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¿Dificultades al leer a Chesterton? Una guía para solventarlas

1. Las traducciones suponen la primera dificultad: ya hemos dedicado un par de entradas a la cuestión, con ejemplos, que pueden verse pulsando en la etiqueta correspondiente. Los principales problemas que identificamos son la traducción propiamente insuficiente, en el sentido de no considerar posibles significados a las expresiones que GK utiliza, el paso del tiempo –que transforma los significados de las palabras-, o la forma de componerlas para el español de hoy; el propio deseo de hacer una buena literatura en español, pero que oscurece la claridad de la frase original, y sobre todo, el desconocimiento del pensamiento de Chesterton, que ayuda mucho a entender el sentido específico de lo que hay que expresar en español. En esta entrada se alaba a quienes proponen un método abierto de corrección y mejora de sus traducciones, criterio que seguimos en nuestras versiones de los textos de GK.

2. Una dificultad menor procede de mencionar con muchísima frecuencia personajes -históricos o literarios- o lugares poco conocidos en España, pero muy populares en el mundo anglosajón en su época. Este problema se resuelve fácilmente con notas a pie de página, pero las distintas ediciones de las obras de Chesterton lo tratan de modo muy distinto: la mayoría ofrece esas notas del traductor con la adecuada explicación, pero algunas no realizan esa labor mínima de investigación, y se echa de menos. Las más de las veces, el traductor considera que algunos nombre merecen nota y otros no, lo que resuelve el problema sólo en parte. Por fortuna, son escasas las veces que el desconocimiento del personaje o lugar impide entender el sentido de la frase en cuestión, por lo que –salvo excepciones- es un problema menor.

3. La pequeña, pero necesaria sincronización con algunos temas de hoy. Chesterton vivió en el tránsito del siglo XIX al siglo XX: un cuarto de siglo en el primer caso y algo más de un tercio en el segundo. GK tuvo esa lucidez que se otorga a algunos grandes observadores de la Modernidad: Friedrich Nietzsche, Charles Baudelaire, Georg Simmel, Walter Benjamin… Con poco más de un siglo, estos autores tuvieron el don de advertir –en determinadas manifestaciones de su época, a veces muy sutiles- lo que un siglo después sería la plenitud de la Modernidad, que algunos denominan Postmodernidad. Nuestro Chesterton se encuentra en este reducido grupo de clarividentes. Sin embargo, como es lógico, a veces hay referencias que precisan una cierta sincronización, que es la palabra que utiliza García-Máiquez (prólogo a La superstición del divorcio) para referirse a las aclaraciones conceptuales: el papel de la mujer, la cuestión de los judíos, cierta consideración de los pobres… Para solventar estas cuestiones y algunas otras que exceden este plano, abriremos una página completa que se llame Dificultades y enigmas, porque puede sorprender cómo es posible que un tipo tan agudo como GK sostuviera que era mejor para la mujer no acceder al sufragio. Pero también hay otras cuestiones que suscitan igual interés: la crítica a los optimistas -pues él lo era- o la defensa de un mundo eminentemente agrario por parte de un gran urbanita, como de hecho era el propio Chesterton.

4. El estilo, a veces denso y barroco, y de apariencia desorganizado (aparentemente, porque GK sabe siempre perfectamente dónde quiere llevarnos). Lleno de brillantes ideas y paradojas sorprendentes, agudo como él solo, pero al mismo tiempo, haciéndonos recorrer territorios impensables para el lector, que producen tanta satisfacción como desconcierto. Esto ocurre en determinados textos más largos, que hacen de muchos de sus ensayos tan brillantes como de difícil comprensión. Por eso mismo, merece una página completa, además de las entradas que ya existen en el blog, dedicadas a eso. En cualquier caso, no olvidemos que GK es ante todo un artista: quiso ser pintor, aunque al final se decantó por la escritura. Sus escritos de crítica de la cultura son brillantes, porque siente lo que sentían los artistas, pues era las dos cosas a la vez. Parte del estilo es lo que hemos llamado chestertonadas, expresiones formales o conceptuales típicas de GK: no son sólo las paradojas, sino otras muchas expresiones. Pueden gustar o no, desde luego, no dejan indiferente. Hay muchas en la etiqueta correspondiente, y algún día llegará su estudio sistemático.

