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Chesterton y la magia, 2: la cuestión del conocimiento

El artículo de Ramón Mayrata que recogimos ayer en el que estudia ‘Magia’ -una de las pocas obras teatrales de Chesterton- es tan rico que daría para varias entradas. Hoy quiero tomarlo como pretexto para plantear una de las cuestiones claves del pensamiento de Chesterton, que se convierte en la llave de la sensatez de la vida: hasta qué punto una amplitud mental nos permite una vida sana o, en sentido contrario, la actitud materialista reduce nuestro horizonte. No es sino una nueva versión de la famosa frase de Ortodoxia (Cap.2): Loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo menos la razón. Y sin embargo, el procedimiento de GK en esta ocasión será el contrario al habitual en él. Dejemos que sea el propio Mayrata quien nos lo explique:

Portada de 'Magia'

Portada de ‘Magia’

«Las ideas de Chesterton siempre tienen aspecto punzante, aunque a veces sean reediciones de doctrinas y creencias antiguas y desechadas. Pero tienen la virtud de clavarse como flechas en el cerebro y obligan a pensar las cosas de nuevo, desde el principio. El suyo es un teatro en el las ideas se encarnan en los personajes. Cada uno de los siete personajes de Magia personifica una actitud ante la vida y mantiene opiniones propias, enfrentadas a las de los demás, sobre la ciencia, la religión, la modernidad, la política, el periodismo, la magia y la prestidigitación. Temas que preocupaban a Chesterton».

Mayrata nos relata a continuación el desarrollo de la obra: será el escéptico Morris quien se dedique una y otra vez a desmontar todos y cada uno de los trucos del mago protagonista… hasta que llega un momento en el que no puede explicar determinado fenómeno:

«La realidad es que no existe explicación. El mago no ha ejecutado ningún truco. Sólo ha deseado con todas sus fuerzas que la luz cambie de color y así ha sucedido. Chesterton hace justo lo contrario que en las novelas de la saga del Padre Brown. En ellas presenta un misterio, plantea toda clase de explicaciones de carácter mágico o demoníaco y luego las desbarata, sustituyéndolas por soluciones relacionadas con la vida cotidiana, que nada tienen que ver con el otro mundo.
Con la arbitrariedad maravillosa y desenvuelta que le caracteriza Chesterton reemprende el camino opuesto al que hizo Reginald Scott (1538-1599) unos siglos antes. Scott frecuentó a los magos de su época para que le contaran cómo hacía sus trucos. Y lo escribió en un libro (13) con la intención de demostrar que utilizaban procedimientos naturales y así acabar de una vez por todas con la acusación de brujería que les llevaba a la hoguera.
Chesterton introduce en una sesión de prestidigitación de principio del siglo XX una causa sobrenatural. Evidentemente aquí está el truco. Chesterton hace prodigiosa prestidigitación con las palabras y con las ideas. Pero lo que resulta interesante es el efecto: la reacción de Morris. ¿Su locura es un exceso? Sin duda. Es una caricatura y no es probable que ningún racionalista alcance ese extremo. Pero su locura sirve a  Chesterton para denunciar lo que considera una actitud absurda por parte del hombre moderno incapaz de convivir con aquello que no puede comprender.
El hombre corriente –escribe Chesterton- disfruta de salud porque acepta el misterio. Le preocupa lo verdadero y no sólo lo lógico. Y cuando se enfrenta con dos verdades y con la contradicción se queda con las dos verdades y la contradicción. Sabe que el mundo tiene sus leyes y eso es la ciencia, pero sabe que esas leyes se pueden alterar y, entonces, se produce el milagro.»

Con las ideas de Chesterton podríamos detenernos, pero para hacer justicia a Mayrata, mañana concluiremos con su interpretación.

Chesterton y la ética hacker: ¿cantar en el trabajo?

Las entradas de estos días referidas a la Edad Media están relacionadas con la ética hacker, por cuanto ésta cuestiona hasta el fondo el sentido calvinista del trabajo por el trabajo o el trabajo como dinero, que nace precisamente en el siglo XVI. Por esto, hay varios fragmentos del libro de Pekka Himanen La ética del hacker relacionados con la Edad Media para los que podríamos encontrar cierto parangón en textos de Chesterton, dedicados a las tareas que realizaban y cómo las realizaban nuestros antepasados.

