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‘Civilización y progreso’, de Chesterton

Hoy ofrecemos un texto de Chesterton procedente de la recopilación Cómo escribir relatos policíacos, publicada por Acantilado (2011, Cap.6º, pp. 33-37). La traducción es de Miguel Temprano, experto traductor de GK. Originalmente, apareció en el Illustrated London News, el 30.11.1912. Es un texto muy interesante porque muestra tres características importantes de Chesterton:

Herbert Spencer (Wikipedia)

Herbert Spencer (Foto Wikipedia)

1. Como cuestión de fondo, la idea de que la vida está en nuestras manos, y hemos de saber qué dirección tiene y dónde queremos llegar -frente al abstracto progreso.
2. Presenta a un Chesterton polemista que discute con los intelectuales de su época, tratando de profundizar en el sentido de su discurso y por tanto, de lo que está en juego: es un buen ejemplo del método de Chesterton, que podríamos denominar circular.
3. Como cuestión de estilo, es quizá uno de los textos imaginativos y –por lo mismo- más barrocos de nuestro autor, y también de los más divertidos. Por eso, hemos optado por colocar unos ladillos antes de cada ‘apartado’ que, al facilitar la lectura, ayuden a situarse en cada momento y no perder el hilo.

1ª definición de civilización

Creo que fue Herbert Spencer quien definió el progreso como el avance de lo simple hacia lo complejo. Es una de las cuatro o cinco peores definiciones de la historia, tanto desde el punto de la verdad impersonal como en cuanto a su aplicación personal.

El progreso, en el único sentido útil para la gente sensata, equivale sólo a un éxito humano, y es evidente que el éxito humano es un paso de lo complejo hacia lo simple. Cuando un matemático se sienta a resolver un problema aspira a dejarlo menos complejo de como lo encontró. El colono que se esfuerza por convertir una jungla en una granja combate, hacha en mano, la complejidad de la jungla. Si recurrimos a jueces para aplicar la ley es porque se trata de disputas muy enrevesadas y es preciso simplificarlas. No digo que siempre se consiga, pero ésa es la idea. Llamamos al médico para eliminar algo que él mismo llama a menudo «una complicación». Por lo general, el médico verdaderamente competente ve ante él algo que no entiende y deja tras él algo que todo el mundo comprende: la salud.

Ejemplos de su tesis: de lo complejo a lo simple

El verdadero genio técnico triunfa cuando logra hacerse innecesario. Sólo el charlatán trata de volverse indispensable.

El peluquero, por alguna oscura razón, pretende a menudo ser un charlatán, y lo mismo hace el detective, sobre todo cuando se cuela en una novela. Pero, si dejamos a un lado la exuberante prosopopeya de ambas profesiones para fijarnos en su propósito original, es posible aplicar la misma idea. El pelo no es más sencillo despeinado que cepillado: es mucho más complejo. Que prefiramos la cabellera enmarañada de un bárbaro al cabello repeinado de un hombre de la ciudad es una cuestión de gusto artístico, pero que lo último sea más sencillo es una cuestión de evidencia artística.

Es tan cierto como que el frontispicio del Partenón es más sencillo que la portada de la catedral de Ruán. Personalmente, prefiero la catedral de Ruán, aunque no querría llevar demasiado lejos el paralelismo de Ruán en materia de cabello. Me limito a señalar que el hombre de la ciudad es, en ese aspecto, inocente en el sentido más real: es transparente, claro y decidido. Vive una vida sencilla, igual que otros muchos malvados. En lo que se refiere a la pelambrera, es tan inflexible como el estoico. -Quizá haya quien diga que recuerda al gran estoico romano que dijo: ‘Habrá sido oportuna esta despedida’. 

Lo mismo ocurre con el gran detective, un tipo muy por debajo del dandi e infinitamente inferior a un artista como el peluquero. El atractivo del detective y de la curiosidad que despiertan las novelas detectivescas es que, aunque empiezan con algo tan apasionado y confuso como un crimen, todas se esfuerzan por terminar con algo tan obvio y desapasionado como la ley. Quienes, como yo mismo, hayan buscado buenos relatos detectivescos igual que un dipsómano busca la bebida, saben que ahí radica la auténtica diferencia entre el cuento legible e ilegible. Un mal relato de misterio se va haciendo más y más misterioso; uno bueno, es misterioso y cada vez lo va siendo menos. Una pisada, una flor extraña, un telegrama cifrado y un sombrero de copa aplastado nos intrigan no porque no tengan nada que ver, sino porque el autor tiene la obligación implícita de relacionarlos. Lo que nos intriga no es lo inexplicable, sino la explicación que todavía no hemos oído. Eso que llamamos arte o progreso: el avance de lo complejo hacia lo simple. 

La simplicidad es ambivalente

Por supuesto, la gente puede simplificar bien o mal. El ‘coaffeur’, con sus cepillos y sus tónicos, puede dejar el pelo liso y brillante para quien guste de llevarlo así, o, con los mismos cepillos y tónicos, causar una calvicie total, ciertamente una condición clara y desenmarañada para cualquiera. Es igual que cuando los detectives de la policía no consiguen imaginar un relato detectivesco creíble y terminan arrestando al primer desdichado que se cruza en su camino; sería injusto negar la simplicidad de dicha acción.

Esta segunda simplicidad, la simplicidad de la oscuridad, vuelve a ser una desdicha para Herbert Spencer, que era el sabio más calvo que jamás se ha visto, en todos los sentidos de la palabra. Si el progreso y la civilización son un avance nacido de la simplicidad, ciertamente él fue una reacción contra la barbarie. Los filósofos medievales a quienes tanto despreciaba pecaron a veces de excesivamente complicados. El ciertamente pecó por su excesiva crudeza.

Conozco a una señora, que combina la cultura heredada y el talento natural en un grado fuera de lo común, que, al hojear un libro de santo Tomás de Aquino, dio con un capítulo titulado ‘La simplicidad de Dios’ y pensó que sería un buen punto de partida. Poco después cerró el libro diciendo: «Caramba, si ésta es la simplicidad de Dios, quisiera saber en qué consiste su complejidad». Y es cierto que los medievales comprimían tanto sus pensamientos que apenas les quedaba sitio para explicar lo que significaban y menos aún para adornarlos. Eran mejores científicos que Huxley, pero no tan buenos periodistas. Ni tan buenos literatos.

2ª definición de civilización

Pero sigo inclinándome a recurrir a la pregunta que planteé la semana pasada, relativa a qué son en realidad el progreso y la civilización. Entonces sugerí una definición y, transcurrida una semana, sigue pareciéndome correcta. Dije que la civilización era la capacidad de volver a la normalidad. No es la capacidad de pasar de lo simple a lo complejo, aunque lo dijera Herbert Spencer. Ni tampoco la de pasar de lo complejo a lo simple, aunque lo haya dicho yo.

Es la capacidad de pasar a lo que se quiera cuando se quiera. La civilización es aquello que puede ser tan simple como se quiera sin perder la civilización y que puede ser tan civilizado como le plazca sin perder la simplicidad. No es nada tan horrible como una tendencia o una evolución, ni cualquier otra de esas cosas que no se detienen en ninguna parte, por la sencilla razón de que no van a ninguna parte.