5. El método de GK está estrechamente relacionado con su estilo en términos de presentación -que ya sabemos enrevesado-, aunque ahora me refiero menos a la forma en que lo dice que a la manera en que funciona su cabeza, en sentido filosófico: qué argumentos utiliza y cómo los construye, de qué manera llega a sus conclusiones. Como el método en sí no es un problema propiamente dicho. Así que ahora se trata simplemente de anunciar una página propia: aprender a pensar como GK es uno de los objetivos del blog. No sé hasta qué punto estarían de acuerdo conmigo los filósofos, pero yo veo al mejor Chesterton filósofo en la importantísima cuestión del método de acceso a la realidad. GK no trató de realizar grandes aportaciones teóricas, sino aplicables a la vida cotidiana, a una forma de ver el mundo, que –estoy convencido- todos podemos aprender.

6. Los conceptos fundamentales de GK tampoco suponen un problema realmente, antes al contrario, pues en cuanto se le conoce un poco más, nos damos cuenta de que el universo conceptual de GK es relativamente reducido, en contraste con la inmensa cultura: llega un momento en que vemos las ideas y los conceptos fundamentales de Chesterton en cada línea y, al relacionarlo con todo lo demás, se entiende mejor y se disfruta aún más, porque sabemos cómo encaja esa pieza en el gigantesco rompecabezas que compuso con sus escritos. Pero, con GK sucede lo que se dice a veces de los escritores, que escribieron un único libro. La idea de esta página sería, por tanto, unir y definir brevemente los conceptos en un marco, y glosarlos en las entradas del blog, donde se vea cómo los usaba de hecho.

Instrucciones para leer a GK

«Antes de leer a Chesterton, debemos saber lo siguiente: no escribe como cualquier otro escritor. Ten­dremos que arrojar por la borda gran parte de nuestras expectativas y leerlo en sus propios términos. Nos hará reflexionar. Nos asustará. Podría frustrarnos y poner a prueba nuestra paciencia. Habrá momentos en los que parezca insustancial, sin llegar a ningún lado o yendo a todas partes a la vez, y entonces, como un búho, se lanza­rá en picado sobre una conclusión, dejándonos impresionados. De pronto, entenderemos que nada de lo que había dicho era irrelevante».

Cuando encontré estas palabras de Dale Ahlquist (2006, p.27), uno de los mayores especialistas mundiales en GK, pensé con alivio que no era yo el único en tener dificultades en la lectura de las obras de Chesterton. Lo curioso es que habitualmente no se escriben cosas así: los admiradores admiramos mucho a GK y tratamos de que otros lo lean. Pero duele tener que admitir que no siempre obtenemos éxito en nuestro intento de difundir los placeres de encontrarse personalmente con GK: incluso algunas personas han utilizado el adjetivo es insufrible, y reconocemos que a veces cuesta mucho. Como contrapartida, son innumerables los que plantean la sorpresa y el gozo del encuentro con un autor tan original, por ejemplo, Guillermo Cabrera Infante en un texto reseñado ya en el Chestertonblog.

Y uno mismo, como Ahlquist, a veces se desconcierta en alguna de sus páginas, aunque no sea grato reconocerlo y se enfade con el maestro. En un momento determinado pensé realizar estas instrucciones –expresadas como un elenco de dificultades-, para ayudar a evitar las frustraciones de las que habla Ahlquist. Son varios puntos, y he seleccionado un orden porque no había más remedio, pero pueden leerse en otro cualquiera, y más aún en esta época nuestra caracterizada por los hipervínculos. Quiero pensar que GK hubiera sonreído al leerlas, al reconocerse identificado con un medicamento, que viene acompañado de prospecto.

Hemos identificado algunas dificultades, que voy a glosar con extensión diferente, puesto que algunas han sido tratadas en el blog –incluso con su propia página- y otras lo serán en su momento. Pero va siendo hora de citar algunas palabras del propio Chesterton, y nos vendrán bien éstas, pertenecientes a The Resurrection of Rome (citado por L.D. González): «Sé bien que la impresión general que producirá este libro es que yo no puedo hablar acerca de algo sin hablar acerca de todo. Es un riesgo que debo aceptar pues es un método que defiendo».

Para no hacer más larga la entrada, continuaremos mañana con el listado de las dificultades… por lo menos de las que hemos encontrado nosotros.

