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Chesterton, autor de aforismos, por García-Máiquez

Hemos comenzado en el Chestertonblog una serie de perfiles de GK, del que sólo hemos elaborado el de periodista. Preparábamos otro cuando nos hemos topado con este artículo de Enrique García-Máiquez en Nueva Revista, que analiza la vertiente tan conocida de Chesterton, autor -sobrevenido- de aforismos. Basta seguir algunos hastags de Twitter para darse cuenta que Chesterton es uno de los grandes en esa red: se diría que está hecho para los 140 caracteres, retuiteado hasta la saciedad.

Cúpula del Panteón de Roma. Freepic.es

Cúpula del Panteón de Roma. Freepic.es

Recomiendo vivamente leer el texto de García-Máiquez, que nos hace pasar de las pequeñas citas de GK a sus grandes ideas. Por si alguien no tiene tiempo, entresaco alguna cosa. La primera paradoja es que Chesterton jamás se dedicó a escribir pensamientos breves, sino que éstos brotaban espontáneamente en todas y cualquiera de sus obras, pues tenía el don de unir ideas con brillantez de expresión, más allá de los juegos de palabras o las sutiles ironías. Como él mismo dijo en su Autobiografía, «nunca he tomado en serio mis libros, pero tomo muy en serio mis opiniones«.

La difusión de sus citas supone tal ‘estallido atómico’ que Gª-Máiquez se pregunta si no puede suceder que esta expansión en ‘miles de trozos de metralla’ suponga un descuartizamiento de su pensamiento. Y su respuesta es que no, porque todas las frases brillantes de GK proceden del mismo lugar. Y es que –citando a Alfonso Reyes, y ésta es la segunda paradoja- Chesterton, el prolífico autor de aforismos, es hombre de una sola idea: «disimula toda una filosofía sistemática, monótona, cien veces repetida con palabras y pasajes muy semejantes a través de todos sus libros». Y tiene razón: es como el niño de Ortodoxia (Cap.4) que no se cansa de decir ‘¡Que lo haga otra vez!’ (esto es mío, pero no he podido evitar incluirlo). La respuesta es que se apoya sobre una totalidad que proporciona una magnífica unidad a todo lo que dice. Gª-Máiquez ofrece una hermosa metáfora, «si esa idea única que lo cubre todo adquiere la forma de una cúpula, es una cúpula romana», vinculada a su convicción de la ortodoxia como lo única capaz de dar una «explicación coherente de todo y ser fieles al fondo de alegría cósmica que él percibía en la existencia».

Dice Gª-Máiquez que en esa totalidad se aprehende su visión del universo y se desactiva la posibilidad de hacer decir cualquier cosa al autor de la cita: «Cada fragmento de Chesterton, por pequeño que sea, funciona como un holograma de la obra completa que se extiende a lo largo de los 36 volúmenes de los Collected Works de Ignatius Press. Sus citas no son simples extractos ni recortes más o menos aleatorios».

Va siendo hora de concluir, con la última paradoja de nuestra serie de hoy: «La capacidad de ver lo mismo que todos de un modo único, crea una mezcla de deslumbramiento y reconocimiento (o de originalidad y lugar común) que da su peculiar sabor a los mejores aforismos chestertonianos, o sea, a todos prácticamente. Y ahí estriba, en la medida en que se pueda desentrañar su misterio, esa condición que tienen de definitivos a la vez que inacabables».

Las reglas del articulista recomiendan acabar con unas palabras de Chesterton, pero no me resisto a concluir con las de uno de sus mejores discípulos, que anima a descubrir en sus libros «la desmesurada anchura de un autor tan afilado».

Destripando ‘Ciencia y religión’ de Chesterton

Como siempre, comentamos los textos de GK que publicamos -ayer fue Ciencia y religión– para sacarle algo más del jugo posible. No hace falta decir Chesterton es un gran partidario de la ciencia, pero no podía sufrir la mala ciencia, porque implica un mal razonamiento, una mala lógica, de la que el libro que critica parece estar plagado.

Para empezar, no sé si a alguien más le habrá llamado la atención eso de que la ciencia es como una simple suma: o es infalible o es falsa. Por supuesto, no está hablando de matemáticas, las únicas ciencias exactas. Lo que yo entiendo –y puedo muy bien estar equivocado- es que la ciencia no es un conocimiento teórico, sin más, sino que acaba siendo práctico, al aplicarlo. De hecho, buena parte del debate teórico de la postmodernidad está basado en la posibilidad o no de justificar la ciencia: hemos oído hablar del teorema de incompletitud de Gödel y de los sistemas autorreferenciales y otros territorios pantanosos para mí, de los que sólo sé decir que al final el conocimiento científico está siempre entre paréntesis, es decir, aceptado mientras no se demuestre que es falso. Lo asombroso de esto es que el propio Chesterton se plantea estas cuestiones en el capítulo 3º o 4º de Ortodoxia, cuestiones que tienen que ver con el falsacionismo de Popper y… bueno, ya me voy otra vez. Al final, la ciencia aceptada es la que funciona en forma de técnica, y punto. Ojalá alguien pueda arrojar más luz y más claridad sobre este asunto. Aquí me paro.