Richard Stallman

Richard Stallman

Uno de ellos está dedicado al placer de cantar colectivamente mientras trabajaban, mientras iban poco a poco sacando adelante sus obligaciones. Pescadores, campesinos, artesanos etc. -como todos vimos en Blancanieves y los siete enanitos– tenían cánticos entre sus tradiciones colectivas que incrementaban la satisfacción. Y Chesterton, que lo asocia al placer de estar juntos realizando las faenas, lo explica en el fantástico ensayo «Gallo que no canta», publicado en español por Renacimiento en Lepanto y otros poemas (2003), traducido espléndidamente -como siempre- por Rice y Gª Máiquez (pp.108-113)Todo esto viene también a cuento de que Pekka Himanen recoge en su libro (p.49-50) la Free Software Song, compuesta y grabada para Internet por Richard Stallman, un controvertido defensor del software libre, que veremos. Pero antes hay que explicar el sentido chestertoniano -en realidad, social- del canto en el trabajo: De repente me pregunté por qué es (si es que es así) absolutamente inaudito que algún oficio o negocio moderno tenga una poesía ritual. […] Si los segadores cantan mientras siegan, ¿por qué no deberían los auditores cantar mientras auditan y los ban­queros mientras banquean? Si hay canciones para cada una de las cosas que hay que hacer en un barco, ¿por qué no hay canciones para cada una de las cosas que hay que hacer en un banco? Mientras el tren de Dover atravesa­ba los huertos de Kent, yo intenté escribir unas cancio­nes apropiadas para los señores que se dedican al comer­cio. Así, los oficinistas de los bancos, en el trabajo de sumar las columnas, podrían comenzar con un atrona­dor coro en alabanza a la suma simple:

¡Ánimo a todos! ¡Fuera pereza! hay muchos cálculos
que realizar. Los astros gritan: —’Dos más dos, cuatro’.
Y aunque reinos y credos caigan, y aunque arruinados
lloremos, y aunque rujan los sofistas…, ¡son cuatro!

(Up my lads, and lift the ledgers, sleep and ease are o’er.
Hear the Stars of Morning shouting: ‘Two and Two are Four’.
Though the creeds and realms are reeling, though the sophists roar,
Though we weep and pawn our watches, Two and Two are Four.)

También, por supuesto, se necesitaría otra canción para tiempos de crisis financiera y coraje, una canción con unos versos más fieros y pavorosos, como un galope de caballos en la noche:

¡Alerta!
El director perdió el timón, el secretario bebe ron,
y la campana a la tripulación reclama en la cubierta
para bregar…
¡Alerta!
De nuestro barco (o entidad financiera) defenderemos los pendones
hasta que la leyenda refiera
que disparó sus cien cañones por banda…,
antes de que se hundiera…

(There’s a run upon the Bank
Stand away!
For the Manager’s a crank and the Secretary drank, and the Upper Tooting Bank
Turns to bay!
Stand close: there is a run
On the Bank.
Of our ship, our royal one, let the ringing legend run, that she fired with every gun
Ere she sank.)

¡Qué bien vienen esos versos para la crisis actual! Si los hubieran tenido en cuenta… Pero -continúa GK- por si los empleados públicos se animasen más aún que los de la empresa privada a entonar cánticos colectivamente, también para ellos compuso su canción, como ésta, para los de la oficina de Correos:

Caen cartas sobre Londres como cae la nevada;
y, como el raudo rayo, se entrega el telegrama.
Son noticias que anuncian la boda de una dama
o que una dulce anciana ha siso asesinada.

CORO (con ritmo enérgico y alegre)
O que una dulce anciana ha sido asesinada.

(O’er London our letters are shaken like snow,
Our wires o’er the world like the thunderbolts go.
The news that may marry a maiden in Sark
Or kill and old lady in Finsbury Park.

CHORUS (with a swing of joy and energy)
Or kill and old lady in Finsbury Park.)

Pero Chesterton es consciente de que sus propuestas no van a tener el éxito que desearía: Al final de mis reflexiones, no he llegado más que al mismo sentimiento subconsciente de mi amigo, el oficinista bancario: hay algo espiritualmente sofocante en nuestra vida, no exclusivamente en nuestras leyes, sino en toda nuestra vida. Los oficinistas bancarios carecen de canciones no porque sean pobres, sino porque están tristes.

