Archivo de la categoría: Filosofía

‘Mooreeffoc’: Una lección de Dickens a Chesterton

En el artículo de Ramón Mayrata que comentábamos el otro día aparecía brevemente explicada la expresión mooreeffoc¸que era utilizada por Dickens «para designar la extrañeza que provocan las cosas que la costumbre ha convertido en triviales, cuando las percibimos desde un ángulo distinto». Una de las cosas más bonitas de los estudios intelectuales es encontrar las fuentes de los genios y sabios, que no lo son menos por no haber descubierto esas ideas brillantes: al contrario, se engrandecen al darse cuenta de su naturaleza y sacarles todo el partido posible, como hizo GK en este caso con la expresión de Dickens.

Mooreeffoc

No obstante, una expresión tan curiosa merecía un poco más de interés por nuestra parte, y hemos encontrado -en el antiguo blog de la American Chesterton Society, hoy de un estilo diferente- un excelente post a cargo de Nancy Brown que lo explica, y es una delicia leerlo entero. Dejo pues a los lectores con el original y reproduzco a continuación el fragmento de Charles Dickens (Pretextos, 2002, p.39-40), en el que el propio GK interpreta la expresión:

Todo el secreto de ese realismo fantasmagórico, gracias al cual pudo Dickens dotar de vida cualquier rincón sombrío o anodino de Londres está aquí: En las descripciones de Dickens hay detalles –una ventana, una verja, el ojo de la cerradura de una puerta- que cobran una vida demoníaca. Las cosas parecen más reales de lo que realmente son. De cierto que tal grado de realismo no existe en la realidad; es el realismo insostenible de un sueño. Un realismo así sólo se logra cuando uno entra por entre las cosas llevando consigo sus propios sueños; jamás cuando se va hacia ella, bien abiertos los ojos, para observarlas mejor. El propio Dickens nos da un ejemplo insuperable de cómo, en momentos de distracción, esa suprarrealidad minuciosa iba formándose en él. Entre los cafés a que a veces se acogía en aquellos días de desolación, menciona uno en St Martin’s Lane «del que sólo recuerdo que estaba cerca de la Iglesia, y que tenía en la puerta pintado, sobre un cristal en óvalo, COFFEE ROOM dirigido hacia la calle. Cada vez que me encuentro ahora en algún café de muy diferente clase, pero donde haya una inscripción en el cristal, y la leo desde dentro, del revés, MOOREEFFOC (como a menudo hacía entonces, en la desmayada ausencia de mis ensoñaciones), siento que me da un vuelco el corazón». Esas sílabas locas MOOREEFFOC, puede servir de lema de un realismo efectivo; son la piedra angular donde se asienta su primer principio, e principio según el cual lo más fantástico de todo es, a menudo, el hecho más preciso. Y Dickens aplicó ese realismo mágico, como de danza de duendes, por doquier. Su obra vive con la vida de los objetos inanimados. La fecha de encima de la puerta se pone a bailar sobre Mr Grewgious; el llamador hace muecas a Mr. Scrooge; desde el fresco del techo, el romano señala a Mr. Tulkinhorn; y a Tom Smart le mira de reojo el viejo sillón. Todo estos hechos son ‘mooreeffócicos’; si uno los ves, es porque no los mira.

¡Uf! Es una lección difícil ver las cosas con ojos ‘mooreeffócicos’, como Chesterton aprendió a hacer. Es mucho más fácil aplicar el ‘antiguo-lema-moderno’ Carpe diem, que agota en sí mismo el instante, en vez de remitir a una verdad más profunda.

Chesterton y la ética hacker: pasión y creatividad

Para mucha gente, un hacker es un pirata informático, lo que en realidad se llama cracker. Los hackers son ciertamente apasionados de la informática que -más allá de dedicar muchas horas a los ordenadores- suelen compartir un conjunto de criterios. Pekka Himanen (Helsinki, 1974), es un filósofo que ha estudiado los principios por los que se rigen, que van mucho más allá del software y el acceso libres, y los ha recogido en La ética del hacker y el espíritu de la era de la información (2001), al que se puede acceder directamente –faltaría más- pulsando en el enlace o en la foto. La lectura de este libro me ha hecho pensar lo que Chesterton hubiera disfrutado con él, y dedicaré varias entradas a comentarla.