Chestertonadas para hacerse entender

Chesterton escribió siempre para el hombre corriente, de cultura media pero no intelectual o especialista. Quería llegar al público y lo intentó a toda costa. Por eso, forma parte de su método poner ejemplos continuamente, aunque a veces llegue a extremos exagerados o peregrinos, que sin embargo, conforman su estilo inconfundible.

En el capítulo inicial de El hombre eterno (01-11), plantea la necesidad de ver las cosas como si fuera la primera vez. Para lograrlo, describe la sorpresa de nuestros antepasados cuando encontraron ese animal monstruoso que posee «una cabeza menuda sobre un cuello largo y ancho, como el rostro de la gárgola que asoma sobre el canalón» y «una poblada cresta se extiende sobre su pesado cuello, como una barba en lugar equivocado». Tras pensarlo un rato, acabamos por reconocer al caballo, pero para entonces Chesterton ya ha conseguido que deje de sernos familiar y lo veamos tal como es, con su cuello realmente más ancho que la cabeza y crines que lo distinguen de otros animales. GK ha conseguido su propósito y a partir de ese momento, podemos empezar a entender lo que nos quiere decir.

Chestertonadas como ésta configuran su estilo inconfundible, pero la clave no está en el ejemplo, sino en lo que nos quiere hacer ver: que nos hemos acostumbrado de tal manera a una visión del mundo que nos impide advertir la realidad con ojos verdaderamente objetivos. Una cosa más: quizá el método es poco ortodoxo para el mundo académico, pero hay que señalar que esto es lo que tratan de hacer los sociólogos del conocimiento, una de las ramas más complejas de la sociología.

‘Hay emoción, hay brandy, pero no alimento’: la genial comparación de GK entre bebidas e ideologías

El siguiente fragmento pertenece al magnífico estudio que GK dedicó a William Blake, pintor y poeta inglés (1757-1827). Aunque pasó sin pena ni gloria en su tiempo, Blake es hoy considerado un extraordinario artista total.  La compleja personalidad del poeta y su obra –¿loco? ¿místico? ¿inspirado?– hace surgir en Chesterton la hipótesis del espiritismo, lo que genera los siguientes párrafos, que -como sucede habitualmente en GK- trascienden la situación concreta:

Ser un místico no supone perjuicio alguno para la salud; pero sí puede haber algún peligro para ella en ser un espiritista. Resultaría un paupérrimo juego de palabras decir que la afición a los espíritus es mala para la salud; pero no obstante, por extraño que parezca, es aunque un pobre juego de palabras un perfectamente correcto paralelo filosófico. La diferencia entre tener una verdadera religión y tener simple curiosidad por las maravillas de la física es una diferencia verdaderamente similar a la que hay entre beber cerveza y beber brandy, entre beber vino y beber ginebra. La cerveza es tanto un alimento como un estimulante; y así la religión positiva es un consuelo tanto como una aventura.
Cualquier hombre que bebe un vino concreto lo hace porque es su vino predilecto, sea por el placer de paladearlo, o por ser de la cosecha de su propia viña. Cualquier hombre que simplemente bebe alcohol lo hace porque es un alcohólico. Así también cualquier hombre que invoca a sus dioses ya por su bondad o ya porque simplemente son buenos de algún modo para él; por ser los ídolos que protegen a su tribu o los santos que bendijeron su nacimiento. Pero los espiritistas invocan a los espíritus simplemente porque son espíritus; requieren a los fantasmas simplemente por su condición fantasmal.
A veces me dejo llevar por la idea para mí muy querida de que los credos de los hombres podrían tener su paralelo y ser representados por sus bebidas. El vino podría representar al genuino catolicismo y la cerveza rubia al genuino protestantismo; pues estas son al menos auténticas religiones, que consuelan y reconfortan. El claro y frío agnosticismo sería agua clara y fría, cosa excelente, para quien pueda conseguirla.
Muchos de los modernos movimientos éticos e idealistas bien podrían ser representados por la soda, por su mucho ruido y pocas nueces. La filosofía de Mr. Bernard Shaw sería idéntica al café solo, que despierta pero no llega a inspirar de veras. Y el moderno materialismo higiénico sería muy parecido al chocolate, pues no me es posible expresar mi desprecio en términos más concentrados y fuertes.
A veces, aunque muy raramente, es posible encontrarse con algo que en verdad podría compararse con la leche, una antigua y bárbara dulzura, una misericordia terrenal aunque constante –la leche de la generosidad humana. Podréis encontrarla en unos pocos de los poetas paganos y en unas cuantas fábulas antiguas; pero en todas partes se encuentra en proceso de extinción.
Ahora bien, si adoptamos esta misma analogía en pro de nuestro argumento, regresaremos sin duda al pésimo juego de palabras; concluiremos que la afición al espiritismo es muy similar a la afición a los alcoholes de alta gradación. El hombre que bebe ginebra o alcohol desnaturalizado lo hace únicamente porque eso lo sitúa por encima de la normalidad; así el hombre que utiliza tablas o güijas para invocar a seres sobrenaturales los invoca simplemente por su condición sobrenatural. Desconoce si son buenos o sabios o si pueden servirle de alguna ayuda. Sólo sabe que desea a la deidad, pero ni siquiera sabe si le gusta. Intenta invocar a un dios sin adorarlo. Le interesa todo aquello que pueda averiguar al tocar la existencia sobrenatural; pero en realidad no le invade la alegría de sentirse junto al rostro de un amigo divino más de lo que verdaderamente podría alegrar a cualquiera el sabor del alcohol desnaturalizado. En tales investigaciones físicas, para decirlo en pocas palabras, hay emoción, pero no satisfacción emotiva; hay brandy, pero no alimento.