Otro punto a destacar se refiere a la religión de la que cada uno habla: quizá alguna religión bestial y oscura en la que fueron criados y de la que yo ni siquiera he escuchado, o deben estar hablando de alguna radiante y cegadora visión de Dios que han encontrado, de la que no he oído. Porque resulta que la experiencia de cada uno con la religión es tan variada, y lo que entendemos por ella tan diverso, que alguna vez he estado de acuerdo con la postura de personas antirreligiosas cuando me han explicado cómo entienden o cómo han vivido ellos la religión. Hoy se lleva criticar al cristianismo –que no al Islam- sin tener la más mínima idea del mismo, ni de los gigantes que lo han construido, como si fueran inventos novelísticos. El problema se hace más agudo por tanto, porque la gente cree que sabe de lo que habla.

Los autores del libro que GK critica parecen estar obsesionados con la culpa: existe una visión antropológica que insiste en que el cristianismo gira en torno a la culpa. Otras teorías –de Rousseau a Freud, pasando por Nietzsche- serían más ‘amigables’ con el ser humano. Son los que viven del dogma de ‘una elevación incesante en la escala del ser’ para el hombre. Pero no hace falta recordar los desastres del siglo XX para demostrar la existencia del mal en el corazón humano: todos tenemos la experiencia de la maldad en nuestro interior… o somos medio idiotas.

Antifragil portada

Otro tema interesante del texto –que será recurrente en el desarrollo de la primera parte de El hombre eterno, es el de la ‘ausencia de pruebas como prueba de ausencia’: Porque la ciencia no ha encontrado algo que obviamente no podía encontrar, entonces algo completamente diferente –el sentido psicológico del mal- es falso. Uno de mis escritores favoritos, Nassim Nicholas Taleb –famoso por El cisne negro-, insiste en esto en su último libro, Antifrágil. No he encontrado referencias a Chesterton en Taleb, pero estoy seguro de que se llevarían bien, porque ambos son muy críticos e irónicos con la casta intelectual dominante y el conocimiento que generan, en lugar de la sabiduría popular.

Más cosas, para otro día.

‘Ciencia y religión’: Un poco más de rigor, por favor. Firmado, Chesterton

Tenemos el honor de incluir, por primera vez en el Chestertonblog, una estupenda traducción de un texto de Chesterton, que nos ha sido enviada por Carlos D. Villamayor, para nuestra sección de textos completos de los domingos. Pertenece a All things considered (1908), y no existe -que yo sepa- traducción al castellano, por lo que el texto sería una primicia que ofrecemos en el blog.

Es una irónica y aguda llamada al rigor lógico y metodológico, una de las obsesiones -si puede llamarse así- de nuestro escritor a algunos fragmentos de un libro. Desde luego, GK no pretende resolverlo todo en 1000 palabras, tan sólo algún detalle que le llama la atención. Lo asombroso, es que aún hoy hay divulgadores -y algunos muy populares- que comparten las ‘conclusiones’ que GK critica en este texto.

Ciencia y religión

Estos días se nos acusa de atacar a la ciencia porque queremos que sea científica. Seguramente no hay ninguna falta de respeto en decirle a nuestro doctor que es nuestro doctor, no nuestro sacerdote, ni nuestra esposa o nosotros mismos. No es tarea del doctor decir que debemos ir a la costa; es asunto suyo decir que habrá ciertas consecuencias en nuestra salud si vamos a la costa. Después de eso, obviamente, nos toca decidir a nosotros.

La ciencia es como una simple suma: o es infalible o es falsa. Mezclar ciencia y filosofía sólo produce una filosofía que ha perdido todo su valor ideal y una ciencia que ha perdido todo valor práctico. Quiero que mi médico de cabecera me diga si éste u otro alimento me matará. Le toca a mi filósofo de cabecera decirme si debo morir.

Me disculpo por afirmar todas estas verdades tan obvias. Pero la verdad es que acabo de leer un grueso folleto escrito por un grupo de hombres altamente inteligentes que parecen nunca haber escuchado ninguna de estas verdades en sus vidas.

Los que detestan al inofensivo escritor de esta columna se limitan generalmente -en un último éxtasis de cólera- a llamarlo ‘brillante’; lo que en nuestro periodismo hace mucho que se volvió una mera expresión de desprecio. Pero me temo que incluso esta desdeñosa frase me honra demasiado. Cada vez me convenzo más y más de que sufro, no de una impertinencia llamativa, sino de una simplicidad que bordea la imbecilidad. Pienso más y más que debo ser muy torpe y que todos los demás en el mundo moderno deben ser muy listos.