Himanen portada de La etica del hacker 2

Himanen parafrasea un título del sociólogo Max Weber (1864-1920), La ética protestante y el espíritu del capitalismo, para realizar un estudio –riguroso, aunque accesible- sobre la forma de ver el trabajo antes y después de la Reforma protestante –que no podemos desarrollar aquí-, y que vino a cambiar los planteamientos vitales, no sólo con respecto al  propio trabajo, sino que trajo toda una serie de consecuencias, al hacer de él un fin en sí mismo, o bien dirigirlo –en el mundo capitalista- al dinero. El tiempo es oro, acabaría por decir Benjamín Franklin, empujándonos a una sociedad compartimentalizada y estrictamente organizada en torno a la realización de tareas y consecución de bienes de consumo: el beneficio propio –expresado en los negocios o el bienestar- es el centro de una sociedad individualista.

La ética hacker, por el contrario, se apoya sobre otra serie de principios: la pasión por realizar lo que nos atrae, la libertad para llevarlo a cabo, el intercambio de conocimientos, la preocupación responsable –los demás como fin en sí mismo, a diferencia de nuestra sociedad mercantilizada-, especialmente por los que están en el límite de la supervivencia.

Como dice Himanen, «el hacker que vive según esta ética a estos tres niveles -trabajo, dinero, nética– consigue el más alto respeto por parte de la comunidad. Y se convierte en un héroe genuino cuando consigue honrar el séptimo y último valor. Este valor ha venido recorriendo todo el libro y, ahora, en el capítulo séptimo, puede ser explicitado: se trata de la creatividad, la asombrosa superación individual y la donación al mundo de una aportación genuinamente nueva y valiosa» (p.101 de la versión pdf).

Hay muchas relaciones entre los ideales proclamados por los hackers y Chestserton, pero no es posible glosarlos ahora: reconocimiento de la Edad Media, disfrute de la vida –frente a los puritanos trabajadores-, los manifiestos en forma de cánticos y otras humoradas que aparecen en el libro, etc. Un día desarrollaré la coincidencia entre la defensa del domingo que realiza Himanen y un de los personajes centrales de la novela El hombre que fue jueves, llamado precisamente Domingo, organizador de todo el tinglado. Hoy sólo destacamos la cita de Himanen relativa a la creatividad. Como dice J.C. de Pablos en «La libertad creadora en la vida y el pensamiento de Chesterton» (p.221):

«Es el acto de crear, es decir, de la creación artística –la obra de arte en general: pintura, poesía, literatura, etc.- lo que lleva a Chesterton a pensar en la trascendencia, en la necesidad de una inteligencia creadora… que esté en el origen de todo, además de proporcionarle personalmente la posibilidad de ser continuador de esa magnífica potencia: es consciente de ser un pequeño dios que puede crear mundos, engarzados en mundo más grande creado por un Dios infinitamente más grande. […] Chesterton se sintió libre para crear, y lo hizo de una manera ingente y variada, pues cultivó multitud de géneros. Sus obras están constituidas por mundos fantásticos e improbables –cualquiera de sus novelas largas, todas ellas imbuidas de un sentido alegórico que supera con creces al sentido realista convencional- y mundos verosímiles –como sus novelas cortas e historias de detectives, de formas realistas que le granjearon el fervor y admiración de sus colegas de género».

Toda la teoría de la creatividad de Chesterton se resume en estas palabras de Ortodoxia (cap.7): Dios no nos ha dado los colores en el lienzo, sino en la paleta.

Chesterton: presentación de ‘Nostalgia del hogar’

Ayer hablábamos de la fidelidad de Chesterton a sí mismo. En El hombre eterno (1925), hace referencia a un antiguo relato suyo. Había sido escrito en 1896, cuando GK tenía tan sólo 22 años, justo tras superar la fase más crítica de su vida, y comenzar a verlo todo de otra manera. De forma poética, Chesterton expresa su solución al problema de la vida del hombre, que será una idea central en toda su filosofía: la intuición –argumentada mil veces después- de que nuestra vida no es sino la búsqueda del hogar. Es la forma que GK da a la idea del viaje que sería la vida humana –ya en la Odisea aparece esta idea- o expresada en términos  más modernos, para encontrarse con uno mismo. En Ortodoxia explicaría por qué nunca terminamos de sentirnos bien: nuestro viaje -nuestra casa- no concluye en esta tierra.

