Acabo de leer El poder y la gloria, famosa novela de 1940 del eterno candidato a premio nobel Graham Greene. Es sin duda una obra maestra, por la fuerza de su personaje principal –un sacerdote alcoholizado y errante, en el contexto de la persecución contra los cristianos en el México de 1930-, atormentado por su cobardía y atrapado entre el deseo de salvar la vida y la conciencia del valor de su ministerio de salvación entre la gente del pueblo.
En Escritores conversos (Ed. Palabra, 2006, p.179), Joseph Pearce menciona que Greene guardó siempre «el recuerdo de haber corrido tras Chesterton, con su gorra de colegial, para pedir un autógrafo al famoso escritor, que ‘avanzaba Shaftesbury Avenue abajo, como un galeón de Lepanto'». A pesar de las diferencias vitales y literarias existentes entre ambos, Greene conservó siempre el afecto hacia Chesterton: «En agudo contraste con la infantil inocencia de éste, el novelista tomó el sendero del hastío del mundo, a veces, rayano en la desesperación» (p.180). Pero siempre fue un punto de referencia para él: en una ocasión, Graham Greene dijo : «Tomemos como ejemplo a G.K Chesterton, que tan vistosamente describe la naturaleza. En sus páginas, un atardecer es prácticamente un cromo. […] Creo que yo veo el mundo en blanco y negro, con algún toque de color ocasional» (palabras recogidas por Marie-Françoise Allain, en The Other Man: Conversations with Graham Green, Londres, 1983, p.170; citado por Pearce, p.526). Esto no quita -desde luego- para que las obras de Greene sean poderosas, tal como hoy contemplamos esas fotografías en blanco y negro que les proporciona su fuerza y contraste inigualables.
Pero hubo aún más referencias, como recoge Pearce: «Detrás de esa atracción por Chesterton exista tal vez una razón psicológica más profunda, levemente esbozada en una entrevista publicada el 12 de marzo de 1978 en The Observer. En ella, Greene describe a Chesterton como ‘otro poeta infravalorado’ y lo compara con Eliot: ‘entre La balada del caballo blanco y La tierra baldía, si tuviera que renunciar a uno de ellos, no estoy seguro… bueno, ¡digamos que La balada la releo más a menudo!’. Es difícil imaginar una obra literaria que contraste más vivamente con los libros de Greene en el alegre e inocente bullicio de La balada del caballo blanco. Así que da la sensación de que Greene la releería periódicamente, como un antídoto o tónico reconstituyente capaz de ofrecerle una vía de escape a sus tenebrosas tierras baldías. Y aunque el hombre interior le impedía ver la realidad sino a través del cristal oscuro de su particular psicología, aquello le hacía capaz de ver la realidad con los ojos de alguien que descubría sus colores más vivos» (p.526).
A propósito de la mención de G. Greene en esta entrada, me atrevo a recomendar que veáis la película, si mal no recuerdo, titulada «El fugitivo» (1948) dirigida por John Ford, y a mi parecer con una memorable interpretación de Henri Fonda, en el papel de sacerdote atormentado. Construida sobre la novela «El poder y la gloria» de Graham Greene, merece la pena buscarla y verla.
En 1961, la cadena norteamericana CBS realizó otra versión con Laurence Olivier en el papel del cura fugitivo. A Greene no le gustó nada que suprimieran el desenlace final de la novela, cuando otro sacerdote -también de nombre desconocido- llega al mismo territorio para sustituirlo.
Greene veía al sacerdote -a todos- como un héroe dedicado a su misión, y por eso al protagonista de ‘El poder y la gloria’ le atormenta tanto haber tenido una hija. En el fondo, la sociedad lo reconoce igual: por ejemplo -y moviéndonos en otro plano- Spiderman siempre vive enamorado de Mary Jane, pero sabe que su cometido le impide estar con ella. Y así, la mayoría de los superhéroes: la sociedad es capaz de entender el heroísmo de una vida dedicada a una misión, aunque estén presentes las debilidades humanas…