La civilización no es un desarrollo. Es una decisión. Es la gente decidida la que se ha vuelto civilizada; es la gente indecisa, también conocida como escéptica, o los idealistas dubitativos los que han seguido siendo bárbaros.

¿Qué ocurre hoy?

Esa silenciosa anarquía que consume nuestra sociedad puede definirse así: una incapacidad de comprender que la excepción confirma la regla.

Que uno tenga vacaciones implica que trabaja; que un loco sea irresponsable implica que la gente es responsable; que uno llame al médico cuando está enfermo implica que no lo necesita cuando está sano; que se rebele contra la autoridad constituida implica que quiere constituir otra autoridad, y que vaya a la guerra implica que quiere firmar la paz. No es ni mucho menos necesario que la anarquía surja desde abajo, de la turba de los descontentos. Un gobierno puede ser anarquista, y una turba autoritaria. En nuestro caso, la anarquía es peor entre las clases dirigentes: su legislación se ha convertido en una especie de experimentalismo estúpido y confuso.

Estamos haciendo, como si fuesen meros tics nerviosos, cosas a las que nuestros padres recurrían sólo como remedios desesperados. Nuestros antepasados recurrían a las levas porque Napoleón estaba en Boulogne o Irlanda en armas contra ellos. Pero nosotros hemos caído en una especie de militarismo pacifista y mentecato: una idea nebulosa de que los patronos deben convertir a los empleados en reservistas, sin pararse a pensar si no los estarán convirtiendo en soldados.

No alcanzamos a entender que incluso los atajos deberían llevarnos a la carretera principal.

Primer análisis de ‘La increíble tendencia de los hombres a minusvalorar su felicidad’, de Chesterton

Cuanto más leo la Introducción a El Acusado, más me asombro de su profundidad. Dicen que existen textos seminales, es decir, que contienen en potencia toda la obra de un autor, y éste desde luego lo es. Abandono por ahora mi intención inicial de glosar aquí el perfil de GK como profeta para mostrar la riqueza del texto. Divido el análisis en dos entradas, que aun así serán largas, porque la única manera que se me ocurre de hacerlo es alternar comentarios a los párrafos.

La historia de Adán y Eva, por Miguel Ángel

La historia de Adán y Eva, por Miguel Ángel

En algunas mesetas infinitas como enormes planicies que hubieran cobrado alturas vertiginosas, pendientes que parecen contradecir la idea de la existencia de algo semejante al nivel y nos hacen advertir que vivimos en un planeta con un techo inclinado, encontraremos, de vez en cuando, valles enteros cubiertos de rocas sueltas y cantos rodados tan enormes como montañas rotas. Todo podría ser una creación experimental destrozada. Y a menudo es difícil creer que tales residuos cósmicos puedan haber sido reunidos más que por la mano del hombre.
La imaginación más templada y cockney ve el lugar como el escenario de alguna guerra de gigantes. Y para mí siempre se ha asociado a una idea recurrente e instintiva: el escenario de la lapidación de algún profeta prehistórico, un profeta mucho más gigantesco que los profetas posteriores como esos peñascos en comparación con simples guijarros. Aquel profeta habría pronunciado unas palabras –unas palabras que resultarían ignominiosas y terribles-, y el mundo, aterrorizado, lo habría enterrado bajo un desierto de piedras. El lugar sería el monumento de un antiguo terror.

El primero en hacer su aparición en escena es el Chesterton poeta, poeta en el sentido más amplio de la palabra: creador de imágenes y representaciones, que no se limita a una mera descripción del paisaje. Muy en su estilo exagerado y lleno de imaginación, ve en este planeta de techo inclinado los restos de una lapidación monumental –un antiguo terror-: la destrucción de un hombre, en un contexto de creación experimental destrozada. A través de estas expresiones poéticas, vemos ya su interpretación del mundo, que plasmará después en El hombre que fue jueves: la terrible lucha entre los seres humanos por vivir la vida, por descubrir su sentido, y que nos divide continuamente, aunque no seamos capaces de darnos cuenta de que estamos en el mismo bando.

Si continuáramos la fantasía, sin embargo, sería más difícil imaginar qué horrible anuncio o demencial representación del universo exigió aquella salvaje persecución, qué sensacional pensamiento secreto yace enterrado bajo esas piedras brutales. Pues en nuestro tiempo la blasfemia se ha desgastado. El pesimismo ahora es, evidentemente, como siempre fuera en esencia, más banal que la piedad. La irreverencia es ahora, más que afectada, meramente convencional. Maldecir a Dios es el Ejercicio 1 que figura en el manual de la poesía menor. E indudablemente no fueron esas pueriles solemnidades la causa de la lapidación de nuestro profeta imaginario en la mañana del mundo.

Ya apareció el GK sociólogo, el GK analítico y crítico con la modernidad: el desprecio a la religión, la banalidad del pesimismo, su tristeza intrínseca y generalizada… que encuentra su regusto en la maldición de lo sagrado. Pero igualmente encontramos al Chesterton más ingenioso: la verdadera causa del ajusticiamiento del poeta no pudo ser esa pueril solemnidad. Quizá esto escandalice a algunos bienpensantes tradicionales y guste a los políticamente correctos de hoy. Pero la clave de esta primera chestertonada se dirige a un pecado mucho más profundo: la incapacidad que tiene el ser humano de saber quién es y qué es lo que le rodea.

Si pesásemos el asunto en la impecable balanza de la imaginación, si tuviésemos en cuenta la verdadera pauta de la humanidad, nos parecería lo más probable que hubiera sido lapidado por decir que la hierba era verde y que los pájaros cantaban en primavera; pues desde el principio la misión de todos los profetas no ha sido tanto mostrarnos los cielos o los infiernos como, ante todo, mostrarnos la tierra. La religión ha tenido que proporcionarnos el más extraño y de mayor alcance de todos los telescopios –el telescopio a través del cual podemos ver la estrella que habitamos-. Para la mente y los ojos del hombre común, este mundo se halla tan perdido como el Edén o la Atlántida sumergida.

De pronto, Chesterton menciona la religión. Podría no hacerlo, pero es difícil encontrar un profeta sin un credo. El marxismo fue un credo: de ninguna otra forma pudo llegar a mover la voluntad de tanta gente. El laicismo antirreligioso actual actúa también como un credo: una convicción profunda con una cosmovisión que se considera en posesión de la verdad… o de la paradójica ‘absoluta imposibilidad de la verdad’, y que sólo puede existir en una sociedad postcristiana, pues como el mismo GK planteó El hombre eterno, sólo el cristianismo tuvo ese carácter militante entre las religiones antiguas. Pero me resisto a entrar en los profetas modernos…
Encontramos también ya una de sus paradojas: la religión es el telescopio a través del cual podemos ver la estrella que habitamos: es preciso irse muy lejos -ver las cosas con los ojos de Dios- para llegar a comprender nuestra propia realidad.
Sin embargo, lo más interesante es desarrollar la doble perspectiva rebelde de Chesterton: con los que no pueden soportar la religión y con los bienpensantes que tienen una idea fija de lo que ésta supone, marco estrecho que limita igualmente su pensamiento. Chesterton jamás fue conservador, al menos ni en sentido sociopolítico ni en sentido cultural: siempre fue él mismo, y tuvo la inteligencia y la valentía de reconocer el mérito de la ortodoxia sin ceñirse a lo ya establecido, sino extrayendo de la misma visiones nuevas y sugerentes.