El relato que nos ocupa –Homesick at home– fue publicado –que yo sepa- por primera vez en The coloured lands, de manera póstuma, en 1938, por Sheed & Ward. Existen tres versiones en español:

-Rialp, El amor o la fuerza del sino, 1993. Traducción de Álvaro de Silva.
-Valdemar, Fábulas y cuentos, 2000. Traducción de Marta Torres.
-Valdemar, Los países de colores, 2010. Traducción de Óscar Palmer.

Como no podía elegirlas todas, he escogido la de Marta Torres, aunque considero que el título más fiel a la idea de Chesterton es el de Óscar Palmer: Añoranza del hogar estando en casa, que va mucho más allá de las tres palabras originales. He modificado el título en la entrada, porque me parece que el más adecuado es Nostalgia del hogar.

¿Cómo ofrecerlo? De dos formas.
-La primera en edición bilingüe, como otros muchos textos de GK, enlazando  desde aquí a Nostalgia de casa.
-La segunda, completo en la entrada de mañana domingo, ocasión propicia para disponer de más tiempo, con el texto ya presentado. Para abrir boca dos fragmentos. Primero, el inicio:

Uno, con aspecto de viajero, se me acercó y me dijo: ¿Cuál es el recorrido más corto de un lugar al mismo lugar?
Tenía el sol de espaldas, de manera que su cara era ilegible.
–Quedarse quieto, naturalmente –dije.
Eso no es un trayecto –replicó-. El trayecto más corto de un lugar al mismo lugar es la vuelta al mundo –y se fue.

Granja White 1

Y luego, las consideraciones del protagonista a mitad de camino, que reflejan la forma de mirar de GK tras salir de su fase crítica, pero también la visión de la humanidad entera en el transcurso de los siglos, en ese estilo que hace grande a Chesterton:

–Oh, Dios, creador mío y de todas las cosas, escucha cuatro cantos de alabanza. Uno por mis pies que me has hecho fuertes y ligeros sobre Tus margaritas; otro por mi cabeza, que me has alzado y coronado sobre las cuatro esquinas de Tu cielo; otro por mi corazón, del que has hecho un coro de ángeles que cantan Tu glo­ria, y otro por esa perlada nubecilla de allá lejos sobre los pinos de la montaña.
Se sentía como Adán recién creado: de repente ha­bía heredado todas las cosas, incluidos los soles y las estrellas
.

Chesterton y su regalo de Navidad

La más enérgica de todas [las emociones] consiste en que la vida es tan preciosa como enigmática; en que es un éxtasis por lo mismo que es una aventura; y en que es una aventura porque toda ella es una oportunidad fugitiva. […] La prueba de la dicha es la gratitud, y yo me sentía agradecido sin saber a quién agradecer. Los niños sienten gratitud cuando san Nicolás colma sus pequeños calcetines de juguetes y bombones. ¿Y no había yo de agradecer al santo cuando pusiera, en vez de dulces, un par de maravillosas piernas dentro de mis calcetines? Agradecemos los cigarros y pantuflas que nos regalan el día de nuestro cumpleaños. ¿Y a nadie había yo de agradecer ese gran regalo de cumpleaños que es ya de por sí mi nacimiento? (Ortodoxia, Cap.4).

Siempre me han llamado poderosamente la atención estas palabras de GK sobre sus piernas dentro de los calcetines, y cómo a él le conducen al enigma esencial de la existencia. El problema del mundo de hoy, que no las ve, de lo acostumbrados que estamos a tener piernas. Es el problema del ambiente utilitarista que nos rodea: al advertir las piernas, sólo pensamos en sacarles el máximo aprovechamiento, sin pensar en cómo han llegado a estar ahí, con toda naturalidad, en sus propios calcetines.

Chesterton no es sólo un gran filósofo porque se asombre de la presencia de las piernas: a muchos nos gusta GK porque sentimos las mismas emociones. Es grande porque argumenta correctamente sobre todo lo demás.

Por hoy sería suficiente, sino fuera porque deseo anunciar que hemos añadido un nuevo trabajo en Algunos estudios en español. Mariano Fazio, lo explica así (2004, p.1): «La obra de Chesterton es muy vasta, y ampliamente estudiada. En este artículo nos detendremos en un elemento central de su pensamiento, que hemos denominado la ‘filosofía del asombro agradecido’. Como se irá explicando en las sucesivas páginas, la cosmovisión chestertoniana gira en torno a la gratuidad de la Creación, gratuidad que ha de producir asombro y agradecimiento a todos quienes gozamos de la existencia. Este mundo proviene de la nada: podría no existir y es maravilloso el mismo hecho de que exista. A esta conclusión llegó Chesterton solo, y luego descubrió que era una de las verdades fundamentales del dogma cristiano. Más adelante, el asombro y el agradecimiento se incrementarán cuando descubra el dogma de la Encarnación».

