre listo que no puede tomar una decisión como un juez imparcial, y tomar a todo hombre listo que puede tomar una decisión como un fanático servil.
Tal como están las cosas, consideramos como una objeción positiva que quien razona se haya puesto de un lado o del otro. En otras palabras, consideramos como objeción positiva a alguien  que se haya esforzado por alcanzar el objeto de su razonamiento. Llamamos intolerante o esclavo del dogma a un hombre porque ha pensado detenidamente hasta llegar a una conclusión definitiva. Decimos que el jurado no es un jurado porque ha llegado a un veredicto. Decimos que el juez no es un juez porque juzga. Decimos que un creyente sincero no tiene derecho a votar, simplemente porque ya ha votado.

Conclusión de ‘La increíble tendencia del ser humano a minusvalorar su felicidad’, de Chesterton

Dice Enrique Gª-Máiquez que cada aforismo de GK es como un holograma de su pensamiento. La ‘Introducción’ a El acusado -que ayer analizábamos en su primera parte– es una síntesis de su pensamiento y de su obra. Cualquiera que desee introducirse en el pensamiento de Chesterton, debería empezar por ella, que es precisamente uno de sus primeros ensayos.

El juicio final, de Miguel Ángel

El juicio final, de Miguel Ángel

Suele hablarse del pesimista como de un hombre en rebelión. Pero no es así. En primer lugar, porque hace falta cierta alegría para permanecer en rebelión. Y, en segundo lugar, porque el pesimismo apela al lado más débil de cada uno, y el pesimista, por tanto, regenta un negocio tan ruidoso como el de un tabernero. La persona que verdaderamente está en rebelión es el optimista, el que por lo general vive y muere en un permanente esfuerzo tan desesperado y suicida como es el de convencer a los demás de lo buenos que son.

En el Chestertonblog hemos mostrado cómo GK aplicaba una frase parecida a Dickens: El verdadero gran hombre es el que hace que todo humano se sienta grande. Es un criterio de rebeldía: no es suficiente no aceptar las cosas que no están bien: es necesario un impulso benéfico en los demás. Este criterio lo cumple GK a la perfección, te hace sentir mejor de lo que eras antes de leerlo: aprendes, pasas un rato agradable y te infunde una confianza y una tranquilidad en uno mismo y en la especie humana, aunque sea planteando cosas tan terribles como las que afirma en esta entrada, porque introduce siempre un punto de esperanza, a pesar de los pesares, como sigue diciendo:

Se ha demostrado más de un centenar de veces que si verdaderamente queremos enfurecer incluso mortalmente a la gente, la mejor manera de hacerlo es decirles que todos son hijos de Dios. Conviene recordar que Jesucristo no fue crucificado por nada que dijera sobre Dios, sino por el cargo de haber dicho que un hombre podía derribar y reconstruir el Templo en tres días. Todos los grandes revolucionarios, desde Isaías a Shelley, han sido optimistas. Se han indignado no ante la maldad de la existencia, sino ante la lentitud de los hombres en comprender su bondad. El profeta que es lapidado no es un alborotador ni un pendenciero. Es simplemente un amante rechazado. Sufre un no correspondido amor por todas las cosas en general.

Aparece otro de los grandes temas de GK, nuevamente a caballo entre la antropología y la psicología: el estudio de las actitudes: optimismo y pesimismo serán dos de sus vocablos más utilizados a lo largo de toda la existencia. Su sentido analítico y filosófico le conducirá siempre a fijarse no sólo en lo que dice la gente, sino desde dónde lo dice, cuál es su postura ante la realidad de la que trata en su texto, o en su conversación: y siempre será una señal de la sensatez que veremos en seguida.
Surge la mención de la revolución. En Ortodoxia, GK muestra su simpatía por los revolucionarios. Pero una cosa es estudiar el pasado y otra comprobar los horrores del presente revolucionario: en Esbozo de sensatez (1927) señalará varias veces que es mejor cambiar las cosas poco a poco que a través de una revolución, porque ya se sabe lo que ha hecho la Revolución soviética y no querrá que lo mismo ocurra en Inglaterra.
Y vuelve la ortodoxia: para GK es inconcebible que los seres humanos rechacen el mejor mensaje que se les puede hacer: decirles que son hijos de Dios. Quizá no lo comprenden, quizá no lo quieren comprender. Pero para él resulta sorprendente: según relatan sus biógrafos (cf. Pierce, Seco, Ward), GK resultaba divertido entre sus colegas cuando hablaba de estas cosas… hasta que se dieron cuenta de que iba en serio, y entonces muchos comenzaron a desconcertarse, y él a sentirse aún más a gusto, polemizando con ellos. La paradoja es que –siendo librepensador, como lo fue- fue tan libre que quiso abrazar la única fe que los librepensadores tienen prohibido aceptar: la de declararse hijos de Dios. Y esto nos conduce por tanto a otra paradoja: aceptando esos dogmas exteriores, Chesterton fue precisamente él mismo, y cumplió su propio criterio, como vimos en la entrada de ayer.