Acabo de leer esta importante recopilación que me ha enviado un grupo de hombres por quienes tengo un alto respeto, llamada ‘Nueva Teología y Religión Aplicada’. Y es literalmente cierto que he leído columnas enteras sin saber de qué estaban hablando. O deben estar hablando sobre alguna religión bestial y oscura en la que fueron criados y de la que yo ni siquiera he escuchado, o deben estar hablando de alguna radiante y cegadora visión de Dios que han encontrado, de la que no he oído, tan esplendorosa que enreda su lógica y confunde su habla. El mejor ejemplo que puedo citar está conectado con la cuestión del asunto de la ciencia en la Tierra, de la que acabo de hablar. Las siguientes palabras están firmadas por un hombre cuya inteligencia respeto, pero no entiendo ni pies ni cabeza de ellas:

“Cuando la ciencia moderna declaró que en el proceso cósmico no había ningún evento histórico correspondiente a una Caída, sino que contaba, al contrario, la historia de una elevación incesante en la escala del ser, fue bastante claro que el esquema paulino –quiero decir los procesos argumentativos del esquema de salvación de San Pablo– había perdido su mismo fundamento; ¿o acaso no era ese fundamento la depravación total de la raza humana, heredada de sus primeros padres?… Pero ahora que ya no había Caída; no había depravación total, o peligro inminente de perdición sin fin; y yéndose la base, siguió la superestructura.”

Está escrito con seriedad y excelente uso del lenguaje; debe significar algo. ¿Pero qué puede significar? ¿Cómo podría la ciencia probar que el hombre no está depravado? No se abre con bisturí a un hombre para encontrar sus pecados. No se le hierve hasta que expide los inconfundibles vapores verdes de la depravación. ¿Cómo podría la ciencia encontrar cualquier rastro de una caída moral? ¿Qué rastros esperaba encontrar el escritor? ¿Esperaba encontrar una Eva fósil con una manzana fósil en su interior? ¿Suponía que la historia le guardaría el esqueleto completo de Adán junto a una descolorida hoja de parra?

Todo el párrafo citado es simplemente una serie de frases inconsecuentes, todas ciertamente falsas por ellas mismas y todas ciertamente irrelevantes entre ellas. La ciencia nunca dijo que no podía haber una Caída. Podrían haber sido diez Caídas, una encima de la otra y sería bastante consistente con todo lo que sabemos por la ciencia. La humanidad podría haber empeorado moralmente por millones de siglos y esto de ninguna manera habría contradicho el principio de la Evolución. Los hombres de ciencia (no lunáticos delirantes) nunca han dicho que hubo ‘una elevación incesante en la escala del ser’, puesto que una elevación incesante significaría una elevación sin recaídas ni fallas y la evolución física está llena de recaídas y fallas.

Ciertamente ha habido algunas caídas físicas; podría haber cualquier cantidad de caídas morales. Así que, como he dicho, estoy honestamente desconcertado en cuanto al significado de pasajes como éstos, en los que la persona avanzada escribe que porque los geólogos no saben nada de la Caída, entonces cualquier doctrina sobre depravación es falsa. Porque la ciencia no ha encontrado algo que obviamente no podía encontrar, entonces algo completamente diferente –el sentido psicológico del mal- es falso.

Se podría resumir, abrupta pero exactamente, el argumento del escritor de una manera como ésta: “No hemos encontrado los huesos del Arcángel Gabriel, quien probablemente no tenía huesos; por lo tanto los niños, por ellos mismos, no serán egoístas”. Para mí es tan descabellado como si un hombre dijera: “El fontanero no encuentra nada malo en nuestro piano, así que supongo que mi esposa me ama”.

No voy a entrar aquí en detalle sobre la doctrina real del pecado original o sobre la versión probablemente falsa de ella que la Nueva Teología llama «doctrina de la depravación». Pero fuera lo que fuese la peor doctrina de la depravación, era un producto de una convicción espiritual; no tenía nada que ver con orígenes físicos remotos.

Los hombres pensaban que la humanidad era malvada porque ellos mismos se sentían malvados. Si un hombre se siente malvado, no veo por qué de repente debería sentirse bueno porque alguien le dice que sus ancestros tenían cola. Por todo lo que sabemos, la pureza e inocencia básicas del hombre pudieron haberse perdido con su cola.

Lo único que sabemos sobre esa pureza e inocencia básicas es que no las tenemos. Nada puede ser, en el más estricto sentido de la palabra, más cómico que comparar algo tan vago como las conjeturas hechas por antropólogos sobre el hombre primitivo, contra algo tan sólido como el sentido humano del pecado. Por su misma naturaleza, la evidencia del Edén es algo que uno no puede encontrar. Por su misma naturaleza, la evidencia del pecado es algo que uno no puede evitar encontrar.

Algunas afirmaciones las rechazo, otras no las entiendo. Si un hombre dice, “pienso que la raza humana estaría mejor si se abstuviera totalmente de bebidas alcohólicas,” entiendo bien lo que quiere decir y cómo su posición podría ser defendida. Si un hombre dice, “deseo abolir la cerveza porque soy un hombre de moderación”, su comentario no me transmite significado alguno. Es como decir “deseo acabar con las carreteras porque soy un caminante moderado”. Si un hombre dice, “no soy Trinitario”, lo entiendo. Pero si dice (como una señora me dijo una vez), “creo en el Espíritu Santo en un sentido espiritual”, me voy confundido. ¿En qué otro sentido podría uno creer en el Espíritu Santo?