El cochero extraordinario, y 3: estilo, método y filosofía de GK

El relato de El cochero extraordinario no se va de mi cabeza: de cómo el despiste de un cochero puede hacer sacudir los cimientos del mundo saca GK un conjunto de reflexiones, que -consciente de mi reiteración- enumero a continuación, pues deseo profundizar en voz alta en la manera de trabajar de Chesterton.

Está claro que es su modo de expresar su filosofía, la filosofía. No es exactamente el de Platón y Sócrates… pero tiene un aire, quizá interrumpido o demasiado adornado por los elementos poéticos y narrativos. Pero en este ensayo-relato ha debido quedar claro que estamos hechos para tener respuestas, pues la actitud de búsqueda es temporal, mientras encontramos el camino de la verdad a través de la realidad de las cosas, que nos conduce a algunas conclusiones. Si no llegamos a cerrar la boca sobre algo sólido, estaríamos perdiendo el tiempo:

-Es contradictorio decir que es intelectualmente imposible tener certidumbre.
-El problema de los escépticos parece ser el futuro, pero la verdadera cuestión mira al pasado: ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa?. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una imagen? Esta reflexión es brillante, no sólo plantea el problema del tiempo vivido, sino que se introduce en cuestiones de teoría del conocimiento y psicología.
-La solución está en tanto en la voluntad –no quiero ser un lunático– como en la experiencia –le repetí que en realidad le había alquilado en la esquina de Leicester Square-. Esto es una interpelación para todos: ¿qué camino queremos elegir? ¿sabemos de verdad qué caminos hay ante nosotros?

No creo que con estas reflexiones consiga hacer que GK entre en la academia como tal filósofo; Tan sólo quiero conseguir mi viejo objetivo: descubrir y aprender el método de GK: ver en cada momento la enorme repercusión de la minucia que tengo delante, y mostrarla a otras personas.

Otra cosa es que no he querido utilizar la clásica expresión de fondo y forma, sino método, estilo y filosofía. Quizá es una metodología provisional de trabajo, pero nos permite distinguir:

  • Cómo funciona su mente.
  • Qué ideas tiene.
  • La manera que tiene de exponerlas.

El cochero extraordinario, 2

Nos quedamos el otro día con la boca cerrada, tras apresar un buen filete de metafísica chestertoniana, y tras el almuerzo con los mejores amigos de Chesterton, en una discusión sobre la posibilidad o no de la existencia de certezas, sobre todo, con la paradójica certeza de la inexistencia de certezas. Nos preparábamos así para encontrarnos con El cochero extraordinario, cuyo texto completo –incluyendo la versión inglesa- puede encontrarse en la página Textos de GK. Continuamos por tanto, con el texto (Enormes minucias, cap.V):

Bueno, pues cuando la discusión llegó a su término, o por lo menos cuando la dimos por terminada (porque terminar no terminaría nunca), salí a la calle con uno de mis compañeros, que en la confusión y relativa demencia de unas elecciones generales había, no se sabía cómo, resultado elegido miembro del Parlamento, y fui con él en un cab desde la esquina de Leicester Square hasta la entrada reservada a los miembros de la Cámara de los Comunes, donde la policía me recibió con tolerancia perfectamente desacostumbrada. Si el policía supuso que mi amigo era mi loquero, o si supuso que era yo el loquero de mi amigo, es una discusión entre nosotros que dura todavía.

Es indispensable guardar en esta narración la más extremada exactitud en los detalles. Después de dejar a mi amigo en la Cámara, continué en el cab unos cuantos cientos de yardas hasta una oficina en Victoria Street, donde tenía que hacer una visita. Luego salí y ofrecí al cochero una cantidad mayor de la correspondiente según tarifa. La miró, pero no con hosca duda y general disposición de comprobar si estaba bien, que no es cosa inaudita entre cocheros normales. Pero aquel no era un cochero normal, quizá no era ni siquiera un cochero humano. Miró las monedas con asombro apagado e infantil, con toda evidencia auténtico.