Ahora es el momento de exponer los versos de Stallman, la Free Software song, una vez que comprendemos el sentido ritual de la misma, al tiempo que nos impregnamos del espíritu animoso y liberador, del empuje social que Chesterton detecta en el hecho de cantar juntos:

Únete a nosotros, comparte el software;
libérate, hacker, libérate.
Únete a nosotros, comparte el software;
libérate, hacker, libérate.
Los avaros amasan mucho dinero;
pues qué bien, hacker, pues qué bien.
Pero no ayudan a su prójimo;
y no puede ser, hacker, no puede ser.
Cuando tengamos bastante software libre
en nuestro poder, hacker, en nuestro poder,
esas necias licencias las tiraremos,
lo vas a ver, hacker, lo vas a ver.
Únete a nosotros, comparte el software;
libérate, hacker, libérate.
Únete a nosotros, comparte el software;
libérate, hacker, libérate.

Join us now and share the software
You’ll be free, hackers, you’ll be free.
Hoarders may get piles of money,
That is true, hackers, that is true.
But they cannot help their neighbors;
That’s not good, hackers, that’s not good.
When we have enough free software
At our call, hackers, at our call,
We’ll throw out those dirty licenses
Ever more, hackers, ever more.
Join us now and share the software;
You’ll be free, hackers, you’ll be free.

Estoy seguro de que estas letrillas no nos animarán a cantar mientras trabajamos, pero, además de hacernos sonreír, nos harán pensar en el sentido de nuestra tarea, individual y colectivo. Para tener la panorámica general de Chesterton, el próximo domingo publicaremos el ensayo completo, pero no me resisto a ofrecer ya las últimas líneas del texto, tan específicamente suyas: Volviendo a casa, pasé por un pequeño edificio de latón perteneciente a alguna agrupación religiosa, que estaba siendo sacudida por un griterío del mismo modo que vibra una trompeta con su propia música. Al menos allí estaban cantando; y yo tuve por un instante una idea que ya había tenido antes: que sólo encontramos lo natural en lo sobrenatural. La naturaleza humana se siente perseguida, y se ha acogido a sagrado.

Relato ‘Nostalgia del hogar’, de Chesterton

Lo prometido es deuda. A continuación, el relato de Chesterton ‘Nostalgia de casa’, presentado ayer, en versión de española de Marta Torres. Pero si alguien desea acceder a la versión bilingüe, puede hacerlo en ‘Homesick at home’.

