Ramón Mayrata (Madrid, 1952) , uno de los grandes conocedores de la historia del ilusionismo. Es además, escritor, periodista, guionista y algunas cosas más. Nos envían el enlace -ojalá nos enviaran más- que contiene un ensayo sobre Chesterton y la magia, que es varias cosas a la vez:
-Una contextualización del ambiente de la magia a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, útil para entender películas recientes como ‘El prestigio: el truco final’ o ‘El ilusionista’, precisamente ambientadas en esa época.
-Una estudio sobre Magia, una obrita de teatro que GK escribió en 1913 a instancias de su amigo Bernard Shaw.
-Un análisis de la forma de pensar de Chesterton, o mejor aún, una explicación estupenda de cómo GK nos muestra cómo nuestro conocimiento se va transformando -estropeándose, en parte- al alejarnos de la niñez y su asombrada forma de mirar.
Mayrata se ha documentado bien, pero lo mejor es que -a pesar de destripar la historia de Magia– hace que te entren muchas ganas de leerla -o releerla, si es el caso. Remito al artículo completo, Chesterton y la magia, pero por si alguien no tuviera tiempo de leerlo entero, me permito seleccionar unos párrafos, con citas de la Autobiografía de Chesterton, para abrir el deseo de seguir profundizando. Respeto sus referencias al pie, que hay que encontrar en su propio blog:
«El mago de Chesterton se basa sólo en parte en la observación de magos reales. Por ejemplo hace alusión al juego de la aparición de una pecera con peces de colores que ejecutaba con primor Chung Ling Soo. Pero para Chesterton la creencia en la magia halla su combustible en el paraíso de la infancia, época en la que cualquier cosa es maravilla y el mundo está repleto de milagros. En su Autobiografía (7) relata la primera imagen vista en su niñez: “Lo primero que recuerdo haber visto con mis ojos es un muchacho atravesando a pie un puente. Tenía un bigotito rizado y una actitud de confianza en sí mismo rayana en la jactancia. Llevaba en la mano una llave desmesurada de un metal amarillo brillante reluciente y sobre la cabeza una gran corona de oro o dorada. El puente que Atravesaba surgía en uno los extremos del borde de un peligroso precipicio al pie de unas montañas cuyas cumbres se alzaban majestuosas en la distancia hasta lo más alto de la torre de un castillo con demasiadas almenas. La torre del castillo tenía una ventana por la que asomaba una dama joven. No recuerdo en absoluto su aspecto pero me batiré con cualquiera que niegue su extraordinaria belleza” (8).
El Chesterton maduro reconstruye con minuciosa nitidez el mundo mágico del Chesterton niño. Una vivencia medieval y caballeresca improbable en el caso del hijo de un corredor de fincas en el último tercio del siglo XIX en Inglaterra. Lo cierto es que esta imagen tan vívida no pertenecía a la vida sino al teatro. A un teatrillo de juguete construido y manipulado por su padre que se agazapó para siempre en su memoria. Chesterton decía que permanecía “detrás de sus pensamientos revelándole “los bastidores del teatro de las cosas (9).
Y sin embargo no se trata de una ilusión. Está lejos de considerar el mundo real como un teatro a la manera de Calderón. Disfruta del teatro aún a sabiendas de que es teatro. No se siente engañado al descubrir que el príncipe es un fantoche de cartón o el abismo una brecha entre dos corchos. Justamente lo que le atrae en el cartón, el corcho y la madera es la capacidad de convertirse en otra cosa sin dejar de ser lo que son. Nos basta recordar con qué facilidad transformábamos de niños el palo de una escoba en un caballo. Y no nos sorprendía que, sin solución de continuidad, la escoba volviera a utilizarse para barrer la habitación.
El niño actúa como si, pero distingue con toda naturalidad entre el fingir y el engañar. “Sencillamente –dice Chesterton- porque el niño comprende la naturaleza del arte mucho antes de entender la naturaleza de la argumentación”. El niño juega a que la bañera es un mar con olas que el mismo provoca. Crea imágenes que prosiguen su existencia en la imaginación. Pero no confunde la realidad con la ficción. Disfruta saltando de una a otra, No muy distinto es el planteamiento de un mago. La magia es yesca para la imaginación. Y en ese sentido tiene razón Juan Tamariz cuando afirma que la Magia prende cuando ese niño revive (10).
Chesterton efectúa una encarnizada defensa de la honestidad con que los niños contemplan el mundo que les rodea. Considera engañosos los términos que utilizamos los adultos para describir su manera de ver las cosas. No me parece que exista la menor sombra de falsedad en la claridad cristalina y la rectitud de la visión infantil de un palacio de hadas, o de un policía del país de las hadas. En un sentido, el niño cree mucho más que eso y, en otro sentido, mucho menos. No creo que el niño se deje engañar; o que por un momento se engañe a sí mismo. Creo que de inmediato establece su derecho directo y divino a disfrutar de la belleza; que se introduce en su propio y legítimo reino de la imaginación, sin retóricas ni preguntas, como surgen después de las falsas moralidades y filosofías, tocando la naturaleza de la mentira y de la verdad (11)».
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