Una extraña ley recorre la historia humana, y consiste en que los hombres siempre tienden a minusvalorar lo que les rodea, a minusvalorar su felicidad, a minusvalorarse a sí mismos. El gran pecado de la humanidad, el que la caída de Adán simboliza, es esta tendencia no a la soberbia, sino a una extraña y horrible humildad.

Y ahora nos encontramos con una nueva faceta de Chesterton, que no sé muy bien cómo calificar, si antropólogo o psicólogo (más centrado en los procesos mentales). Quizá las cosas a la vez, en este caso. Desde luego, GK irá construyendo una antropología desde el principio –basta pensar en ese otro texto esencial que es Nostalgia del hogar, anterior aún a éste. La chestertonada vuelve a hacer su aparición: tanto la cultura griega –mitos de Prometeo, de la caja de Pandora- como la cristiana –el relato de Adán y Eva- nos enseñan que el principio de nuestros males estuvo en el deseo de ser como dioses. El mundo moderno, que comienza en el Renacimiento y se expande en los siglos XIX y XX, constituye la materialización de ese afán: ser nuestros propios dueños, controlarlo todo, dominarlo todo.
Pero GK tiene el atrevimiento de sugerir que es al contrario: nuestro pecado es por exceso, sino por defecto, pues no sabemos valorar lo que nos rodea: en nuestra osadía, no somos capaces ni de valorarnos adecuadamente a nosotros mismos. Chesterton arremeterá en Ortodoxia contra el hombre que confía en sí mismo, paradigma del ser humano moderno. Nada más lejos de la realidad e incluso de su propia conveniencia, porque hay una realidad más grande FUERA de nosotros mismos que dentro, y que hemos de saber apreciar:

Este es el gran pecado, el pecado por el que el pez se olvida del mar, el buey se olvida del prado, el oficinista se olvida de la ciudad y cada hombre, al olvidar su propio entorno, en el sentido más completo y literal, se olvida a sí mismo. Este es el verdadero pecado de Adán, y se trata de un pecado espiritual. Es extraño que muchos hombres verdaderamente espirituales, como el general Gordon, se hayan pasado las horas especulando sobre la exacta ubicación del Jardín del Edén, pues lo más probable es que aún sigamos en el Edén. Sólo son nuestros ojos los que han cambiado.

Presentación de ‘El acusado’, de Chesterton

El primer libro de ensayos de Chesterton es de 1901 y se llamó El acusado (The defendant, publicado en España por Espuela de Plata, 2012), una selección de 16 artículos publicados en The Speaker -el medio que lo hizo saltar a la fama- con el hilo común –ya suena muy chestertoniano- de defender lo GK consideraba amenazado o desprestigiado.

Portada de la edición de 1901

Portada de la edición de 1901

Mañana domingo publicaremos la introducción a la primera edición. Aunque las primeras ediciones suelen ser las más cotizadas por los coleccionistas, en este caso se da más valor a la segunda, de 1903, porque Chesterton añadió una Defensa de una nueva edición que completó la pieza para siempre en sus 18 ensayos definitivos.

En el libro se defienden las novelas baratas, las promesas arriesgadas –que ya apareció en el blog-, los esqueletos, las novelas de detectives, la humildad, los planetas, los niños, la jerga, las cosas feas o la publicidad. En suma, un elenco muy característico.

Como dice Luis Daniel González en Bienvenidos a la fiesta, «son un intento de ver la cara positiva de realidades que, con frecuencia, se critican; y, al mismo tiempo, de mostrar cómo, con frecuencia, lo que se critica no es lo que verdaderamente merece ser criticado». Como siempre, GK toma partido por las cosas populares y débiles, frente a lo snob o la pretendida superioridad: ya aparece ese talante caballeresco que le hace situarse al lado del que más lo necesita. Y esto, por dos razones: la primera por defender esas cosas por sí mismas. Pero también por los demás, es decir, por nosotros, para hacernos ver el valor de las cosas a las que nos hemos acostumbrado y por tanto, dejado de apreciar. Esta explicación se halla en la Introducción que hemos seleccionado.

Hemos comenzado a realizar una serie de perfiles de Chesterton: en el texto de mañana vamos a encontrar dos: el caballero de las causas perdidas –no en vano escribió en 1927 la novela ‘El retorno de D. Quijote», y el profeta, esa persona perennemente inconformista y mal considerada por los demás: La persona que verdaderamente está en rebelión es el optimista, que por lo general vive y muere en un permanente esfuerzo tan desesperado y suicida como es el de convencer a los demás de lo buenos que son. Y para demostrarlo, tomo prestado de nuevo a L.D. González otro fragmento, de Defensa de la heráldica, en el que «habla de lo que se ha perdido con la desaparición del colorido propio de un mundo aristocrático y con la llegada del igualitarismo ramplón, en el que al ciudadano común no se le dice eres tan bueno como el duque de Norfolk sino que, con una fórmula supuestamente más democrática, se le contenta con un el duque de Norfolk no es mejor de lo que tú eres”.

Dicen que los grandes genios han realizado su principal aportación antes de los 26 años, y se pone como ejemplo a Einstein, que tenía esa edad cuando formuló su famosa ecuación de la relatividad. Pues bien: Chesterton tenía 26 cuando –al realizar la recopilación de textos- escribió la Introducción, que considero parte de los textos más importantes de GK. Dale Ahlquist parece opinar lo mismo cuando afirma «Chesterton, como Atenea de la cabeza de Zeus, emergió completamente formado y listo para la batalla. Estos dieciséis ensayos no sólo marcan el tono del resto de ensayos que escribiría, sino que revelan la plenitud de pensamiento de la que haría gala toda su vida».

Mañana domingo, la IntroducciónEl acusado.

‘Ciencia y religión’: Un poco más de rigor, por favor. Firmado, Chesterton

Tenemos el honor de incluir, por primera vez en el Chestertonblog, una estupenda traducción de un texto de Chesterton, que nos ha sido enviada por Carlos D. Villamayor, para nuestra sección de textos completos de los domingos. Pertenece a All things considered (1908), y no existe -que yo sepa- traducción al castellano, por lo que el texto sería una primicia que ofrecemos en el blog.

Es una irónica y aguda llamada al rigor lógico y metodológico, una de las obsesiones -si puede llamarse así- de nuestro escritor a algunos fragmentos de un libro. Desde luego, GK no pretende resolverlo todo en 1000 palabras, tan sólo algún detalle que le llama la atención. Lo asombroso, es que aún hoy hay divulgadores -y algunos muy populares- que comparten las ‘conclusiones’ que GK critica en este texto.

Ciencia y religión

Estos días se nos acusa de atacar a la ciencia porque queremos que sea científica. Seguramente no hay ninguna falta de respeto en decirle a nuestro doctor que es nuestro doctor, no nuestro sacerdote, ni nuestra esposa o nosotros mismos. No es tarea del doctor decir que debemos ir a la costa; es asunto suyo decir que habrá ciertas consecuencias en nuestra salud si vamos a la costa. Después de eso, obviamente, nos toca decidir a nosotros.