—¿Se da cuenta, señor –dijo–, de que solamente me da un chelín y ocho peniques?
Manifesté, no sin cierta sorpresa, que sí, que lo sabía.
—¿Y no sabe, señor –dijo del modo más amable, razonable, suplicante–, no sabe que esa no es la tarifa desde Euston?
—¿Euston? –repetí vagamente, porque la palabra me sonaba en aquel momento como me hubiera sonado ‘China’ o ‘Arabia’–. ¿Qué diablos tiene que ver aquí Euston?
—Usted tomó el coche precisamente a la salida de la estación de Euston –empezó el hombre a decir con precisión asombrosa–, y luego usted me dijo…
—Pero, ¡por el Tártaro tenebroso!, ¿qué está usted diciendo? –dije con cristiana paciencia–. Yo tomé el coche en la esquina sudeste de Leicester Square.
—¿Leicester Square? –exclamó, perdiéndose en una catarata de desprecio–; ¡si no hemos estado en todo el día cerca de Leicester Square! Usted tomó el coche a la salida de la estación de Euston y me dijo…
—¿Está usted loco, o lo estoy yo? –pregunté con científica calma.

Miré al cochero. Ningún otro, habitualmente falto de honradez, hubiera pensado en intentar una mentira tan sólida, tan colosal, tan original. Y aquel hombre no era un cochero falto de honradez. Si alguna vez un rostro humano fue tranquilo y sencillo y humilde, y tuvo grandes ojos azules protuberantes como los de una rana; si alguna vez (para no hacerme pesado) un rostro humano fue cuanto un rostro humano debe ser, ese era el rostro de aquel quejoso y respetuoso cochero. Miré arriba y abajo de la calle, parecía estar cayendo sobre ella un crepúsculo anormalmente oscuro. Y durante un instante, la añeja pesadilla del escéptico tocó con sus dedos mis nervios más sensibles. ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa? ¡Hay que ver los surcos monótonos en que se eternizan los escépticos que andan preguntando si tenemos una vida futura…! La cuestión realmente emocionante para el auténtico escepticismo es si tenemos una vida pasada. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una imagen? La oscuridad se acentuaba. El cochero me dio tranquilamente los más complicados detalles de los ademanes, las palabras, el complejo pero consistente conjunto de actos que habían sido los míos desde aquella memorable ocasión en que yo alquilé el coche a la salida de la estación de Euston. ¿Cómo podría yo saber (dirían mis amigos escépticos) que yo no le había alquilado a la salida de Euston? Yo me aferraba con firmeza a mi aseveración; él estaba igualmente firme aferrado a la suya. Era palmariamente tan honrado como yo y miembro, además, de una profesión mucho más respetable. En aquel momento el universo y las estrellas se separaron el grueso de un cabello de su equilibrio y los cimientos de la tierra se conmovieron. Pero por la misma razón que creo en beber vino, por la misma razón que creo en el libre albedrío, por la misma razón que creo en el carácter fijo de la virtud, razón que no puede expresarse sino diciendo que no quiero ser un lunático, continué creyendo que aquel honrado cochero se equivocaba; y le repetí que en realidad le había alquilado en la esquina de Leicester Square. Él comenzó con la misma evidente y ponderada sinceridad:

—Usted alquiló el coche en la salida de la estación de Euston, y dijo usted…
En aquel momento se produjo en sus facciones una especie de temerosa transfiguración de vívido asombro, como si le hubieran encendido por dentro como una lámpara.
—Hombre, le pido perdón, señor —dijo—. Le pido perdón. Le pido perdón. Usted alquiló el coche en Leicester Square. Ahora me acuerdo. Le pido perdón.

Y sin más, aquel asombroso cochero hizo sonar su látigo con un agudo chasquido y el coche arrancó. Todo lo transcrito es estrictamente verdad, lo juro ante el estandarte de San Jorge.

* * *

Dirigí la mirada hacia el extraño cochero mientras iba desapareciendo a lo lejos entre la niebla. No sé si estuve en lo cierto al imaginar que, a pesar de lo honrado de su cara, había algo ultraterreno y demoníaco en él visto de espaldas. Quizás había sido enviado para tentarme y apartarme de mi adhesión a aquellos sensatos principios, a aquella certidumbre que había yo defendido poco antes. En todo caso me produce satisfacción recordar que mi sentido de la realidad, aunque titubeó por un instante, había permanecido enhiesto.