El fragmento procede de la edición de William Blake realizada por Espuela de Plata, pp.133-135. La traducción es de Victoria León.

El cochero extraordinario, y 3: estilo, método y filosofía de GK

El relato de El cochero extraordinario no se va de mi cabeza: de cómo el despiste de un cochero puede hacer sacudir los cimientos del mundo saca GK un conjunto de reflexiones, que -consciente de mi reiteración- enumero a continuación, pues deseo profundizar en voz alta en la manera de trabajar de Chesterton.

Está claro que es su modo de expresar su filosofía, la filosofía. No es exactamente el de Platón y Sócrates… pero tiene un aire, quizá interrumpido o demasiado adornado por los elementos poéticos y narrativos. Pero en este ensayo-relato ha debido quedar claro que estamos hechos para tener respuestas, pues la actitud de búsqueda es temporal, mientras encontramos el camino de la verdad a través de la realidad de las cosas, que nos conduce a algunas conclusiones. Si no llegamos a cerrar la boca sobre algo sólido, estaríamos perdiendo el tiempo:

-Es contradictorio decir que es intelectualmente imposible tener certidumbre.
-El problema de los escépticos parece ser el futuro, pero la verdadera cuestión mira al pasado: ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa?. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una imagen? Esta reflexión es brillante, no sólo plantea el problema del tiempo vivido, sino que se introduce en cuestiones de teoría del conocimiento y psicología.
-La solución está en tanto en la voluntad –no quiero ser un lunático– como en la experiencia –le repetí que en realidad le había alquilado en la esquina de Leicester Square-. Esto es una interpelación para todos: ¿qué camino queremos elegir? ¿sabemos de verdad qué caminos hay ante nosotros?

No creo que con estas reflexiones consiga hacer que GK entre en la academia como tal filósofo; Tan sólo quiero conseguir mi viejo objetivo: descubrir y aprender el método de GK: ver en cada momento la enorme repercusión de la minucia que tengo delante, y mostrarla a otras personas.

Otra cosa es que no he querido utilizar la clásica expresión de fondo y forma, sino método, estilo y filosofía. Quizá es una metodología provisional de trabajo, pero nos permite distinguir:

  • Cómo funciona su mente.
  • Qué ideas tiene.
  • La manera que tiene de exponerlas.

El cochero extraordinario, 2

Nos quedamos el otro día con la boca cerrada, tras apresar un buen filete de metafísica chestertoniana, y tras el almuerzo con los mejores amigos de Chesterton, en una discusión sobre la posibilidad o no de la existencia de certezas, sobre todo, con la paradójica certeza de la inexistencia de certezas. Nos preparábamos así para encontrarnos con El cochero extraordinario, cuyo texto completo –incluyendo la versión inglesa- puede encontrarse en la página Textos de GK. Continuamos por tanto, con el texto (Enormes minucias, cap.V):

Bueno, pues cuando la discusión llegó a su término, o por lo menos cuando la dimos por terminada (porque terminar no terminaría nunca), salí a la calle con uno de mis compañeros, que en la confusión y relativa demencia de unas elecciones generales había, no se sabía cómo, resultado elegido miembro del Parlamento, y fui con él en un cab desde la esquina de Leicester Square hasta la entrada reservada a los miembros de la Cámara de los Comunes, donde la policía me recibió con tolerancia perfectamente desacostumbrada. Si el policía supuso que mi amigo era mi loquero, o si supuso que era yo el loquero de mi amigo, es una discusión entre nosotros que dura todavía.