Uno, con aspecto de viajero, se me acercó y me dijo: ¿Cuál es el recorrido más corto de un lugar al mis­mo lugar?
Tenía el sol de espaldas, de manera que su cara era ilegible.
–Quedarse quieto, naturalmente –dije.
Eso no es un trayecto –replicó-. El trayecto más corto de un lugar al mismo lugar es la vuelta al mundo –y se fue.
White Wynd había nacido y crecido, se había casa­do y convertido en padre de familia en la Granja Whi­te junto al río. El río la rodeaba por tres lados como si fuera un castillo: en el cuarto estaban las cuadras y más allá la huerta y más allá un huerto de frutales y más allá una tapia y más allá un camino y más allá un pinar y más allá un trigal y más allá laderas que se juntaban con el cielo, y más allá… pero no vamos a enumerar el mundo entero, por mucho que nos tiente. White Wynd no había conocido más hogar que éste. Para él sus muros eran el mundo y su techo el cielo.
Por eso fue tan extraño lo que hizo.
En los últimos años apenas cruzaba la puerta. Y a medida que aumentaba su desidia le aumentaba el de­sasosiego: estaba a disgusto consigo mismo y con los demás. Se sentía, en cierta extraña manera, hastiado de cada instante y ávido del siguiente.
Se le había endurecido y agriado el corazón para con la esposa y los hijos a los que veía a diario, aunque eran cinco de los rostros más bondadosos del mundo. Recordaba, en destellos, los días de sudor y de lucha por el pan en que, al llegar a casa al atardecer, la paja de la techumbre ardía de oro como si hubiese ángeles allí. Pero lo recordaba como se recuerda un sueño.
Ahora le parecía que podía ver otros hogares, pero no el suyo. Éste era meramente una casa. El prosaísmo había hecho presa en él: le había sellado los ojos y ta­pado los oídos.
Finalmente algo aconteció en su corazón: un vol­cán, un terremoto, un eclipse, un amanecer, un dilu­vio, un apocalipsis. Podríamos acumular palabras des­comunales, pero no nos acercaríamos nunca. Ochocientas veces había irrumpido la claridad del día en la cocina desnuda donde la pequeña familia se sentaba a desayunar al otro lado de la huerta. Y a la ochocientas una el padre se detuvo con la taza que es­taba pasando en la mano.
–Ese trigal verde que se ve por la ventana –dijo so­ñolientamente-, relumbra con el sol. No sé por qué… me recuerda un campo que hay más allá de mi hogar.
¿De tu hogar? —chilló su esposa—. Tu hogar es éste.
White Wynd se levantó, y pareció que llenaba la estancia. Alargó la mano y cogió un bastón. La alargó de nuevo y cogió un sombrero. De ambos objetos se levantaron nubes de polvo.
–Padre –exclamó un niño-, ¿adónde vas?
–A casa –replicó.
–¿Qué quieres decir? Ésta es tu casa. ¿A qué casa vas?
A la Granja White junto al río.
—Es ésta.
Los estaba mirando tranquilamente cuando su hija mayor le vio la cara.
¡Ah, se ha vuelto loco! –exclamó, y se cubrió la cara con las manos.
–Te pareces un poco a mi hija mayor –observó el padre con severidad-. Pero no tienes la mirada, no, no esa mirada que es una bienvenida después de una jor­nada de trabajo.
–Señora –continuó volviéndose hacia su atónita es­posa con ceremoniosa cortesía-, le agradezco su hos­pitalidad, pero me temo que he abusado de ella dema­siado tiempo. Y mi casa…
–¡Padre , padre, por favor, respóndeme! ¿No es ésta tu casa?
El anciano movió vagamente el bastón.
Las vigas están llenas de telarañas y las paredes es­tán manchadas de humedad. Las puertas me aprisio­nan, las vigas me aplastan. Hay mezquindades y dis­putas y resquemores ahí detrás de las rejas polvorientas en que he estado dormitando demasiado tiempo. Aunque el fuego brama y la puerta está abierta. Hay comida y ropa, agua y fuego y todas las artes y miste­rios del amor allá en el fin del mundo, en la casa donde nací. Hay descanso para los pies cansados en el suelo alfombrado, y para el corazón hambriento en los ros­tros puros.
–¿Dónde, dónde?
En la Granja White junto al río.
Y traspuso la puerta, y el sol le dio en la cara.
Y los demás moradores de la Granja White perma­necieron mirándose los unos a los otros.
White Wynd estaba detenido en el puente de tron­cos que cruzaba el río con el mundo a sus pies. Y una fuerte ráfaga de viento vino del otro límite del cielo (una tierra de oros pálidos y maravillosos) y lo alcanzó. Puede que algunos sepan lo que es para un hombre ese primer viento fuera de casa. A éste le pare­ció que Dios le había tirado del cabello hacia atrás y lo había besado en la frente.
Se había sentido hastiado de descansar, sin saber que el remedio entero estaba en el sol y el viento y en su propio cuerpo. Ahora casi creía que llevaba puestas las botas de siete leguas.
Iba a casa. La Granja White estaba detrás de cada bosque y detrás de cada cadena de montañas. La buscó como buscamos todos el país de las hadas, en cada vuelta del camino. Únicamente en una dirección no la buscaba nunca, y era en la que, sólo mil yardas atrás, se levantaba la Granja White, con la techumbre de paja y las paredes encaladas brillando contra el azul ventoso de la mañana.
Observó las matas de diente de león y los grillos y se dio cuenta de que era gigantesco. Somos muy dados a considerarnos montañas. Lo mismo son todas las co­sas infinitamente grandes e infinitamente pequeñas. Se estiró como un crucificado en una inmensidad inabarcable.
–Oh, Dios, creador mío y de todas las cosas, escucha cuatro cantos de alabanza. Uno por mis pies que me has hecho fuertes y ligeros sobre Tus margaritas; otro por mi cabeza, que me has alzado y coronado sobre las cuatro esquinas de Tu cielo; otro por mi corazón, del que has hecho un coro de ángeles que cantan Tu glo­ria, y otro por esa perlada nubecilla de allá lejos sobre los pinos de la montaña.
Se sentía como Adán recién creado: de repente ha­bía heredado todas las cosas, incluidos los soles y las estrellas.
¿Habéis salido alguna vez a pasear?
* * * * *
El relato del viaje de White Wynd podría ser una epopeya. Se lo tragaron por las grandes ciudades y fue olvidado: pero salió por el otro lado. Trabajó en las canteras y en los muelles país tras país. Como un alma transmigrante, vivió una sucesión de existencias: una partida de vagabundos, una cuadrilla de obreros, una dotación de marineros, un grupo de pescadores, lo consideraron el último acontecimiento de sus vidas, el hombre alto y delgado de ojos como dos estrellas, las estrellas de un antiguo designio.
Pero jamás se apartó de la línea que circunda el globo.
Un atardecer dorado de verano, sin embargo, se topó con lo más extraño de todos sus viajes. Subía pe­nosamente una loma oscura que lo ocultaba todo, como la misma cúpula de la tierra. De pronto lo invadió un extraño sentimiento. Se volvió a mirar hacia la vasta extensión de hierba para ver si había alguna linde, porque se sentía como el que acaba de cruzar la frontera del país de los elfos. Con un carillón de pasiones nuevas repicándole en la cabeza, asaltado por recuerdos confusos, llegó a lo alto de la colina.
El sol poniente irradiaba un resplandor universal. Entre el hombre y él, allá abajo en los campos, había lo que parecía a sus ojos anegados una nube blanca. No, era un palacio de mármol. No, era la Granja White junto al río.
Había llegado al fin del mundo. Cada lugar de la tierra es principio o fin, según el corazón del hombre. Ésa es la ventaja de vivir en un esferoide achatado por los polos.
Estaba atardeciendo. La loma herbosa en la que es­taba se volvió dorada. Tuvo la sensación de que se ha­llaba en medio de fuego en vez de hierba. Estaba tan quieto que los pájaros se posaron en su bastón.