La ciencia es como una simple suma: o es infalible o es falsa. Mezclar ciencia y filosofía sólo produce una filosofía que ha perdido todo su valor ideal y una ciencia que ha perdido todo valor práctico. Quiero que mi médico de cabecera me diga si éste u otro alimento me matará. Le toca a mi filósofo de cabecera decirme si debo morir.

Me disculpo por afirmar todas estas verdades tan obvias. Pero la verdad es que acabo de leer un grueso folleto escrito por un grupo de hombres altamente inteligentes que parecen nunca haber escuchado ninguna de estas verdades en sus vidas.

Los que detestan al inofensivo escritor de esta columna se limitan generalmente -en un último éxtasis de cólera- a llamarlo ‘brillante’; lo que en nuestro periodismo hace mucho que se volvió una mera expresión de desprecio. Pero me temo que incluso esta desdeñosa frase me honra demasiado. Cada vez me convenzo más y más de que sufro, no de una impertinencia llamativa, sino de una simplicidad que bordea la imbecilidad. Pienso más y más que debo ser muy torpe y que todos los demás en el mundo moderno deben ser muy listos.

Acabo de leer esta importante recopilación que me ha enviado un grupo de hombres por quienes tengo un alto respeto, llamada ‘Nueva Teología y Religión Aplicada’. Y es literalmente cierto que he leído columnas enteras sin saber de qué estaban hablando. O deben estar hablando sobre alguna religión bestial y oscura en la que fueron criados y de la que yo ni siquiera he escuchado, o deben estar hablando de alguna radiante y cegadora visión de Dios que han encontrado, de la que no he oído, tan esplendorosa que enreda su lógica y confunde su habla. El mejor ejemplo que puedo citar está conectado con la cuestión del asunto de la ciencia en la Tierra, de la que acabo de hablar. Las siguientes palabras están firmadas por un hombre cuya inteligencia respeto, pero no entiendo ni pies ni cabeza de ellas:

“Cuando la ciencia moderna declaró que en el proceso cósmico no había ningún evento histórico correspondiente a una Caída, sino que contaba, al contrario, la historia de una elevación incesante en la escala del ser, fue bastante claro que el esquema paulino –quiero decir los procesos argumentativos del esquema de salvación de San Pablo– había perdido su mismo fundamento; ¿o acaso no era ese fundamento la depravación total de la raza humana, heredada de sus primeros padres?… Pero ahora que ya no había Caída; no había depravación total, o peligro inminente de perdición sin fin; y yéndose la base, siguió la superestructura.”

Está escrito con seriedad y excelente uso del lenguaje; debe significar algo. ¿Pero qué puede significar? ¿Cómo podría la ciencia probar que el hombre no está depravado? No se abre con bisturí a un hombre para encontrar sus pecados. No se le hierve hasta que expide los inconfundibles vapores verdes de la depravación. ¿Cómo podría la ciencia encontrar cualquier rastro de una caída moral? ¿Qué rastros esperaba encontrar el escritor? ¿Esperaba encontrar una Eva fósil con una manzana fósil en su interior? ¿Suponía que la historia le guardaría el esqueleto completo de Adán junto a una descolorida hoja de parra?

Todo el párrafo citado es simplemente una serie de frases inconsecuentes, todas ciertamente falsas por ellas mismas y todas ciertamente irrelevantes entre ellas. La ciencia nunca dijo que no podía haber una Caída. Podrían haber sido diez Caídas, una encima de la otra y sería bastante consistente con todo lo que sabemos por la ciencia. La humanidad podría haber empeorado moralmente por millones de siglos y esto de ninguna manera habría contradicho el principio de la Evolución. Los hombres de ciencia (no lunáticos delirantes) nunca han dicho que hubo ‘una elevación incesante en la escala del ser’, puesto que una elevación incesante significaría una elevación sin recaídas ni fallas y la evolución física está llena de recaídas y fallas.

Ciertamente ha habido algunas caídas físicas; podría haber cualquier cantidad de caídas morales. Así que, como he dicho, estoy honestamente desconcertado en cuanto al significado de pasajes como éstos, en los que la persona avanzada escribe que porque los geólogos no saben nada de la Caída, entonces cualquier doctrina sobre depravación es falsa. Porque la ciencia no ha encontrado algo que obviamente no podía encontrar, entonces algo completamente diferente –el sentido psicológico del mal- es falso.

Se podría resumir, abrupta pero exactamente, el argumento del escritor de una manera como ésta: “No hemos encontrado los huesos del Arcángel Gabriel, quien probablemente no tenía huesos; por lo tanto los niños, por ellos mismos, no serán egoístas”. Para mí es tan descabellado como si un hombre dijera: “El fontanero no encuentra nada malo en nuestro piano, así que supongo que mi esposa me ama”.

No voy a entrar aquí en detalle sobre la doctrina real del pecado original o sobre la versión probablemente falsa de ella que la Nueva Teología llama «doctrina de la depravación». Pero fuera lo que fuese la peor doctrina de la depravación, era un producto de una convicción espiritual; no tenía nada que ver con orígenes físicos remotos.

Los hombres pensaban que la humanidad era malvada porque ellos mismos se sentían malvados. Si un hombre se siente malvado, no veo por qué de repente debería sentirse bueno porque alguien le dice que sus ancestros tenían cola. Por todo lo que sabemos, la pureza e inocencia básicas del hombre pudieron haberse perdido con su cola.

Lo único que sabemos sobre esa pureza e inocencia básicas es que no las tenemos. Nada puede ser, en el más estricto sentido de la palabra, más cómico que comparar algo tan vago como las conjeturas hechas por antropólogos sobre el hombre primitivo, contra algo tan sólido como el sentido humano del pecado. Por su misma naturaleza, la evidencia del Edén es algo que uno no puede encontrar. Por su misma naturaleza, la evidencia del pecado es algo que uno no puede evitar encontrar.

Algunas afirmaciones las rechazo, otras no las entiendo. Si un hombre dice, “pienso que la raza humana estaría mejor si se abstuviera totalmente de bebidas alcohólicas,” entiendo bien lo que quiere decir y cómo su posición podría ser defendida. Si un hombre dice, “deseo abolir la cerveza porque soy un hombre de moderación”, su comentario no me transmite significado alguno. Es como decir “deseo acabar con las carreteras porque soy un caminante moderado”. Si un hombre dice, “no soy Trinitario”, lo entiendo. Pero si dice (como una señora me dijo una vez), “creo en el Espíritu Santo en un sentido espiritual”, me voy confundido. ¿En qué otro sentido podría uno creer en el Espíritu Santo?

Y lamento decir que este folleto de puntos de vista religiosos progresistas está lleno observaciones desconcertantes de ese tipo. ¿Qué quieren decir las personas cuando dicen que la ciencia ha alterado su perspectiva del pecado? ¿Qué tipo de punto de vista del pecado podían haber tenido antes de que la ciencia lo alterara? ¿Acaso pensaban que era algo para comer? Cuando la gente dice que la ciencia ha sacudido su fe en la inmortalidad, ¿qué quieren decir? ¿Pensaban que la inmortalidad era un gas?