Y lamento decir que este folleto de puntos de vista religiosos progresistas está lleno observaciones desconcertantes de ese tipo. ¿Qué quieren decir las personas cuando dicen que la ciencia ha alterado su perspectiva del pecado? ¿Qué tipo de punto de vista del pecado podían haber tenido antes de que la ciencia lo alterara? ¿Acaso pensaban que era algo para comer? Cuando la gente dice que la ciencia ha sacudido su fe en la inmortalidad, ¿qué quieren decir? ¿Pensaban que la inmortalidad era un gas?

Por supuesto que la verdad es que la ciencia no ha introducido principio nuevo alguno al asunto. Un hombre puede ser cristiano hasta el fin del mundo por la simple razón que un hombre podría haber sido ateo desde el principio del mundo.

El materialismo de las cosas está claramente en ellas, no se requiere nada de ciencia para encontrarlo. Un hombre que ha vivido y amado muere y los gusanos lo devoran. Eso es materialismo, si gustan. Eso es ateísmo, si gustan. Si la humanidad ha tenido fe a pesar de eso, puede creer a pesar de cualquier cosa. Pero por qué los hombres pierden aun más la esperanza al conocer los nombres de los gusanos que los devoran o los nombres de las partes que se comen… es difícil descubrirlo para una mente reflexiva.

Mi objeción principal a estos revolucionarios semi-científicos es que no son revolucionarios en absoluto. Son el partido de la obviedad. No sacuden a la religión: parece que la religión los sacude a ellos. Sólo pueden responder la gran paradoja repitiendo una perogrullada.

Hemos analizado y glosado este texto en otras dos entradas: ‘destripándolo‘ y sacándole más punta.

El dinero es para el hombre y no el hombre para el dinero

A finales del siglo XIX, con la aparición del liberalismo y del socialismo, del capitalismo salvaje y de los movimientos obreros, se puede dar por finalizada la sociedad tradicional. Al par, las nuevas libertades son un coladero para peligros «con nuevas formas de injusticias y de esclavitud» (Juan Pablo II, Centesimus annus).

Ante esta nueva concepción de la sociedad, en el Reino Unido, GK Chesterton es uno de los pensadores que reacciona contra la visión mercantilista del hombre en su relación con el capital y el trabajo. El trabajo y el capital entran en un profundo conflicto que da lugar a la «cuestión social». Y ello, porque el trabajo, desposeído de la dignidad humana el asalariado, se convierte en mercancía, que es comprada por el capital, no sólo para el desarrollo necesario personal y de la empresa, sino para ir, en otras muchas ocasiones, hacia un enloquecido consumismo que, cuando mejor, se invierte en bienes superfluos; o, en su forma más grosera, da cauce a las más viles y abyectas pasiones.

La experiencia ideológica de GKC, previa a su conversión a las «razones» del Espíritu, le hizo conocer de primera mano, la deriva totalitaria que suponía tanto el liberalismo como el socialismo. Proféticamente advertía cuáles serían las consecuencias que iban a engendrarse con esas actitudes. Unas consecuencias que aún están presentes en nuestros días, ¡y de qué manera! Esta sociedad degradada que ha dado paso a estatus nuevo que supone la desaparición de la sociedad tradicional, dio, también lugar a una sociedad de clases, porque la Revolución Industrial fraccionó la sociedad y dejó al proletariado en una situación de miseria y de explotación.

El planteamiento político, social y económico de Chesterton, llamado  distributismo, quiere dar racionalidad al yoísmo romántico más grosero, productor del materialismo individualista y colectivista. Conscientes de la influencia de la economía liberal individualista de la Revolución Francesa, de la Escuela fisiocrática, de los desarrollos teóricos de Smith, Ricardo, Bastiat y otros autores, Hillaire Belloc  junto con Chesterton, Artur Penty y el P. Vincent McNabb comunicaron que el trabajador puede ser propietario y, además, puede estar representado en su empresa, para mejorar sus condiciones de trabajo. Al compás de lo dimanado por la Rerun novarum (León XIII, 1891)el distributismo genera un marco teórico, algunas de cuyas bases -por su importancia- enunciamos:

1.- Propiedad privada familiar real. A fin de que en todo lo que pueda el individuo y la familia ser suficiente, no se inmiscuya ninguna instancia superior. Teniendo como objetivo una cierta autosuficiencia.

2.- Subsidiaridad. En dos sentidos: a) el individuo y la familia ha de ser socorrido, en lo que no sea suficiente, por instancias medias y superiores; b) con renuncia de la conciencia capitalista, no sólo se debe satisfacer a la propia familia, sino además contribuir a las necesidades de todas las familias de la comunidad.

Con Frederick D. Wilhemsem compartimos su sentir, manifestado en El problema de Occidente y los cristianos: «Sólo una política sana y prudente puede resolver este problema creando un ambiente propicio para la restauración de la propiedad en la sociedad».

Y una vez más nos dejamos llevar por este hombre tranquilo de acción que fue Chesterton.

