El sándwich del Padre Brown

Algunas manifestaciones de impotencia resultan tiernas, sobre todo si están expresadas con belleza. Lo descubrí al leer a d´Ors, que acaba uno de sus poemas con ese melancólico

«y todo para nada: para acabar sabiendo
lo que siempre he sabido: que los versos más míos
los han escrito siempre otros poetas».

Eso le pasa al poeta, que vuela persiguiendo palabras, y nos pasa también a los lectores que recorremos a pie la prosa. Ya hay mucho y bueno que ha sido dicho. ¿Queda, pues, algo que añadir? Intuyo que sí, pero a veces esa intuición se diluye… y desaparece.

"Dudo que ninguna verdad pueda contarse si no es en una parábola"

«Dudo que ninguna verdad pueda contarse si no es en una parábola»

Lo anterior viene a cuento de un artículo sobre nuestro querido Padre Brown. En 2011, con motivo del primer centenario de la aparición de los relatos del genial cura de Norfolk, Ian Boyd dio una conferencia que luego publicó The Chesterton Review en español bajo el título ‘Las parábolas del Padre Brown’.

Boyd explica que estos relatos de Chesterton tienen «poco contenido religioso obvio» -no como sucede en otras obras de GKC, como, por ejemplo, Ortodoxia o El hombre eterno, que son trabajos evidentemente ‘religiosos’-; que estos relatos son «historias terrenales con significado celestial», y que, en fin, existe en ellos un significado más profundo que hace de esa historias algo más que un cuento policial. Ese significado más profundo es el «sentido religioso». Boyd lo explica así:

«El fin de los cuentos policiales siempre ha sido ser una distracción de las preocupaciones de la vida cotidiana. En lo que a este objetivo respecta, las historias de Chesterton fracasan. Como dijo Ronald Knox, el lector tiene motivos para quejarse de que Chesterton introduce de contrabando en sus historias las mismas preocupaciones que el lector está tratando de olvidar. En palabras de Knox, en estas historias hay—por así decirlo— ‘demasiado relleno en el sándwich'» (p.70).

Estoy de acuerdo con Boyd, y lo he comprobado al leer El martillo de Dios, uno de los relatos que conforman El candor del Padre Brown.

La presentación de dos de los protagonistas del relato (los hermanos Bohun) no tiene desperdicio. Uno de ellos (Wilfred) es un reverendo piadoso. El otro (Norman) es un coronel festivo, ni mucho menos devoto y que confiesa que siempre coge el sombrero y la mujer que tiene más cerca. El primero gusta de la soledad y de la oración secreta (a menudo lo encontraban arrodillado no ante el altar, sino en lugares más peculiares, en las criptas, en la galería o incluso en el campanario); el segundo, prefiere las copas en ‘El jabalí azul’ y una desmedida persecución del placer.

La tranquilidad del pueblecito se ve alterada por un asesinato. Sólo puedo (o, más bien, debo) decir eso. Poco importa ahora, de todos modos, quién muere, de quién se sospecha (no hay verdadero cuento policial sin un puñado de personajes razonablemente sospechosos) y, en fin, quién y por qué perpetró el crimen. El «demasiado relleno en el sándwich» viene por otro lado. El Padre Brown vuelve a sorprender por su objetivo y por su método.

El Padre Brown no soluciona los casos para, sin más, presentar al culpable ante la Policía. Eso está bien para Sherlock Holmes, por ejemplo, o para otros sabuesos de su estilo. El Padre Brown no es así; él quiere más. El Padre Brown quiere la conversión del delincuente (¡que se lo pregunten a su amigo Flambeau!). Al Padre Brown no le sirve la desaparición del criminal confeso. Quiere que el criminal confeso reviva, que se rehaga. Por eso evita, por ejemplo, el suicidio del asesino. Él no es un hombre de acción, pero, llegado el caso, interviene con prontitud. Así pasa en El martillo de Dios:

[X, el culpable] pasó una pierna por encima del parapeto, y al instante el Padre Brown le sujetó por el cuello del abrigo.
-Por esa puerta no -le advirtió amablemente-, esa puerta conduce al Infierno.

No se puede hacer mejor el bien, y hacerlo, además, con una elegancia más inglesa (le advirtió «amablemente»). Nada es brusco en el Padre Brown.

Ese objetivo no se consigue de cualquier modo. El fin alumbra el método. El Padre Brown no utiliza sofisticados instrumentos, cachivaches originalísimos o máquinas de última generación. La verdadera nueva tecnología es el uso de la razón y el conocimiento del alma humana (pasiones, inquietudes, zozobras varias). Horas de confesionario y de oración. Horas de silencio que superan la tiranía de cualquier medio técnico. En El martillo de Dios, el culpable no sale de su asombro y se desespera:

-¿Cómo sabe usted todo eso? -gritó-. ¿Acaso es usted un demonio?
-Soy un hombre -respondió gravemente el Padre Brown-, y por tanto tengo todos los demonios en mi corazón.