Por supuesto que la verdad es que la ciencia no ha introducido principio nuevo alguno al asunto. Un hombre puede ser cristiano hasta el fin del mundo por la simple razón que un hombre podría haber sido ateo desde el principio del mundo.

El materialismo de las cosas está claramente en ellas, no se requiere nada de ciencia para encontrarlo. Un hombre que ha vivido y amado muere y los gusanos lo devoran. Eso es materialismo, si gustan. Eso es ateísmo, si gustan. Si la humanidad ha tenido fe a pesar de eso, puede creer a pesar de cualquier cosa. Pero por qué los hombres pierden aun más la esperanza al conocer los nombres de los gusanos que los devoran o los nombres de las partes que se comen… es difícil descubrirlo para una mente reflexiva.

Mi objeción principal a estos revolucionarios semi-científicos es que no son revolucionarios en absoluto. Son el partido de la obviedad. No sacuden a la religión: parece que la religión los sacude a ellos. Sólo pueden responder la gran paradoja repitiendo una perogrullada.

Hemos analizado y glosado este texto en otras dos entradas: ‘destripándolo‘ y sacándole más punta.

En defensa de la Edad Media: ensayo ‘Los pecados de los príncipes rusos’, de Chesterton

Los domingos son buena ocasión para ofrecer un texto original de Chesterton. El que he escogido defiende la Edad Media… porque ayuda a comprender lo que significó para Europa. Me gusta este Chesterton cazador de mitos del mundo moderno, que revela tanto conocimiento histórico como perspicacia analítica, con absoluto respecto a las reglas de a lógica: es un excelente ejemplo del ‘método de GK’, y lo analizaremos los próximos días.

El texto, publicado originalmente en el Daily News en 1906 procede de Los libros y la locura (El Buey mudo. Madrid, 2010, pp.78-81), selección póstuma de 1958 con textos de ese diario, de la misma época que Enormes minucias y Alarmas y digresiones, selecciones a su vez del Illustrated London News). La traducción es de Guillermo Blanco.

kremlin de Moscu

Los pecados de los príncipes rusos

La dificultad para comprender a Rusia se ve innecesariamente aumentada por las frases temerarias y vagas que emplean los escritores ingleses en sus intentos de descripción política y de paralelo histórico. Se ha introducido en nuestros comentarios escritos la costumbre, harto vil, de usar los nombres de periodos pretéritos como términos insultantes. Si no nos gusta algo lo llamamos tribal, lo llamamos feudal, lo llamamos medieval, lo calificamos de digno de los Estuardo, lo tratamos de despótico, de oligárquico, de bárbaro, de militarista, y hablamos de aristócratas, hablamos de burócratas, como si todas esas cosas fueran lo mismo y todo el mundo sufriera de ellas, salvo nosotros. Nos olvidamos del hecho evidente de que la mayoría de estas cosas no sólo no van juntas, sino que sencillamente no podrían ir unidas. Es obvio que un déspota siempre trata de quebrantar a una aristocracia. Es obvio que una aristocracia trata de quebrantar a un déspota. Es obvio que en todos aquellos países donde gobierna una burocracia, la aristocracia no gobierna. Es obvio que el feudalismo significa la posesión de la tierra a cambio de una lucha ocasional y no profesional.

Es obvio, en consecuencia, que donde hay feudalismo no puede haber militarismo. El militarismo es una concepción moderna: no había militarismo en la Edad Media… sólo había guerras, lo que es mucho mejor. Algunos revolucionarios hermanan, cual si ambos fueran iguales, ese poder de la policía que emana del exceso de gobierno, como en Prusia, con ese poder de los ricos que emana de la simple anarquía, como en Estados Unidos. Hablando en términos generales, la gente que sufre un tipo de tiranía no sufre el otro. Cada francés, casi, tiene su propia esfera, separada. Cada inglés, casi, tiene su forma de cristianismo propia y separada. En Inglaterra tenemos aristocracia, pero no tenemos autocracia. En Rusia tienen autocracia, pero no tienen aristocracia. En Rusia, los tiranos son generalmente como Trepoff, hombres de nacimiento bastante humilde, y en ese país, ese tipo de hombres puede a menudo disfrutar del perdonable placer de maltratar a un caballero.

Hay una de esas frases pseudohistóricas relacionadas con Rusia que es especialmente irritante para el intelecto. Llámese a Rusia lo que se la llame, no hay que llamarla medieval. La peculiaridad sobresaliente de Rusia es que es el único país de Europa que nunca y en ningún aspecto pasó por la Edad Media. No posee ninguna de las cosas distintivas que produjo la Edad Media. Poco o nada de la gran arquitectura gótica, las catedrales y las iglesias; poco o nada de las universidades típicamente medievales; poco o nada de la caballería; poco o nada de los complejos legalismos deducidos del Derecho Romano. Pero hay un ejemplo de algo medieval, con nombre medieval, que se alza sobre todo lo demás. Si Rusia fuera medieval, habría conservado probablemente, por lo menos en lo externo, esa institución estrictamente medieval que es el Parlamento.

El campesino ruso es premedieval, y me imagino que también prehistórico. El gobierno y la dirección nacional del país son posmedievales, son casi modernos. La cosa comenzó en el siglo XVIII, y se inició como uno de los despotismos de la época. Todos esos despotismos tenían un carácter definido. Uno de ellos fue destruido en Francia. Uno de ellos sobrevivió en Rusia. Todos tenían una policía secreta poderosa, y han hecho que la palabra policía huela peor que la palabra ladrón. Todos ejercieron su autoridad, como la ejercieron Fouché y Trepoff, por medio de ‘lettres-de-cachet’, por medio de arrestos repentinos y de repentinas desapariciones. Todos ellos impresionaron al mundo como lo impresionó Federico de Prusia, por su minucioso y cruel adiestramiento de un ejército profesional. Fueron todos muy tiránicos y fueron también muy ilustrados. Habían leído la Enciclopedia, y se interesaban en los comienzos de la ciencia. Les agradaba el despotismo, no porque fuera viejo y lento, sino porque era nuevo, rápido y concreto. Les gustaba la tiranía, no porque fuera torpe, sino porque era exacta. Les disgustaba la libertad, pero estimulaban el pensamiento libre. Dos o tres de estos tiranos fueron, en realidad, librepensadores: Federico de Prusia era amigo de Voltaire, Catalina de Rusia era amiga de Diderot.

Un libro minúsculo, popular, puede servir de muestra para señalar estas virtudes de la historia, que son cual el viento, violentas, pero, también como el viento, invisibles. Crímenes célebres de la corte rusa, de Alejandro Dumas, es la obra a que me refiero. Ésta, como tantas otras que llevan su nombre, puede o no ser suya, pero por lo menos corresponde a su tipo de tema y a su forma de tratarlo. No es la historia de la corte rusa: es, por propia confesión, el melodrama de esa corte. Al autor le preocupa desentrañar un solo hilo negro –el de la conspiración y el crimen- de la compleja telaraña que es una gran nación en un siglo variado. No le interesan las puertas, sino las puertas secretas; ni las caras, sino las máscaras. Sin embargo, a través de este romanticismo casi vulgar, el lector puede percibir esa cualidad esencialmente dieciochesca de la corte de Rusia. La noche está repleta de puñales; el palacio es un palacio de muerte; la sangre, como una serpiente, repta por debajo de las puertas cerradas. Sin embargo, estamos en la Era de la Razón. Estamos todavía en la ‘Age des philosophes’. Estamos todavía en ese periodo extraño y frío, durante el cual los opresores del pueblo eran racionalistas.