Chesterton: Muerte, lucha y esperanza

El fallecimiento de una persona querida y la enfermedad de otras personas próximas me han recordado unos fragmentos de La balada del Caballo Blanco (1911), tal como los leí seleccionados en el libro de W.R. Titterton -al que sigo en su selección-, compañero y primer biógrafo de Chesterton, en su libro GK Chesterton, mi amigo (Rialp, 2011, p.154-5). La traducción es de Enrique García-Máiquez y Aurora Rice.

Como buena parte de la poesía de GK, tiene un tono épico: es la epopeya de Alfredo, rey de los anglos que ha sido vencido por los daneses, que se prepara para una nueva batalla rodeado del desánimo de su pueblo. Este poema es una mezcla de elementos paganos y cristianos, y sólo recojo un fragmento, en esta fase de recuperación, justo cuando faltan las fuerzas, los recursos escasean y la victoria parece imposible. Se le aparece María, la Madre de Dios, y Alfredo le habla así:

Las puertas del Cielo son terribles,
peor que las puertas del infierno.
No intentaré decir sus esplendores encerrados:
son demasiado buenos.

Y llega la respuesta, una especie de explicación llamada sin promesa alguna que -sin embargo- tonifica el corazón valiente:

«Apenas encajadas, sin pestillos,
están las puertas del Paraíso.
La mente más pesada de pronto puede hallarme
en un recodo de cualquier camino.

No te diré nada que te conforte,
nada que estés ahora deseando,
sólo que el cielo aún será más oscuro
y los mares más altos».

Y a través de los vendavales
fue Alfred, y entre bosques escondidos,
transido por la dicha audaz de los gigantes:
la dicha sin motivo.

El cielo se oscureció, y el mar se elevó, y Alfredo, que había visto y oído a la Madre de Dios, fue a reunir hombres cristianos. Y si se encontraba con algún señor reacio, que le preguntaba qué le ofrecía Alfredo, el rey repetía las palabras de María:

Es la palabra de María,
la palabra que el mundo está esperando:
«Te doy un consuelo, uno:
será aún el cielo más oscuro
y los mares más altos».

Y entonces, lentamente,

…se levantó el señor de las tierras del mar
y, de un clavo con grandes telarañas,
volvió a coger su poderosa espada.

El poema continúa con las canciones de los guerreros, paganas y cristianas. Pero basta con la contemplación del mar embravecido, recordando quizá las imágenes de la película de Terrence Malik El árbol de la vida, que tiene el mismo tono.

A continuación, la versión original de los mismos versos:

The gates of heaven are fearful gates,
worse than the gates of hell.
Not I to break the splendours barred
or seek to know the things they guard
which is too good to tell.

‘The gates of heaven are lightly locked,
we do not guard our gain.
The heaviest mind may suddenly come

silently and suddenly upon me in a lane.
I tell you nought for your comfort,
yes, nought for your desire,
save that the sky grows darker yet
and the sea rises higher’.
And up across windy wastes and up
went Alfred over the shaws,
shaken by the joy of giants,
the joy without a cause.

And this is the word of Mary,
the word of the world’s desire:
‘No more of comfort shall ye get
save that the sky grows darker yet
and the sea rises higher.

…arose the sea-land lord,
and from a cobwebbed nail on high
unhooked his mighty sword.

Crítica de Chesterton a la aceptación ingenua del capitalismo

Los juegos de palabras impiden traducir perfectamente los párrafos que siguen, que son antológicos. Pertenecen a Esbozo de sensatez -que tiene varias páginas en el Chestertonblog- y el libro más confuso y desordenado de GK, por lo que es muy poco estudiado, aunque merece la pena desmenuzarlo en estos tiempos de crisis económica, para comprender cómo Chesterton había comprendido algunos mecanismos del funcionamiento de la sociedad capitalista.

En la entrada de hoy –con los párrafos 1-3 del capítulo 8º, Algunos aspectos de la gran empresa–  voy a cambiar el orden de presentación habitual: primero lo voy a comentar, para concluir con el texto de GK, ya que es imprescindible conocer antes el juego de palabras para entender su fina ironía. Hay que añadir que Chesterton critica inicialmente al mundo conservador inglés, pero por extensión, podría aplicarse a los cristianos que no han sabido comprender la naturaleza del sistema económico que se venía encima y, por extensión, al conjunto de la bienpensante clase media occidental. No se trata de connivencia, sino de ingenuidad: como dice GK, de falta de pensamiento, puesto que en seguida lo veremos criticar al poder y a los plutócratas, que sí saben lo que tienen entre manos.

El argumento gira en torno a las palabras que GK atribuye al clérigo anglicano, jugando con la expresión trust (confianza): la propiedad es un don que Dios nos confía: es decir, la propiedad es un trust. Para cuando el clérigo se quiere dar cuenta, efectivamente, la propiedad es un trust (empresarial), y por tanto, la propiedad está en manos del trust, en su afán de acaparamiento.