Granja White 2
Toda la tierra y su esplendor parecían celebrar el regreso al hogar del lunático. Los pájaros que volaban hacia sus nidos lo conocían, la Naturaleza misma esta­ba en su secreto: era el hombre que había ido de un lu­gar al mismo lugar.
Pero se apoyaba con cansancio en su bastón. En­tonces alzó la voz una vez más:
–Oh, Dios, creador mío y de todas las cosas, escucha cuatro cantos de alabanza. Uno por mis pies, por tener­los doloridos y lentos, ahora que se acercan a la puerta; otro por mi cabeza, por tenerla inclinada y cubierta de canas, ahora que Tú la coronas con el sol; otro por mi corazón, porque le has enseñado con el dolor y la espe­ranza dilatada que es el camino lo que hace el hogar, y otro por esa margarita que hay a mis pies.
Descendió por la ladera y se adentró en el pinar. A través de los árboles pudo ver la roja y dorada puesta de sol posándose en los blancos edificios de la granja y en las verdes ramas de los manzanos. Ahora era su ho­gar. Pero no pudo serlo hasta que se fue de él y hubo regresado. Ahora él era el Hijo Pródigo.
Salió del pinar y cruzó el camino. Saltó la tapia baja y se metió por entre los frutales, atravesó el huerto y pasó los establos. Y en el patio empedrado vio a su es­posa que sacaba agua.

Chesterton y Shrek, en ‘Felices para siempre’

La familiaridad con GK agudiza la sensibilidad en su misma dirección: ése es nuestro objetivo: aprender a mirar con sus ojos. El otro día vimos en casa Shrek 4: Felices para siempre, un poco por cariño al personaje, un poco complacer a los miembros más jóvenes de la familia. Desde luego, supera con creces la 3ª de la serie, la única floja. Los guionistas se estrujan las neuronas y vuelven a hacer una peli digna del Shrek más genuino: en medio del caos familiar, Shrek echa de menos cuando era un auténtico ogro que ejercía de ogro. Casado y con tres hijos, las cosas ‘ya no están en su sitio’, y firma con Rumpelstinkin un contrato peculiar: volver a la ciénaga por un día, a cambio de…