Puede ser difícil determinar con precisión por qué estos crímenes de la corte de Rusia, siempre sangrientos, a veces casi bestiales, afectan, no obstante, al lector, con una impresión de árida civilización e incluso de cortesía. Mas el contraste puede apreciarse mejor si los comparamos mentalmente, por un momento, con los relatos más violentos que matizan la historia de la verdadera Edad Media. Si alguien desea ver hasta qué punto es antimedieval la autocracia rusa, basta con que compare estos pecados con cualquiera de los pecados que caracterizaron a los monarcas medievales. Los reyes de la Edad Media se mantuvieron permanentemente sencillos en presencia de la más sencilla de todas las cosas: el misticismo. Los colores claros del vicio y la virtud están cuartelados clarísimamente en sus escudos; ángeles y demonios se los llevan, de manera por demás inconfundible, por este o aquel camino, en un mapa aceptado de lo que es el mundo. Hacen bien o hacen mal, como el príncipe y la princesa de los cuentos de hadas. Si se arrepienten, su arrepentimiento es siempre tan violento como había sido su crimen. Cuando blasfeman contra Dios blasfeman contra un Dios real, un Dios que ellos creen que está ahí, y ésa es la única parte audaz o interesante de la blasfemia. Pero los pecados de los príncipes rusos no tienen nada del brillante colorido y los nítidos contornos que caracterizan a las viejas narraciones de Rufus, de Becket, de William Wallace, de Elinora y Rosamunda, de Abelardo y Eloísa. Son crímenes descoloridos e incluso ‘blasé’ [desganados]; crímenes cometidos en el vacío. Su misma vehemencia resulta fría, y se asemeja más al hambre que a la pasión. Estos príncipes han perdido la religión; se han saltado la Revolución; se han quedado intrigando sin tener siquiera un objeto claro de intriga.

Chesterton y la ética hacker: pasión y creatividad

Para mucha gente, un hacker es un pirata informático, lo que en realidad se llama cracker. Los hackers son ciertamente apasionados de la informática que -más allá de dedicar muchas horas a los ordenadores- suelen compartir un conjunto de criterios. Pekka Himanen (Helsinki, 1974), es un filósofo que ha estudiado los principios por los que se rigen, que van mucho más allá del software y el acceso libres, y los ha recogido en La ética del hacker y el espíritu de la era de la información (2001), al que se puede acceder directamente –faltaría más- pulsando en el enlace o en la foto. La lectura de este libro me ha hecho pensar lo que Chesterton hubiera disfrutado con él, y dedicaré varias entradas a comentarla.

Himanen portada de La etica del hacker 2

Himanen parafrasea un título del sociólogo Max Weber (1864-1920), La ética protestante y el espíritu del capitalismo, para realizar un estudio –riguroso, aunque accesible- sobre la forma de ver el trabajo antes y después de la Reforma protestante –que no podemos desarrollar aquí-, y que vino a cambiar los planteamientos vitales, no sólo con respecto al  propio trabajo, sino que trajo toda una serie de consecuencias, al hacer de él un fin en sí mismo, o bien dirigirlo –en el mundo capitalista- al dinero. El tiempo es oro, acabaría por decir Benjamín Franklin, empujándonos a una sociedad compartimentalizada y estrictamente organizada en torno a la realización de tareas y consecución de bienes de consumo: el beneficio propio –expresado en los negocios o el bienestar- es el centro de una sociedad individualista.

La ética hacker, por el contrario, se apoya sobre otra serie de principios: la pasión por realizar lo que nos atrae, la libertad para llevarlo a cabo, el intercambio de conocimientos, la preocupación responsable –los demás como fin en sí mismo, a diferencia de nuestra sociedad mercantilizada-, especialmente por los que están en el límite de la supervivencia.

Como dice Himanen, «el hacker que vive según esta ética a estos tres niveles -trabajo, dinero, nética– consigue el más alto respeto por parte de la comunidad. Y se convierte en un héroe genuino cuando consigue honrar el séptimo y último valor. Este valor ha venido recorriendo todo el libro y, ahora, en el capítulo séptimo, puede ser explicitado: se trata de la creatividad, la asombrosa superación individual y la donación al mundo de una aportación genuinamente nueva y valiosa» (p.101 de la versión pdf).

Hay muchas relaciones entre los ideales proclamados por los hackers y Chestserton, pero no es posible glosarlos ahora: reconocimiento de la Edad Media, disfrute de la vida –frente a los puritanos trabajadores-, los manifiestos en forma de cánticos y otras humoradas que aparecen en el libro, etc. Un día desarrollaré la coincidencia entre la defensa del domingo que realiza Himanen y un de los personajes centrales de la novela El hombre que fue jueves, llamado precisamente Domingo, organizador de todo el tinglado. Hoy sólo destacamos la cita de Himanen relativa a la creatividad. Como dice J.C. de Pablos en «La libertad creadora en la vida y el pensamiento de Chesterton» (p.221):

«Es el acto de crear, es decir, de la creación artística –la obra de arte en general: pintura, poesía, literatura, etc.- lo que lleva a Chesterton a pensar en la trascendencia, en la necesidad de una inteligencia creadora… que esté en el origen de todo, además de proporcionarle personalmente la posibilidad de ser continuador de esa magnífica potencia: es consciente de ser un pequeño dios que puede crear mundos, engarzados en mundo más grande creado por un Dios infinitamente más grande. […] Chesterton se sintió libre para crear, y lo hizo de una manera ingente y variada, pues cultivó multitud de géneros. Sus obras están constituidas por mundos fantásticos e improbables –cualquiera de sus novelas largas, todas ellas imbuidas de un sentido alegórico que supera con creces al sentido realista convencional- y mundos verosímiles –como sus novelas cortas e historias de detectives, de formas realistas que le granjearon el fervor y admiración de sus colegas de género».

Toda la teoría de la creatividad de Chesterton se resume en estas palabras de Ortodoxia (cap.7): Dios no nos ha dado los colores en el lienzo, sino en la paleta.

Chesterton: origen de la biografía de Santo Tomás de Aquino

Ayer –28 de enero: parece que siempre llegamos tarde- se celebró la festividad de ese hombre colosal que fue Tomás de Aquino. La biografía de Santo Tomás de Aquino –editada en español por Homo Legens (200)- es una de las obras más famosas e importantes de Chesterton y merecerá un estudio a fondo en el Chestertonblog. Por eso, hoy tan sólo vamos a contar su origen, basándonos en los datos que proporciona la biografía de Joseph Pearce (1998).

Sto Tomas de Aquino

Hay que situarse en la primavera de 1933, tres años antes del fallecimiento de GK. El libro sería, junto a la Autobiografía, su última obra general. La escribió a petición de la editorial Hodder & Stoughton -que todavía existe-, y que quería publicarla junto con la exitosa biografía de San Francisco de Asís, escrita diez años atrás, y del que existen numerosas ediciones en castellano.