Es indispensable guardar en esta narración la más extremada exactitud en los detalles. Después de dejar a mi amigo en la Cámara, continué en el cab unos cuantos cientos de yardas hasta una oficina en Victoria Street, donde tenía que hacer una visita. Luego salí y ofrecí al cochero una cantidad mayor de la correspondiente según tarifa. La miró, pero no con hosca duda y general disposición de comprobar si estaba bien, que no es cosa inaudita entre cocheros normales. Pero aquel no era un cochero normal, quizá no era ni siquiera un cochero humano. Miró las monedas con asombro apagado e infantil, con toda evidencia auténtico.

—¿Se da cuenta, señor –dijo–, de que solamente me da un chelín y ocho peniques?
Manifesté, no sin cierta sorpresa, que sí, que lo sabía.
—¿Y no sabe, señor –dijo del modo más amable, razonable, suplicante–, no sabe que esa no es la tarifa desde Euston?
—¿Euston? –repetí vagamente, porque la palabra me sonaba en aquel momento como me hubiera sonado ‘China’ o ‘Arabia’–. ¿Qué diablos tiene que ver aquí Euston?
—Usted tomó el coche precisamente a la salida de la estación de Euston –empezó el hombre a decir con precisión asombrosa–, y luego usted me dijo…
—Pero, ¡por el Tártaro tenebroso!, ¿qué está usted diciendo? –dije con cristiana paciencia–. Yo tomé el coche en la esquina sudeste de Leicester Square.
—¿Leicester Square? –exclamó, perdiéndose en una catarata de desprecio–; ¡si no hemos estado en todo el día cerca de Leicester Square! Usted tomó el coche a la salida de la estación de Euston y me dijo…
—¿Está usted loco, o lo estoy yo? –pregunté con científica calma.

Miré al cochero. Ningún otro, habitualmente falto de honradez, hubiera pensado en intentar una mentira tan sólida, tan colosal, tan original. Y aquel hombre no era un cochero falto de honradez. Si alguna vez un rostro humano fue tranquilo y sencillo y humilde, y tuvo grandes ojos azules protuberantes como los de una rana; si alguna vez (para no hacerme pesado) un rostro humano fue cuanto un rostro humano debe ser, ese era el rostro de aquel quejoso y respetuoso cochero. Miré arriba y abajo de la calle, parecía estar cayendo sobre ella un crepúsculo anormalmente oscuro. Y durante un instante, la añeja pesadilla del escéptico tocó con sus dedos mis nervios más sensibles. ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa? ¡Hay que ver los surcos monótonos en que se eternizan los escépticos que andan preguntando si tenemos una vida futura…! La cuestión realmente emocionante para el auténtico escepticismo es si tenemos una vida pasada. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una imagen? La oscuridad se acentuaba. El cochero me dio tranquilamente los más complicados detalles de los ademanes, las palabras, el complejo pero consistente conjunto de actos que habían sido los míos desde aquella memorable ocasión en que yo alquilé el coche a la salida de la estación de Euston. ¿Cómo podría yo saber (dirían mis amigos escépticos) que yo no le había alquilado a la salida de Euston? Yo me aferraba con firmeza a mi aseveración; él estaba igualmente firme aferrado a la suya. Era palmariamente tan honrado como yo y miembro, además, de una profesión mucho más respetable. En aquel momento el universo y las estrellas se separaron el grueso de un cabello de su equilibrio y los cimientos de la tierra se conmovieron. Pero por la misma razón que creo en beber vino, por la misma razón que creo en el libre albedrío, por la misma razón que creo en el carácter fijo de la virtud, razón que no puede expresarse sino diciendo que no quiero ser un lunático, continué creyendo que aquel honrado cochero se equivocaba; y le repetí que en realidad le había alquilado en la esquina de Leicester Square. Él comenzó con la misma evidente y ponderada sinceridad:

—Usted alquiló el coche en la salida de la estación de Euston, y dijo usted…
En aquel momento se produjo en sus facciones una especie de temerosa transfiguración de vívido asombro, como si le hubieran encendido por dentro como una lámpara.
—Hombre, le pido perdón, señor —dijo—. Le pido perdón. Le pido perdón. Usted alquiló el coche en Leicester Square. Ahora me acuerdo. Le pido perdón.