Cada vez se hace más evidente, así pues, que el mundo se halla permanentemente amenazado de ser juzgado mal. Y que esta no es ninguna idea extravagante o mística puede comprobarse mediante ejemplos sencillos. Las dos palabras absolutamente básicas ‘bueno’ y ‘malo’, que describen dos sensaciones fundamentales e inexplicables, no son ni han sido nunca empleadas con propiedad. Nadie que lo haya experimentado alguna vez llama bueno a lo que es malo; en cambio, las cosas que son buenas son llamadas malas por el veredicto universal de la humanidad.

Ahora se entremezclan el GK filósofo -que considera bien y mal- con el sociólogo del conocimiento y la cultura, que se detiene en la forma en la que las ideas se difunden y arraigan en la sociedad. En seguida lo explicará mejor, pero ver cómo se construye una forma de percibir el mundo –particularmente la Modernidad, como hemos señalado- contraria a la realidad de las cosas buenas que contiene le resulta tan desconcertante que lo marcará para siempre. Ya se iban formando sus mimbres de profeta y caballero, pero asentadas sobre unas sólidas bases analíticas, construidas con sus poderosas dotes intelectuales: nada que ver con el profeta callejero que se puede ver en algunas ciudades norteamericanas. Cada frase de Chesterton, cada ironía, cada chestertonada o paradoja, unirá una intuición peculiar con una fuerte dosis de razonamiento.

Pero, permítaseme explicarme mejor. Ciertas cosas son malas por sí mismas, como el dolor, y nadie, ni siquiera un lunático, podría decir que un dolor de muelas es en sí mismo bueno; pero un cuchillo que corta mal y con dificultad es llamado un mal cuchillo, lo que desde luego no es cierto. Únicamente no es tan bueno como otros cuchillos a los que los hombres se han ido acostumbrando. Un cuchillo no es malo salvo en esas raras ocasiones en que es cuidadosa y científicamente introducido en nuestra espalda. El cuchillo más tosco y romo que alguna vez ha roto un lápiz en pedazos en lugar de afilarlo es bueno en la medida en que es un cuchillo. Habría parecido un milagro en la Edad de Piedra.
Lo que nosotros llamamos un mal cuchillo es simplemente un buen cuchillo no lo bastante bueno para nosotros; lo que llamamos un mal sombrero es simplemente un buen sombrero no lo bastante bueno para nosotros; lo que llamamos una mala civilización es una buena civilización no lo bastante buena para nosotros.
Decidimos llamar mala a la mayor parte de la historia de la humanidad no porque sea mala, sino porque nosotros somos mejores. Y esto es a todas luces un principio injusto. El marfil puede no ser tan blanco como la nieve, pero todo el continente Ártico no hace negro el marfil.

Aparece aquí otro de los elementos esenciales del método de Chesterton: la absoluta necesidad de la comparación para comprender y comprendernos. El mundo moderno –y esto es sociología del conocimiento otra vez- tiene tal idea de dominio, control y perfección que lo que no se ajuste a eso, será considerado un desastre: es un mundo de expectativas frustradas: todo tiene que ser perfecto. Podríamos poner decenas de ejemplos de la vida cotidiana personal o del funcionamiento de las grandes o pequeñas estructuras sociales y políticas. La consecuencia ya la sabemos: el pesimismo ha echado raíces en nuestra cultura, por lo que paradójicamente tienen que circular continuamente los mensajes que nos recuerdan que estamos hechos para la felicidad –ver Twitter-, aunque sin fundamento alguno, pues el  verdadero -ser hijos de Dios- ya ha sido rechazado.
Por la misma razón, Chesterton se pondrá a estudiar historia y hacer un continuo ir y venir del pasado al presente para ayudar a comprendernos mejor. Surge otro perfil de GK: quizá nunca fue un historiador convencional –un buscador de evidencias del pasado- pero sí fue un magnífico intérprete de la historia, como comprobamos en El hombre eterno o Breve historia de Inglaterra.