Una página después, el desesperado asesino se entrega a la Policía. El relato no dice más, porque no hace falta. La confesión del asesino propicia un arranque de arrepentimiento y presumimos un principio de conversión.

No es extraño, pues, que cada una de las apariciones de este párroco discreto vayan mucho más allá del mero entretenimiento. El mal no tiene por qué persistir. Todos podemos cambiar; siempre estamos a tiempo. No hay maldad sin remedio. El propio Padre Brown reconoce que tiene todos los demonios en su corazón.

En relatos así, Chesterton introduce de contrabando las cuestiones que en verdad importan y que constituyen el relleno de nuestras vidas. Estas historias tienen, por tanto, mucha miga. El sándwich del Padre Brown no se come de un solo bocado.

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7 Respuestas a “El sándwich del Padre Brown

  1. Me asombra la figura del Padre Brown: ¿Quién es capaz de decir hoy día «soy un hombre -respondió gravemente el Padre Brown-, y por tanto tengo todos los demonios en mi corazón»? El que diga eso es tachado de loco. Hoy no nos arrepentimos de nada, puede haber equivocaciones, pero ¿el mal? El mal no existe. Hitler fue el último demonio. Hay corrupción, avaricia, dolor en el mundo de hoy, pero son factores estructurales: cuando cambiemos la sociedad, cuando todo el mundo tenga acceso a la educación, cuando mande la ley, entonces reinará el orden y la paz.
    No en vano Chesterton comienza Ortodoxia hablando del pecado, del mal que existe dentro de uno. Pero ¡cuánto cuesta reconocerlo! ¡Cuánto cuesta luchar!

  2. Muchas gracias por los comentarios. Veo que esto del «sándwich» (¡gracias por la imagen, R. Knox!) empieza a dar juego… y espero que no nos indigeste.

    Creo, Socabit, que das directamente en el clavo. En el mismísimo origen del Padre Brown -en las circunstancias que llevaron a Chesterton a crear este personaje- está la cuestión del mal, que indudablemente existe (como bien le mostró entonces a GKC el discreto y sabio Padre O´Connor).

    • La otra parte es la misericordia del Padre Brown, cuando trata de evitar que el otro vaya al infierno. Los detectives y la gente piden justicia, el sistema penitenciario desea -al menos de palabra- la reinserción, sólo el P. Brown ve más allá, buscando la salvación. Qué raro suena todo estoy hoy día: ¿es un lenguaje anticuado, son ideas anticuadas? Desde luego, tengo claro que una cosa es la verdad y otra cómo se percibe en el tiempo: en esto de la sociología del conocimiento, Chesterton era un maestro. Pero esta incapacidad de la gente para no ver más allá de sus narices me recuerda el prólogo de ‘el acusado’, reseñado en el blog: diles dónde está la felicidad, que tomarán el camino contrario.

  3. En esta deliciosa entrada quiero destacar dos cosas que especialmente me satisfacen. En primer lugar, el pensamiento en forma de verso de D´Ors al que me gusta dar la vuelta – ya que hay tantos autores como lectores- en el sentido de que las palabras de los otros son mis palabras. ¿O no es así cuando aprendemos un tema o una lección escrita por otro, que se diluye en el tiempo y se enraíza en nuestro conocimiento como propio? Y, en segundo término, la lección que siempre nos da GkC, sea cualquiera que sea su escrito, que no es otra que la redención en el arrepentimiento.

  4. Tanto es así, Socabit, que el Padre Brown -hombre pausado, por lo general- interviene y sujeta al suicida por el cuello del abrigo. Es fácil condenar (sobre todo si se trata de un criminal confeso); lo difícil -lo que Dios hace, como bien sabe el Padre Brown-, el verdadero reto es la misericordia. Ni el mal ni la misericordia me parecen ideas anticuadas. Son ideas inevitables. Aunque la libertad permita, claro, tomar el camino contrario… también a Dios gracias, por paradójico que suene.

  5. Gracias por darle la vuelta a la idea de d’Ors, Pickwick. Me parece un método muy chestertoniano: al mirar el mundo boca abajo, se da uno cuenta de que es así como cobra sentido. Pongo por obra tu comentario y hago mías tus palabras.
    En cuanto a la idea de redención, nada más chestertoniano. Nada más entrañablemente cristiano, quería decir…

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