Spoiler-Destripe, para los que les gusta analizar y releer las cosas de GK:

-Lo mejor de estos párrafos es que es la narración de una situación, que nos desconcierta –como tantas otras situaciones de GK- hasta que llegamos al final, y entendemos dónde -y sobre todo, cómo– nos quería conducir Chesterton.
-Aparecen las típicas digresiones de GK, como los comentarios sobre el amigo parlamentario y el loquero.
-Y está el diálogo con el cochero mismo, del que varias veces se plantean dudas sobre su naturaleza, un hálito de misterio: Pero aquel no era un cochero normal, quizá no era ni siquiera un cochero humano.
-Poesía y filosofía aparecen entremezcladas (con frase lapidaria incluida, a la que quito la cursiva): Miré arriba y abajo de la calle, parecía estar cayendo sobre ella un crepúsculo anormalmente oscuro. Y durante un instante, la añeja pesadilla del escéptico tocó con sus dedos mis nervios más sensibles. ¿Qué era la certeza? ¿Estaba alguien seguro de alguna cosa? ¡Hay que ver los surcos monótonos en que se eternizan los escépticos que andan preguntando si tenemos una vida futura…! La cuestión realmente emocionante para el auténtico escepticismo es si tenemos una vida pasada. ¿Qué es ‘hace un minuto’, racionalmente considerado, sino una tradición y una pintura? La oscuridad se acentuaba.
-Vuelve el meollo del problema: primero en el restaurante, ahora en mitad de la calle, hablando con un hombre de la calle: ¿podemos estar seguros de algo? Chesterton quiere -hay un acto de voluntad- aferrarse a la tradición de la filosofía realista: porque lo ha vivido, porque sus sentidos no le engañan –en contra de la tradición racionalista e idealista, desde Descartes a hoy, pasando por Kant-.
-Pero la duda que GK siente se expresa de modo terrible, hiperbólico, muy de su estilo: En aquel momento, el universo y las estrellas se separaron de su equilibrio el grueso de un cabello y los cimientos de la tierra se conmovieron. ¿No es eso lo que se sentimos cuando un gran problema de cualquier índole nos agobia? La sensibilidad de GK le hace comprender todo lo que está en juego.
-Chesterton se mantiene firme en su postura (y sólo cuando escribo esto -pues antes me pasó desapercibido- comprendo la importancia de la actitud de firmeza, que permite al cochero caer en la cuenta de que estaba en el error: es la actitud que Chesterton sostendría toda su vida, sirviendo de apoyo para muchos otros que vendríamos después): que no quiero ser un lunático.

-Y la maravillosa conclusión, que al atar finalmente todos los cabos –y asentar los planetas de nuevo sobre sus órbitas-, te hacen exclamar ‘¡éste es mi Chesterton de siempre!’: Dirigí la mirada hacia el extraño cochero mientras iba desapareciendo a lo lejos entre la niebla. No sé si estuve en lo cierto al imaginar que, a pesar de lo honrado de su cara, había algo ultraterreno y demoníaco en él visto de espaldas. Quizás había sido enviado para tentarme y apartarme de mi adhesión a aquellos sensatos principios, a aquella certidumbre que había yo defendido poco antes. En todo caso me produce satisfacción recordar que mi sentido de la realidad, aunque titubeó por un instante, había permanecido enhiesto.

El cochero extraordinario: método, estilo y filosofía de GK

Acabamos de añadir un nuevo texto de GK en la página correspondiente: El cochero extraordinario. Es el capítulo V de Enormes minucias, una recopilación de artículos de 1909 con textos aparecidos desde 1901 en el Daily News, «ese diario que la gente compra aunque no cree en él, en oposición al Times, en el que la gente cree pero no compra» (Prólogo de Juan Lamillar). Era un periódico de talante diverso a la forma de pensar de GK, suficientemente liberal como para conservarlo entre sus colaboradores, a pesar de las discrepancias. El original inglés es Tremendous Triffles, que en la traducción portuguesa conserva mejor la sonoridad original: Tremendas trivialidades.