Lo mejor es el análisis de sociología del conocimiento: cómo el argumento se expande con la connivencia del poder -que GK no se corta en criticar- hasta convertirse en una auténtica trampa: el viejo caballero no tuvo cuidado de no caer en la red, pero ya no tiene ninguna esperanza de salir de ella. ¿Habla Chesterton de nosotros?

Para leerlo en versión original, junto a la española, acudir a la página correspondiente del Chestertonblog. Ahora, es el turno de GK:

La mayoría de nosotros ha encontrado en la literatura y hasta en la vida real cierto tipo de viejo caballero, a menudo representado por un anciano clérigo. Es esa clase de hombre que tiene horror a los socialistas sin tener idea precisa de lo que son. Es el hombre de quien los demás dicen que tiene buenas intenciones, con lo que quieren decir que no tiene ninguna. Pero esta opinión es algo injusta con este tipo social. En realidad es algo más que bienintencionado; podríamos ir más lejos y decir que probablemente sería recto… si pensara alguna vez. Sus principios probablemente serían bastante firmes si realmente se aplicaran; su ignorancia práctica es lo que le impide conocer el mundo al cual serían aplicables. Tal vez piense realmente bien, sólo que no tiene noción de lo que está mal. Los que han escuchado a este viejo caballero saben que acostumbra a suavizar su severo repudio por los misteriosos socialistas diciendo que, claro está, es deber cristiano hacer buen uso de nuestra riqueza, recordar que la propiedad es un cargo que nos confía la Providencia para el bien de los demás y de nosotros mismos. Aunque a menos que el viejo caballero sea suficientemente viejo para ser modernista, es posible que algún día se nos hagan una o dos preguntas acerca del abuso de tal cargo.
Ahora bien, todo esto, hasta aquí, es perfectamente cierto, pero resulta que ilustra de modo curioso la inocencia extraña y hasta pavorosa del viejo caballero. Hasta la frase que usa cuando dice que la propiedad es una responsabilidad que nos confía la Providencia –cuando se pronuncia en el mundo circundante- toma carácter de equívoco tremendo y aterrador: su frasecita patética resuena con cien ecos rugientes que la repiten una y otra vez como la risa de cien demonios en el infierno: ‘La propiedad es un trust’.
Ahora podré exponer más convenientemente lo que quise decir en esta primera parte, tomando este tipo de viejo y simpático clérigo conservador y examinando la forma curiosa en que primeramente se lo ha pillado desprevenido, para luego darle en la cabeza. Lo primero que hemos tenido que explicarle es ese horrible equívoco sobre la confianza. Mientras él ha estado gritando contra ladrones imaginarios a quienes llama socialistas, ha sido atrapado y arrebatado realmente por verdaderos ladrones que todavía no podía ni siquiera imaginar. Porque las pandillas de jugadores que forman los monopolios son en realidad pandillas de ladrones, en el sentido de que tienen menos conciencia que cualquiera de esa responsabilidad individual de los dones individuales de Dios que el viejo caballero llama acertadamente deber cristiano. Mientras él ha estado entretejiendo palabras en el aire acerca de ideales que no vienen al caso, ha caído en una red tejida con las palabras y conceptos exactamente opuestos: impersonales, irresponsables, irreligiosos. Las fuerzas monetarias que lo rodean están más lejos que ninguna otra cosa de la idea doméstica de posesión con la cual, para hacerle justicia, empezó él mismo. De modo que cuando todavía balbucea débilmente: ‘La propiedad es una prueba de confianza (trust)’, respondemos firmemente: ‘Un trust no es propiedad’.
Y ahora llego a lo realmente extraordinario del viejo caballero. Quiero decir que llego al hecho más extraño del tipo convencional o conservador de la sociedad inglesa moderna. Y es el hecho de que la misma sociedad que empezó diciendo que no existía tal peligro que evitar, ahora dice que es imposible evitar el peligro. Toda nuestra comunidad capitalista ha dado un gran paso desde el optimismo extremo hasta el extremo pesimismo. Empezaron diciendo que en este país no podría haber ningún trust, pero han terminado diciendo que en esta época no puede haber nada más que trusts.
Y con ese procedimiento de llamar imposible el lunes a lo que el martes llaman inevitable, han salvado dos veces la vida al gran jugador o ladrón: la primera vez, llamándolo monstruo fabuloso, y la segunda llamándolo fatalidad todopoderosa. Hace doce años, cuando yo hablaba de los trust, la gente decía: ‘En Inglaterra no hay ningún trust’. Ahora, cuando hablo de ello, la misma gente dice: ‘Pero, ¿cómo se propone hacer que Inglaterra salga de los trust?’. Hablan como si los trust siempre hubieran formado parte de la Constitución inglesa, por no decir del sistema solar.
En suma, el equívoco y la palabra con los cuales inicié este artículo han resultado exacta e irónicamente verdaderos. Al pobre clérigo viejo se lo hace hablar como si el Trust, con mayúscula, fuera algo que le ha otorgado la Providencia. Se lo obliga a abandonar todo lo que originariamente quería decir con su forma curiosa de individualismo cristiano, y a reconciliarse rápidamente con algo que se asemeja más a una especie de colectivismo plutocrático. Está empezando a comprender, de una manera que lo deja algo perplejo, que ahora debe decir que el monopolio, y no solamente la propiedad privada, es parte de la naturaleza de las cosas. Le han echado la red mientras dormía, porque nunca pensó en nada parecido a una red; porque hubiera negado hasta la posibilidad de que alguien tejiera semejante red. Pero ahora el pobre caballero tiene que empezar a hablar como si hubiera nacido dentro de la red. Quizás, como digo, le hayan dado un golpe en la cabeza; tal vez, como dicen sus enemigos, siempre estuvo un poquito mal de la cabeza. Pero, de cualquier modo, ahora que su cabeza está en la trampa, o en la red, predicará con frecuencia sobre la imposibilidad de escapar de lazos y redes tejidos o hilados por la rueda del destino. En una palabra, quiero señalar que el viejo caballero no tuvo cuidado de no caer en la red, pero ya no tiene ninguna esperanza de salir de ella.