Shrek, su familia y sus amigos. Teocio.es

Shrek, su familia y sus amigos. Teocio.es

¿Qué tiene que ver Shrek con Chesterton? Felices para siempre es otra expresión de la añoranza del hogar. Refleja muy bien la búsqueda del propio sitio que realizamos en este mundo, aunque para eso haya que dar la vuelta al mundo:

Estaba regresando a casa. La Granja White estaba detrás de cada bosque y detrás de cada barrera montañosa. La buscaba tal y como los demás buscamos el país de las hadas, tras cada curva del camino. Sólo hubo una dirección en la que nunca la buscó, y ésa era precisamente, a tan sólo un kilómetro a sus espaldas, donde se alzaba la Granja White, reluciente con su paja y sus paredes encaladas bajo el racheado azul de la mañana (Añoranza del hogar estando en casa, Los países de colores, p.251).

Ésa es una de las ideas centrales de GK, y es relativamente frecuente en el cine de hoy, porque es realmente uno los problemas más ligados a nuestro modo de ser y nuestro modo de estar en la vida moderna, a nuestra identidad, que nos obliga a estar siempre en camino, a ser peregrinos de nosotros mismos.

El cochero extraordinario, y 3: estilo, método y filosofía de GK

El relato de El cochero extraordinario no se va de mi cabeza: de cómo el despiste de un cochero puede hacer sacudir los cimientos del mundo saca GK un conjunto de reflexiones, que -consciente de mi reiteración- enumero a continuación, pues deseo profundizar en voz alta en la manera de trabajar de Chesterton.

Está claro que es su modo de expresar su filosofía, la filosofía. No es exactamente el de Platón y Sócrates… pero tiene un aire, quizá interrumpido o demasiado adornado por los elementos poéticos y narrativos. Pero en este ensayo-relato ha debido quedar claro que estamos hechos para tener respuestas, pues la actitud de búsqueda es temporal, mientras encontramos el camino de la verdad a través de la realidad de las cosas, que nos conduce a algunas conclusiones. Si no llegamos a cerrar la boca sobre algo sólido, estaríamos perdiendo el tiempo:

-Es contradictorio decir que es intelectualmente imposible tener certidumbre.
-El problema de los escépticos parece ser el futuro, pero la verdadera cuestión mira al pasado: ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa?. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una imagen? Esta reflexión es brillante, no sólo plantea el problema del tiempo vivido, sino que se introduce en cuestiones de teoría del conocimiento y psicología.
-La solución está en tanto en la voluntad –no quiero ser un lunático– como en la experiencia –le repetí que en realidad le había alquilado en la esquina de Leicester Square-. Esto es una interpelación para todos: ¿qué camino queremos elegir? ¿sabemos de verdad qué caminos hay ante nosotros?

No creo que con estas reflexiones consiga hacer que GK entre en la academia como tal filósofo; Tan sólo quiero conseguir mi viejo objetivo: descubrir y aprender el método de GK: ver en cada momento la enorme repercusión de la minucia que tengo delante, y mostrarla a otras personas.

Otra cosa es que no he querido utilizar la clásica expresión de fondo y forma, sino método, estilo y filosofía. Quizá es una metodología provisional de trabajo, pero nos permite distinguir:

  • Cómo funciona su mente.
  • Qué ideas tiene.
  • La manera que tiene de exponerlas.

Lo que falta en el mundo

Ando escaso de tiempo, y sólo me da para escribir unas pocas palabras, aunque son de esas que sintetizan el pensamiento de GK. Está en el ensayo ‘Enormes minucias’, en el libro del mismo título, Espuela de Plata, p.23:

En el mundo nunca escasearán los milagros, sólo el asombro.

Chesterton y «Un trozo de tiza»

Con el título de este texto, bautiza GK un bellísimo artículo, al que si miramos con unos ojos no de carne, podríamos enojarnos ante los ‘insultos’ o provocaciones – que no son ni una cosa ni la otra- que nuestro autor parece propinar a su país: Y allí me quedé, inmerso en un placentero trance, al darme cuenta que el sur de Inglaterra no sólo es una gran península y una tradición y una civilización, sino algo incluso más admirable: un trozo de tiza.