Ahora bien, me parece injusto que la humanidad se empeñe continuamente en llamar malas a todas esas cosas que han sido lo bastante buenas como para hacer que otras cosas sean mejores, en derribar siempre de una patada la misma escalera por la que acaba de subir.

Si hay un concepto nuclear en el pensamiento de Chesterton es el de sensatez: el día que describamos lo que GK entendía por sensatez –sanity, quizá más expresiva en inglés- tendremos sin duda que acudir a esta Introducción, recomponiéndola, pero no cabe duda que expresiones como la anterior –derribar de una patada la escalera por la que acabamos de subir– o la siguiente –tirar oro a las alcantarillas y diamantes al mar– revelan la inquietud que Chesterton siente ante los errores que sus contemporáneos están cometiendo y han cometido a lo largo de los siglos.

Creo que el progreso debería ser algo más que un continuo parricidio, y es por eso que he buscado en los cubos de basura de la humanidad y he encontrado un tesoro en todos ellos. He descubierto que la humanidad no se dedica de manera circunstancial, sino eterna y sistemáticamente, a tirar oro a las alcantarillas y diamantes al mar. He descubierto que cada hombre está dispuesto a decir que la hoja verde del árbol es algo menos verde y la nieve de la Navidad algo menos blanca de lo que en realidad son.

Y es que la Modernidad se afana en el progreso por el progreso, por el adelanto en sí mismo: sabemos que Freud afirmaba que era necesario ‘matar al padre’ –en sentido simbólico, lógicamente- pero ese negar la bondad de lo que nos precede nos conduce a nuestra actual orfandad y despiste. Para evitarlo, Chesterton se complicó absolutamente la vida, a través de sus empresas periodísticas: enseñó a razonar y a ver el mundo con ojos de niño, mostró que el pasado no es tan terrible como nuestros intelectuales afirman, nos señaló la sensatez y la importancia del hogar y la amistad. Fue profeta porque amaba al mundo y a los hombres. Y así, descubrió su vocación:

Todo lo cual me ha llevado a pensar que el principal cometido del hombre, por humilde que sea, es la defensa. He llegado a la conclusión de que por encima de todo hace falta un acusado cuando los mundanos desprecian el mundo; que un abogado defensor no habría estado fuera de lugar en aquel terrible día en que el sol se oscureció sobre el Calvario y el Hombre fue rechazado por los hombres.

¿Escribió Chesterton sobre el aborto? Un argumento original

Realmente, no lo sé. No he leído todo lo que GK escribió, y si en algún momento leí algo al respecto, no lo recuerdo. Pero me parece que la actualidad del tema en España bien merece una reflexión chestertoniana. No sería coherente, sabiendo que Chesterton siempre se involucró en las cuestiones de su tiempo.

Desde luego, la cuestión del aborto no era un tema de actualidad en la época de Chesterton. Así que me he dirigido a un libro –que aún no hemos podido tratar en el Chestertonblog- que GK dedicó a una cuestión muy próxima y que tuvo su momento candente en los años 20 del siglo XX:  La eugenesia y otras desgracias, publicada por Espuela de Plata en 2012, de la que ofrecemos la recensión de Bienvenidos a la fiesta. Como sabemos, la eugenesia es un conjunto teorías y de prácticas orientadas a la mejora de la especie humana, que desecha a los individuos de menor ‘calidad’, despreciando su dignidad. Difundida a finales del siglo XIX y justificada científicamente por la teoría de la evolución, Estados Unidos y Suecia tuvieron leyes avanzadas que por fortuna fueron pronto abolidas. La intervención de Chesterton y sus colegas hicieron que las leyes británicas fueran las más moderadas del entorno.

Pues bien, en ese libro he encontrado una reflexión  que además nos ayuda a comprender mejor el problema: El que no ama a su esposa a quien ve, ¿cómo podrá amar al hijo a quien no ha visto? (p.115). Y entonces he acudido al Instituto Nacional de Estadística español y he encontrado unos datos suficientemente expresivos de la realidad actual que -más allá de la permisividad de las leyes- se mueve a razón de 100.000 rupturas anuales desde hace mucho tiempo:

Grafico evolucion divorcio en España 2002-2011

Como otras veces, la agudeza sociológica de Chesterton -su capacidad de establecer relaciones entre cuestiones que no son directamente evidentes para la mayoría- da en el clavo de lleno, ayudando a comprender el fenómeno actual.