En esta entrada presentaré el texto, y colocaré la primera parte, que completaré con una segunda entrada. Este volumen de GK es uno de mis favoritos –siempre acabo por decir eso, me temo-. Pertenece a su primera época, y su estilo es quizá más chispeante y novedoso y aunque como se dice en la presentación de Archipiélago, no hay sorpresa, siempre hay asombro. Me gusta porque hace honor a su título y su título hace honor a su autor, a sus ideas, a su método y a su estilo. En el prólogo, Juan Lamillar (p.12) lo explica bien:

«Muchos de estos artículos suelen comenzar como la narración de un hecho cotidiano que Chesterton conduce a una situación que parece perderse en simplezas o en complicaciones y es en ese momento cuando el autor saca de ellas principios morales y verdades filosóficas. La reflexión surge de la exposición de una historia que acaba por alcanzar unos breves y contundentes argumentos, desembocando en la paradoja que se quiere crear, mostrar o explicar. Al marcado tono narrativo de estas páginas que comienzan con un cuento, hay que añadir una viveza en los diálogos que deja adivinar al novelista, lo mismo que su atención a las descripciones de los escenarios».

Y esto es así, casi una y otra vez, al menos en la forma. El fondo varía, tanto en el tipo de trivialidades como en las enormidades filosóficas y vitales a las que nos conduce, siempre de manera parecida. Al fin y al cabo, en eso consiste un estilo, ¿no? El relato El cochero extraordinario está dividido por el propio Chesterton en tres partes. Hoy sólo vamos a ver la primera.

De todas formas es preciso un inciso: por primera vez, al igual que hacemos con los textos de los ensayos más grandes que estamos analizando –El hombre eterno, Outline of sanity– hemos decidido recoger la versión original junto a la versión española, para advertir que falta un párrafo de GK, omitido tanto en la traducción de Vicente Corbí (Espuela de Plata), como en las obras completas, según la traducción de Calleja. El párrafo no es realmente fácil, y pone de relieve la idea de que es preciso conocer muy bien el pensamiento de GK para poder traducirlo. Sobre si la traducción es adecuada, el lector crítico podrá por fin formarse una opinión. Pero vayamos al texto de GK, que en realidad, podría ser un mini relato, muy en su estilo, que no precisaría una segunda parte, si no fuera porque refuerza la primera:

De vez en cuando he introducido en esta columna del periódico la narración de hechos que realmente han ocurrido. No quiero insinuar a este respecto que la columna se sostenga sola entre columnas de periódico. Sólo quiero decir que –a través de alguna parábola práctica de la vida cotidiana- he encontrado una mejor expresión de los significados que por cualquier otro método. Por eso que me propongo narrar el incidente del cochero extraordinario, que me ocurrió hace sólo tres días, y que –tan ligera como aparentemente- despertó en mí un momento de emoción genuina que bordeó la desesperación.

El día en que encontré al cochero extraordinario había estado comiendo en un pequeño restaurante en el Soho con tres o cuatro de mis mejores amigos. Mis mejores amigos son todos o escépticos irremediables o creyentes absolutos; así que nuestra discusión durante la comida giró sobre las más extremas y terribles ideas. Y la discusión acabó por girar exclusivamente sobre este punto: sobre si un hombre puede tener certidumbre sobre alguna cosa. Yo creo que puede tenerla, porque si (como decía mi amigo, blandiendo furiosamente una botella vacía) es intelectualmente imposible tener certidumbre, ¿qué certidumbre es esa imposible de tener? Si yo no he experimentado nunca lo que es la certeza, no puedo ni aun decir que nada hay cierto. De modo semejante, si nunca he visto el color verde, no puedo ni siquiera decir que mi nariz no es verde. Puede ser verde, verdísima, y no enterarme de ello si realmente no sé en qué consiste el verde. Nos lanzábamos, pues, insultos el uno al otro y la habitación se estremecía porque la metafísica es la única cosa completamente emocionante. Y la diferencia que nos separaba era profundísima, porque era una diferencia en cuanto a la finalidad de todo lo que llamamos amplitud de espíritu o inteligencia abierta. Porque mi amigo decía que él abría su intelecto, como el sol abre los abanicos de una palmera, abriéndolos por abrirlos, abriéndolos de una vez para siempre. Pero yo dije que yo abría mi intelecto como abría la boca, precisamente para volver a cerrarla sobre algo sólido. Estaba haciéndolo en aquel instante. Y, como señalé acaloradamente, resultaría extraordinariamente idiota si continuase con la boca abierta sin motivo y de una vez para siempre.