Chesterton: La humildad, ¿provocadora o reaccionaria?

Celebramos hoy en España la fiesta de los Reyes Magos: es una fiesta de ilusión y regalos, que hace terminar el tiempo de Navidad con una nota alta y vibrante, apropiada para esta sinfonía invernal.

Reyes magos'14

Se crea o no en ellos –vamos directos al centro del mensaje- la idea de unos hombres sabios y poderosos arrodillados ante un Niño, ofreciéndole de rodillas regios presentes, es una de esas cuestiones sorprendentes a las que la tradición nos tiene acostumbrados, impidiéndonos percibir la actitud de fondo de estos personajes que –fiándose de una estrella misteriosa- realizan un largo y costoso viaje tan sólo para ver a un bebé. Entre otras muchas cualidades, están llenos de humildad para llevar a cabo semejante acción. Recientemente, los líderes del mundo han honrado la memoria de Nelson Mandela, un gran personaje. Pero arrodillarse en un establo ante un Niño desconocido, ¿cómo lo calificamos?

Dice Chesterton en ‘Una defensa de la humildad’, (El acusado, Espuela de plata, 2012, p.152), que hemos llegado a una época en que el acto de defender cualquiera de las virtudes cardinales posee todo el fervor propio de un vicio. Las obviedades morales han sido tan cuestionadas que han empezado a destellar como tantas brillantes paradojas. Y, sobre todo (en esta época de idealismo egoísta), hay en quien defiende la humildad algo inefablemente provocador.

GK escribió estas palabras en 1901, hace más de un siglo, en un artículo que criticaba la tendencia creciente hacia la autoafirmación, virtud dominante hoy día: sé tú mismo, procura tu realización, y sobre todo, ten fe en ti mismo… Como sucede siempre, hay algo de verdad en estas ideas, pero GK siempre tuvo la sensatez de enseñar a mirar hacia fuera, en vez de hacerlo hacia dentro, como expone magistralmente en Herejes y Ortodoxia, ambas publicadas por Acantilado. Por eso, defender la humildad en el bienpensante mundo moderno resulta tan provocador como antaño sucediera con cualquier vicio, tan provocador como resultó publicado por el propio Chesterton.

Chesterton: definiciones de dogma y fanatismo

En una de las últimas entradas –GK en mil palabras– hemos introducido por primera vez en el Chestertonblog una de las palabras más utilizadas por GK y –si se me apura- más queridas por él: la palabra dogma.

Para Chesterton, un dogma –propongo a debate la siguiente definición- es una idea firme y principal, en el sentido de que actúa como principio de las demás, convenientemente razonada y que implica actitudes hacia la realidad para aquél que la sostiene. Él mismo lo explica en algunos textos, por ejemplo, en el artículo El fanático, de 1910 (Los libros y la locura, El buey mudo, n.30), que recogeremos pronto completo y comentado.

Mientras tanto, para abrir boca -y cerrar el año 2013-, basta este fragmento del mismo para mostrar quién es más dogmático –en sentido negativo-, pues la clave está en la distinción entre dogmático y fanático:

Nada más acentuado en esta extraña época nuestra que la combinación de un tacto exquisito y una simpatía por las cosas de gusto y estilo artístico, con una estupidez casi brutal en las cosas que se refieren al pensamiento abstracto. No hay grandes filósofos combativos hoy en día porque nos preocupamos del gusto, y no existe disputa sobre gustos. Un destacado crítico del New Age hizo hace poco una observación sobre mí que me divirtió bastante. Después de decir muchas cosas demasiado elogiosas, pero maravillosamente simpáticas, y de hacer muchas críticas que eran realmente delicadas y exactas, terminaba –hasta donde la memoria me es fiel- con estas sorprendentes palabras: «Pero yo nunca puedo considerar mi igual intelectual a un hombre que cree en algún dogma». Era como ver a un buen escalador alpino caer tres mil metros para dar en el barro.