Ciertamente, a poco que reflexionemos, estamos ante un proceso de abajamiento en el que GK prestigia algo ínfimo como excelsitud de su patria. ¿Es una especie de distorsión por degradación, llevado a cabo con la metáfora escolar? Es costoso y difícil dejarse seducir por este análisis, ya que, conociendo la humildad de GK, es más viable que éste pretendió -y lo consiguió- hacer la sublimación de lo pequeño. lo nimio despreciable como la virtud que lo acerca a la consideración ensalzadora de lo oculto a la masa. Y nos demuestra que es allí, en el mundo abandonado a lo cercano real donde se resuelve el misterio.Un misterio tan corriente -mas no baladí- como es encontrar la tiza que nos permita aprehender el dibujo del mundo en un papel de estraza: la cual es la forma menos onerosa de poseer. Igual que cuando de posee al leer, al escribir, al ver, al oír…

La leyenda de la espada

No siempre lo moderno es lo mejor. El progreso no conlleva siempre el bienestar. Este es el mensaje con el  que concluye la pequeña fábula narrada por GK, escrita en 1.928,  publicada en su revista GK´s Weekly, y editada en castellano por la editorial Valdemar, donde nos relata de manera breve, irónica y divertida las pericias de sus dos protagonistas.

Un soldado ‘yanky’ se enfrenta a otro español en la Guerra de Cuba. Por diversas circunstancias, ambos tienen que sobrevivir  juntos en una isla selvática cubierta de una densa vegetación. El español tan solo tiene una vieja espada que perteneció a un antepasado suyo, mientras que el americano lucía su flamante nuevo revólver reglamentario.

El español se abre paso entre la densa maleza de la isla gracias a su espada, el americano le sigue detrás;

-Puedo ayudarte, preguntó el americano.
-Si con vuestra infalible puntería os dignarais disparar una tras otra, a cada brizna de hierba, ¿qué duda cabe de que acabaríamos la tarea más a prisa?

Los días de convivencia transcurren en el selvático istmo, y el hidalgo lograba mantener una excepcional limpieza y aseo personal. El americano descubre su secretoUn hombre sin más posesión  terrenal que una hoja de hierro, debe afeitarse como pueda, dijo el español disculpándose. Pero vos, equipado como estáis con todo el lujo de la ciencia, no tendréis dificultad en disparar a los pelos de vuestra barba con la pistola.

Tras agotar su munición al disparar a unas aves para alimentarse, le reprocha el hispano que ahora recurriremos a mi táctica rudimentaria de ensartar peces con la espada.

Por último, culmina la fábula con una lacónica pero sugerente frase puesta en boca del pobre súbdito del país perdedor de aquella contienda:

Hemos retrocedido a un estado en el que podemos obtener lo que necesitemos con lo que ya tenemos.
-¡Pero- exclamo el americano-  eso es el fin del Progreso!

La frase del día de Zenit, hoy

El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia.

Gilbert Keith Chesterton. (1874-1936)

Chesterton: elogio de la madera

Me he topado por casualidad con una representación de la imagen de la Inmaculada de Alonso Cano, el genial artista barroco, que se conserva en la catedral de Granada. Este tesoro rodeado de tesoros es una talla de unos 50 cm de altura realizada inicialmente para el facistol de la catedral, que hoy preside la sacristía.

Como si fuera un clic de ratón, me han venido a la cabeza unas palabras sobre la madera que leí el otro día en uno de los ensayos recogidos en Los países de colores. El ensayo en cuestión está dedicado a la caja de pinturas y es, cómo no, una variación sobre uno de los temas que fascinan a GK, la posibilidad de creación, la creatividad que tenemos los seres humanos. Volvamos a la madera:

«Es la más fascinante y las más simbólica de las sustancias, ya que tiene la dureza esencial justa para resistirse al aficionado y la maleabilidad necesaria para convertirse en un instrumento musical en manos de un experto. Trabajar la madera es el ejemplo supremo de creación; la creación en un material que se resiste lo justo pero ni un ápice de más. No resulta por tanto de extrañar que el mejor en tomar forma de hombre fuera carpintero».

Inmaculada de Alonso Cano seleccion