Según Pearce (p.523), «Bernard Shaw se entusiasmó al enterarse de que habían encargado el libro a su amigo. ‘Es estupenda la noticia de esta obra sobre el Divino Doctor —expresaba en una carta a Frances—. Llevo años predicando que la pasión intelectual es la más arrobadora de todas en definitiva; y considero a Tomás un ser digno del mayor elogio porque me ha precedido en este aspecto’. Otros, sin embargo, contemplaban el proyecto de la biografía con mucho menos entusiasmo. Tenían sus dudas incluso aquellos a quienes se consideraba normalmente admiradores y buenos amigos suyos», como la propia Maisie Ward y su marido, editores de las obras de Chesterton en Estados Unidos.

Como sabemos, las biografías de GK carecen de erudición, pues a Chesterton le interesaba menos el dato concreto que las cuestiones de fondo que revelan la realidad de la vida, incluso más allá del propio protagonista. Pero «el nuevo estudio trababa de uno de los filósofos más importantes de toda la historia y se perdía en un campo que según pensaban muchos, Chesterton no había explorado y no estaba cualificado para internarse en él. Así las cosas, no sorprende que hasta una editorial católica como Sheed & Ward estuviera seriamente preocupada por la perspectiva del libro. Si los editores hubieran sabido la inconsciencia con que Chesterton abordaba el trabajo, difícilmente se habrían disipado sus temores. Dorothy Collins [su secretaria] recordaba que tras despachar los artículos semanales, decía de repente: ‘Vamos a ponernos un rato con Tommy’. De este modo le dictó la mitad de la biografía, sin consultar un solo libro. Al final, le pidió que fuera ‘a Londres a traerme algunos libros’. Cuando Dorothy le preguntó qué libros necesitaba, le contestó que no lo sabía. Ella escribió al padre O’Connor a toda prisa y recibió a vuelta de correo una lista de las obras clásicas y más recientes sobre santo Tomás. Según Dorothy, cuando le dio los libros a Chesterton, los hojeó rápidamente y luego procedió a dictarle el resto del libro sin volver a consultar ninguno de ellos» (Pearce, pp.524-5).

Como sabemos, además de poseer una memoria prodigiosa, Chesterton había leído intensamente a Santo Tomás durante su período de acercamiento al cristianismo, y –aunque GK no era nada escolástico-, sus obras le habían proporcionado los sólidos fundamentos de su filosofía realista, que era la base de ‘el colosal sentido común de santo Tomás de Aquino’ -según mencionaba en la biografía de Chaucer,  escrita un año antes- el sinónimo de sensatez.

Continúa Pearce (p.525): «De todas formas, adhiriéndose a la convicción de Shaw de que ‘la pasión intelectual es la más arrobadora de todas’, esperaba que la biografía ganara en pasión lo que perdía en precisión. Él adoraba a santo Tomás tanto con el corazón como con la cabeza y comprendía sus enseñanzas igualmente con el corazón y la cabeza. Confiaba en que bastara con eso. En efecto, un amigo que le vio a la salida de la misa del día del Corpus Christi, cuando estaba en plena redacción del libro, nos ofrece una interesante visión de ese amor: ‘Como estoy intentado escribir sobre santo Tomás —le explicó— se me ha ocurrido que lo menos que podía hacer era venir a comulgar en el día en que escribió su Misa‘. Otros amigos le recuerdan en la procesión del Corpus en Beaconsfield con ánimo similar, cantando el himno de santo Tomás, el Pange Lingua, con todo el corazón y desentonando bastante. No se daba cuenta en absoluto de que se había convertido en objeto de risas para los habitantes de las casas situadas frente a la iglesia que contemplaban atónitos y divertidos su modo de proceder».

El resto ya lo sabemos: Etienne Gilson (1884-1978), uno de los más grandes tomistas del siglo XX, consideraba el libro como una de las mejores obras jamás escritas sobre Santo Tomás.

Puedes comenzar a leer el libro de Chesterton sobre Santo Tomás aquí, en versión bilingüe, incluso.

Chesterton periodista, 2: su ‘curriculum vitae’

Al comenzar el perfil de GK como periodista se ha dado una imagen irónica y superficial del mismo, y desde luego insuficiente. Si en la primera entrada, parecía que Chesterton bromeaba y no se identificaba con la profesión, Ahora vamos a profundizar un poco en la tarea de mostrar su inmensa labor como periodista.

Quizá la única aclaración necesaria –sincronización temporal- es que a principios del siglo XX periodista era quien trabajaba en una publicación periódica, en alguna de las distintas tareas. Algo parecido a lo que sucede con otra expresión que también utiliza mucho Chesterton, la de publicista -que estoy está ceñida al ámbito de la publicidad-, y entonces se refería a quien ofrece al público determinada información, de naturaleza diversa.

Chesterton comenzó publicando sus poemas en diversas publicaciones, como el Outlook y el Speaker -ya antes de comenzar el siglo XX- y que fue el primero en contratarlo como colaborador. Había dejado los estudios de dibujo en la Slade School y comenzaba a ganarse la vida realizando reseñas para diversas publicaciones, como también haría en el Bookman.

El Speaker lo lanzaría a la fama, al tomar partido en contra de la guerra de los boers. En 1901, sería contratado por un diario de mayor entidad, el Daily News, donde colaboraría hasta 1913. A mediados de la primera década de del siglo XX lo encontramos colaborando en el TP’s Weekly y en Open Review. También participa en la famosa controversia con Blatchford, director de The Clarion, en las páginas de ese periódico, por supuesto. En esos años comenzó igualmente a trabajar en el diario que editaba su hermano Cecil, The New Age, el periódico de la sociedad fabiana (antecedente del actual Partido Laborista inglés).

El director de The Illustrates London News, al comprender la valía de Chesterton -y a pesar de tener una línea de opinión muy diferente- lo contrató para un artículo semanal, dejándolo plena libertad para colaborar con quien quisiera, y con la única condición de no hablar de política ni de religión, temas que por supuesto aparecieron, gracias al peculiar estilo y agudeza de Chesterton. Estas colaboraciones no se interrumpieron nunca, salvo un breve período de enfermedad de GK, dando origen a varias colecciones de ensayos y a otros muchos que se han reunido en tres o cuatro tomos de los Collected Works que edita Ignatius Press (de los 34 existentes).

En busca de una mayor independencia y capacidad crítica, Cecil Chesterton fundó en 1911 con Hillaire Belloc The Eye Witness, que dirigió hasta su partida al frente francés durante la primera guerra mundial, en la que fallecería. Chesterton sintió la necesidad de continuar la labor reformadora de su hermano y acabó asumiendo la dirección del periódico hasta 1923, momento en que fue imposible sostenerlo. Pero para compensar su desaparición, y continuar influyendo en la sociedad, decidió en 1924 abrir una nueva publicación, el GK’s Weekly, cuya historia se detalla en otro lugar del Chestertonblog, y que no impidió colaboraciones en otros lugares.

Probablemente fueron otras muchas las colaboraciones que GK realizó para los medios de comunicación de su tiempo -además de las charlas en la BBC-. Éstos datos -sin referencias exhaustivas- proceden de las biografías de Pearce y Seco.