Porque esta última frase es esa antigua, inocente y rancia cosa que se llama fanatismo: es la incapacidad de una mente para imaginarse otra mente. Mi infortunado crítico está entre los más pobres de los hijos de los hombres. Tiene un solo universo. Todos, por cierto, deben ver un cosmos como el verdadero; pero él no puede ver ningún otro cosmos, ni siquiera como una hipótesis.

Mi inteligencia es menos fina, pero por lo menos es más libre. Yo puedo ver cinco o seis universos con toda claridad. Puedo ver el universo espiral por el que se arrastra, esperanzadamente, la señora de Besant; puedo ver el mundo de mecanismo relojero a cuyo compás tictaquea tan efectivamente el cerebro del señor McCabe; puedo ver el mundo de pesadillas del señor Hardy, y su Creador cruel y necio como un tonto de pueblo; puedo ver el mundo ilusorio del señor Yeats, una bellísima cortina que cubre sólo oscuridad; y no me cabe duda de que podré ver la filosofía de mi crítico también, si es que alguna vez se llega a dar el trabajo de expresarla en términos inteligentes. Pero como la expresión «cualquiera que cree en cualquier dogma» no significa, para una mente racional, ni más ni menos que «laralarí-larirará«, lamento que por el momento sólo pueda colocarlo [al periodista en cuestión] entre los grandes fanáticos de la historia.

La fuerza transformadora de la Navidad, vista por Chesterton

Cualquier agnóstico o ateo que en su niñez haya conocido la auténtica Navidad tendrá siempre, le guste o no, una asociación en su mente entre dos ideas que la mayoría de la humanidad considera muy lejanas entre sí: la idea de un recién nacido y la idea de una fuerza desconocida que sostiene las estrellas. […] Para esta persona, la sencilla imagen de una madre y un niño tendrá siempre sabor religioso, y a la sola mención del terrible nombre de Dios asociará en seguida los rasgos de la misericordia y la ternura. Pero las dos ideas no están natural o necesariamente combinadas para un griego antiguo o un oriental, como el mismo Aristóteles o Confucio. […] Ha sido creado en nuestras mentes por la Navidad porque somos cristianos, aunque sólo sea psicológicamente y no en un plano teológico. En otras palabras, esta combinación de ideas, en frase muy discutida, ha alterado la naturaleza humana. Realmente hay una diferencia entre el hombre que la conoce o no. […] Es un hecho patente acerca del cruce de dos luces particulares, la conjunción de dos estrellas en nuestro horóscopo particular: la omnipotencia y la indefensión, la divinidad y la infancia, forman definitivamente una especie de epigrama que un millón de repeticiones no podrán convertir en un tópico. No es descabellado llamarlo único. Belén es, definitivamente, un lugar donde los extremos se tocan. (El hombre eterno, cap.10).

Esta es otra paradoja de la Navidad, un acontecimiento que cambió completamente la historia de la humanidad y la mentalidad de occidente que -se quiera o no, guste más o menos- ha configurado nuestra forma de ver el mundo. La globalización nos hace darnos cuenta de cuán diferentes son los planteamientos fundamentales de otras sociedades. Quizá también celebren externamente estas fiestas, pero asociar ternura y omnipotencia, sentir todos los problemas del mundo y pedir justicia y misericordia para los necesitados, sólo podía proceder de un tronco con semejante raíz.

Las paradojas de la Navidad y su necesaria reforma

La Navidad está construida sobre una paradoja hermosa e intencional: que el nacimiento del que no tuvo casa para nacer sea celebrado en todas las casas. Pero hay otro tipo de paradoja no es intencional y ciertamente no es nada hermosa: está muy mal que no podamos desenredar del todo la tragedia de la pobreza. Está muy mal que el nacimiento del que no tuvo casa para nacer, celebrado en el hogar y en el altar, vaya a veces sincronizado con la muerte de gentes sin hogar en asilos y en barrios pobres. Pero no hace falta que nos regocijemos en esta universal agitación que cae sobre ricos y pobres de igual manera; y me parece que en este asunto necesitamos una reforma de la Navidad moderna. (El espíritu de la Navidad, en La cosa, 35-04; traducción de Álvaro de Silva). 

El problema de los desahucios, la cantidad de gente que vive en la calle, los homeless, contrasta con la riqueza desbordante de las modernas costumbres en la mayoría de los hogares. Puede que la actual crisis económica modere nuestros hábitos o formas de celebrarla. ¿La vemos como algo pasajero? ¿Pensamos de verdad en un cambio interior que nos haga cuestionar nuestros hábitos de una vez por todas? Nuestras costumbres existían ya en tiempos de Chesterton, consciente de la dificultad de encontrar el auténtico espíritu de la Navidad: La complejidad moderna de la sociedad de consumo devora el corazón de algo, dejando al mismo tiempo el cascarón pintado. Me refiero al sistema elaborado en exceso de la dependecia en comprar y vender, y por tanto, en el bullebulle, y en consecuencia, el descuido de las cosas nuevas que se podrían hacer según la vieja Navidad (El espíritu de la Navidad, 01).

Queda en manos de cada cual responder a este reto que nos lanza Chesterton para esta Navidad.