Chesterton en la #GrinWeek de la Universidad de Granada

Me han pedido en la desconferencia de la #GrinWeek 2014 de la Universidad de Granada que mostrase a todos por qué Chesterton es un escritor para nuestro tiempo, en cinco minutos. Ésta ha sido más o menos mi exposición:

GrinWeek ugr 3

Cuando Chesterton (1974-1936) quiso ser pintor, con 19 años, entró de lleno en un ambiente decadente, egotista y pesimista, que estuvo a punto de arrastrarlo. Su afición a la narrativa –especialmente, el optimismo de autores como Dickens, Whitman, Browning y otros- le animó a romper con aquello, comprendiendo que cualquier aventura, especialmente la aventura de la vida –para serlo verdaderamente-, está llena de condiciones y limitaciones, al tiempo que debíamos estar profundamente agradecidos por el don de la vida. Acabó dedicándose al periodismo y la literatura.

Chesterton poseía unas dotes extraordinarias para el análisis de cuanto veía, especialmente para advertir las últimas consecuencias tanto de los razonamientos como de las acciones humanas y su relación mutua. Comparó la vida con un misterio, con una especie de cerradura, cuya llave había que encontrar. La llave debía reunir determinadas condiciones: tener la posibilidad de superar el pesimismo, sin caer en el optimismo ingenuo; permitir disfrutar de la vida y de los bienes, sin hacerlos fines en sí mismos; debía ser reconocer en el prójimo a un igual y, por último, debía tener un equilibrio entre todas las facultades del ser humano, que debía vivir en libertad y sensatez, sin obsesionarse con romper limitaciones absurdas, que enriquecían la vida: Como lo suelen hacer los chicos precoces, yo quise adelantarme a mi tiempo; como ellos, quise adelantarme, aunque fuera unos diez minutos, hacia la hora de la verdad. ¡Y todo para descubrir, a la postre, que andaba yo atrasado en unos mil ochocientos años! (Ortodoxia, Cap.1).

Así, encontró que su propuesta existía ya desde hacía XIX siglos: era la respuesta cristiana y –atraído especialmente por el apasionamiento de San Francisco y el sentido común de Santo Tomás, autores que biografiaría más tarde- comenzó su acercamiento al cristianismo, aunque no se hizo católico hasta 1922, con 48 años.

Mientras tanto, desarrolló su filosofía de la sensatez: se dio cuenta de que las tradiciones era depositarias de un sorprendente grado de sentido común, mientras que el mundo moderno exaltaba lo nuevo por lo nuevo, en un afán de cambiarlo todo, que hacía más ricos a los ricos y llenaba la cabeza de la gente corriente de ideales atrayentes pero insensatos –como la confianza en sí mismo (superhombre), el progreso científico que nos traería un nuevo mundo, el crecimiento del Estado que de acuerdo con las grandes empresas creaba un sistema capitalista que establecía para la mayoría una nueva forma de servidumbre en una sociedad salarial, en vez de hacernos propietarios.

Chesterton desconcertaba en el ambiente puritano de su época, por el sentido disfrutador que daba a todo lo que hacía, pero su sentido placer agradecido trascendía el materialismo del carpe diem. Tenía unas cualidades singulares: era muy simpático y divertido, en su trato y en sus escritos, llenos de agudeza en un estilo peculiar; fue siempre muy respetuoso: criticaba rigurosamente las ideas de los demás, sin atacar a las personas. Y no tenía enemigos a pesar de su incorrección política: en su día se hizo famoso criticando el imperialismo británico y defendiendo a los conquistados, pero aún hoy nos recuerda que el divorcio sólo es una superstición que arregla pocas cosas y no nos hace más felices.

Chesterton fue y es querido y admirado por personas de todas las tendencias políticas y sociales y traducido por editoriales de todo signo ideológico. Es muy famoso por sus citas, pero su profundo pensamiento es muy útil para el mundo de hoy, por su capacidad crítica ante los ideales que la sociedad tiene comúnmente aceptados, particularmente un orden social y económico que nos ofrece lujos, pero nos hace dependientes, una ciencia que promete la solución técnica de todos los problemas y un orden cultural que nos tiene entretenidos, mientras nos hace creer que pensamos por nosotros mismos.

A Chesterton le encantaban las paradojas: una de sus ideas principales es que el ser humano siempre está buscando su hogar, pero a veces, para encontrarlo tiene que dar la vuelta al mundo. También es paradójico que sus planteamientos vitales cuadren perfectamente en el contexto de la ética hacker que –comenzando en el mundo de los informáticos- hoy se abre camino entre profesionales de diversos ámbitos: hay que recuperar la pasión, el sentido común, la creatividad la sensatezPara glosar su pensamiento y aprender a pensar como él, se hizo el Chestertonblog.