Como la entrada se está extendiendo mucho, dejamos para un último post los comentarios de algunos colaboradores. Pero -aunque GK ironizara sobre su trabajo como periodista- no se le puede negar que lo fue, y de primera categoría.

Chesterton: Importancia de las actitudes ante las creencias propias y ajenas

Concluimos el análisis de El fanático, de 1910. Recojo primero el fragmento de Chesterton y luego planteo las cuestiones más relevantes, sobre las que llevamos hablando dos días.

Todo comenzó al explorar el concepto de dogma que tiene Chesterton. Nos gusta pensar que no somos dogmáticos ni fanáticos, que los dogmas están restringidos al ámbito de la religión. Pero es una falsa creencia, como demuestra GK cuando relaciona las convicciones propias, las ajenas, y la actitud con la que nos enfrentamos a ambas:

El fanatismo es la incapacidad de concebir seriamente la alternativa de una proposición.
No tiene nada que ver con la creencia en la proposición misma.

Un hombre puede estar suficientemente seguro de algo como para dejarse quemar por ello, o para dar guerra a todo el mundo, y sin embargo no estar ni un milímetro más cerca de ser fanático.
Es fanático solamente cuando no puede comprender que su dogma es un dogma, aunque sea verdad. La persecución puede ser inmoral, pero no es necesariamente irracional; el perseguidor puede comprender con el intelecto los errores que ahuyenta con su lanza.
No es fanatismo, por ejemplo tratar al Corán como sobrenatural. Pero es fanatismo tratar al Corán como natural, como evidente para cualquiera y común a todos. No es fanatismo de parte de un cristiano considerar a los chinos como paganos. Su fanatismo empieza, más bien, cuando insiste en mirarlos como cristianos.
Una de las formas de fanatismo más de moda es la que se demuestra en la exhibición de explicaciones fantásticas y triviales sobre cosas que no necesitan de ninguna explicación. Estamos sumidos en esta tierra nebulosa del prejuicio, por ejemplo, cuando decimos que un hombre se vuelve ateo porque quiere ir de francachela, o que un hombre se hace católico porque los curas lo han atrapado, o que un hombre se convierte en socialista porque envidia a los ricos. Pues todas estas explicaciones remotas y al azar demuestran que nunca hemos visto, como un diagrama claro, la verdadera explicación: que el ateísmo, el catolicismo y el socialismo son todas filosofías muy plausibles.

Spoiler:

Dogma es la creencia a la que uno no está dispuesto a renunciar, sea del tipo que sea, y aunque procede del ámbito religioso, nuestro mundo está tan poblado de dogmas como supuestamente lo estuvo la Edad Media.

Y esto lo sabemos por la cantidad de fanáticos que existen en nuestra sociedad, que se llama a sí misma tolerante, pero no puede entender el modo de pensar de los demás, porque ha naturalizado de tal manera las propias creencias -sean religiosas, políticas, o de cualquier otro tipo- que las demás han dejado de ser si quiera verosímiles. Es decir, puede que la religión sea una fuente de fanatismo, pero no tiene por qué serlo, y desde luego no es la única. (Aunque los crímenes cometidos en nombre de la verdad sean crímenes, como el mismo Chesterton no tiene empacho en reconocer).

Así pues, el error del fanático –en primer lugar- es el de ser incapaz de pensar en otros sistemas de pensamientos como posibles, o racionales, o válidos: en esto Chesterton se muestra un gran sociólogo del conocimiento. Y esto afecta, cómo no, a los fanáticos religiosos, pero también a los antirreligiosos y a los que proclaman que les da igual.

El segundo error del fanático es no ser capaz de argumentar sobre los propios puntos de vista, sino desacreditar al otro como dogmático. Y esto casa bien con el mundo de hoy: puesto que las batallas de nuestro tiempo son dialécticas, es suficiente repetir eslóganes –más aún en las redes sociales, que apenas dan para pensar y argumentar. Y lo que quizá en otro tiempo fueron la espada o el fusil, hoy es la etiqueta: el arma más difundida.

Concluiré con el ejemplo personal de Chesterton, que jamás tuvo enemigos, porque practicaba con su ejemplo lo que proponía: argumentaba y respetaba al mismo tiempo y con la misma fuerza: lo primero, eran las personas. Y por fortuna, existen muchas personas como él en el mundo de hoy, con quien es un placer debatir.

El texto completo de El fanático –sin su versión inglesa, que no he podido encontrar- está ya colocado en la sección Otros textos de GK.

Nueva edición de Chesterton: ‘La superstición del divorcio’

Aunque GK afirmó al escribir La superstición del divorcio en 1918 que lo hacía como un panfleto destinado a desparecer, quizá se temiera lo que ha sucedido. Una superstición es la creencia casi mágica en una cosa falsa que no soluciona nada. De hecho, el divorcio ha engendrado más divorcio, de manera que las relaciones familiares y de pareja son cada vez más débiles para cada vez más personas. Como siempre, Chesterton no sólo es un agudo observador de los problemas de la sociedad, sino un fino analista de la forma en que la sociedad se percibe a sí misma, y este título es un excelente ejemplo de lo que digo, al atribuir poder curativo a una falsa solución social.

Portada de La supersticion del divorcio

Ediciones Espuela de plata ha editado en 2013 en sus colecciones un volumen que ya publicara Los papeles del sitio en 2006. Contiene un prólogo excelente de Enrique García-Máiquez, con alguna sugerencia para actualizar el pensamiento de GK, para sincronizar –usando sus palabras- el tiempo del texto con el nuestro, en el sentido de aclarar alguna cuestión que podría no entenderse, sobre todo relativa al papel de la mujer. En mi opinión, quizá no hacía falta: GK es siempre tan agudo que hasta cuando resulta chocante te hace pensar, si realmente quieres hacerlo, claro. Pero las etiquetas tienen tanto peso… Hablaremos en su momento.

La reseña de Luis Daniel González es estupenda, pero el mejor favor que podemos hacer para difundir el libro es incluir en el Chestertonblog el prólogo de García-Máiquez, además de analizar –cuando sea posible- algún capítulo del libro, como hemos hecho con otros textos de GK.

En cualquier caso, es obligado dar una opinión: en este volumen vemos a GK como el gran sociólogo que es: de hecho en ningún momento recurre a argumentos de tipo religioso o confesional, e insiste en que no quiere hacerlo. He disfrutado especialmente con los capítulos dedicados a la historia de la familia y la historia del voto -hoy suena mejor promesa, aunque no es lo mismo- de los amantes. El libro incluye -a modo de epílogo, de manera muy inteligente- el ensayo Divorcio vs. Democracia, escrito un poco antes. Chesterton -que siempre ve relaciones que pasan ocultas para la mayoría- compara la pertenencia a la familia con la pertenencia a la sociedad. Y pone el dedo en la llaga de las diferencias fundamentales: la familia es voluntaria –de hecho por eso se puede romper el voto que un día se hiciera- mientras que pertenecer al Estado –que es la forma actual de la sociedad- no lo es. La segunda cuestión es llamar la atención sobre ese cambio moderno por el que el Estado sería infinitamente superior a la Familia (La superstición del divorcio, p.154). Las repercusiones en términos de la autoridad que conferimos a ambas realidades son inmensas: el Estado puede dar una pensión o un techo al ser humano, pero jamás le dará un hogar.