Y sin más, aquel asombroso cochero hizo sonar su látigo con un agudo chasquido y el coche arrancó. Todo lo transcrito es estrictamente verdad, lo juro ante el estandarte de San Jorge.

* * *

Dirigí la mirada hacia el extraño cochero mientras iba desapareciendo a lo lejos entre la niebla. No sé si estuve en lo cierto al imaginar que, a pesar de lo honrado de su cara, había algo ultraterreno y demoníaco en él visto de espaldas. Quizás había sido enviado para tentarme y apartarme de mi adhesión a aquellos sensatos principios, a aquella certidumbre que había yo defendido poco antes. En todo caso me produce satisfacción recordar que mi sentido de la realidad, aunque titubeó por un instante, había permanecido enhiesto.

Spoiler-Destripe, para los que les gusta analizar y releer las cosas de GK:

-Lo mejor de estos párrafos es que es la narración de una situación, que nos desconcierta –como tantas otras situaciones de GK- hasta que llegamos al final, y entendemos dónde -y sobre todo, cómo– nos quería conducir Chesterton.
-Aparecen las típicas digresiones de GK, como los comentarios sobre el amigo parlamentario y el loquero.
-Y está el diálogo con el cochero mismo, del que varias veces se plantean dudas sobre su naturaleza, un hálito de misterio: Pero aquel no era un cochero normal, quizá no era ni siquiera un cochero humano.
-Poesía y filosofía aparecen entremezcladas (con frase lapidaria incluida, a la que quito la cursiva): Miré arriba y abajo de la calle, parecía estar cayendo sobre ella un crepúsculo anormalmente oscuro. Y durante un instante, la añeja pesadilla del escéptico tocó con sus dedos mis nervios más sensibles. ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa? ¡Hay que ver los surcos monótonos en que se eternizan los escépticos que andan preguntando si tenemos una vida futura…! La cuestión realmente emocionante para el auténtico escepticismo es si tenemos una vida pasada. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una pintura? La oscuridad se acentuaba.
-Vuelve el meollo del problema: primero en el restaurante, ahora en mitad de la calle, hablando con un hombre de la calle: ¿podemos estar seguros de algo? Chesterton quiere -hay un acto de voluntad- aferrarse a la tradición de la filosofía realista: porque lo ha vivido, porque sus sentidos no le engañan –en contra de la tradición racionalista e idealista, desde Descartes a hoy, pasando por Kant-.
-Pero la duda que GK siente se expresa de modo terrible, hiperbólico, muy de su estilo: En aquel momento, el universo y las estrellas se separaron de su equilibrio el grueso de un cabello y los cimientos de la tierra se conmovieron. ¿No es eso lo que se sentimos cuando un gran problema de cualquier índole nos agobia? La sensibilidad de GK le hace comprender todo lo que está en juego.
-Chesterton se mantiene firme en su postura (y sólo cuando escribo esto -pues antes me pasó desapercibido- comprendo la importancia de la actitud de firmeza, que permite al cochero caer en la cuenta de que estaba en el error: es la actitud que Chesterton sostendría toda su vida, sirviendo de apoyo para muchos otros que vendríamos después): que no quiero ser un lunático.

-Y la maravillosa conclusión, que al atar finalmente todos los cabos –y asentar los planetas de nuevo sobre sus órbitas-, te hacen exclamar ‘¡éste es mi Chesterton de siempre!’: Dirigí la mirada hacia el extraño cochero mientras iba desapareciendo a lo lejos entre la niebla. No sé si estuve en lo cierto al imaginar que, a pesar de lo honrado de su cara, había algo ultraterreno y demoníaco en él visto de espaldas. Quizás había sido enviado para tentarme y apartarme de mi adhesión a aquellos sensatos principios, a aquella certidumbre que había yo defendido poco antes. En todo caso me produce satisfacción recordar que mi sentido de la realidad, aunque titubeó por un instante, había permanecido enhiesto.