Spoiler-Destripe, sólo para los que quieren saber más:

-Aparece el sentido profundo asociado a un hecho pequeño, o relativamente pequeño, que cualquier otro hubiera dejado pasar.
-Aparece el sentido de la enormidad, habitual en GK, pues el incidente despertó en mí un momento de emoción genuina que bordeó la desesperación.
-Independientemente de sus convicciones personales, cualquiera puede ser un gran amigo de GK, aunque probablemente los que no tengan convicciones fuertes lo tienen más difícil, sean del bando que sean.
-La filosofía está localizada en la vida cotidiana: blandir la botella mientras se enuncia un principio universal… suena como lo más contrario de la actividad de los sesudos personajes que se dedican a dilucidar la comprensión del mundo. Con seguridad, Kant no lo haría, aunque era la tradición de los griegos.
-Se encuentra la frase lapidaria: la metafísica es la única cosa completamente emocionante.
-Tenemos incluida la paradoja, pues si […] es intelectualmente imposible tener certidumbre, ¿qué certidumbre es esa imposible de tener? 
-Y como siempre -tras la agudeza para descubrir lo complejo de la situación- su empeño por llegar al fondo de las cosas, expresado en la chestertonada que nos ayuda a comprender una realidad compleja –y con ella, el sentido de la vida humana: La diferencia que nos separaba era profundísima, porque era una diferencia en cuanto a la finalidad de todo lo que llamamos amplitud de espíritu o inteligencia abierta. Porque mi amigo decía que él abría su intelecto, como el sol abre los abanicos de una palmera, abriéndolos por abrirlos, abriéndolos de una vez para siempre. Pero yo dije que yo abría mi intelecto como abría la boca, precisamente para volver a cerrarla sobre algo sólido. Estaba haciéndolo en aquel instante. Y, como señalé acaloradamente, resultaría extraordinariamente idiota si continuase con la boca abierta sin motivo y de una vez para siempre.

Chesterton, entre la sociología y la filosofía

GK es difícil de encasillar, no sólo por su tamaño, sino por su versatilidad. A mí que soy sociólogo, me fascina por su capacidad de ver el mundo de hoy… hace 100 años. Sé que no está considerado como tal, aunque lo que me da GK es una roca sólida sobre la que apoyar mi forma de ver el mundo, que ya perfilaré con lo que sé de otros sociólogos. Pero me parece que es filósofo, y de primera. O quizá las dos cosas, lo que en mi área se llama precisamente sociología del conocimiento y de la cultura, que quizá sea una etiqueta que le puede sentar bien a su medida. Aunque Chesterton es tan grande que tiene espacio para colocarle muchas etiquetas…

Como muestra del dominio de los dos campos, este texto de uno de los mejores artículos de GK, ‘El restablecimiento de la Filosofía ¿Por qué?’, contenido en El hombre corriente, una selección que se está haciendo mi favorita.

La filosofía es sólo pensamiento que ha sido pensado. A menudo es muy aburrida. Pero el hombre no tiene alternativa, excepto sufrir la influencia de pensamientos que han sido pensados y no sufrir la influencia de pensamientos que no han sido pensados. Esto es lo que comúnmente llamamos cultura y civilización hoy en día. Pero el hombre siempre sufre la influencia de alguna clase de pensamientos, los propios o los de algún otro; los de alguien en quien confía o los de alguien de quien nunca oyó hablar; pensados de primera, segunda o tercera mano; pensados a partir de desacreditadas leyendas o de rumores no verificados; pero siempre algo con la sombra de un sistema de valores y una razón para su preferencia. El hombre siempre examina todo por medio de algo. La cuestión aquí es saber si alguien examinó alguna vez el examen.

Queda pendiente volver sobre filósofos y detectives

Libros de detectives, libros de filosofía

Quizá Chesterton no ha terminado de ser aceptado entre los filósofos por decir cosas como ésta:

Cualquiera que tenga una educación sólida disfruta con las novelas de detectives, y hay incluso varios aspectos en los que éstas poseen una sana superioridad sobre la mayoría de los libros modernos. Una novela de detectives describe por lo general a seis personas vivas que discuten sobre cómo pudo morir alguien. Un libro de filosofía moderno describe por lo general a seis muertos discutiendo como es posible que alguien siga con vida.

Esta chestertonada se encuentra en El detective divino, de la estupenda compilación Cómo escribir relatos policíacos, p.61.